XII
Hay que leer el Chilam Balam
Para empezar a comprender la música de
las orillas;
Hay que transitar por sus tablas
astronómicas
Para sopesar las hendiduras en las
rocas
Los racimos, las líneas y los puntos
Que penden en la línea vertical de sus
espejos.
Hay que consultar al astrónomo de
Chumayel
Para sobrevolar el canto de otros
firmamentos,
Saturarse del Libro de los Muertos
Para arribar a las piedras solares y a
sus ríos,
A las tablillas cifradas del abismo
A las señales inquebrantables de sus
sombras.
Hay que escudriñar
Las esculturas rupestres de la noche;
La osa mayor y menor, las pléyades, las
nubes
Para acceder a la música del cazador,
Al señor de las lluvias y los
sacerdocios
Que gravita en sus peregrinajes hacia
Palenque,
Que oscila entre los fluidos luminosos
de la nada:
la antigravitación prefijada de los
astros.
Hay que vagabundear por las esferas
Por Mérida, por Bonampak, por Schuaima
Descifrar las tablas astronómicas de
Chumayel
Para emprender el viaje a las alturas,
Despojarse de tantas mezquitas y
palacios,
De iglesias y de templos
Y dormir desnudo
Entre las piedras luminosas del
orfebre.
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