domingo, 2 de abril de 2017
sábado, 1 de abril de 2017
CAMINO A ROGITAMA: DE LO MITOLÓGICO A LO HUMANO
CAMINO
A ROGITAMA: DE LO MITOLÓGICO A LO HUMANO
JUAN CARLOS URANGO
OSPINA
Docente Programa de
Lingüística y Literatura
Universidad de
Cartagena
Rogitama es un lugar de pervivencia, un inmenso
nicho de especies que, para las ciencias, plegadas a la racionalidad, están
extinguidas; o, peor, jamás existieron. El camino a Rogitama, el tránsito por
sus adentros, nos permite, por tanto, corroborar
la certeza de la imaginación.
Rogitama –sin que esto sea una paradoja- es, a
la vez, un universo antiquísimo y reciente. En él, hay evidencias de los
primeros mundos, de las criaturas que saborearon los soles fundacionales. Pero
sólo hasta ahora –y por eso es reciente- logramos comprender que esas criaturas
no fueron objeto de nuestras alucinaciones.
Todo eso descubrió Winston Morales Chavarro en
su tránsito por Rogitama. Junto a los arácnidos milenarios, a las aves iniciales,
a los árboles de todos los siglos, encontró –trasladados en su totalidad- a los
dioses, semidioses y humanos del universo olímpico.
Allí están, vivos como siempre, habitando esta
suerte de Olimpo que es Rogitama, los más humanos –es decir, los menos míticos-
de todos los seres mitológicos. Winston nos los presenta en su dimensión más
dolorosa, en la que los poderes, los ilimitados poderes que representan,
sucumben ante la más primaria de todas las fuerzas: la del amor.
Todo en el poemario, como en la vida, como en
los simulacros de vida, está cruzado por el amor. Principio creador, forma de
despojo y de renuncia, fuerza humanizante. Por él, los dioses supremos –Cronos,
Zeus, Apolo, Poseidón, Dionisos, Hércules- aparecen sin el peso que les impone
su deidad, sin la majestuosidad de sus voces tronantes. La voz poética en el
mundo de Rogitama se escucha, por el contrario, susurrante, suplicante y confesa.
Así, Zeus, el todopoderoso, la deidad de las deidades, se duele:
Me
pesa esta sentencia de ser dios y padre del Olimpo,
Acumulador
de nubes, escanciador del rayo,
Y no
poder llegar a la simpleza de tus glúteos,
A la
sencillez insoportable de tus espaldas.
El Zeus del poema –como todos los dioses del
poemario- soporta la sentencia que su condición les impone. Sufre, en
consecuencia, el dolor, la sentencia, el castigo, que parecía reservado para
los irreverentes, para los soñadores: Sísifo, Prometeo, Ícaro, Teseo.
Winston logra que, en Rogitama, dioses y
humanos aparezcan unidos por los mismos dolores y evocaciones, por las mismas
renuncias y búsquedas. Y crea un círculo perfecto que se abre y se cierra en el
mismo sitio -¿qué lugar de Rogitama?- y con los mismos personajes: Odiseo, el
héroe que retorna, y Circe, la hechicera de hermoso canto. En Rogitama,
entonces, se pretende el canto y el hechizo; o lo que es mismo, el amor del que
se reniega en principio, pero se busca (y regresa) siempre. De ese modo, se
escucha en el canto, en el hechizo de Circe, que cierra el poemario:
El
amor regresa siempre,
Recorre
los caminos
Por
donde una vez anduvo.
¿Qué
es el amor sino el tiempo recobrado?
Aquel
que nunca ha doblado los relojes
Viene
sobre esta playa cuyas olas carecen de circunferencia:
Aquí
de nuevo el amor.
En Rogitama, espacio de supervivencia, el mundo
se renueva como piel de serpiente. Y todo se vuelve natural. Los dioses se
humanizan y los humanos se descubren como tales. El mito recobra el vigor de su
palabra y las especies que parecían extinguidas –los dioses de la tierra recién
creada- reposan después de muchas penitencias.
Winston lleva a Rogitama y a sus personajes en
la sangre. En algún rincón de ese lugar está inscrito su apellido; la
genealogía de ese universo empezó con el árbol de su estirpe. Acaso, entonces,
todo lo que ha escrito, todos los personajes que pueblan Rogitama, son una sola
voz –la suya- habitada por todas las creaciones y todas las fuerzas de la
naturaleza. En especial, por las fuerzas del amor. Habrá que leer a Winston –al
poeta, al ser humano- para comprender que cada palabra, que cada título y que
cada ser que evoca es un modo de evocarse a sí mismo.
