José Asunción Silva
Milcíades Arévalo (*)
“A los viajeros del alba”
José Asuncion Silva
Mi interés por la poesía, especialmente por la poesía colombiana, es
muy remoto. La primera vez que tuve en mis manos un libro de poemas, las
palabras despedían un casto olor alcanforado que me crispó los pelos.
Entre los poemas que nos dejó Julio Flores (l867-l923), hay un reguero
de brumas, lágrimas, cadáveres y bambucos que en noches de luna y
calles solitarias algún guitarrero se atrevía a cantar a su amada con
suma melancolía. En alguna de esas calles, José Asunción Silva
(l865-l896) hijo predilecto del modernismo, asomó la cabeza por la
ventana de su habitación, solemne y cargado de melancolía dijo:
“¡La sombra! ¡Los recuerdos! La luna no vertía
allí ni un solo rayo… Temblabas y eras mí”.
Bella época en la que una rosa era una rosa, y el poema un vaso
santo. Lástima que el perfume de la rosa no alcanzó a perfumar su vida,
porque cuando menos se esperaba se pegó un tiro en el corazón “porque le
dio la gana”. La bala le atravesó el corazón, y según sus biógrafos y
mentores, también le atravesó el corazón a Elvira: ¡Oh, las sombras que
se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas…”
Años más tarde me encontré con la poesía que nos hacía falta para
derrotar la bruma melancólica de los años anteriores. Si bien la obra
poética de Porfirio Barba-Jacob (l883-l942), quien podría considerarse
un caso aislado en nuestra lírica, “va a influir de manera decisiva en
la evolución de nuestra lírica” (l), son los poetas de la alegría los
que trazan los derroteros de nuestra poesía actual: Ciro Mendía
(l892-l979), Luís Carlos López (l883-l950), y Luís Vidales (l904-l990),
risueño como un niño, “con un tacto nuevo, tan nuevo que sorprendió a
las cosas y a los hombres, lo que le permitió ser el único poeta de
vanguardia, realmente, en nuestra historia. Superaba “Gotas Amargas” de
José Asunción Silva, donde había menos poesía y muchas amarguras;
superaba los antipoemas de Luís Carlos López, porque Vidales resultaba
más afirmativo; le daba una respuesta diferente a la poesía romántica,
que sería la de León de Greiff (l895-l976) –nuestro último gran
romántico -, al capitalismo que nos invadía, e inauguraba el humorismo
sano, fértil, inteligente, de buena gana, como la faceta más difícil de
la poesía, sosteniéndolo como el instrumento temperamental más eficaz
frente a una sociedad que era entregada en aras de su desarrollo al
apetito extranjero. También daba comienzo, entre nosotros, a la llamada
posteriormente poesía conversacional, y sobre todo a la literatura
urbana en su mejor dimensión, cosa que jamás se recuerda. Su ruptura
provenía de la calle, del paraguas, del barrio, del teléfono, del cine,
de la cámara fotográfica, de los diarios, del reloj, del aeroplano, de
todo cuanto iba a ser el Siglo XX” (2). Desde la aparición de Suenan
Timbres hasta hoy, ningún otro poeta colombiano ha superado esa alegría y
humor, perenne y permanente de Vidales, quien haciendo sonar el nítido
timbre de su voz, decía en l926:
“Pero el dulce muchacho de mi niñez
hace mucho tiempo se ha marchado
yo no sé para dónde”.
Al sur, mucho más al sur, en un paraje edénico del universo, a la
vuelta del solar natal, muy cerca del amor fraterno y de la tierra
generosa, renovado en pasión por el hombre y las cosas elementales,
apareció Aurelio Arturo (l909-l974). Desde muy lejos traía entre sus
manos la serenidad de los años, el aroma de la tierra fresca. Y traía
también Morada al Sur. “Marginal, discreto, la fluida y parca vena de
agua de su poesía corre inextinguible: permanece” (3). Así escribía, y
también cantaba Aurelio Arturo:
“En las noches mestizas que subían de la hierba
jóvenes caballos, sombras curvas, brillantes,
estremecían la tierra con su casco de bronce”.
