VIII
Y la casa se fue resquebrajando.
Fue como una fruta fresca,
Expuesta al maderamen de los días.
Entonces se fue hinchando para sí;
Se fue desmoronando sobre la arenisca de la
noche.
Los dedos dolían tratando de frenar su
precipicio,
Tratando de interrumpir lo inexorable:
Cuando algo está al borde del abismo
-como la muerte misma-
No hay ángel o demonio que detengan lo que
Dios pone a rodar.