En síntesis, y esto pudo evitar las tres
páginas de esta presentación, Camino a
Rogitama, el nuevo poemario de Winston Morales Chavarro, escritor opita,
profesor de la Universidad de Cartagena y amigo de tertulias en el Café de
Freddy, resume los senderos deambulados por la literatura y por su literatura.
Al tiempo que nos revela lo cerca que hemos estado de los mundos en donde
empezó la creación.
domingo, 26 de marzo de 2017
El indómito Winston Morales Chavarro, prólogo de Edgar Artunduaga al libro La Bella despierta y otros textos.
Era casi un niño. Winston se ganó un concurso que hicimos en Huila Stereo para ocupar la vacante de locutor de la noche, el turno más duro de la radio, de 10 PM a 6 de la mañana. Alguna vez le llamé la atención porque en el programa desapareció la música. Convirtió el espacio en una tribuna social que contra todos los pronósticos disparó la audiencia.
El sábado aquel que contrajo su primer matrimonio, paralizó a Neiva por cuenta de un desfile interminable de taxis, que pitaron hasta que todo el Huila supo el motivo.
Estuvo unos meses en la emisora, porque su afán de comerse el mundo lo llevó a escribir en los periódicos locales, a hacer periodismo en distintos medios, a acometer poesía, a trabajar en la Universidad Surcolombiana, a tener dos hijos, a convertirse en poeta, profesor y escritor laureado, traducido y aplaudido en el país y en el mundo, a viajar sin parar.
Tal vez donde menos lo exaltan es en su tierra (como suele suceder), al punto que nos llegan noticias de sus éxitos, que celebran especialmente en la Universidad de Cartagena, donde ejerce como profesor de tiempo completo.
Mientras el gran periodista Juan Gossaín me confiesa –casi con vergüenza- que ha escrito poesía, pero que no es tan valiente como para publicarla, este paisano –que camina despacio, con desgano, con cierta abulia contemplativa- no sólo se ha proclamado poeta hace varios años sino que publica libros de poesía, ganadores en concursos competidos a nivel internacional.
Winston se ganó el primer puesto del concurso nacional de poesía de la Universidad de Antioquia (2001) y también uno convocado por la Universidad del Quindío. Poemas suyos aparecen en revistas y publicaciones de España, México, Ecuador y otros países. Aniquirona, De regreso a Schuaima y Memorias de Alexander de Brucco han sido traducidos a varios idiomas.
En una entrevista para el periódico El Mundo, de Medellín, a propósito del día mundial de la poesía, dice que sólo escribe de lo que le apasiona, que todo parte de una motivación interior.
“Mis preocupaciones (y las de mis otros) han sido las mismas siempre: el tiempo, la muerte, la noche, el viaje, el camino. Las palabras más repetidas en mi poesía son: muerte, camino, luz (lux), viento”.
En el Huila nos deleitó por varios años con sus columnas en los periódicos locales, hasta cuando se aburrió de hacerlas, no tuvo tiempo para ese esfuerzo no remunerado, o simplemente porque se le volvió problema aplastar con sus palabras convertidas en puñales –como lo hizo muchas veces- a gobernantes corruptos y hermafroditas, que saqueaban al Huila mientras pronunciaban discursos moralistas.
Las élites políticas y culturales (los Calderón Molina) comenzaron a considerarlo “repelente” cuando Winston comenzó a satirizar sobre una tal “huilensidad” que nos querían imponer desde los púlpitos oficiales. Obviamente los burócratas o publicistas que la promovieron no tenían argumentos ni voz propia para discutirlo en público.
“No logro ubicarme en mi identidad cultural, en esa bonita palabra –huilensidad- que se inventaran, discursos aprendidos, diría alguien por allí, algunos científicos sociales.
He indagado seriamente ese origen, el de la palabra y el mío. Y les soy sincero, con la pena del mundo: me siento desarraigado, excluido, relegado de mi contexto monocultural.
¿Será que las subculturas juveniles (el rock, el punk, el rap) no pueden formar parte de la huilensidad? ¿Dónde dejar a las clases populares que en lugar de escuchar Espumas o El barcino escuchan Por tu maldito amor, de Vicente Fernández, o La feria de las flores, de Cuco Sánchez? ¿Dónde situar a los (las) adolescentes universitarios que escuchan Coldplay, Manu Chao, Sex pistols o a Nirvana?”