Pero la poesía es un río sin orillas, nadie la detiene. “Se
rejuvenece y se abre cuando abandona los cauces ya trazados y explora lo
que otros poetas del mismo momento histórico están haciendo en el
propio o en otros idiomas” (4). Tal es el caso de los poetas agrupados
en torno a “Piedra y Cielo”: Arturo Camacho Ramírez, Eduardo Carranza,
Jorge Rojas, y entre los de “Cántico”: Fernando Arbeláez, Fernando
Charry Lara, Eduardo Mendoza Varela…
Álvaro Mutis, el gran Álvaro, desde los hospitales de ultramar,
suelta las amarras del velero y sale de viaje con Maqroll y descubre
“una nueva poesía y una nueva crítica”, al decir de Andrés Holguín.
Pasajero del mundo, habitante de hoteles derruidos y barcos oxidados por
la soledad, habitante de sórdidas pensiones, aún le quedaba tiempo de
elevar una plegaria, casi un aullido de delirios como este reclamo,
desgarrador y brutal:
“Ilumina el dormitorio del payaso, ¡Oh, señor!
Fue como un presagio para lo que vendría después. Las calles de las
ciudades comenzaron a llenarse de hambrientos desplazados de su terruño,
los cinturones de miseria hicieron su agosto y el dolor y la tristeza
parecían no tener fin: el pueblo se desbordó en rabia y apareció la
violencia con su reluciente guadaña. La violencia engendró una de las
peores crisis, en lo social y en lo estético, y los poetas que
verdaderamente tenían mucho qué decirnos, marcados por el dolor, se
fueron muriendo de patria… Jorge Gaitán Durán (l924-l962), por ejemplo,
quien decía:
“Suelo buscarme
en la ciudad que pasa como un barco de locos por la noche”.
Jorge Gaitán Durán
Gonzalo Arango
Y después se nos murió Eduardo Cote Lamus
(l928-l964), y también Gonzalo Arango (l93l-l976), que no era “poeta”
sino “profeta” de una aventura al servicio de lo maravilloso, El
Nadaismo. Entre sus integrantes más representativos estaban, entre
otros, Amílcar U, Darío Lemos, Elmo Valencia, Eduardo Escobar, Armando
Romero, Jaime Jaramillo Escobar, Jotamario Arbeláez y otros.
Gonzalo Arango tuvo la osadía de rebelarse contra los moldes
imperantes en la sociedad y contra la estética de su tiempo. Con él
salieron a las calles poetas de brujean y barba casposa, sin pelos en la
lengua y comenzaron a despotricar contra los gramáticos de la Academia y
contra los intelectuales. “Esto, unido al lenguaje procaz, las
brillantes paradojas y el rechazo a cualquier actividad burguesa
productiva despertaron la curiosidad primero e inmediatamente después la
difusión de sus ideas no sólo en el ámbito nacional sino también
internacional” (5). Las fronteras fueron abiertas para darle paso al
existencialismo criollo y al surrealismo, tanto que ebriedad ya no
rimaba con castidad sino con Sartre y el marqués de Sade – esteta del
sufrimiento -, fue tan cotidiano como cualquier peatón. Era el tiempo
del Jazz, de Brigitte Bardot, de iniciación a nuevos goces; la marihuana
y la música tendieron los primeros puentes hacia el territorio del
asombro, Pero ese territorio ya no era rural ni bucólico sino urbano,
con olor a metal, a gasolina, a ropas tendidas en las terrazas, a los
beatniks. Mario Rivero (l935) ocupó el mejor lugar entre los poetas
urbanos:
“Entonces
era verano sobre el tiempo y las frutas
Los muchachos jugábamos
al fútbol
al bueno y al malo
en las tardes
con olor a azafrán
frente a la fábrica
donde yo iba a ser hombre”.
Jaime Jaramillo Escobar (l932), tan lúcido como Heráclito, estudioso
de los Proverbios, de Blake, de Whitman, de los poetas de las Mil y una
noches, “surgido en medio del apocalipsis nadaísta, se ha convertido
así, paradoja última, en el autor de una obra que sin renegar del
nadaismo lo prosigue en un nivel más alto y a la vez más profundo: el de
la auténtica poesía” (6). Ahí están por ejemplo Los Poemas de la
Ofensa. En uno de sus poemas, Telegrama de Cuero, nos resuelve toda una
noche de bodas:
“Era el bazar del amor y los mozos disfrazados de gitanos
agitaban panderetas y pañuelos rojos
en memoria de una gota de sangre”.
