En Winston Morales Chavarro prima el
conocimiento, la conciencia de la poesía como llave de lo real, como única vía
de aprehensión y comprensión de la vida en su oscuridad y su luz, su
permanencia y su fugacidad, su eternidad y su continua deriva. La lista de sus
libros publicados hasta el presente da fe de ese conocimiento, esa visión
particular (cabe decir, iniciática), esa exploración a través del lenguaje, del
mundo de los otros y de sí mismo en la pureza de la página en blanco —analogía
de lo invisible–, donde toma cuerpo entonces la revelación del poema, última
voz de las cosas, manifestación culminante de la belleza, de la verdad, del ser
en su plenitud y soberanía.
El poema en Winston Morales Chavarro
es corriente de imágenes, pulso del tiempo hecho palabra, corte trasversal de
lo vivido, donde espejea lo absoluto y se convoca una visión, la accésis a
realidades que de otro modo continuarían ocultas en nuestra sique. Desde el
comienzo de su búsqueda, el poeta siempre estuvo interesado en ir más allá de
los territorios aceptados, más allá de los límites meramente anecdóticos a los
que la poesía parece inclinarse hoy. Porque para Winston Morales la poesía es
ante todo desciframiento del mito, anagnórisis en torno del origen y la esencia
de lo humano proyectado en la historia y manifestado en la naturaleza tanto
como en el ser mismo del hombre. Toda la obra poética de Winston Morales puede
decirse que ha girado hace más de veinticinco años en torno a los grandes mitos
de la historia del mundo y de América. Pero no ha sido lo suyo sólo un registro
erudito refundido en metáforas banales, y aunque no sabemos qué impulso secreto
lo ha llevado a explorar desde la juventud ese complejo universo mitológico y
simbólico a partir de fuentes y escrituras sagradas como los Vedas, la Biblia,
el Corán, el Kibalyon, el Tarot, los
códices americanos y la tradición hermética de oriente y de occidente, se
comprende que es a sus lectores a quienes corresponde tratar de seguirlo en esa
aventura del espíritu que a la postre define su propuesta poética.
Por cierto que pocas veces la poesía
colombiana ha hecho suya esta clase de exploraciones, para para muchos, extrañas o bien, esotéricas. Quizá,
como el mismo Winston Morales lo apunta en su libro Poéticas del Ocultismo, sólo Carlos Obregón en su momento es el
mejor antecedente. Yo agregaría a Raúl Henao y a Gabriel Arturo Castro, poetas
contemporáneos cuyas obras comparten el mismo interés por el misterio, lo
onírico y aun el gusto por lo secreto y lo místico.
No obstante, Morales Chavarro es un
poeta esencialmente terrestre, tan próximo al hombre como a la naturaleza; en sus libros están
siempre presentes sus elementos, sus escenarios, sus fenómenos pero también los
anhelos, los sueños, las desazones y los deseos humanos. No hay separación
entre estas dos dimensiones de la realidad. Por ello, sus poemas recientes
parecen regresar a las preocupaciones e
incertidumbres existenciales, aquellas que proceden de la conciencia del
devenir, de la visión profunda, dolorosa que del tiempo y la mortalidad, de una
u otra manera, todos compartimos. En tal sentido, podemos decir ahora que ¿A dónde van los días transcurridos? ,
galardonado con el Premio David Mejía Velilla por la Universidad de la Sabana
en 2014, es quizá el libro más conmovedor, más íntimo y personal del autor, sin
desconocer la altura simbólica y poética de sus libros anteriores.
¿A
dónde van los días transcurridos? marca, sin duda, un giro definitivo en
la poética de Winston Morales Chavarro. Este es un libro en el que la voz del
poeta –refinando experiencia y expresión– expone lo esencial, lo medular mismo
del trasunto vital, donde para encarar, como advertimos, esa compleja
experiencia en torno a la finitud, la fugacidad de la vida, la incertidumbre
del ser frente al tiempo y la muerte, la afrenta del dolor y la miseria del
mundo, sólo es posible la sobriedad en yunta con la intensidad sostenidas sobre
la claridad y la musicalidad de un lenguaje de gran factura que el lector
finalmente reconocerá y agradecerá.
Sin menoscabo de esas calidades antes
señaladas estos textos confrontan entonces una temática sin duda más oscura y
próxima al pathos, al orden de las preocupaciones
sensoriales más íntimas en un tono de gran pureza lírica, sin que olvidemos ni
por un instante, que quien habla es alguien que ha recorrido ya un buen trecho
de la existencia y sabe, conoce a fondo el peso de cada día vivido, el
significado profundo de cada imagen y cada palabra aquí evocadas, salvadas por
y para la poesía:
¿A
dónde van los días transcurridos?
¿Aquellas
pequeñas sombras de lo que un día fue sol?
¿Por
qué nos es tan esquivo eso que llaman mañana?
¿Eso
que asomaba detrás de las montañas como
porvenir?
La
piel se cuaja,
Los
huesos se quiebran
Y
los días corren como briznas de paja en ojo ajeno.
…
Sin embargo, no es este un libro
desesperanzado o pesimista. Diríamos más bien que es un libro lúcido,
consciente de los límites de la existencia cuya belleza sólo puede celebrarse
siempre por ser en efecto pasajera, fugaz, mortal. La índole de estos poemas
nos remite a lo mejor de la poesía metafísica, venida de antiguo, desde los
mismos presocráticos tan atentos al devenir de las cosas y del hombre, como
Heráclito, como Demócrito, como Diógenes, y por poetas como el ya citado
Anacreonte, o clásicos romanos como
Horacio y Ovidio, hasta llegar al persa Omar Kayyam, al inglés John Donne, a
nuestro inolvidable Francisco de Quevedo, pasando por ensayistas como Miguel de
Montaigne hasta esa pléyade de escritores y poetas que en la modernidad han
abordado la conciencia contradictoria de la vida, plena de maravillas y al
mismo tiempo de decepciones y terrores sin cuento. Ecos de tales seres, de muchos poetas y
pensadores insignes resuenan en estas páginas, lo cual en ningún momento
desdice de la originalidad de la propia voz del poeta y en cambio sí la
respalda, la enriquece profundamente, como debe ser.
Al leer estos poemas uno encuentra sobre todo una voz que aunque
escéptica y melancólica por momentos, no llega a convertirse en queja depresiva
y alcanza a iluminar en cambio nuestra propia incertidumbre, nuestra oscuridad.
La poética de Winston Morales
Chavarro seguramente seguirá ahondando en las visiones que de suyo definen el
estilo y la verdad de una obra verdadera, como corresponde a un poeta
auténtico, fiel a la verdad de la poesía y de sí mismo.
Pedro
Arturo Estrada