XXVI
El Príncipe Balám-Quitzé
Ha venido a verme.
Dice llamarse tenebroso, inconsolable.
Trae consigo el laurel de los espejos,
Mientras el hexagrama de sus ritos
Pende en la escalada de la muerte.
El Chamán de la torre derruida
El brujo,
El Poseso último y primero,
Busca en mí no sé qué palacios, qué
doncellas,
Qué muchacha de la Décima Octava
Dinastía.
El Príncipe de la casa nueve
Llamado por Tepeu, “El Gran Ausente”,
Ha venido de nuevo a mi estrella y a mi
árbol,
Ha traído hasta mi casa los macizos de
Tulum,
El oro diluido, su última exégesis.
La muchacha que lo ama, Cahá-Paluná
Viene con el viento.
Su figura alta, farragosa,
Le contempla desde lejos.
“El es el otro”, dice,
Él es el que ama a la que habita más
allá de estos palacios.
El Príncipe de la tarde,
Balám-Quitzé,
Se pasea por los picos de Chichén Itzá.
En la noche de su tumba
Se pregunta sobre la putrefacción de la
materia
Sobre la Serpiente Verde
que nos aguijonea
Sobre la rosa que ha encontrado la cruz
en el desierto.
El Príncipe de la tarde
Ha venido a verme
Estoy preparado para recibirlo,
Estoy desnudo como la tierra negra,
como el sol negro,
Como el cinabrio y la música que
aquieta los perfumes.