sábado, 9 de junio de 2012

KINICH KAKMOO:

Pirámide de Kinich Kakmó, en Izamal, Yucatán




XXV


 Kinich Kakmoo:

Los espíritus señores de las piedras preciosas,

Los espíritus señores de los tigres 

te pertenecen.

La Ciudad de las Piedras que Cantan

está confinada a tu nombre

Como también,

el ostracismo de tu tormento

y la negación de lo demoníaco.

Eres alto y salvaje como el agave;

Tu salto,

Sobre la inmundicia del mundo,

No niegan el obstáculo,

Sin embargo lo redimen,

En el pensamiento unificado de la forma.  

Las caras análogas

De tu linterna de espejos

Se muestran en una infinidad abismada del uno:

El mundo difuminado de la pirámide,

Las alucinaciones extra-temporales

De un universo inconcreto,

Gaseoso como la idea,

Incoloro como el Alkaest que disuelve

Los cuerpos visibles del tiempo y de las sombras.

En ti habitan

El Cielo y el Infierno

Pero estos te hacen menos equivalente

Y ponen la tabla esmeraldina

En tus cinco relojes;

Los movimientos de las esferas

Trastadas en las líneas de lo supremo y oscuro.

Kinich Kakmoo

El tormento del saber

Pesa más que la verdad de la ignorancia.

¿Qué hombre te tendió la trampa de la inteligencia?

¿Qué ángel o demonio te condujo por el cielo refulgente

de la chamanería?

Lo subterfugio escamotea

En el extremo liviano que antecede al salto:

Tu salto ya está dado

Príncipe panteísta

Y sólo nos aguarda el precipicio,

La caída inexorable del segundo reino.





domingo, 3 de junio de 2012

XIBALBÁ


XXIV



Vinieron a buscarme

Y yo estaba dormido;

Pesado como una roca;

Enclavado en el equinoccio de Bonampak.

Tocaron a mi puerta

Y yo no estaba.

¿Qué te habías hecho

Leviatán de ocho cabezas?

¿Dónde dormías gran Dragón Escarlata de la muerte?

Los tres gemelos nacidos de las aguas de Chac

Sabían la talla exacta de mi nombre.

¡Xibalbá!

Replicaba el espejo de los trece cuernos

En mitad de un eco inefable,

Un tumulto de voces entre lo indeterminado y lo lleno,

El todo y la última cifra.

Vinieron por mí

Y yo estaba perdido,

Ausente de mi propia cara.

¿Qué te habías hecho, hijo de la Terra?

¿A dónde se elevaban tus plegarias, amante de la lluvia?

Tu Obsidiana, los treinta pájaros Pich, tu magia roja?

Vinieron por mí

Y yo ya estaba lejos,

Libertado de sus jaulas,

Distante a sus grilletes.

Vinieron,   

Y estaba muerto,

Recónditamente lejos,

Abrazado al halo insospechado de las tinieblas.