sábado, 14 de enero de 2012

ENTREVISTA EN LA NACIÓN, NEIVA.

‘Neiva debe crecer, madurar, hacerse adulta’

Enero 10, 2012 a las 4:48 am

El premiado poeta, escritor y docente neivano Winston Morales Chavarro, hoy radicado en Cartagena, nos presenta su percepción de la capital huilense y de los procesos culturales en la ciudad. LA NACION sigue con la serie de crónicas, análisis y entrevistas con motivo de los 400 años de Neiva.


Heber Zabaleta Parra

LA NACION, Neiva

Con su espíritu rebelde intacto, pero con las palabras maduradas producto de las experiencias, de los viajes, de las lecturas, de los libros escritos, de los premios obtenidos, de los amores correspondidos y de la vida vivida que está a punto de cumplir 43 años, Winston Morales Chavarro describe un panorama de Neiva desde la literatura, la poesía y la universidad.

APORTE

En esta entrevista con LA NACION, en desarrollo de la serie periodística con motivo de los 400 años de Neiva, Morales Chavarro llama la atención para que se entienda   qué es la cultura, y que va más allá de un Festival del San Pedro.

¿En qué momento de su creación poética y literaria se encuentra?


Como diría J. M. Coetzee: En medio de ninguna parte. En la literatura uno no puede precisar espacios ni tiempos. Recordemos que Saramago llegó a lo mejor de su escritura después de los 50 años. De tal modo que no podría ser preciso con esa respuesta. Leo, escribo, enseño, corrijo. Sólo puedo decirte que sigo amando los libros de la misma manera que lo hice cuando niño; con el mismo arrobamiento, la misma pasión pervertida de tocarlos, rozarlos y olerlos. La literatura (y el arte en general) es un estado mental, una decisión de caminar con los ojos abiertos, explorando el mundo, olfateando esa atmósfera que se traza a partir de las palabras.


¿Cuál es su evaluación de la literatura que se hace hoy en día en Colombia?  ¿Tiene presente y futuro?


La literatura siempre tendrá presente y futuro, está por encima de consideraciones humanas. Quienes no tienen futuro son algunos (o muchos) escritores. Puede que un escritor tenga presente, pero futuro, futuro como narrador o poeta, lo pongo en duda. Un ejercicio que siempre se hace en el terreno de la escritura es dejárselo todo al tiempo: el tiempo es el mejor crítico, el mejor lector, el juez más elocuente. Hoy por hoy, conocemos más nombres que obras. Es decir, hablamos de X o Y escritor (por asuntos de mercado, de ventas, de publicidad) pero desconocemos su propuesta literaria. De tal modo que el tiempo, como un embudo, filtrará todo, escogerá lo perdurable, lo perenne, lo digno de trascendencia. Ahí están Milton, Apuleyo, Dante. No creo que todas esas historias de Vampiros llevadas al cine superen, por ejemplo, a Bram Stoker. Esas historias tienen mucho presente, muchas ventas, mucho mercado, excesiva publicidad. Pero el tiempo, con su parca y su guadaña, volverá añicos esa pila de hojas secas, de hierros molidos.


¿Para qué le han servido, a Winston Morales, los múltiples premios que sus obras han recibido en los diferentes concursos?


El Winston escritor le ha ayudado mucho al Winston empleado. Todos mis trabajos, incluso los de la radio en las emisoras comerciales, se los debo a los libros. Cuando trabajaba en la radio comercial, mis escritos eran anónimos; el poder expresarme frente a un micrófono, frente a una cámara, se lo debo a la lectura. Mi maestría en la Universidad Andina Simón Bolívar, del Ecuador, se la debo a los premios, al currículo que comenzaba a robustecerse. Llegué a la Universidad Surcolombiana gracias a la Bienal de Novela José Eustasio Rivera; gané el concurso como profesor de planta en la Universidad de Cartagena gracias a los libros publicados y a los premios. Todo, desde mi jefatura de prensa en el Hospital Universitario hasta mi trabajo en el Instituto de Cultura Popular de Neiva, se lo debo en gran medida a los libros, a la lectura, al gusto desmedido por la poesía. A esto debo abonar las invitaciones a festivales en el  extranjero, la participación en encuentros de escritores en todo el país, la inclusión en importantes antologías de poesía.


¿Considera usted que la literatura regional sigue anclada en el fantasma de José Eustasio Rivera?


