domingo, 23 de abril de 2017

TRAS LOS PASOS DE WINSTON MORALES CHAVARRO




Tras los pasos de Winston Morales Chavarro
Emilio Cabarcas Luna




El mito y mujer que es Aniquirona, se encuentra resuelto sobre lo que parecen ser los iris de color verde del poeta. Tras auscultarle la vista por 20 minutos exactos en la agitación de un pasillo extensísimo, mientras cuestiono al ser que es Winston Morales Chavarro, no he podido determinar bien el color de las luminarias que son sus ojos, del alma virtuosa que traduce palabras efímeras, en presagios eternos.

Ya fuera del debate que se me ha generado al tratar de precisar la escala cromática de las pupilas del creador de La dulce Aniquirona, debo decir que pocos hombres hay como este huliense de 47 años, quien es para juicio de este escritor, uno de los poetas de mayor trascendencia de la historia reciente colombiana. La sensibilidad que trae consigo desde el vientre materno, de donde él dice haber arraigado profundamente el respeto y afecto por las otredades, es sin lugar a dudas, la marca que lleva impresa este personaje que pulula entre las letras y el amor.




Este humanista, además de ser un maravilloso novelista, profesor y poeta, es un ser virtuoso que ha encontrado en sus episodios de trascendencia onírica, a su musa, a la fuente que ha inspirado desde 1990, las historias que han sido merecedoras de múltiples reconocimientos nacionales e internacionales.  Pero ella, la mujer que deambula por los parajes recónditos de Schuaima, más que musa, más que ensoñación, es un ser de luz que ha dividido la vida de Winston en un antes y un despúes.

Ella es su voz, la premonición ecuánime de su existencia. Apareció para cuando el poeta rondaba los 24 años. Aniquirona es para winston Morales lo que Mirtho para Geral de Nerval, el fiero Pausílipo, brillante de mil fuegos. De este último poeta, ha bebido Winston, a quien siempre le atrajo lo oculto, lo esotérico. Por tanto, es lógico que en sus incursiones literarias, haya sido tocado por autores como William Blake o Amado nervo, quienes terminaron por aflorar con sus discursos metafísicos,  el fruto sembrado por el destino en los genes del poeta colombiano. Son precisamente esas visiones obscuras, góticas,  de melancolía permanente, las que han forjado al valiente escritor que es hoy, hijo adoptivo de la heroica.




Entre tanto, la vida del autor de magistrales obras como dios puso una sonrisa sobre su rostro,  ha estado marcada por encuentros inexplicables. Para cuando tenía seis años, en una de esas habituales noches opitas, el pequeño Winston se levantó a mitad de la noche alborotando el silencio de la alcoba matrimonial, en la que dormia abrazado por la compañía de sus padres Alfredo Morales y Amparo Chavarro. Al despertarse intempestivamente del sueño cargado entre las pupilas, advirtío la presencia de un gato negro que bebía directo de la vasenilla, los orines frescos liberados de entre los vericuetos del bajo vientre. El gato, la intrusa mancha negra, ya había sentido, como una suerte de prestidigitador, la mirada del primogénito de los Morales Chavarro. El ladronzuelo de orines ajenos, prosiguió en una escalada sigilosa hacía la cocina de la casa que albergaba al futuro poeta, y tal y como si se tratase esto de un relato de Allan Poe, el animal al que perseguian los confusos ojos del niño, se adentró por la cañería que disponía la cocina para evacuar la suciedad líquida. Así, sin decir más, sin un solo maullido, sin una sola mirada de oscuros procederes, se hundió el  eclipsado felino en las cañerías de aquel lugar. Tal vez, siguiendo a cabalidad la creencia Poeliana, aquel gato negro, no era más que una bruja metamorfoseada.

De este modo, visión a visión, palabra a palabra, fue creciendo quien en la actualidad vive en Cartagena de indias y oficia como profesor en la universidad que lleva el mismo nombre de la ciudad en la que reside hoy.




No obstante, aunque extraña las calles y esquinas de su natal Neiva, ha encontrado en medio de las complejidades de una ciudad desorganizada, caotica y desmandada, un terruño en el que su voz interior brota y desborda como los ríos en los que La Dulce Aniquirona se baña.

Esa es la vida del poeta, quien es poeta no porque escribe, sino que es poeta por como vive, afirmado en convicciones altruistas y una perspectiva alegre sobre la existencia. Asimismo, cree al igual que kapuscinski, que el escritor no puede ser mala persona. Y es que es notorio que Morales Chavarro antes que buen escritor, es una buena persona. Basta solo con mirarle la sonrisa genuina para saber que un tipo de tan honestas facciones, no guarda el más minimo ápice de maldad humana. Es este mismo proceder humano, el que le ha llevado a convertir sus pensamientos misteriosos en selectas obras como: Memorias de Alexander de Brucco y De Regreso a Schuaima.







Este sujeto singular, ganador del  IX Bienal Nacional de Novela José Eustasio Rivera, es tambien, autor del libro A donde van los días transcurridos.  En este, su más reciente ejemplar, la muerte, la vida, la futilidad y la impermanencia, son el sentido fundamental de su obra. Ya con las canas escapandosele de entre los negros cabellos, las preocupaciones y las vicisitudes de la vida, parecen cobrar una importancia relevante para el escritor que ve como con el paso de los años, retrocede en una busqueda existencialista sobre la realidad, misma realidad que experimentada a través de una visión dolorosa de la mortalidad y la trascendencia, todos parecemos compartir.

