XXV
CARTA DE JOSÉ DE ARIMATEA
A LOS APÓSTOLES
Yo vi la muerte
Antes de la crucifixión de mi maestro.
La vi rondando con sus pasos
La quietud de los caminos
Y envolver con sus cabellos crispados por el
viento
Las fisuras de su rostro.
Yo vi a esa hermosa adolescente
Transitar los naranjales y ovellones,
Desfilar los anchos territorios de la acequia
y de las sombras.
Yo sé que mi Señor
Se percató de su presencia
¿Cómo no diferenciar el calor de sus
leños y sus ropas?
¿Cómo no distinguir su belleza por encima de
todas las mujeres?
Yo vi la muerte
Desfilando por el valle de Cedrón,
una música distinta,
la vi mecida por la danza de las flores
en las afueras de la luna
y las cabelleras ondulantes de la tierra.
El maestro la miraba,
Yo creo que inclusive le sostuvo la sonrisa
¿Qué podía ser peor que la traición del
apóstol,
las negaciones de la piedra
o el asesinato de tantos cananeos?
Aun en las horas más adversas
Mi Señor era capaz de sonreír.
Así su alma estuviese contristada,
Aquella noche levantó sus brazos en señal de
regocijo
Y disfrutó la lluvia de tijeretes
Que seguían descendiendo
Por los valles y los ríos de la noche.
Yo vi la muerte
Negociando con el Iscariote unos denarios,
Vi su rostro infame y bellamente maquillado
En el rostro de Anás, Caifás y los saduceos,
Vi sus trampas en el Sanedrín
Su resistencia en el madero
Y en la hendidura de otras superficies.
Yo vi la muerte
En el lugar que todos conocen como Gólgota o
calavera;
El espíritu del agua me habló de aquellas
intenciones.
Vi la muerte
Y creo que era insoportablemente ciega:
-Ciega e inclusive testaruda-
Yo llegué a llamarla como novia muerta,
Como si sus antorchas fueran mías,
Como si se tratara de mi madre
O de la dulce volatinera
Que yo soñara desde joven.
Pero, ¡No!
Ella insistía en abrigar al Nazareno;
Necia se trepaba en sus húmeros,
Tonta gozaba la corona y sus espinos.
Yo hubiese querido escuchar las campanadas de
la muerte,
El trasegar de las trompetas por los caballos
de la muerte,
Pero tarde he comprendido
Que así la bella adolescente sea ciega
Nosotros somos lazarillos
Que conducimos sus espejos
Por los caminos bifurcados de la vida.