Si sigue anclada es por varias razones: El Huila no tiene presente sino pasado. Ni los gobiernos, ni las escuelas revisan su literatura contemporánea. Para las escuelas no existe otro escritor que Rivera. Y claro, Rivera es nuestro gran exponente, de eso no cabe duda. Pero ¿saben nuestros muchachos de otros escritores del Huila? ¿Los políticos son conscientes de lo qué es la cultura, más allá de un festival del San Pedro? Los escritores contemporáneos deben enfrentarse a las prisas de los tiempos modernos, donde todo es evanescencia, fugacidad, levedad y simulación. El hiperindividualismo, típico de las modernidades periféricas, hace que el escritor contemporáneo sea un ser insular, perdido en el océano de la mercancía, del consumo, del mercado. Y si no se cuenta con esas herramientas, pues no le habla a nadie. El medio es el mensaje, lo dijo hace muchos años Marshall Mc Luhan. Rivera nació y creció en un tiempo crucial para la formación de los estados americanos. Esto no niega las múltiples dificultades que tuvo que enfrentar nuestro escritor, pero por lo menos tenía la virtud de la palabra y la palabra era la diosa blanca: no había otra lógica que ella, ni siquiera la radio había surgido en nuestro país. Hoy por hoy tenemos un gran enemigo y un gran aliado: el internet. Y con él toda la cultura audiovisual que usted quiera. Entonces los libros, y la literatura, no forman parte de esa canasta virtual que es tan fundamental para las nuevas generaciones.


Desde La Heroica, ciudad donde hoy está usted residenciado y vinculado a la Universidad de  Cartagena como docente de planta, ¿cómo observa a Neiva, su proyección y el trabajo con respecto a los 400 años?


Si no fuera por algunos nombres, eso de los 400 años de Neiva pasaría desapercibido. El Doctor Guillermo Plazas Alcid viene soñando con los 400 años de la Bella Durmiente del Magdalena hace más de 10 años. Hace más de 10 años viene batallando con la clase dirigente. Por lo que sé, el nuevo alcalde de la ciudad ha entrado en sintonía. Sé de unos proyectos individuales: la reedición de Juan Gil, la obra dramática de Rivera. Este es un proyecto presentado por Esmir Garcés Quiacha y Jader Rivera Monje. Sé de otras iniciativas. Pero todo esto se puede quedar pequeño frente a los 400 años de una ciudad que a veces parece comarca. Neiva debe crecer, madurar, hacerse adulta. Y para que eso suceda, debe existir una madurez mental en sus habitantes: mejor educación, mejor empleo, mejor vivienda, mejores bibliotecas (En Neiva, cierran una biblioteca y abren tres casinos). Lo que percibo de Neiva es que crece urbanísticamente –algo que también se ve en Cartagena- pero no madura en comportamientos como el respeto, la cultura ciudadana, la tolerancia, el compromiso con el medio ambiente. Y la corrupción cabalga tranquilamente por las calles de la ciudad.


¿Por qué seguir escribiendo si los índices de lectura continúan cayendo y los nuevos ‘nativos digitales’ desprecian los libros?


Partamos de una tesis: Los nativos digitales desprecian los viejos formatos (el libro), pero leen todo el tiempo (la pantalla). La pregunta sería: ¿Qué leen? ¿Vale la pena lo que leen? Creo que es un asunto de pedagogía. Como educador, sé que no puedo imponerle a mi hijo (un muchacho de 14 años) Crimen y Castigo, de  Dostoievski, ni en Busca del tiempo perdido  de Marcel Proust. Son otras lógicas, otros imaginarios, otras mentalidades. Una mentalidad nacida a finales de los 60´s, no tiene el mismo locus enunciativo que una nacida en los 90´s. En alguna ocasión mi hijo me pidió de regalo Crepúsculo, de Stephenie Meyer. No creo en ese tipo de literatura, me parece muy superficial y liviana. Sin embargo, mi interés porque mi hijo lea, está por encima de lo que yo supongo debe leer. Mi impresión es una, la de los jóvenes es otra. Creo que hay que establecer puentes, lograr una reconciliación entre un punto de vista y otro. De otra parte, la literatura nunca ha sido de multitudes, ni siquiera en los tiempos de Balzac o de Maupassant.  Siempre han sido unas minorías las que se han acercado a los libros. Si la literatura fuera para todo el mundo, lo mismo debería suponer Beethoven de la música: que todo el mundo aprenda a tocar piano. Se requiere, por el equilibrio del mundo, diversidad y diferencia.


La mayor satisfacción que le deja la literatura al ser humano Winston, no al reconocido escritor.


Los amigos cultivados a lo largo de mi existencia. Los libros comprados, los paisajes recorridos, la aparición de Aniquirona. Creo que la mejor satisfacción, además de la de convertirme en un mejor ser humano, es la de haber llegado a la docencia universitaria, el poder compartir con los otros aquello que amas con la sangre, con los huesos.


