domingo, 3 de marzo de 2013

CARTA DE JOSÉ DE ARIMATEA A LOS APÓSTOLES




XXV

CARTA DE JOSÉ DE ARIMATEA

A LOS APÓSTOLES




Yo vi la muerte

Antes de la crucifixión de mi maestro.

La vi rondando con sus pasos

La quietud de los caminos

Y envolver con sus cabellos crispados por el viento

Las fisuras de su rostro.

Yo vi a esa hermosa adolescente

Transitar los naranjales y ovellones,

Desfilar los anchos territorios de la acequia y de las sombras.

Yo sé que mi Señor

Se percató de su presencia

¿Cómo no diferenciar el calor de sus leños  y sus ropas?

¿Cómo no distinguir su belleza por encima de todas las mujeres?

Yo vi la muerte

Desfilando por el valle de Cedrón,

una música distinta,

la vi mecida por la danza de las flores

en las afueras de la luna

y las cabelleras ondulantes de la tierra.

El maestro la miraba,

Yo creo que inclusive le sostuvo la sonrisa

¿Qué podía ser peor que la traición del apóstol,

las negaciones de la piedra

o el asesinato de tantos cananeos?

Aun en las horas más adversas

Mi Señor era capaz de sonreír.

Así su alma estuviese contristada,

Aquella noche levantó sus brazos en señal de regocijo

Y disfrutó la lluvia de tijeretes

Que seguían descendiendo

Por los valles y los ríos de la noche.

Yo vi la muerte

Negociando con el Iscariote unos denarios,

Vi su rostro infame y bellamente maquillado

En el rostro de Anás, Caifás y los saduceos,

Vi sus trampas en el Sanedrín

Su resistencia en el madero

Y en la hendidura de otras superficies.

Yo vi la muerte

En el lugar que todos conocen como Gólgota o calavera;

El espíritu del agua me habló de aquellas intenciones.

Vi la muerte

Y creo que era insoportablemente ciega:

-Ciega e inclusive testaruda-

Yo llegué a llamarla como novia muerta,

Como si sus antorchas fueran mías,

Como si se tratara de mi madre

O de la dulce volatinera

Que yo soñara desde joven.

Pero, ¡No!

Ella insistía en abrigar al Nazareno;

Necia se trepaba en sus húmeros,

Tonta gozaba la corona y sus  espinos.

Yo hubiese querido escuchar las campanadas de la muerte,

El trasegar de las trompetas por los caballos de la muerte,

Pero tarde he comprendido

Que así la bella adolescente sea ciega

Nosotros somos lazarillos

Que conducimos sus espejos

Por los caminos bifurcados de la vida.







domingo, 24 de febrero de 2013

EPISTOLA DE PEDRO EN EL MONTE DE JERICÓ



XXIV

EPISTOLA  DE PEDRO

EN EL MONTE DE JERICÓ



 Silencio gallo de los tamtamistas

Que las negaciones de la piedra ya no existen

Y los discípulos cantan entre todos

Un himno a la alegría.

Cesa tu canto gallo de los tamborileros

Que la muerte ya cruzó el portal del Nazareno

Y mi voz no cantará

El No, que tú evocabas a mi suerte.

Detén tu canto pájaro del monte

Y enmudece tu serenata oscura;

Debo decirle Sí a los escribas

Y afirmar las templanzas de la espada

Para que mi lengua no repita con el tararear de tantos nones

El paso de la muerte por estas sinagogas.

Calla tu voz músico ciego;

La muerte ha huido a otras geografías,

Y llegaste tarde con tu grito espeso

A contradecir lo que está escrito en las estrellas:

Le he dicho Sí a la soldadesca de la antigua Roma

Y he aseverado frente a todas las mujeres

El sonido de las cosas, el cantar de las chicoras y las piedras.

Sí: yo conozco al Nazareno,

Soy discípulo de sus vientos y sus arcas;

Sí: yo frecuento al carpintero,

Soy alumno de sus bosques y sus ríos,

Soy la diminuta piedra

Sobre la cual él

Edificara su templo y sus estadios.

Ya no acaecerán más crucifixiones

Ni despedidas en las orillas del sepulcro,

Adiós gallo de los tamtamistas ,

Guarda tu repicar en los anaqueles del olvido

Y cántale ahora a la resurrección de la palabra,

Al presente perpetuo

Porque el eterno retorno palidece ahora

Sobre la bifurcación de los espejos.

Nombrar lo innombrable

Y descifrar lo indescifrable

No son cosas del pasado,

Guarda tu voz estrofa de los condenados

Que yo he gritado Sí con los pulmones de la tierra

 Y no debo esconderme ante la vergüenza de tu canto.

Cierra tu palmoteo de alas gallo de la noche

Yo conozco al poeta de Belén

Y he atravesado con él el río de las sombras,

He participado con él

En la revolución de los caminos,

He visto sus milagros, sus esencias

Sus misterios y transmutaciones en las orillas de la muerte.

