Dicotomía
(O
de los indignados)
Hamlet, príncipe de
Dinamarca y personaje monumental de William Shakespeare, afirmaba: ser o no
ser, esa es la cuestión.
El aforismo del joven danés
no es aplicable en la sociedad contemporánea, por lo menos la nuestra, donde
vivimos ataviados de consumo, capitalismo, egocentrismo, opulencia y profusión.
No es factible ocuparnos de
la duda, de la pregunta existencial del personaje de Shakespeare sobre el Ser,
la esencia o las luminiscencias del alma y del cuerpo. En nuestras sociedades
modernas el aforismo se transforma en No Ser o Tener. Esa parece no la cuestión
sino el requerimiento inmediato, la carrera loca del acumular, del tener, del
poseer, sin importar los medios, las terribles, casi demoníacas consecuencias
.
Occidente, sobre todo
Estados Unidos, se ha afanado por levantar edificios, dejando abajo los
espíritus. El “progreso”, el desarrollo económico, el potencial bélico, no
garantizan que un país sea maduro o posea conciencia, algo que se percibe en
India, China, Japón, Irán o Irak, considerados, algunos de ellos, países
tercermundistas o pobres.
El sistema nos empuja, nos
acorrala en la dicotomía del No Ser o del Tener. La mayoría de nuestras
culturas perecen, abandonan la lucha, se entregan en las aguas escatológicas
del sistema: compra + consumo + acumulación + apariencia: simulación.
No hay nada más gracioso
que ver a un hombre “moderno” buscando su autocomplacencia en los centros
comerciales (como si quisiera abarcar en un segundo todas las cosas de las que
estuvo privado por décadas). Atrás el Ser, algo que creemos compensar con una
misa los domingos; atrás la esencia, el crecimiento espiritual, el progreso
intelectual y académico –aunque eso de los cartones, de los doctorados, no nos
salvan de purgatorios-.
“Te veo mal”, me dijo un
amigo de apellido Guzmán cuando me vio andar en bicicleta por las calles
polvorientas de la amurallada. Lo lógico es que el profesor universitario se
movilice en un automóvil, al menos en uno de esos carros chinos que llegaron a
18 millones de pesos. Un hombre de éxito, un hombre de la clase emergente no
puede rebajarse a esas situaciones: andar a pie, montar bicicleta, ir a
mercados populares.
Un hombre “triunfador”
ostenta cierta aura, así sea artificial, cierta aureola dada por las tarjetas
de crédito, los bancos. Entonces anda por las vías con paso seguro, lleno de
vacío, de oquedad, de frivolidad. Su afán es tener más que el vecino, poseer
más que el vecino, tener más de lo que tuvo su padre. Y no hay nada peor que el
vecino tenga un carro más fino que el suyo, una mujer más bonita que la suya,
una casa con mayores lujos que la suya.
No Ser o tener, esa es la
cuestión. Esa red, esa telaraña que se teje desde afuera, atrapa sin piedad,
sin misericordia. Ese es el camino, la vía, la lógica existencial del hombre
contemporáneo. Cuando los medios nos repiten a diario que seremos mejores si
usamos tal o cual producto, que seremos hombres y mujeres de éxito si asumimos
tal lenguaje, tal idea, tal producto, es muy complejo sustraerse de dicho
simulacro, de tal axioma o decreto.
Los medios determinan lo que somos y lo que
seremos. El consumo nos atrapa, nos envuelve. Al final no es el hombre quien
consume, quien decide; es el mercado quien determina lo que se debe consumir.
No Ser o tener, esa es la
cuestión.