miércoles, 8 de agosto de 2012

JOSÉ


IX

EL LIBRO DE JOSÉ



Soy el prestidigitador

El hombre que traduce la voz de los espejos.

El sol, la luna y las estrellas,

Tal como me lo reveló la nave tortuosa de los sueños,

Me iluminarán hasta el final de las jornadas.

Luego de sesgada la parvada de los astros

-Que bajan cantando sus templanzas por los recovecos de la tierra-

Se posará ante mí

Un séquito de sombras

Que me traducirán el advenimiento de otros mundos.

Soy el prestidigitador,

El patriarca hebreo al que le encomendaron la cifra de los ríos,

Soy nieto de Isaac e hijo de Jacob;

Me ha sido dado develar

El velo de la noche,

El agua de la altura y sus antorchas,

El vuelo sombrío de la muerte.

Soy José

Interpretador de sueños:


Los collares del tiempo

Se extienden a mi espacio

Y arremolinan mis diagramas

Como un fantasma que le huye

A las alas impalpables del sepulcro.

En la luna de las hojas cayentes

-La luna del pasto rojo-,

Vendrán a mí

Los juegos de las nubes,

Y las imágenes del cielo

Como un gigantesco himno

Abrirán los pórticos del mundo

Para afinar los caballos del Apocalipsis.

Soy el prestidigitador

Me ha sido dado develar

Los sueños del copero y sus alforjas

Del amasador de harina y sus viandas

Del mago y sus últimos calvarios por la tierra:

Tendré delante mío

La vid con sus sarmientos,

Los canastillos de pan

Que pronosticarán la muerte,

Las siete vacas del Faraón

 Pasando por las riberas del Nilo solitario.

El centeno ondulado por las alegres ruecas

Me contará la angustia en la que se encuentra

Una muchacha loca como el aire

En las impresiones del vuelo, el agua, los sueños, las orillas.

Soy el prestidigitador

Si me muestran sus manos,

Habrán conocido las aflicciones en las que se encuentran sumidos

Los fantasmas de otras tierras.



sábado, 4 de agosto de 2012

JACOB


VIII

JACOB





He descubierto a la sombra de la escala,

Que el número del hombre

Continúa siendo, inclusive hasta la muerte,

El número desigual de la escalera.

Que mi lucha banal con las alturas

Me arroja hacia el fuego, hacia el agua, hacia el aire;

Hacia el rojo, hacia el azul, al amarillo

Y que a través de mi visión por la escalada,

No existe el arriba, la izquierda, el abajo, la derecha,

El horizonte.

Escuchen!

Cambio mi primogenitura, mi herencia, mi camino

Por un peldaño hacia las sombras;

Cambio mi batalla con el ángel

Por un pequeño surco,

Por la siega,

Por el viejo campanario que se dobla como muchacha triste

Cambio toda disposición de altura

-Ahora ni siquiera mi espíritu es del aire-

Por aferrarme a un centímetro de tierra.

El trueno, la lluvia, el viento, la roca

Regatean a costillas de mi enfado

Una hectárea de velámenes y olores.

No sé si fue Auriel, Rafael o un fantasma

No sé si fueron Ondinas, Sílfides o Gnomos;

Tal vez me enfrenté al reflejo vibratorio de mi imagen,

Al movimiento mezclado de mis formas:

Al águila, al león, al toro,

Al pisón, al gihón, al hiddikel, al nilo;

Tal vez al sepulcro, a las sombras,

Al espectro imposible que me habita,

A la blasfemia de saberme casi humano.