domingo, 21 de octubre de 2007

Esotérica



Esotérica

Winston Morales Chavarro

1 El cerebro del hombre, su corazón y sus manos son propulsiones eléctricas. Todo en él, dentro y fuera de él, descarga externa, pila sensitiva en la coraza del ser animal. Los actos criminales vienen de esa bujía. También los actos más elevados. De allí, de ese lugar, del mundo-pensante, del sujeto-universo, de lo claro y oscuro, viene la descarga, el disparo divino o maldito, ¿existe alguna diferencia? Todo es descarga eléctrica, nervio, urticaria, enervación respiratoria, muerte. El hombre es un instrumento de sus impulsos, esclavo y amo. Esa corriente que no se explica, arrojo que sale de bien adentro, de lo subterráneo, del timbre y la furia, son las palpitaciones de él, el enamoramiento, la cúpula. El corazón como tal no existe. Dejó de respirar hace rato.-

2 Sólo hay una forma de asumir el tiempo; lo que creemos es el tiempo. El lapso de horas, estación de minutos humanos, lo que concebimos de esas temporalidades físicas, exactas, definidas, se perciben, a través de los sentidos, de una forma lineal, ascendente. No es posible un tiempo sin tiempo –en la mente del hombre- un tiempo lleno de curvas, desprendido del hombre. El tiempo es, siempre es, nunca será, tampoco fue. El tiempo es. Está por encima de consideraciones, limitaciones, demarcaciones. Existe, más allá de todo, vibra, se mueve, gravita.
El tiempo terrestre es un tiempo aburrido, siempre en contraste con una física cuántica, relativista. El tiempo es regresivo, siempre hacia atrás. Cosecho luego siembro, debería de haber promulgado Descartes. La siembra, sus semillas, dependen de lo recogido, de lo almacenado. El tiempo, viejo como la muerte, anciano en el tobogán de la memoria, siempre hacia atrás, en regreso. La música, aquellas canciones de Joao Gilberto, son primero en la memoria, reverberaciones acústicas de un cuerpo mental. Luego viene la mano, la guitarra, el pulso, el sonido. El tiempo fue.
3 La belleza gotea en el rostro de cada individuo. La belleza, como energía, gravita en el éter. Entonces cada mujer –y cada hombre-, reciben de ella ese goteo, el alud de una fuerza que acicala. A veces la belleza sigue goteando, no se desnuda del todo en un espíritu. De allí que muchas mujeres –y muchos hombres, aunque me cueste aceptarlo- se embellezcan, hermoseen sus facciones a través de los años, ingratos lustros de la vida que, por lo general, en lugar de dar, quitan. Hay muchachas cuya belleza, en nuestra noción y perspectiva, tiene su cuarto de hora. Es como si estuvieran maduros y de repente entraran en un proceso de putrefacción, caída inexorable. La belleza parece que no volviera a gotear sobre ellos. Por eso muchos hombres, entre quienes me cuento, se enamoran de la belleza y no de la mujer –del amor, dirán otros-. Es necesario reconocer eso, evaluarlo. El hombre busca en todas las mujeres la belleza, como si quisiera recoger en una, la fuente, el manantial principal, el centro y no la circunferencia. Hay mujeres que llegan a un estado de plenitud, el cual puede durar varios días, meses, incluso décadas. Otras, en cambio, pueden gozar de ese goteo en fracciones de tiempo, limitado en extremo. De hecho, cuando volvemos a verlas, cuando contemplamos sus ojos, no las reconocemos por menos bellas. Es como si fueran otras, como si el tiempo hubiese sido maligno con su alma. La belleza es desleal –no infiel-, abandona cierto cuerpo sin ninguna conmiseración, sin previo aviso, sin el mensaje necesario para la despedida y el viaje.

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