Tras los pasos de
Winston Morales Chavarro
Emilio Cabarcas Luna
El mito y mujer que es
Aniquirona, se encuentra resuelto sobre lo que parecen ser los iris de color
verde del poeta. Tras auscultarle la vista por 20 minutos exactos en la
agitación de un pasillo extensísimo, mientras cuestiono al ser que es Winston
Morales Chavarro, no he podido determinar bien el color de las luminarias que
son sus ojos, del alma virtuosa que traduce palabras efímeras, en presagios
eternos.
Ya fuera del debate que se me
ha generado al tratar de precisar la escala cromática de las pupilas del
creador de La dulce Aniquirona, debo decir que pocos hombres hay como este
huliense de 47 años, quien es para juicio de este escritor, uno de los poetas de
mayor trascendencia de la historia reciente colombiana. La sensibilidad que
trae consigo desde el vientre materno, de donde él dice haber arraigado
profundamente el respeto y afecto por las otredades, es sin lugar a dudas, la
marca que lleva impresa este personaje que pulula entre las letras y el amor.
Este humanista, además de ser
un maravilloso novelista, profesor y poeta, es un ser virtuoso que ha
encontrado en sus episodios de trascendencia onírica, a su musa, a la fuente
que ha inspirado desde 1990, las historias que han sido merecedoras de
múltiples reconocimientos nacionales e internacionales. Pero ella, la mujer que deambula por los
parajes recónditos de Schuaima, más que musa, más que ensoñación, es un ser de
luz que ha dividido la vida de Winston en un antes y un despúes.
Ella es su voz, la
premonición ecuánime de su existencia. Apareció para cuando el poeta rondaba
los 24 años. Aniquirona es para winston Morales lo que Mirtho para Geral de
Nerval, el fiero Pausílipo, brillante de mil fuegos. De este último poeta, ha
bebido Winston, a quien siempre le atrajo lo oculto, lo esotérico. Por tanto,
es lógico que en sus incursiones literarias, haya sido tocado por autores como
William Blake o Amado nervo, quienes terminaron por aflorar con sus discursos
metafísicos, el fruto sembrado por el
destino en los genes del poeta colombiano. Son precisamente esas visiones
obscuras, góticas, de melancolía
permanente, las que han forjado al valiente escritor que es hoy, hijo adoptivo
de la heroica.
Entre tanto, la vida del
autor de magistrales obras como dios puso una sonrisa sobre su rostro, ha estado marcada por encuentros
inexplicables. Para cuando tenía seis años, en una de esas habituales noches
opitas, el pequeño Winston se levantó a mitad de la noche alborotando el
silencio de la alcoba matrimonial, en la que dormia abrazado por la compañía de
sus padres Alfredo Morales y Amparo Chavarro. Al despertarse intempestivamente
del sueño cargado entre las pupilas, advirtío la presencia de un gato negro que
bebía directo de la vasenilla, los orines frescos liberados de entre los
vericuetos del bajo vientre. El gato, la intrusa mancha negra, ya había
sentido, como una suerte de prestidigitador, la mirada del primogénito de los
Morales Chavarro. El ladronzuelo de orines ajenos, prosiguió en una escalada
sigilosa hacía la cocina de la casa que albergaba al futuro poeta, y tal y como
si se tratase esto de un relato de Allan Poe, el animal al que perseguian los
confusos ojos del niño, se adentró por la cañería que disponía la cocina para
evacuar la suciedad líquida. Así, sin decir más, sin un solo maullido, sin una
sola mirada de oscuros procederes, se hundió el
eclipsado felino en las cañerías de aquel lugar. Tal vez, siguiendo a
cabalidad la creencia Poeliana, aquel gato negro, no era más que una bruja
metamorfoseada.
De este modo, visión a
visión, palabra a palabra, fue creciendo quien en la actualidad vive en
Cartagena de indias y oficia como profesor en la universidad que lleva el mismo
nombre de la ciudad en la que reside hoy.
No obstante, aunque extraña
las calles y esquinas de su natal Neiva, ha encontrado en medio de las
complejidades de una ciudad desorganizada, caotica y desmandada, un terruño en
el que su voz interior brota y desborda como los ríos en los que La Dulce
Aniquirona se baña.
Esa es la vida del poeta,
quien es poeta no porque escribe, sino que es poeta por como vive, afirmado en
convicciones altruistas y una perspectiva alegre sobre la existencia. Asimismo,
cree al igual que kapuscinski, que el escritor no puede ser mala persona. Y es
que es notorio que Morales Chavarro antes que buen escritor, es una buena
persona. Basta solo con mirarle la sonrisa genuina para saber que un tipo de
tan honestas facciones, no guarda el más minimo ápice de maldad humana. Es este
mismo proceder humano, el que le ha llevado a convertir sus pensamientos
misteriosos en selectas obras como: Memorias de Alexander de Brucco y De
Regreso a Schuaima.
Este sujeto singular, ganador
del IX Bienal Nacional de Novela José
Eustasio Rivera, es tambien, autor del libro A donde van los días
transcurridos. En este, su más reciente
ejemplar, la muerte, la vida, la futilidad y la impermanencia, son el sentido
fundamental de su obra. Ya con las canas escapandosele de entre los negros
cabellos, las preocupaciones y las vicisitudes de la vida, parecen cobrar una
importancia relevante para el escritor que ve como con el paso de los años,
retrocede en una busqueda existencialista sobre la realidad, misma realidad que
experimentada a través de una visión dolorosa de la mortalidad y la
trascendencia, todos parecemos compartir.
Este es Winston Morales
Chavarro, el ser, poeta y escritor que ha enamorado a Colombia con la delicia y
la profundidad de sus palabras.