XXX
LA VISIÓN DE MOLOCH
¡Desgracia a los habitantes de la Tierra!
Arremetió el maligno del infierno
Mientras veíamos discurrir
Las hondas guerras del desierto
Por los pasajes de la arena
Y sus cóleras inflamadas.
¡Desgracia! ¡Desgracia!
Los pájaros de fuego
-Encorvados por la cabellera elástica del
cosmos-
surcaban los laberintos electromagnéticos del
éter
y soltaban por doquier
su huevo de ira y uva venenosa
desvertebrando como un soplo
el país de los cedros y los pinos.
Por entre los montes de Armenia y el Golfo
Pérsico
-En donde alguna vez se situó el paraíso-
vaga ahora, desde la época de las lunas
crecientes,
el hijo de la noche.
Bañado por el Tigris, el Eufrates, el
Nilo y el Pisón
-Revestido como lo que fue, antes de la
rebelión y la caída-
el maligno del infierno
se pasea con sus tentáculos de muerte,
con sus hiedras vengativas y siniestras
destruyendo todo lo que aventure por el mundo.
¡Desgracia a los habitantes de esta Terra!
Vocifera con la fuerza de los acantilados
Y las voces enhiestas de las rocas.
Una cohorte de fantasmas
Le secundan en el canto,
Un séquito de hombres
Le tributan con aceites.
Desde Aurán hasta California ,
Desde las torres reales de la gran Seleucia
hasta las bocas cerradas del Mississippi
se pasea el maligno del infierno
por las llanuras volátiles de Proserpina.
Se doblegan como ramas
Al paso majestuoso de los falsos evangelios.
Sus columnas de humo y fuego
Continúan tatuándose en la tierra
Como una señal de insólitos presagios
Mientras la noche se retuerce
Al florecer del hongo radioactivo
Y el hombre
Evocando la memoria de la Sodoma de los
moabitas
Queda prendido al viento
Como la estatua del Apocalipsis,
La torre de sal de los últimos sepulcros.
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