Jaime Jaramillo Escobar
Jotamario Arbeláez (l940), a su modo y de manera genial, rompe los
lazos del sortilegio de la edad media de las vanguardias anteriores y
su poesía “evoluciona y se hace vibrante, un tanto absurda y saltarina”
al decir de Armando Romero o como lo advirtió Aldo Pelligrini en su
Antología de la Poesía Viva Latinoamericana: se sumerge en el
surrealismo para arañar su propio cielo poético, aunque también aprende
mucho de Altazor y de sus saltos al vacío, o del aluvión orgiástico de
Henry Miller, ya que su obra vuelve mucho sobre sí mismo revisándose
para inventarse públicamente” (7):
“Dios creó el mundo
Creo también todas las cosas
Pero el poeta les nombre
Le dijo Dios a Dios
Al mundo mundo
Le dijo cosa a cada cosa”.
Pero esta corriente poética no daba tregua, ni los movimientos
poéticos tampoco y surge La Generación Sin Nombre, que entre sus
integrantes tenía entre otros a: Harold Alvarado Tenorio, Darío
Jaramillo Agudelo, Juan Gustavo Cobo Borda y unos cuantos más. Juan
Gustavo Cobo, tratando de ser amable con el poetariado colombiano, les
pregunta desde el fondo de un salón de té:
“Como escribir ahora poesía
por qué no callarnos definitivamente
y dedicarnos a cosas mucho más útiles”.
Sin embargo es Darío Jaramillo Agudelo (l947) quien mejor nos ilustra
acerca de la “generación sin nombre”, y del tono generacional de la
nueva poesía colombiana:
“Tu lengua, látigo sagrado, brasa dulce”
“Cuando se habla de la Generación sin nombre, se suele mencionar muy a
la ligera el nombre de Miguel Méndez Camacho (1942). Grave error. Supo
Miguel Méndez muy pronto que lo suyo era lo urbano, cantar la exaltación
del momento, volver lo efímero perdurable. Si Rogelio Echavarría con El
Transeúnte y los Nadaístas ya habían abierto una nueva puerta de la
poesía colombiana hacia una región desconocida para ella, lo coloquial,
atreverse a cantar a una ciudad sin maquillaje, inventar una poética de
lo sórdido y del milagro, fue con Mario Rivero quien con Poemas Urbanos
le dio carta de ciudadanía a este nuevo registro, aspecto que sería de
gran utilidad para el joven Méndez Camacho, quien a su vez consideró que
cualquier asunto, inclusive el más amargo, por antipoético que sea,
puede alcanzar la estatua de la alta poesía”. (8)
“La caricia es culpable
que te vuelvas gacela y amazona
pantera en celo
potra rebelde
paloma quejumbrosa”.
Juan Manuel Roca (l946), que ya estaba grandecito para enfrentarse al
poema, nos salió al paso con La mujer que lava el agua, y comenzó a
deslumbrarnos con el preciosismo de su magia surrealista de ambiente
latinoamericano, entremezclando lecturas de ebriedad con Rimbaud,
imágenes oníricas con formulas secretas de Tralk. A partir de allí
la poética colombiana se despierta en otra cama y Juan Manuel Roca
publica Fabulario Real, donde dice cosas que ha visto en sueños:
“El colibrí era también otro temblor del aire”.
