Prólogo
El indómito Winston Morales Chavarro
Edgar
Artunduaga Sánchez
Era
casi un niño. Winston se ganó un concurso que hicimos en Huila Stereo para
ocupar la vacante de locutor de la noche, el turno más duro de la radio, de 10
PM a 6 de la mañana. Alguna vez le llamé la atención porque en el programa
desapareció la música. Convirtió el espacio en una tribuna social que contra
todos los pronósticos disparó la audiencia.
El
sábado aquel que contrajo su primer matrimonio, paralizó a Neiva por cuenta de
un desfile interminable de taxis, que pitaron hasta que todo el Huila supo el
motivo.
Estuvo
unos meses en la emisora, porque su afán de comerse el mundo lo llevó a
escribir en los periódicos locales, a hacer periodismo en distintos medios, a
acometer poesía, a trabajar en la Universidad Surcolombiana, a tener dos hijos,
a convertirse en poeta, profesor y escritor laureado, traducido y aplaudido en
el país y en el mundo, a viajar sin parar.
Tal
vez donde menos lo exaltan es en su tierra (como suele suceder), al punto que
nos llegan noticias de sus éxitos, que celebran especialmente en la Universidad
de Cartagena, donde ejerce como profesor de tiempo completo.
Mientras
el gran periodista Juan Gossaín me confiesa –casi con vergüenza- que ha escrito
poesía, pero que no es tan valiente como para publicarla, este paisano –que
camina despacio, con desgano, con cierta abulia contemplativa- no sólo se ha
proclamado poeta hace varios años sino que publica libros de poesía, ganadores
en concursos competidos a nivel internacional.
Winston
se ganó el primer puesto del concurso nacional de poesía de la Universidad de
Antioquia (2001) y también uno convocado por la Universidad del Quindío. Poemas
suyos aparecen en revistas y publicaciones de España, México, Ecuador y otros
países. Aniquirona, De regreso a Schuaima y Memorias de Alexander de Brucco han
sido traducidos a varios idiomas.
En
una entrevista para el periódico El Mundo, de Medellín, a propósito del día
mundial de la poesía, dice que sólo escribe de lo que le apasiona, que todo
parte de una motivación interior.
“Mis
preocupaciones (y las de mis otros) han sido las mismas siempre: el tiempo, la
muerte, la noche, el viaje, el camino. Las palabras más repetidas en mi poesía
son: muerte, camino, luz (lux), viento”.
En el
Huila nos deleitó por varios años con sus columnas en los periódicos locales,
hasta cuando se aburrió de hacerlas, no tuvo tiempo para ese esfuerzo no
remunerado, o simplemente porque se le volvió problema aplastar con sus
palabras convertidas en puñales –como lo hizo muchas veces- a gobernantes
corruptos y hermafroditas, que saqueaban al Huila mientras pronunciaban
discursos moralistas.
Las
élites políticas y culturales (los Calderón Molina) comenzaron a considerarlo
“repelente” cuando Winston comenzó a satirizar sobre una tal “huilensidad” que
nos querían imponer desde los púlpitos oficiales. Obviamente los burócratas o
publicistas que la promovieron no tenían argumentos ni voz propia para
discutirlo en público.
“No
logro ubicarme en mi identidad cultural, en esa bonita palabra –huilensidad-
que se inventaran, discursos aprendidos, diría alguien por allí, algunos
científicos sociales.
He
indagado seriamente ese origen, el de la palabra y el mío. Y les soy sincero,
con la pena del mundo: me siento desarraigado, excluido, relegado de mi
contexto monocultural.
¿Será
que las subculturas juveniles (el rock, el punk, el rap) no pueden formar parte
de la huilensidad? ¿Dónde dejar a las clases populares que en lugar de escuchar
Espumas o El barcino escuchan Por tu maldito amor, de Vicente Fernández, o La
feria de las flores, de Cuco Sánchez? ¿Dónde situar a los (las) adolescentes
universitarios que escuchan Coldplay, Manu Chao, Sex pistols o a Nirvana?”
Neiva,
Ciudad Villamil: ¿Queda algo de eso, además de una veintena de adefesios que no
se sabe, como diría Marco Fabián Herrera, si nos cantan o nos gritan? Neiva,
Ciudad Reggeton. Neiva Yankee. Creo que estos nombres son mucho más
funcionales.
Morales
no vive en las nubes, ni se extravía en el universo de lo poético. Extraña los
paseos de olla, las especulaciones de la política regional y a veces pregunta
por aquella colega periodista o locutora con la que apenas se cruzaron miradas,
pero no hubo tiempo para nada más.
Morales
resultaba abrumador para cualquier contradictor mediocre, en un medio donde la
dádiva resuelve discusiones o el disparo silencia en definitiva la discusión,
como le pasó al extraordinario periodista Guillermo Bravo Vega, baleado en su
pequeño apartamento.
A lo
mejor se aburrió de la medianía que nos caracteriza. Quizá de hablar solo, sin
que nadie respondiera con seriedad a sus críticas ante tanto descuido por el
ser humano en Neiva, “el ciudadano crítico, pensante, reflexivo, conectado con
los rigores y las exigencias de una ciudad heterogénea, dinámica, hablante”.
Winston
se esfuerza por provocar al opita dormido, al huilense en general, y sentencia
un día sobre el celibato, “un acto inhumano”. Y se mete en otra columna con los
vallenatos, sin que nadie le conteste siquiera con un madrazo, para establecer
una discusión.
-No
entiendo –escribió- por qué nadie se pronuncia al respecto, por qué razón la
gente de Neiva soporta cuatro horas seguidas de la delincuencia sonora de
Silvestre Dangond, el terrorismo soterrado de Pipe Peláez, el grito
deshumanizador de los malos trovadores contemporáneos.
A
Winston no se le escapa la clase emergente, que le aburre, aquellos señores
venidos de la nada y del vacío con ínfulas de conde o baronesa. Señoritos (as)
que de forma milagrosa y de la manera menos sospechada logran “ubicarse” en
puestos de alto turmequé.
Morales
habla de la Universidad Surcolombiana, “la zona rosa del norte”. Se pregunta
qué tiene Pitalito que le arroja tantos hijos ilustres al Huila.
Habla
en extenso de Neiva (“a la que odio y amo”), destaca a los profesores Édgar
Machado, Antonio Iriarte y Jaime Salcedo. Exalta a Guillermo Plazas Alcid y se
refiere a Delimiro Moreno como ese bicho raro: “Es como si su máquina de
escribir fuera un instrumento musical; en lugar de cansar alienta la vejez, la
soledad, el peso de los años”.
Con
excepción de Delimiro Moreno (a quien Winston admira y yo he comenzado a
querer, pero que siempre he respetado profesionalmente) no hay otro periodista,
columnista y menos poeta que resulte más contundente, ameno y demoledor –para
bien o para mal- que Morales Chavarro, hoy “extraditado” porque en el Huila no
hubo espacio para él. Por eso, la mejor pluma opita está en Cartagena.
Las
columnas escritas por Winston Morales Chavarro constituyen la historia del
Huila, la pluma más vigorosa y brillante del departamento, así no lo reconozcan
muchos, así lo desprecien otros.
Celebro
la publicación de este libro, que resume diez años de columnas publicadas por
Morales, cuya ausencia deben extrañar los buenos lectores y quienes hoy
desprecian las páginas de opinión por tanto áulico de lenguaje barato y escasa
mollera.