XXVII
EL APOCALIPSIS DE DAVID
Ahí viene el hombre distante de la horda
Dando gritos despavoridos por la muerte.
Ahí viene el pequeño saltamontes de la tierra
Con su piedra, con su honda, con su diminuta
espada.
Ahí viene el enano del desierto
Destruyendo todo lo que se aventure en su
camino.
Ni Hércules, ni Sansón, ni Atila
Se asemejan a este pequeño devorador de
hombres,
A este ciego de la tarde
Que ha destruido con su piedra
Al gigante Goliat
En las orillas del crepúsculo y las colinas que
rodean a la muerte.
Ahí viene David,
Cabalgando sobre un centauro de hojas secas.
En el ánfora de su cabalgadura
Viene la cabeza de Goliat, la quijada de Caín,
El cayado de Moisés, los cabellos de Sansón.
Ahí viene el hombre distante de la horda
Dando tumbos por los recovecos del desierto.
A una señal suya las ciudades caen como
naipes,
A una señal suya se viene exterminando la
música del río,
A una palabra suya se aciegan los cantos del
árbol
y la exclusión de las quebradas.
Ahí viene el hijo de la piedra
Lanzando chispas por los viejos campanarios
Viene el hijo de la honda
Descifrando en el reflejo del espejo
Las impresiones de la lluvia
Y el expresionismo de los murciélagos del
cosmos.
Ahí viene el hombre distante de la horda
Buscando a Betsabé para cerrar con ella
El pacto del último Apocalipsis,
Buscando cerrar con ella
La última oportunidad del Hommo Sapiens
Sobre los confines de la tierra.