Enmudece tu canto Ave de mal agüero

Que este año se han cerrado para siempre los sepulcros

Y no hay más crucifixión

Que la misma que tú te mereces.



















domingo, 17 de febrero de 2013

EPÍSTOLA A LA TRAICIÓN



XXIII

EPÍSTOLA A LA TRAICIÓN




Vesánicos del Neguev

Malditos suicidas de estas tierras

Ustedes me han ligado a otro concepto de la muerte.

Yo había huido con el viento Maarabit a otras latitudes

Pero un futuro incierto nublaba la herradura.

Había pensado en restituir la casa

En comprar flores amarillas para la última cena

Pero ya todo estaba dispuesto.

Desde antes de nacer toda está dispuesto:

Nombres, padres, pecados y hasta los más crueles amores

Escritos en el pergamino de los días.

Todo estaba hecho;

La mesa, la última conversación, los deberes,

Las negaciones de la piedra

Antes del canto despavorido de los gallos.

Padre de los desdichados

Lejos estoy de ser mala hierba en el campo de trigo,

Lejos estoy de ser la traición,

El pecado, la cadena maléfica de los evangelios.

¿Quién hubiese hecho lo que yo llevé a cabo?

¿Quién para esculpir el beso amoroso sobre las mejillas marmóreas?

¿Quién para rechazar los treinta denarios y los húmeros?

Soy la semilla de mostaza de la que habló el evangelista,

Los precipicios me producen vértigo

Y no hay más placer sobre mis carnes

Que sentir el peso de la roldana sobre las ropas.

El apóstol no bebe cicuta ,

Se ahorca;

Era menester mío el ahorcarme

-Así estaba escrito-

Era menester buscar el eucalipto de las epístolas

El eucalipto al que le colgaban cuatro hojas

Para colgar mi cuerpo solitario,

Mi cuerpo señalado por la hoguera,

Por la mezquindad de la piedra,

Por el celo de los otros,

Por la bifurcación de los espejos.

Anómalos del verbo

Anarquistas de las escrituras

Es una bella manía esta de aventurar a la muerte,

Una manía constante la del suicidio.

Ahora soy llamado el padre de los suicidas,

De algo serviría tanto esfuerzo?

¿Acaso me recuerdan más que a los otros?

Los ecos de las antigüedades

Saben una verdad que las piedras desconocen;

Yo también  fui un elegido:

El obelisco, la pirámide, la torre del faro

Saben esta historia sollozante,

Historia que ahora comparto con los desdichados,

Con los desposeídos, con los señalados.

Viva el más digno de los doce!

Si había una misión que cumplir

La mía se cumplió con entereza,

Como ninguno de los doce la cumpliría.



















domingo, 10 de febrero de 2013

PAPIRO A LAS HERMANAS DE LÁZARO



XXII

PAPIRO A LAS HERMANAS

DE LÁZARO





 Paseaban en las mañanas por los monasterios de Betfagé.

Las veía con los párpados apagados

Por el insomnio que me causaba

La oscuridad de sus cuerpos.

Sabía la hora de su tránsito

Sabía que desfilaban desnudas por las escalinatas del bosque

Antes del amanecer

Y el rumor descollante de los planetas.

Eran Marta y María

Hermanas de Lázaro,

Eran como dos gotas de lluvia

Sobre las arenas desérticas de Caparnaum,

Como el pétalo del crepúsculo

Sobre las noches brumosas de Tiberíades.

A pesar de la segunda resurrección de la carne

Seguían pensando en levantar en tres días la casa,

En resucitar al Betanio

Para contagiar de belleza a los escribas del templo.

Aun tras la muerte del Nazareno, permanecían bellas

Bellas hasta la saciedad de los últimos caminos.

Lo único que las diferenciaba

Era el aroma inescrutable de sus ropas

El color de sus labios

Retocados por la espesura del bosque.

Paseaban en las mañanas por los monasterios de Betfagé.

En su vorágine vegetal por las riberas del río

Desfilaban desnudas igual que gladiolos, cajetos o sauces llorones

En su travesía hacia las lámparas encendidas de las tinieblas.

Ni el azulejo, ni las chicoras, ni los cafhíes

Provocaban en mí, tantas cosas hermosas

Como el sonido de sus voces

En el traspatio de aquellas casas lejanas.

Eran insoportablemente hermosas

Lozanas, pensativas

Altas como los abetos de las sinagogas

En donde remontaban sus canciones

Y sus oraciones de vírgenes distantes.

Mientras un pecador como yo

Padecía sus encierros, soportaba sus angustias

Y enfrentaba su calvario

Ellas ingenuas

Doblemente ingenuas

Triplemente hermosas

Cantaban el desprecio hacia los hombres de la tierra.