Neiva, Ciudad Villamil: ¿Queda algo de eso, además de una veintena de adefesios que no se sabe, como diría Marco Fabián Herrera, si nos cantan o nos gritan? Neiva, Ciudad Reggeton. Neiva Yankee. Creo que estos nombres son mucho más funcionales.
Morales no vive en las nubes, ni se extravía en el universo de lo poético. Extraña los paseos de olla, las especulaciones de la política regional y a veces pregunta por aquella colega periodista o locutora con la que apenas se cruzaron miradas, pero no hubo tiempo para nada más.
Morales resultaba abrumador para cualquier contradictor mediocre, en un medio donde la dádiva resuelve discusiones o el disparo silencia en definitiva la discusión, como le pasó al extraordinario periodista Guillermo Bravo Vega, baleado en su pequeño apartamento.
A lo mejor se aburrió de la medianía que nos caracteriza. Quizá de hablar solo, sin que nadie respondiera con seriedad a sus críticas ante tanto descuido por el ser humano en Neiva, “el ciudadano crítico, pensante, reflexivo, conectado con los rigores y las exigencias de una ciudad heterogénea, dinámica, hablante”.
Winston se esfuerza por provocar al opita dormido, al huilense en general, y sentencia un día sobre el celibato, “un acto inhumano”. Y se mete en otra columna con los vallenatos, sin que nadie le conteste siquiera con un madrazo, para establecer una discusión.
-No entiendo –escribió- por qué nadie se pronuncia al respecto, por qué razón la gente de Neiva soporta cuatro horas seguidas de la delincuencia sonora de Silvestre Dangond, el terrorismo soterrado de Pipe Peláez, el grito deshumanizador de los malos trovadores contemporáneos.
A Winston no se le escapa la clase emergente, que le aburre, aquellos señores venidos de la nada y del vacío con ínfulas de conde o baronesa. Señoritos (as) que de forma milagrosa y de la manera menos sospechada logran “ubicarse” en puestos de alto turmequé.
Morales habla de la Universidad Surcolombiana, “la zona rosa del norte”. Se pregunta qué tiene Pitalito que le arroja tantos hijos ilustres al Huila.
Habla en extenso de Neiva (“a la que odio y amo”), destaca a los profesores Édgar Machado, Antonio Iriarte y Jaime Salcedo. Exalta a Guillermo Plazas Alcid y se refiere a Delimiro Moreno como ese bicho raro: “Es como si su máquina de escribir fuera un instrumento musical; en lugar de cansar alienta la vejez, la soledad, el peso de los años”.
Con excepción de Delimiro Moreno (a quien Winston admira y yo he comenzado a querer, pero que siempre he respetado profesionalmente) no hay otro periodista, columnista y menos poeta que resulte más contundente, ameno y demoledor –para bien o para mal- que Morales Chavarro, hoy “extraditado” porque en el Huila no hubo espacio para él. Por eso, la mejor pluma opita está en Cartagena.
Las columnas escritas por Winston Morales Chavarro constituyen la historia del Huila, la pluma más vigorosa y brillante del departamento, así no lo reconozcan muchos, así lo desprecien otros.
Celebro la publicación de este libro, que resume diez años de columnas publicadas por Morales, cuya ausencia deben extrañar los buenos lectores y quienes hoy desprecian las páginas de opinión por tanto áulico de lenguaje barato y escasa mollera.
Por: Édgar Artunduaga Sánchez
sábado, 18 de marzo de 2017
PROLOGUE ¿WHERE DO THE ELAPSED DAYS GO?
PROLOGUE
Knowledge is prime in Winston Morales Chavarro‘s
poetry, awareness is key to the real, as the only way of enduring and
understanding life in its dark and unique light; its permanence and fugacity,
its eternity and continuous drift. The list of his published books to this date
attests to this knowledge and his particular view (which should be said,
initiatory), his exploration through language, through the worlds of others and
himself alone upon the purity of the blank page -analogy of the invisible-,
where the poem’s true revelation takes shape, the lasting voice of things,
highest expression of beauty and truth; fullness and sovereignty of the being.
