martes, 14 de febrero de 2012

LABNÁ

(Arco de Labná dibujado por Frederick Catherwood.)

IIII


Inscripciones extrañas

Sobre el círculo de bronce de los espejos.

Apariciones de humo

Que inicialmente cegaban mis ojos

Pero que ahora,

Luego de este trayecto

Por los candiles de aceite de los viejos campanarios,

Me he acostumbrado a ver

A través de la claridad de la noche.

Soles divinos

Que se yerguen sobre la superficie de los afluentes,


Con una brillantez estrepitosa                                             

Propia de algún culto extraño,

Acaban por ilustrarme

Sobre lo inaccesible y lo intangible;

Lo que ahora reposa sobre la resina del cosmos,

Sobre el silencio de Labna,

El eco de los acantilados y los murallones de fuego.

La incandescencia de las orillas

Convergen en estos puntos

“Como el rugir de una gran masa de agua”

sobre lo omnisciente y todo-poderoso,

que no va más allá de su propia muerte,

que no aspira más

que su propia venganza.

Después de cerrarse este círculo con su rodillo        

Se abrirán los cielos

Como un repaso difuminado de las estrellas,

Se cegarán las puertas

De ciertas inscripciones                                                    

Y ascenderá de la tierra

Una lengua de fuego

Que hendirán el pasado de muchos mortales

Empujándolos a la luz;

A la única y verdadera arca del mundo;

El tránsito a las cuatro caras del sol,

Los arabescos finales de los planetas.
















domingo, 12 de febrero de 2012

IXBALANQUÉ







III


Hombres-pájaro, animales fabulosos, Zopilotes celestes

Pasean por los otros mundos

Tan lentamente

Que da la impresión del eterno retorno

Como algo imposible.

¿Qué figura mítica, extraída del sueño

pensaría en repetirse?

En confirmar la existencia del atrás,

De lo que fue

Como algo lineal

Sin antecedentes pre o posteriores?

Aquí está de nuevo Ixbalanqué

Como un reflejo multidimensional

En un espejo de siete caras,

Siempre él

Suspendido en esta Terra

De espectros inacabables.

Siempre él

Como poseedor de una extraña belleza;

Él el único

El infinitamente recostado en la orilla del río,

Prendido del árbol

Transportado en la hierba.

Sé que sólo una palabra, una oración de llamas secretas

Es capaz de convocarlo,

De sugerirle su asomo

Su portentosa aparición entre las sombras,

Su mensaje de Anona silvestre,

De Puma sangriento, de árbol vetusto.

Sé que sólo aquí

En la Terra de los Ovellones,

De los espíritus anticipados, del mago Yhoma,

Él es capaz de oscurecerse,

De ensombrarse para sí,

Hasta perder toda magnitud del yo,

Toda razón del ser

Y quedar de nuevo allí

Reducido a él mismo

A la corriente inexpugnable de todas las aguas.






sábado, 11 de febrero de 2012

HUNAHPÚ

II

Como una estrella de ocho puntas

Como una barca de fuego suspendida en el éter,

Hunahpú,

Ataviado con alas y figuras flotantes,

Me enseñó a respirar la escritura del mundo

-La subterránea y oceánica,

La aérea y la terrestre-.

Me enseñó a manejar el metal en sus múltiples formas,

A invertir los elementos primarios del suelo.


Esta deidad procedente de la Óneiros,


De las cimas sagradas de distantes culturas,

Me confesó los secretos recónditos de la muerte

El misterio sólido de las estatuas,

El idioma antiguo de las pirámides.

Un Gato demoníaco con cabeza de hombre

Le regala su canto

Y con él

Le transmite la herencia de diversos planetas,

Los hilos de las estrellas concéntricas de la Pampa;

Secretos que él confiesa a los cuatro caminos

Y que llegan a mi oído como un pequeño rodillo,

Como un hálito celeste al borde de las columnas.

Esta estrella roja arrojada del fuego

Hijo del Xibalbá y de la noche

Viene del árbol de la vida

Con una tea sobre su espalda

Y de él emana el resplandor hacia los otros mundos,

La estrella que pende en las afueras del cielo.












PARALELOS DE LO INVISIBLE: CHICHEN ITZÁ-SAN AGUSTÍN


San Agustín cuenta con una iconografía similar a la desarrollada por los olmecas del Golfo de México; ambas civilizaciones tornaron tangibles sus deseos al esculpirlos en majestuosas piedras. Los Olmecas y los primeros habitantes de San Agustín tuvieron características somáticas en común; trazos negroides y asiáticos configuran sus rostros, y es remarcable que en sus labios aparezcan los atributos del jaguar.

Desde al menos dos mil años antes de Cristo, los olmecas fundaron las bases culturales para el nacimiento de Mesoamérica y de los pueblos que durante 3.500 años formaron la Civilización Maya precolombina. De pronto los olmecas se disolvieron y los mayas sublimaron su conocimiento.

Aquellos antiguos que construyeron piedra contra piedra los cimientos de Chichén Itzá (México) y San Agustín (Colombia), tuvieron en común lo profundo, la guerra, el culto a la personalidad y al jaguar. Los muiscas, por su parte, fueron contemporáneos de los mexicas - aztecas- y de los últimos mayas.

De acuerdo a los mapas mentales trazados en mi reciente visita a la Ciudad de las Piedras que cantan (Chichén Itzá) e identificando una estría similar en Mayapán, Uxmal, Dzibilchaltún, Ek’Balam, X Pujil, Tikal, Palenque, Labná, San Agustín, llegué a la conclusión de que en ese imaginario antiquísimo el jaguar, la serpiente y las piedras se constituyen en resortes creativos y de fertilidad, y que la noción del tiempo-espacio cíclico, como la muerte y lo femenino, son los puntos de equilibrio y de ruptura.

Yucatán y San Agustín, vistos a través de la otredad y el Xibalbá (inframundo Maya), forman parte de esa estría imaginaria de la que hablo. Es innegable el hallazgo de ciertos elementos que hermanan, desde antes de hablar español, a dos regiones aparentemente “opuestas” en sus tiempos y en sus espacios. Esa grafía puede establecerse como un vínculo que se superpone a toda lógica y crea conectores de orden espiritual, suprafísico, extratemporal entre dos estadios culturales que aún subsisten, pese a la noción de modernidad y posmodemidad, y que pueden concretarse en ciertos imaginarios y símbolos como el lenguaje, la memoria, la (s) identidad (es), el territorio.

Xibalbá, universo subterráneo donde transitan los jaguares - elemento recurrente en San Agustín- , se nos presenta como una de las tantas estrías invisibles. En Xibalbá los jaguares se constituyen en espíritus silvestres que recorren las tinieblas y los troncos de las cinco ceibas que sostienen un cocodrilo gigante, el cual, en su dorso, soporta a los mayas que dicen estar cubiertos por el caparazón de una tortuga iluminada por el dios K’in, y, por las noches, la diosa X-Chel aparece sorpresivamente roja sobre el horizonte y se alza con su halo de plata.

En San Agustín fue suficiente el movimiento en piedra para interpretar el instante y los significantes de los iconos silvestres. Como sociedad guerrera, encontró en la plasticidad del relieve el lenguaje preciso, las sustancias, por eso prescindieron de la escritura. San Agustín invierte el sentido de las fuerzas; las tumbas alcanzan el cielo y la vida fluye en relieves ondulantes y rostros triangulares esculpidos en las piedras de un río profundo, origen de todas las cosas.