“El arte de Juan Manuel está definido por la imagen, como responsable
de la permanente transmutación de la realidad. Su poesía es un fabuloso
ejercicio de la imaginación, no sólo como creador, sino también por la
capacidad de su verso para someter al lector a las reglas fantásticas de
su universo poético, que sin embargo nos remite siempre a lo bello o
lamentable de nuestra condición de ciudadanos de la violenta realidad
del sueño. El resultado de leer a Roca es el de quedarnos atrapados en
la riqueza de posibilidades significativas de sus poemas, en la
actualización de sus muchos sentidos. Es tan fuerte su mundo mágico,
poderosamente imaginativo y onírico, tan visual y sensitivo, que uno
podría olvidarse de que el poema está hecho de palabras cuando entra a
ser habitante de un país surreal. Que sigue siendo el nuestro” (9)
Después de Roca comienzan a aparecer poetas en todos los rincones de
la patria, la mayoría apenas con buenas intenciones, pero otros, muy
pocos, con muchos aciertos. Ya no se trataba de cambiar de oficio sino
de reafirmarse en el oficio. Su verdad no era otra que la poesía y
echaban llamaradas por la boca, incendiándonos. El porvenir comenzaba
ahora mismo. Era como si los oficiantes del verbo se hubieran reunido en
un concilio para delirar por la belleza. José Manuel Arango, “desde su
primer libro, desde su primer poema, parecía estrenar un mundo e
inaugurar un tono que serían, en adelante, inconfundibles. Lo melodioso
de la versificación, asordinada, como si fuese un efecto natural de las
palabras, los acentos casi disueltos en el fluir del verso, las
aliteraciones sabiamente dispuestas y atenuadas para evitar toda
estridencia. Desde el primer poema, unas constantes: temas, metros,
acentos, imágenes. Cambia, sí, crece, asimilando, incorporando nuevas
sustancias. Conserva el timbre, la calidez de una voz que conocemos y
reconocemos, aun en los momentos en que ciertas urgencias de lo
inmediato lo obligan a hablar de sangre, de torturas, de la muerte en la
calle… La poesía de Arango no se torna protesta, si por tal se entiende
una opinión expresada en verso acerca de la situación del país. Fiel a
su poética, sus poemas son imágenes o relatos: aterradores, sin
embellecimientos que disimulen la crueldad, sin sublimaciones. Su poesía
surge, entonces, de lo preciso de la visión, de lo tenso del lenguaje. Y
la protesta queda en los labios del lector, no en el texto del poema”
(10)
“el viento trae una ráfaga
de rotas banderas
y los que se amaron
hasta el canto del gallo
rendidos y desnudos
de la mano
van por un mismo sueño”.
En medio de ese huracán de poetas que pretendían dejar su ella en la
década del 80, me llegaron las voces de un fauno que vivía a la orilla
del Sinú, componiendo versos delirantes, comiendo mango biche y que se
la pasaba tirándole piedrecitas al fondo del cielo. El acento visceral
de su poesía era violento, tan corajudo y violento como él solo. Sus
versos nos adentraban en su delirio rompiéndonos la brújula del destino.
Iluminado como Rimbaud, loco como Artaud, sagrado como Blake. Hablo de
Raúl Gómez Jattin (l946 -1997). No estaba afiliado a ninguna escuela ni
creía en él mismo. Únicamente en la vida, si es que su vida pudo
llamarse eso: una tragedia. Es cosa de volverse loco. “La poesía me ha
deparado locura, pobreza y soledad. Pero también me ha traído a mi vida
ocio, amistad y gran alegría”, me explicó una tarde. Yo no sé por qué a
veces la vida y la muerte nos parecen la misma cosa. ¡Yo no sé!
“Airoso en su galope
levantó la mano armada
hasta su sien
y disparó:
suave derrumbe
del caballo al suelo
Doblado sobre un muslo
cayó
y sin un gemido
se fue a galopar
a las praderas del cielo”.
Jaime Jaramillo Escobar, con la misma sutileza de un jardinero de
Dios, celebró los versos de Raúl con estas encendidas palabras que
son pura dinamita: “Eres el viento, eres un potrillo, eres el río que
arrasa, no limitas con nada, no tienes cuñados en el cielo, no tienes
participación en la bolsa de valores, eres un bruto, eres Atila, eres el
mismísimo Adán, Dios en persona completamente loco deshojando bosques y
tirándoles las hojas al aire, eres el ciclón, la barriga pelada, el
escándalo furioso, todo lo que yo no soy ni hay aquí poeta que lo sea,
eres el fauno, el unicornio, el centauro, el volcán, eres el putas!”
(l1).