En estos momentos: ¿usted lee más o escribe más?


Leo más, corrijo más y escribo menos. Ahora soy un corrector de estilo de mis estudiantes, lo cual me alegra mucho. A veces, muchas veces, me encuentro con unos trabajos que me sorprenden el alma. Entonces me digo: me hubiera gustado escribir esto. Veo mucho talento en la Universidad: el año pasado ocupamos el primer lugar en la mayoría de factores del Saber Pro (ECAES). Eso también fortalece, llena de ánimos. Los triunfos ajenos se vuelven tuyos.


Los libros y los autores que lo han marcado en su desarrollo como escritor y poeta.


Un libro que leo y releo: El Extranjero de Albert Camus. Fue un libro que me formó como hombre, como ser humano. Digamos que Camus te sacude la cabeza, crea un gran movimiento telúrico en tu ser interior. Libros que te marcan el espíritu (otro elemento importante): El asno de oro (Apuleyo); La Divina Comedia (Dante); El Paraíso perdido (Milton); La Serpiente verde (Goethe); La Tempestad, (Shakespeare); La muerte de Virgilio, (Hermann Broch); En medio de ninguna parte, (Coetzee). Y una obra que recrea el alma, que la exalta: El principito, de Antoine de Saint-Exupéry.


¿Sueña con volver a Neiva?


Amo a Neiva, en ella nací, en ella crecí, en ella tengo a mis hijos. Debo regresar de vez en cuando a encontrarme con los míos: mis padres, mis hermanos, mis amigos. No sé si regrese a Neiva, no sueño con ello. Creo que Neiva es bastante hostil con sus artistas, con sus escritores (le pasó a José Eustasio Rivera, le pasó a Gustavo Andrade, le pasa a muchos en la actualidad). Y si bien es cierto, como diría Ricardo Chica, un compañero de la Universidad,  que “todo el mundo ama a Cartagena, pero Cartagena no quiere a nadie”, en Cartagena tengo mi trabajo. La Universidad de Cartagena (pese a ser extraño para ella) me acogió, me recibió con los brazos abiertos, valora mi trabajo. Como diría el Joe: En Cartagena me quedo.


¿Qué nombres y que obras escritas por huilenses usted recomendaría  leer hoy y por qué?


La Venturosa de Ramón Manrique. Un libro que fue reeditado en los 100 años del Huila. La Venturosa es un libro que se anticipa al realismo mágico, que nos habla de los mitos, que recrea sucesos históricos fundamentales para el Huila. Creo que debemos leer Rivera, sobre todo su novela, una novela que fue acogida por el gran Horacio Quiroga.  No es mi deber ponderar, calificar o rotular. Sólo propongo que nos acerquemos al arte huilense en general, que revisemos la buena pintura que se viene haciendo en el Departamento, que nos tomemos un buen café al lado de la gran poesía que se ha escrito en los últimos tiempos, de la narrativa que viene tomando fuerza hace más de tres décadas.


‘Lo que percibo de Neiva es que crece urbanísticamente –algo que también se ve en Cartagena- pero no madura en comportamientos como el respeto, la cultura ciudadana, la tolerancia, el compromiso con el medio ambiente. Y la corrupción cabalga tranquilamente por las calles de la ciudad’.

sábado, 17 de diciembre de 2011

LA FEALDAD DE LA BELLEZA


Rimbaud, el niño terrible de Francia, hace más de doscientos años advirtió: “senté a la belleza en mis rodillas y la encontré amarga”.


La belleza es por antonomasia amarga, agregaría yo. Después de saborear sus ambrosías, luego de beber de un sorbo sus sustancias, sus néctares, sus licores, la belleza se torna como esos jarabes que nos daban en la infancia; acaso el catártico repugnante, nauseabundo con el que se amenazaban de un tajo a las lombrices y a otro tipo de parásitos.


La belleza, diría Dostoievski, “no es sólo una cosa terrible, sino también misteriosa. Aquí el Diablo lucha con Dios, y el campo de batalla es el corazón de los hombres”.


Nada más terrible que lo bello, nada más siniestro, más perverso que aquel (o aquella) que conoce su belleza y se ufana y jacta de ella. La belleza perfecta (o nuestra noción de ella) es la de un cadáver; sólo es absolutamente agraciado, perfecta y tristemente bello, quien no razona, desconoce su belleza, sus atributos físicos y espirituales. 


