domingo, 2 de diciembre de 2007

Onírica

Winston Morales Chavarro


Oníris-Óneiros


No saber si todo es un sueño.

Si esto que se percibe es un sueño o la funesta realidad del mundo y sus cosas.
No saber si se despierta o, si por el contrario, se sigue durmiendo en una dimensión que no sea propiamente la física.

No saber si el estar dormido se reproduce en un estadio similar al del sueño.
Es falso, no es verdad, que todo lo que acontece a nuestro alrededor sea la visión más cercana de lo real.
Nada más falso que eso.
¿Y si permanecemos dormidos, en un estado colapsado de la realidad, si nuestra percepción limitada del mundo está enmarcada en la duermevela constante, en el estar acostados, en la aparente aprehensión de lo que hace mucho tiempo ha dejado de ocurrir?

Creerse uno autónomo de lo aparente, de lo cotidiano, de lo que circula a nuestro alrededor.

¿Y si somos el recuerdo de alguien que falleció en el pasado, en el futuro del pasado de otros hombres?
¿Si somos el futuro del recuerdo, el pasado del recuerdo, el presente del recuerdo?
¿Si somos reverberación de energías, puntos de encuentro y enlaces, si somos eso, ventanas por donde hace tiempo ocurrieron los años?
No saber uno lo qué es la vida.
Tener una noción enana de lo que es la muerte.
Creerse uno dueño de sus actos, propietario de su destino.
Creer que lo que hacemos no pertenece al mundo de los impulsos –descargas eléctricas que acontecen en nuestro cerebro-.
Soberbia humana, vanidad esquelética.

Desconocer que todo lo que ocurre al pie de nuestros ojos es mero reflejo, impulso; reflejo e impulso del otro.
La historia –el hombre no es un animal histórico-, la vida, la muerte, el sueño, son supraestructuras, organismos vivos.
Gaia, la tierra, la diosa de la tierra, nuestra madre, es un ser vivo.
Acaso ella, la dueña de nuestros actos, la pulsación eléctrica que ordena la noche.
Triste egolatría la de los hombres. Arrogancia sin límite la de los sujetos que en apariencia gobiernan el mundo. Blair, Bush, Sharon. Payasos, títeres amarrados al mástil del destino.
No saber que por encima de ellos están Urano, Saturno, Júpiter (en orden de antigüedad y jerarquía) y que al lado de ellos, de los dioses, Gaia (esposa de Urano); Rea (compañera de Saturno), y Hera (mujer de Júpiter).
De esas pulsaciones planetarias, de la enorme influencia de las esferas –incluyendo su música- el obrar y proceder de los hombres.
Somos eso, descargas dieléctricas, motivaciones calóricas en sendas cajas de huesos.
Lo demás es apariencia, mero brillo de lo que surge.

Los hombres no somos dueños de nada –acaso de la muerte-, no somos dueños de nuestros días, que se abren por su propia estructura, sin dejar apenas más que unos matices de lo que queremos.

Esbozos, pequeños esbozos sobre un lienzo que no se abre del todo y que está reservado para manos ajenas.

Esa es la vida, un inaccesible cúmulo de pinturas.

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