La
tierra prometida de Winston Morales Chavarro
Por
Lilia Gutiérrez Riveros
Hace unos días Winston
Morales me dijo: -¿conoces Schuaima? Allí siempre llueve, hay verdes de todas
las plantas y el canto polifónico de muchas aves-.
Por el tono de su voz y la
pausa al pronunciar ese nombre intuí que la tierra prometida de su calidad
poética residía en ese mágico espacio donde toda abundancia es posible para los
ojos, los oídos el olfato y la piel de quien camina y empieza a recoger la
cosecha de los universos concentrados en las páginas donde fluye la lluvia
cristalina, rítmica y amorosa de Schuaima.
Había visto su calidad
narrativa en Dios puso una sonrisa sobre su rostro, la novela ganadora del
Premio IX Bienal de novela José Eustasio Rivera, donde la imagen y el vuelo
poético se lanza a cualquier espacio y distancia. Se tiene la impresión a veces
de que los personajes logran atrapar al mago del vuelo para que regrese a
tierra firme. El embrujo de entrar en universos paralelos, el macro y el
microcosmos y, como parte de lo tridimensional encontrar lo cotidiano. El amor
y la muerte en estrecha relación. La muerte, las múltiples muertes que afloran
cuando se está frente a un cadáver: La muerte ronda al hombre, camina por los
pensamientos que creemos nos hacen libres de ella.
De hecho, se escoge a la muerte...Después,
cuando suena ese disco Politik, sobre el que surge esta expresión: ¿qué son
cinco minutos con dieciocho segundos para un organismo viviente como el hombre?
Todo y nada. En esa percepción de tiempo se cierran todas las puertas posibles
de la materia, pero se abren los postigos ultraterrenos de un supratiempo que
lo abarca y lo comprende todo... Y luego el personaje de la hija que escribe desde
diversos lugares de Irlanda estableciendo el lazo que une esos universos.
Con Winston y sus
personajes coincido en los gustos musicales, en los contemporáneos y muy
especialmente con los compositores de todos los tiempos: Wagner, Mozart,
Rachmaninov y otros cuantos que se instalan en mitad del corazón. Yo también
creo que la vida sin música no vale. Coincido en su manera de ir al deleite del
silencio, aquel que comparten las hojas y los tallos que elevan sus dones
acompañando los caminos; al silencio que se abstiene de la discusión, que de
antemano sabe de una batalla perdida, desgastante y absurda; al silencio capaz
de abstraerse del ruido de las horas del tiempo alquilado; al silencio sagrado,
al sagrado silencio que permite el encuentro de la expresión fresca y libre.
Oigo una vez más a Winston
y me contagia de ese amor sin límites por ese espacio donde logra el máximo
encuentro con la palabra. De inmediato me sorprende.
Desde Schuaima llega Summa
poética con el subtítulo antología personal, entonces me cuenta que es Comunicador
social y periodista con un Magíster en estudios de la Cultura, mención
Literatura Hispanoamericana, Universidad Andina Simón Bolívar, Quito; que ha
ganado los concursos de nacionales de poesía de las universidades del Quindío,
en el 2000, el de la Universidad de Antioquia en el 2001 y el de la Tecnológica
de Bolívar en el 2005.
Entro en sus páginas y
confirmo su gran dedicación y constancia. Entonces es posible leer y escuchar
la poesía, porque el ritmo, la cadencia, el vuelo y la expresión de Winston
alcanzan dimensiones que solo se lograrían en la “tierra”
La antología está integrada
por Aniquirona, Memorias de Alexander de Brucco. Por alguna razón que me llama
desde la abundancia de ese paraíso me quedo en De regreso a Schuaima, y recito
este poema:
LA LLUVIA
Siempre llueve en
Schuaima
Siempre ese
precipitarse de los cielos a la Tierra.
Me abrazo a los
chorros monocordes de los ríos
Y los cansancios de
mi cuerpo se mitigan
Por el beso
polimorfo de estas lluvias.
Siempre llueve en
Schuaima
Y los follajes de
los fresnos
-igual que los patos
en parvada-
Bajan cantando por
el ayuntamiento y sus orillas
Y los sinsontes se
pegan a mi boca
Como los hilos
luminosos de una estrella.
Siempre llueve en
Schuaima
Y uno aprende a
querer esta lluvia estrepitosa
Uno se acostumbra a
su desnudez de ropas
A su delirio de
doncella
A sus pezones
grises,
De donde mana un
agua inescrutable
Que moja y contagia
de pureza
Hasta los
precipicios de la muerte.
Siempre llueve en
Schuaima
Y uno sumerge la
cabeza contra el viento
Y la lluvia llega
como un tumulto de palomas
A anidar en nuestras
ramas los próximos veranos.
Siempre llueve en
Schuaima
Siempre los espejos
y cristales
Descendiendo de las
noches desarmadas
Y un resplandor
inamovible
Se deposita en
nuestros hombros
Y una queja luminosa
Llamea por los
bosques
Y unos pájaros de
agua
Proclaman la
grandeza de esta Terra.
Antes de terminar de releer
el libro tengo el morral listo porque mañana, antes que el sol empiece a
vigilar los caminos emprendo mi viaje a Schuaima, la tierra prometida, el
espacio sagrado que Winston Morales encontró para la poesía.