Por eso, Narciso fue bello hasta el momento precedente al acto de mirar su rostro en las aguas. Una vez supo lo que poseía, se volvió amargo, razonó la belleza, la elevó al rango de categoría. Entonces, dejó de ser una belleza fresca, natural; se volvió objeto, producto, mercancía. La belleza no es tan bonita como la pintan. Casi siempre va de la mano de la vanidad y la sedición.


Pocas veces he conocido a un feo vanidoso (No creo que además de feo, ignorante). No obstante, conozco el caso de muchos feos –y de eso doy constancia mas no fe- que hacen menos fea su belleza con una buena conversación, un perfecto sentido del humor, un gusto desmedido por cosas más trascendentales. 


Muchas veces, la belleza no necesita de nada más: es bella y con eso le basta. Después se arroja sobre los laureles. Pese a esto, existen incontables excepciones. Sé de muchos ángeles –a pesar de lo que dijera el poeta Rilke: “Todo ángel es terrible”- que se revisten de un excelente sentido del humor (para mí no hay un atributo mejor en una mujer que el buen sentido del humor), son mejores conversadoras, inmejorables amantes, grandes bailarinas, gozan de una agudeza sin par que desbaratan-desbaratarían a cualquier “macho”, y, para colmo de males, son suspicaces, veloces, dignas hijas de Palas Atenea, la de los ojos de lechuza. Entonces la belleza se vuelve peligrosa –además de bonita, inteligente, diría un amigo que ostenta el epíteto de misógino-.


Nada peor para la suerte de un hombre que una mujer inteligente (esto sobrepasa cualquier belleza). Y es muy fácil –gracias a la catarsis femenina- que sean muchas las que estén por encima de los hombres. Nada más fácil para una mujer moderna que estar por encima de 87 kilos de músculo y ausencia cerebral. El hombre se ocupa de muchas cosas banales –una de ellas, perseguir mujeres agraciadas a la usanza del modelo occidental-.

La inteligencia, ese otro tipo de belleza, escasea, no es tan frecuente. Y si bien es cierto que la inteligencia, en sociedades machistas como las nuestras, resulta tan peligrosa como la desnudez de una doncella, prefiero ese tipo de belleza, esa belleza centrada en la palabra, en la crítica, en la reflexión. Nada mejor que una mujer que lo haga reír a uno, nada mejor que aquella que sorprenda con suspicacia y elocuencia –no sólo bibliográfica sino también musical, vivencial, humana, amorosa-. Esas son las mujeres dignas para un buen viaje –ojalá el de la vida-, las mujeres que no estarán detrás de todo gran hombre sino delante de él o, por lo menos, a su lado.

sábado, 10 de diciembre de 2011

PENSAMIENTO SEMINAL VS. PENSAMIENTO RACIONAL

Winston Morales Chavarro


No hay nada más estúpido que los extremos. El pensamiento seminal, aquel que identificaba a nuestros abuelos, a nuestros antepasados aborígenes, unifica el mundo, las situaciones, los contextos históricos, erradica los antagonismos, la dualidad: el Tao para los chinos.

El hombre moderno, en cambio, además de rodearse de una serie de creencias artificiales y ataviarse de tradiciones inventadas, apela a los extremos, a las polaridades, a los antagonismos. De allí que exista un dios único y verdadero: Belcebú para los satánicos, Jehová para los cristianos, Alá para los musulmanes: «No hay dios más que Alá y Mahoma es su profeta», dicen los árabes. Los otros dioses, los indígenas, los del antiguo Egipto, los chinos, los celtas, han sido paulatinamente anulados, relegados, sacrificados.

Desde la noche de los tiempos ha existido el expansionismo, el deseo de globalizar al otro. Eso no es reciente, no nació con Margaret Thatcher, con George Bush, padre, (no sé quién de los dos es más estúpido).

El hombre de las cavernas, los griegos, los persas, los romanos, los rusos, los alemanes, han aspirado a anular al otro, a imponer su lengua, su religión, sus costumbres, su dios. Lo hicieron los españoles con los indígenas, los moros con los reinos cristianos, los sajones con los britanos. Es algo inherente al ser humano, al hombre como sujeto, como individuo que aspira al poder -todos aspiramos al poder, sea desde el hogar, la calle, la academia, la política, el género, la sexualidad-.

Muchos creen que nuestros indígenas fueron perfectos, altruistas, que no sacrificaban, que tenían a la mujer en el centro y no en la periferia, que no cultivaban las castas, los abolengos, que no poseían esclavos. Qué yerro: los mexicas (aztecas), se llamaron a sí mismo Pueblo Elegido por provenir de Aztlán, un lugar mítico situado posiblemente al norte de lo que hoy en día es México. Fueron expansionistas, invadían pueblos, saqueaban, sacrificaban e imponían sus costumbres.