Este es Winston Morales Chavarro, el ser, poeta y escritor que ha enamorado a Colombia con la delicia y la profundidad de sus palabras.




sábado, 1 de abril de 2017

CAMINO A ROGITAMA: DE LO MITOLÓGICO A LO HUMANO




CAMINO A ROGITAMA: DE LO MITOLÓGICO A LO HUMANO


JUAN CARLOS URANGO OSPINA
Docente Programa de Lingüística y Literatura
Universidad de Cartagena
 


Rogitama es un lugar de pervivencia, un inmenso nicho de especies que, para las ciencias, plegadas a la racionalidad, están extinguidas; o, peor, jamás existieron. El camino a Rogitama, el tránsito por sus adentros, nos permite, por tanto,  corroborar la certeza de la imaginación.

Rogitama –sin que esto sea una paradoja- es, a la vez, un universo antiquísimo y reciente. En él, hay evidencias de los primeros mundos, de las criaturas que saborearon los soles fundacionales. Pero sólo hasta ahora –y por eso es reciente- logramos comprender que esas criaturas no fueron objeto de nuestras alucinaciones.

Todo eso descubrió Winston Morales Chavarro en su tránsito por Rogitama. Junto a los arácnidos milenarios, a las aves iniciales, a los árboles de todos los siglos, encontró –trasladados en su totalidad- a los dioses, semidioses y humanos del universo olímpico.  

Allí están, vivos como siempre, habitando esta suerte de Olimpo que es Rogitama, los más humanos –es decir, los menos míticos- de todos los seres mitológicos. Winston nos los presenta en su dimensión más dolorosa, en la que los poderes, los ilimitados poderes que representan, sucumben ante la más primaria de todas las fuerzas: la del amor.

Todo en el poemario, como en la vida, como en los simulacros de vida, está cruzado por el amor. Principio creador, forma de despojo y de renuncia, fuerza humanizante. Por él, los dioses supremos –Cronos, Zeus, Apolo, Poseidón, Dionisos, Hércules- aparecen sin el peso que les impone su deidad, sin la majestuosidad de sus voces tronantes. La voz poética en el mundo de Rogitama se escucha, por el contrario, susurrante, suplicante y confesa. Así, Zeus, el todopoderoso, la deidad de las deidades, se duele:


Me pesa esta sentencia de ser dios y padre del Olimpo,
Acumulador de nubes, escanciador del rayo,
Y no poder llegar a la simpleza de tus glúteos,
A la sencillez insoportable de tus espaldas.






El Zeus del poema –como todos los dioses del poemario- soporta la sentencia que su condición les impone. Sufre, en consecuencia, el dolor, la sentencia, el castigo, que parecía reservado para los irreverentes, para los soñadores: Sísifo, Prometeo, Ícaro, Teseo.

Winston logra que, en Rogitama, dioses y humanos aparezcan unidos por los mismos dolores y evocaciones, por las mismas renuncias y búsquedas. Y crea un círculo perfecto que se abre y se cierra en el mismo sitio -¿qué lugar de Rogitama?- y con los mismos personajes: Odiseo, el héroe que retorna, y Circe, la hechicera de hermoso canto. En Rogitama, entonces, se pretende el canto y el hechizo; o lo que es mismo, el amor del que se reniega en principio, pero se busca (y regresa) siempre. De ese modo, se escucha en el canto, en el hechizo de Circe, que cierra el poemario:



El amor regresa siempre,
Recorre los caminos
Por donde una vez anduvo.
¿Qué es el amor sino el tiempo recobrado?
Aquel que nunca ha doblado los relojes
Viene sobre esta playa cuyas olas carecen de circunferencia:
Aquí de nuevo el amor.


En Rogitama, espacio de supervivencia, el mundo se renueva como piel de serpiente. Y todo se vuelve natural. Los dioses se humanizan y los humanos se descubren como tales. El mito recobra el vigor de su palabra y las especies que parecían extinguidas –los dioses de la tierra recién creada- reposan después de muchas penitencias.




Winston lleva a Rogitama y a sus personajes en la sangre. En algún rincón de ese lugar está inscrito su apellido; la genealogía de ese universo empezó con el árbol de su estirpe. Acaso, entonces, todo lo que ha escrito, todos los personajes que pueblan Rogitama, son una sola voz –la suya- habitada por todas las creaciones y todas las fuerzas de la naturaleza. En especial, por las fuerzas del amor. Habrá que leer a Winston –al poeta, al ser humano- para comprender que cada palabra, que cada título y que cada ser que evoca es un modo de evocarse a sí mismo.

En síntesis, y esto pudo evitar las tres páginas de esta presentación, Camino a Rogitama, el nuevo poemario de Winston Morales Chavarro, escritor opita, profesor de la Universidad de Cartagena y amigo de tertulias en el Café de Freddy, resume los senderos deambulados por la literatura y por su literatura. Al tiempo que nos revela lo cerca que hemos estado de los mundos en donde empezó la creación.