The poem in Winston Morales Chavarro’s poetry is a
flowing of images, time’s pulse made of words, a transversal cut upon lived
life where the absolute is mirrored and evocated in a vision; set of rules to
facts that otherwise would continue hidden in our psyche. Since the beginning
of his journey the poet was always interested in going beyond the accepted
paths, far away from the purely anecdotic limits to which poetry seems inclined
today. Because for Winston Morales poetry is primarily to decipher the myth;
anagnorisis about the origin and essence of all human activity projected in
history and manifested in nature as well as in our own self. It can be said
that for more than twenty-five years all his poetic work has gravitated around
the great myths of America and the world. But his work isn’t about a
consolidated scholar registration on useless metaphors, and although we ignore
what secret impulse let him to explore from his early years that complex
mythological and symbolical universe of sources and sacred scriptures such as
the Vedic, the Bible, the Koran, the Kybalion, the Tarot, the American Codices,
and the hermetic traditions of East and West, we understand it’s his readers’
task to try and follow him throughout this spiritual adventure which is his
poetic endeavor.
Certainly, very seldom Colombian poetry has taken
this kind of exploration, strange for many, or even esoteric to a degree.
Perhaps, as Winston Morales put it himself in his book Poetic of the Occultism,
only Carlos Obregón is the best immediate reference. I would also add Raúl
Henao and Gabriel Arturo Castro, contemporary poets whose works share the same
interest about mystery and dreams, and even the taste for secrecy and
mysticism.
However, Morales Chavarro is essentially a
terrestrial poet, as close to mankind as nature itself; his own elements are
always present in his books, his scenery, his phenomena including hopes and
dreams, hardships and human desires. There is no distance between these two
dimensions of reality. Therefore, his most recent poems seem to return to the
concerns and existential uncertainties that come from the consciousness of
becoming; an insight, painful at times, as time and mortality itself; something
which, in one way or another we all share. In that sense we can say now that
Where do the elapsed days go? Awarded with the David Mejía Velilla Award from De
La Sabana University in 2014, is perhaps the most moving, intimate and personal
book from the author, while recognizing the symbolic and poetic height of his
previous books.
Where do the elapsed days go? Is truly the
definitive shift in the poetic work of Winston Morales Chavarro. This is a book
in which the poet’s voice -with refined experience and expression- exposes the
essential, the vital core of the transcript where we face, as noted, this
complex experience on finitude, on life’s fugacity; the uncertain fate of the
being against time and death, the affront of pain and the world’s misery, all
this made possible with intense sobriety sustained upon a clear and grand
musical language that the reader will recognize and appreciate.
Without diminishing the qualities outlined above
these texts then confront a darker thematic closer to the Pathos, the order of
the most intimate sensorial concerns in a tone of great lyrical purity, not
forgetting, not even for a moment, that the speaker is someone who has already
come and lived a long way, and knows the burden of every day lived, the deeper
meaning of each image and each word here evoked, saved by and for poetry:
Where do the elapsed days go?
Those little shadows of what once was the sun?
Why is it so elusive that what is called tomorrow?
That looming coming from behind the mountains as
the future?
Skin curdles,
Bones break
And the days run like straws in someone else’s eye.
…
However, this is not a hopeless and pessimistic
book. We’d rather say it’s a lucid book, aware of the limits of our own
existence which beauty can be celebrated for been in fact temporary, fleeting,
mortal. The nature of this poems bring us to the best of the metaphysical
poetry from old times, from the pre-Socratic Wise men so attentive to the
course of things and men like Heraclitus, Democritus, Diogenes, and the already
mentioned Anacreon, or the classic Romans Horace and Ovid, till the Persian
poet Omar Khayyam, the Englishman John Donne, and our unforgettable Francisco
de Quevedo, through essayists like Michel de Montaigne and a distinguished
group of contemporary writers and poets that have addressed the contradictory
consciousness of life, full of wonders and at the same time with countless
disappointments and terrors. Echoes of such beings, so many poets and thinkers
resonate in these pages, which at no time belies the originality of the poet’s
own voice but instead supports it, improving it deeply, as it should be.
Reading these poems one finds mainly a voice that
although skeptical and gloomy at times, fails to become a depressive complain
and instead transform itself into a shining light upon our own uncertainty, our
darkness.
The poetic work of Winston Morales Chavarro will
surely continue deepen into his own style and vision, which define a true
master piece and befits an authentic poet, faithful to poetry and faithful to
himself.
Pedro
Arturo Estrada
New
York.
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