“Los poetas que vienen después del auge del nadaísmo y que comienzan a
publicar sus primeros libros a fines de la década del 70, hablan de la
generación sin nombre, la antipoesía, la poesía política, la poesía de
la imagen y la poesía narrativa. La utilidad descriptiva de su
clasificación alude más a influjos que al carácter específico de cada
escritor. Mediante su lectura podríamos detectar el influjo de poetas
tales como Cavafy, Borges, Octavio Paz, Lezama Lima, Ernesto Cardenal,
Alejandra Pizarnik, los surrealistas, los beatnik, la más reciente
poesía latinoamericana, la vertiente latinoamericana del surrealismo, y
un desdén inexplicable por la tradición poética española. Flotamos,
entonces, en la luz, perdidos en el asombro de la dicha, incrédulos de
que la felicidad sea por fin esa palabra que podemos palpar como quien
acaricia un cuerpo, tan resistente como vulnerable, tan fragmentario
como único” (12).
A lo largo de este viaje por la poesía colombiana, he conocido a
muchos poetas cuyas propuestas me asombran, entre otros Giovanni
Quessep, William Ospina, Helí Ramírez, Víctor Manuel Gaviria, Raúl
Henao, Guillermo Martínez González, Rómulo Bustos, Fernando Linero,
Horacio Benavides, Winston Morales Chavarro, Felipe García Quintero,
Ramón Cote Baraibar, Juan Felipe Robledo, Jorge Bustamante García,
Rafael Del Castillo, Hernán Vargas Carreño, Flobert Zapata y muchos más.
La poesía es como un pez en un espejo, una búsqueda incesante que
todos los días empieza. Los que leen poesía con sentido crítico, a lo
sumo pierden el tiempo porque la poesía se debe leer como un canto. Y
el que no canta es que no es poeta o el pájaro está muerto. A los malos
poetas los veréis siempre en todas partes, hasta dando declaraciones
por televisión.
Cuando a Gabriel García Márquez le dieron el premio Nobel, lo mejor
que pudo decir esa noche en que casi toda Colombia estaba en Suecia,
fue su discurso en honor a la poesía. Porque todo lo que el hombre tiene
de bestia y de humano está en la poesía. Porque todo lo creado y lo
imaginado y aún lo soñado está en la poesía. El poeta es un dios como
Prometeo y también tan elemental como Francisco el hombre, capaz de
soñar un mundo a su medida, no para competir con Dios sino para dar
testimonio de la vida, del cielo y del infierno, acrecentando la
fantasía, haciendo más grato el universo humano. Porque sin poesía no
hay mar y sin el aire el pájaro no vuela. Cuando el arte está
domesticado no comunica ni crea nuevos mundos. La poesía toda debe
servirnos para completar la historia del hombre sobre la tierra. El
oficio del poeta es hacer verdadera poesía. Si bien es cierto que el
nuestro es un país de poetas, la verdad es que no hay verdaderos
poetas, pero los hay. Búsquenlos en la provincia, en las páginas de las
revistas marginales de literatura y en esos libritos que aparecen por
ahí sin ganas de hacerle mal a nadie
Otro punto muy importante que hay que destacar en la poesía
colombiana, es la existencia de una producción poética femenina,
“particularmente valiosa no solo como actitud sino que ya se concreta en
realizaciones apreciables”, como señala Juan Gustavo Cobo Borda. Ahí
están las voces inconfundibles de Emilia Ayarza, Laura Victoria,
Matilde Espinosa, María Mercedes Carranza, Piedad Bonnet Vélez, Orietta
Lozano, Lucía Estrada, Luz Helena Cordero Villamizar, Tallulah Flórez ,
etc. Resulta innecesario nombrarlas a todas aquí, pero cada una va por
el mundo con su poema a cuestas, con su verdad y sus sueños
entretejidos con telarañas y aburrimientos domésticos que nos ponen en
contacto con una poesía muy particular, con nombre propio, más intensa y
más viril, si se quiere, que la de tantos poemas supuestamente eróticos
escritos por hombres. Veamos:
“La pirueta lírica de María Mercedes Carranza (l945) causa tanto
asombro como desconcierto. Una amplia cultura se adivina detrás de estos
versos sin bellezas formales pero con mucho talento unido a un evidente
sentido poético. Realista, amarga a veces, con angustia real
–contenida- ante la muerte, irónica –por contraste- ante las cosas
cotidianas, ha sabido buscar una vena poética muy original,
personalísima, Es muy auténtica en todo ello, incluso en su actitud ante
el amor, que es en realidad nueva dentro de la poesía más reciente.
