martes, 21 de febrero de 2012

GUCUMATZ



 
VIII               






En la octava casa lunar,

Donde riela la luz del último eclipse,

Se levanta de su ciclo solar

Gucumatz, La Serpiente-pájaro.

Como tirado por el más pequeño de los rayos

Gucumatz, hijo del viento,

queda impreso en la roca,

Sobrevuela las inmediaciones de los cultivos

La curva vertiginosa de los espejos.

Este viajante de arabescos en el rostro,

De inscripciones y notables escrituras en sus manos,

Conoce la conmoción de los planetas,

Los holocaustos futuros de las montañas.

En la octava casa del aguador

En torno al fulgor de la sangre derramada

En medio de pequeñas esferas,

De cuarzos y terracotas flotantes

Gime y se levanta su esposa.

Río arriba de lo que yace en la muerte

-Entre el meso-aire inextricable de las sombras-

Se encuentran las oquedades del cosmos,

El símbolo fausto de los martillos,

Los brazos inertes de las espadas.

Allí las otras inscripciones;

El retorno de los paladines,

De las flechas,

De la luz desnuda;

Allí los otros arabescos:

La franja larga del inconexo génesis,

La caverna angosta de las profecías,

El vórtice ininteligible de las columnas.














lunes, 20 de febrero de 2012

KAMINALJUYÚ



VII





El calendario de las grandes Eras,

El de las Civilizaciones abruptas,

Asoma su boca de monolito,

Su espesor de disco de piedra

Sobre el cielo tendido de Kaminaljuyu.

El que reina sobre la montaña

-Perdido en la noche de los tiempos-

Ha despertado de su esfera flotante,

Ha transitado por los elementos del mundo

Trazando los arabescos del cosmos

Sobre la piel de Obelisco de algunos terrestres.

¿Qué es lo que está escrito en la Luz de Ixchel?

¿Qué lo que canta la vieja Zaqui-Nimá-Tziís tatuada en el árbol?

El Señor del cielo

-El que gobierna las anchas colinas-

Ha escrito desde los tiempos innumerables

El ardor de los ojos

Que miran de frente a las sombras.

Allí,

En estas extrañas inscripciones

Está el lenguaje de la Terra,

Los orígenes ascendentes de los otros mundos,

La música secreta que reverdece

Sobre los tonos estériles del caos.

¿Cuánto lo dicho por la Guacamaya aguerrida

Que entona con su canto el génesis del fuego?

¿Cuánto lo expresado por las rocas del desierto

Antes de variarse el rumbo

De las esponjas oceánicas?

¿Cuánto en el vuelo exquisito de los colores,

En el constante mensaje de las piedras,

En la permanente cartografía de los cristales?

El que reina sobre la montaña

-Más allá de estas montañas-

ha escrito desde las edades innombrables,

desde los espejos esféricos de la noche

el Apocalipsis de las criptas funerarias,

las láminas de bronce que ensanchan el camino,

los caracteres e ideogramas

que nos hablan de la transición

entre los otros mundos,

del transporte de la Tierra a los confines de otro continente.




sábado, 18 de febrero de 2012

DICOTOMÍA (O DE LOS INDIGNADOS)


Dicotomía
(O de los indignados)


Hamlet, príncipe de Dinamarca y personaje monumental de William Shakespeare, afirmaba: ser o no ser, esa es la cuestión. 
El aforismo del joven danés no es aplicable en la sociedad contemporánea, por lo menos la nuestra, donde vivimos ataviados de consumo, capitalismo, egocentrismo, opulencia y profusión. 

No es factible ocuparnos de la duda, de la pregunta existencial del personaje de Shakespeare sobre el Ser, la esencia o las luminiscencias del alma y del cuerpo. En nuestras sociedades modernas el aforismo se transforma en No Ser o Tener. Esa parece no la cuestión sino el requerimiento inmediato, la carrera loca del acumular, del tener, del poseer, sin importar los medios, las terribles, casi demoníacas consecuencias
.
Occidente, sobre todo Estados Unidos, se ha afanado por levantar edificios, dejando abajo los espíritus. El “progreso”, el desarrollo económico, el potencial bélico, no garantizan que un país sea maduro o posea conciencia, algo que se percibe en India, China, Japón, Irán o Irak, considerados, algunos de ellos, países tercermundistas o pobres. 


El sistema nos empuja, nos acorrala en la dicotomía del No Ser o del Tener. La mayoría de nuestras culturas perecen, abandonan la lucha, se entregan en las aguas escatológicas del sistema: compra + consumo + acumulación + apariencia: simulación. 

No hay nada más gracioso que ver a un hombre “moderno” buscando su autocomplacencia en los centros comerciales (como si quisiera abarcar en un segundo todas las cosas de las que estuvo privado por décadas). Atrás el Ser, algo que creemos compensar con una misa los domingos; atrás la esencia, el crecimiento espiritual, el progreso intelectual y académico –aunque eso de los cartones, de los doctorados, no nos salvan de purgatorios-. 

“Te veo mal”, me dijo un amigo de apellido Guzmán cuando me vio andar en bicicleta por las calles polvorientas de la amurallada. Lo lógico es que el profesor universitario se movilice en un automóvil, al menos en uno de esos carros chinos que llegaron a 18 millones de pesos. Un hombre de éxito, un hombre de la clase emergente no puede rebajarse a esas situaciones: andar a pie, montar bicicleta, ir a mercados populares. 

Un hombre “triunfador” ostenta cierta aura, así sea artificial, cierta aureola dada por las tarjetas de crédito, los bancos. Entonces anda por las vías con paso seguro, lleno de vacío, de oquedad, de frivolidad. Su afán es tener más que el vecino, poseer más que el vecino, tener más de lo que tuvo su padre. Y no hay nada peor que el vecino tenga un carro más fino que el suyo, una mujer más bonita que la suya, una casa con mayores lujos que la suya.

No Ser o tener, esa es la cuestión. Esa red, esa telaraña que se teje desde afuera, atrapa sin piedad, sin misericordia. Ese es el camino, la vía, la lógica existencial del hombre contemporáneo. Cuando los medios nos repiten a diario que seremos mejores si usamos tal o cual producto, que seremos hombres y mujeres de éxito si asumimos tal lenguaje, tal idea, tal producto, es muy complejo sustraerse de dicho simulacro, de tal axioma o decreto. 

Los medios determinan lo que somos y lo que seremos. El consumo nos atrapa, nos envuelve. Al final no es el hombre quien consume, quien decide; es el mercado quien determina lo que se debe consumir.
No Ser o tener, esa es la cuestión.