XXII
PAPIRO A LAS HERMANAS
DE LÁZARO
Paseaban
en las mañanas por los monasterios de Betfagé.
Las
veía con los párpados apagados
Por
el insomnio que me causaba
La
oscuridad de sus cuerpos.
Sabía
la hora de su tránsito
Sabía
que desfilaban desnudas por las escalinatas del bosque
Antes
del amanecer
Y el
rumor descollante de los planetas.
Eran
Marta y María
Hermanas
de Lázaro,
Eran
como dos gotas de lluvia
Sobre
las arenas desérticas de Caparnaum,
Como
el pétalo del crepúsculo
Sobre
las noches brumosas de Tiberíades.
A
pesar de la segunda resurrección de la carne
Seguían
pensando en levantar en tres días la casa,
En
resucitar al Betanio
Para
contagiar de belleza a los escribas del templo.
Aun
tras la muerte del Nazareno, permanecían bellas
Bellas
hasta la saciedad de los últimos caminos.
Lo
único que las diferenciaba
Era
el aroma inescrutable de sus ropas
El
color de sus labios
Retocados
por la espesura del bosque.
Paseaban
en las mañanas por los monasterios de Betfagé.
En
su vorágine vegetal por las riberas del río
Desfilaban
desnudas igual que gladiolos, cajetos o sauces llorones
En
su travesía hacia las lámparas encendidas de las tinieblas.
Ni
el azulejo, ni las chicoras, ni los cafhíes
Provocaban
en mí, tantas cosas hermosas
Como
el sonido de sus voces
En
el traspatio de aquellas casas lejanas.
Eran
insoportablemente hermosas
Lozanas,
pensativas
Altas
como los abetos de las sinagogas
En
donde remontaban sus canciones
Y
sus oraciones de vírgenes distantes.
Mientras
un pecador como yo
Padecía
sus encierros, soportaba sus angustias
Y
enfrentaba su calvario
Ellas
ingenuas
Doblemente
ingenuas
Triplemente
hermosas
Cantaban
el desprecio hacia los hombres de la tierra.