VII
El calendario de las grandes Eras,
El de las Civilizaciones abruptas,
Asoma su boca de monolito,
Su espesor de disco de piedra
Sobre el cielo tendido de Kaminaljuyu.
El que reina sobre la montaña
-Perdido en la noche de los tiempos-
Ha despertado de su esfera flotante,
Ha transitado por los elementos del
mundo
Trazando los arabescos del cosmos
Sobre la piel de Obelisco de algunos
terrestres.
¿Qué es lo que está escrito en la Luz de Ixchel?
¿Qué lo que canta la vieja
Zaqui-Nimá-Tziís tatuada en el árbol?
El Señor del cielo
-El que gobierna las anchas colinas-
Ha escrito desde los tiempos
innumerables
El ardor de los ojos
Que miran de frente a las sombras.
Allí,
En estas extrañas inscripciones
Está el lenguaje de la Terra,
Los orígenes ascendentes de los otros
mundos,
La música secreta que reverdece
Sobre los tonos estériles del caos.
¿Cuánto lo dicho por la Guacamaya aguerrida
Que entona con su canto el génesis del
fuego?
¿Cuánto lo expresado por las rocas del
desierto
Antes de variarse el rumbo
De las esponjas oceánicas?
¿Cuánto en el vuelo exquisito de los
colores,
En el constante mensaje de las piedras,
En la permanente cartografía de los
cristales?
El que reina sobre la montaña
-Más allá de estas montañas-
ha escrito desde las edades
innombrables,
desde los espejos esféricos de la noche
el Apocalipsis de las criptas
funerarias,
las láminas de bronce que ensanchan el
camino,
los caracteres e ideogramas
que nos hablan de la transición
entre los otros mundos,
del transporte de la Tierra a los confines de
otro continente.