Uno de los grandes
problemas de la especie humana, decía el filósofo francés Emmanuel Levinas, es
la reducción del Otro, al mismo. Es decir, palabras más, palabras menos, la
necesidad monstruosa de que el otro, llámese padre, vecino, hermano, esposa o
amante sean yo; piensen, actúen, vistan, hablen, jueguen y coman como yo; amen
como yo; procreen como yo.
El hormigueo humano, en el
transcurso de su historia, ha reducido el otro al mismo. Desde la política, la
religión, la escuela (nada más nefasto que la educación), el matrimonio (una
invención cultural), suprimimos, negamos, anulamos al otro. Y prueba de ello es
la función que ejercemos sobre nuestros descendientes. La madre, con inusitado
afán, le dice al hijo: «tienes que comer y ponerte esto; estudiar esto; asumir
esta religión; esta lengua; esta o aquella manera de pensar y de expresarte».
Con las religiones sucede
lo mismo. Todos andan en busca de salvación, sólo de la suya, haciéndole daño a
los otros, negando la naturaleza de sus congéneres. Por eso la Iglesia,
llámese católica o protestante (para citar solamente dos), rechaza a todos
aquellos que practiquen otros cultos (musulmanes, ascetas, sufíes, místicos,
zahoríes, budistas). Ahora imaginemos lo que hacen con prostitutas,
homosexuales, delincuentes. Cada iglesia tiene su Dios, para colmo de males el
verdadero, o sea que los otros andan por los territorios del “mal”,
equivocados, perdidos, sumidos en el atraso.
Existe el profesor que
desea y aspira, con todas las fuerzas de su frustración y resentimiento, que
su alumno o discípulo sea su igual, su espejo. Entonces se empecina en que
repita su discurso, hable como él, lea sus mismas cosas, objete lo que él
objeta. Desde la academia se ejerce otro tipo de poder, quizás el mismo que el
citado maestro crítica de las clases hegemónicas. La academia es otro tipo de
hegemonía.
En el hormigueo humano el
tercero excluido no tiene cabida. El otro debe ser el mismo. Debemos ser esto o
aquello, hombre o mujer, de izquierda o de derecha. En este sentido, los de
derecha creen que eres de izquierda y los de izquierda de derecha.
Una de las cosas más
nefastas en la negación de lo otro, fue lo que los conquistadores españoles
hicieron con nuestros aborígenes. Para Cortés y demás colonizadores, el «Otro»
indígena era bárbaro, endemoniado, salvaje, por el sólo hecho de no hablar
español, no creer en la virgen María, apelar a unos ritos extraños y a un
pensamiento seminal que para los españoles resultaba primitivo.
Han pasado más de
quinientos años y la historia, por su esencia circular, se repite. Negamos a
diario. La esposa quiere que el marido sea su idea de marido, la madre que su
hijo sea su idea de hijo, la novia que su novio sea ese que le han construido
desde pequeña, acaso su Ken, el muñequito que hacía de novio cuando jugaba con
su Barbie.
El profesor sueña con un alumno ideal, los científicos sociales, los mismos que basan su discurso en la especulación, pretenden construir a los jóvenes, crear y construir identidad - tamaña bobería-, desde la intelectualidad, el poder. El poeta cree que el camino correcto es el de la poesía, el comunista que el camino seguro es el suyo, el paramilitar que no hay una cosa más equivocada que el guerrillero.
Deberíamos, para rematar
este escrito, aprender a jugar a dios y al diablo. Los dos se reconocen, se
necesitan, se complementan; ellos saben que sólo la presencia de lo otro hace
que el Yo exista. El Yo no es, si el otro no existe.
Emmanuel Lévinas