También son auténticas su rebeldía, su insubordinación. Y, muy de cerca
del nihilismo, se salva por su confianza en la amistad y en el amor”
(13).
“Como si nada las personas van y vienen
Por las habitaciones en ruinas,
Hacen el amor, bailan, escriben cartas”.
María Mercedes Carranza
Orietta Lozano (l956), quien pacientemente ha venido ocupando un
lugar seguro en la poesía colombiana, y más exactamente, en la poesía
erótica, toca la cotidianidad de nuestras vidas con una sutil
aprehensión erótica, como si temiera hacernos daño, pero está probado
que el amor no hace daño, tampoco el erotismo. Orietta es transparente,
así nos desbarate la razón. Lo ha demostrado en tres de sus poemarios:
Fuego Secreto, Memoria de los Espejos y El Vampiro Esperado, como
también en su novela Luminar. No sé si para entregarnos su cuerpo,
para gritar en la soledad de un cuarto vacío o para desbaratarnos el
alma, dijo en uno de sus poemas:
“La noche vuelve secreta
a tentar mi cuerpo
me penetra lenta y suave
me abro
como una flor nocturna”.
Octavio Gamboa, al referirse a la poesía de Orietta, dice: “Ella
busca su sitio en la luz, sin preocuparse por lo que pueda ocurrir más
allá de la frontera de lo tenebroso. Por eso su poesía es elevada y
sencilla al mismo tiempo, ilógica y clara, llena de seres transparentes y
de oscuros gemidos nocturnos. Es una poesía que participa de todos los
dones del cielo y de la tierra y, yo no diría que está más cerca de la
felicidad que de la angustia” (l4).
La poesía está en todas partes, lo dicen los que viven a la orilla
del mar y los que viven en las altas montañas de los Andes. Las voces
de la poesía colombiana son tan múltiples como sus imágenes. No
pretendo verificar el rumbo ni nombrar a sus creadores ni alabar sus
aciertos o desaciertos, sino tender un puente entre la poesía y los
poetas, para que la belleza y la vida sigan su curso.
Notas y Comentarios de:
(1) Holguín, Andrés. Antología Crítica de la Poesía Colombiana (Tomo I). Tercer Mundo Editores. Bogotá, l979.
(2) Peña Gutiérrez, Isaías. La Obreriada de Luís Vidales. (Prólogo)
Lecturas Dominicales de El Tiempo. Bogotá, Agosto l2 de l978.
(3) Cobo Borda, Juan Gustavo. Poesía Colombiana. Aurelio Arturo: La Palabra Original. Universidad de Antioquia. Medellín, l987.
(4) Cobo Borda, Juan Gustavo. Morada al Sur (Prólogo). Monte Ávila Editores. Caracas, l975.
(5) Cobo Borda, Juan Gustavo. Poesía Colombiana. El Nadaismo. Universidad de Antioquia. Medellín, l987.
(6) Cobo Borda, Juan Gustavo. Poesía Colombiana. El Nadaismo. Universidad de Antioquia. Medellín, l987.
(7) Holguín, Andrés. Antología Crítica de la Poesía Colombiana (Tomo II). Tercer Mundo Editores. Bogotá, l979.
(8) Cote Baraibar, Ramón.(Prologo) Instrucciones para la nostalgia de
Miguel Méndez Camacho. Colección de poesía. Universidad Nacional,
Bogotá, 2009.
(9) Iriarte, Miguel, Juan Manuel Roca, Poeta de la Imagen. Suplemento
Intermedio del Diario del Caribe, Barranquilla, Octubre 2 de l983.
(10) Jaramillo Escobar, Jaime. Carta a Raúl Gómez Jattin. Cereté. Sept l7 de l983.
(11) Jiménez P, David. Poemas Escogidos de José Manuel Arango (Prólogo).
Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia, Medellín, l988.
(12) Holguín, Andrés. Antología de la Poesía Colombiana (Tomo II). Tercer Mundo Editores. Bogotá, l979.
(13) Gamboa, Octavio. La Poesía de Orietta Lozano, Periódico El Pueblo. Cali, Septiembre 27 de l983.
(14) Cobo Borda, Juan Gustavo. Poesía Colombiana (Prólogo). Universidad de Antioquia. Medellín, l987.
(*) Colaborador de El Magazín