Lo propio hicieron los incas, los mayas, lo suyo los tlaxcaltecas, quienes aliándose a los ibéricos destruyeron el imperio de los mexicas; nuestros indígenas demostraron su gran capacidad de adaptación y realizaron un auténtico sincretismo entre sus creencias y las de los españoles. Cristo, la Virgen María y los santos pasaron a regir las actividades que antes favorecían Quetzalcóatl, Xipe Tótec y los demás dioses. No obstante, sean mexicas, zapotecas, chichimecas, incas, taironas, caribes, chibchas, no estaban exentos de enfermedades y de vicios, pensar lo contrario es legitimar un pensamiento racional, occidental, en palabras de Stern, un pensar causal, de inteligencia y mundos visibles.


Sin embargo, uno de los atributos de nuestros indígenas es ese pensar seminal, el de la visión global del mundo, un pensar afectivo, que buscaba la trascendencia.

El hombre real, el americano de hoy, oscila entre el pensamiento seminal y el racional, el de la trascendencia y el de la causa y efecto, el de la realidad total y el de la realidad fragmentada, reducida.

sábado, 3 de diciembre de 2011

EL FIN DEL MUNDO

El fin del mundo

WINSTON MORALES CHAVARRO






No sé si quien esto escribe feneció bajo las llamas aquel no lejano 7 de septiembre (cuando nació un ángel terrible), o si, por el contrario, es la voz y la escritura de un fantasma,- el lenguaje tácito de la muerte, la imagen de un hombre que no termina de diluirse en la memoria del espejo.
No saberse uno vivo, creer, en nuestro ego y arrogancia, que estamos respirando, que todo cuanto nos rodea es tangible a nuestras manos, que los besos, las caricias, los abrazos son tan reales como esa misma certidumbre de la resurrección y el abandono.

¿Y si el fin del mundo es un hecho? ¿Si ese 666 del que tanto nos hablan algunos hombres es posible, y entonces todo lo que creemos como vida y permanencia no es otra cosa que nostalgia, apego, obstinación a la partida? ¿Y si hace mucho tiempo estamos muertos? ¿Si lo que concebimos como cuerpo y alma no es otra cosa que resonancia, susurros del tiempo y el espacio, reflejos de lo que alguna vez fuimos o de lo que pudimos llegar a ser?

Dicen que de cada cinco estrellas que contemplamos en el cosmos una es un sistema solar como el nuestro. Dicen también, que muchas de esas estrellas hace mucho dejaron de existir y lo que observamos de ellas no es sino el reflejo de una luz que no termina de llegarnos. ¿Qué tal que seamos sólo eso, reflejos, meros reflejos, el brillo de otro espejo, el eco de una voz y una memoria cósmica que reverdece en la cabeza de algún dios?

En nosotros se cumple el principio de Heráclito (nadie se baña en el mismo río dos veces). De igual manera, el bañante nunca será el mismo. La mujer que beso, sus labios de ayer, no serán los mismos de hoy. Sus manos, su sexo, su cintura, su cabello serán siempre nuevos para mí, que de igual modo seré otro hoy, distinto al de mañana.

Entonces la virginidad será siempre posible. La mujer que se entrega con calor a mi boca, así haya sido amada por cien hombres, será limpia y transparente en el hoy, pues el río de Heráclito le da la potestad de ser nueva y renovarse con la llegada de la noche. ¿Cuántas de nuestras células mueren hoy y cuántas se regeneran o renacen mañana? Por eso un beso nunca será el mismo -una virtud del amor-, un abrazo nunca será el mismo, las explosiones e implosiones del amor tienen la facultad del ahora, del presente, del aquí. Allí está la eternidad, lo perfecto, lo inconmensurable. El ser humano es inmortal, renovación, calcinación, putrefacción, fuego vivo.

El fin del mundo es todos los días. Todo lo que sube necesariamente tiene que bajar, todo lo que llega pasa, todo muere, todo se transforma.
Al margen de escrituras apocalípticas, de noticias catastróficas, de episodios bíblicos el ser humano se mueve entre el Eros y el Tánatos. La vida no es posible sin la muerte y viceversa. Esa complementariedad es innegable y de hecho necesaria. Por eso, creo que el fin del mundo está en el hombre, en sus venas, en su arteria henchida de sangre. La muerte está en nosotros desde que nacemos, la llevamos en nuestras manos, como una grafía, como una cicatriz. Desde que nacemos llevamos la muerte sobre nuestros hombros, es y será el último traje, el último trago, nuestra última bebida. La muerte es el fin, pero también el principio