jueves, 8 de marzo de 2012

ITZAM NA


XIII




Se dice de Itzam Na

Que sus hemisferios y cuadrantes,

Triángulos y escuadras

Pertenecían a los puntos cardinales de la noche.

Se dice de él

Conocedor de la ingravidez de los abismos

Que era capaz de poseer todas las virtudes,

Capaz de levitar  por encima de los pebeteros

Y que sobre su pecho de pajarero

Discurría un enorme río

De caracoles y semillas

Que conducía, sin lugar a dudas,

A la irisación  brumosa de los otros mundos.




Se dice del Señor Itzam Na

-sustancia ante todo-

De sus poderes de transportación y transparencia,

De sus lucernas y bujías

Apuntando hacia las cosas más oscuras,

Hacia las lunas y montañas de Tulum y Kabah.

Se dice de Itzam Na

-Y esto está escrito en la superficie de los ríos-

Que conoció en sus múltiples andananzas por el monte

A infinidad de viajeros y extranjeros;

Seres de otra época y otras geografías

Que depositaron en su corazón y en la señal reveladora de su sino

Las flamas de las músicas del cosmos,

El laberinto antiguo y cifrado de las horas.

En Uxmal, al norte de Kabah, en Mayapán,

En los montes de Macuil Xóchitl, en el río Usumacinta, en el Rogitama

Se paseó como se pasea el murmullo de la lluvia en los canales

El Señor de los espejos.

Haces de luz emanaban de sus ojos                    

Mientras él

Se iba levantando de las sombras

Y perdiendo en el espacio

Como se pierde en lo profundo del universo

La estrella que anuncia y reanuncia la magnitud de los caminos,

El canto ultraterreno de la noche.








martes, 6 de marzo de 2012

CHILAM BALAM


XII







                                                                                    Hay que leer el Chilam Balam

Para empezar a comprender la música de las orillas;

Hay que transitar por sus tablas astronómicas

Para sopesar las hendiduras en las rocas

Los racimos, las líneas y los puntos

Que penden en la línea vertical de sus espejos.

Hay que consultar al astrónomo de Chumayel

Para sobrevolar el canto de otros firmamentos,

Saturarse del Libro de los Muertos

Para arribar a las piedras solares y a sus ríos,

A las tablillas cifradas del abismo

A las señales inquebrantables de sus sombras.

Hay que escudriñar

Las esculturas rupestres de la noche;

La osa mayor y menor, las pléyades, las nubes

Para acceder a la música del cazador,

Al señor de las lluvias y los sacerdocios

Que gravita en sus peregrinajes hacia Palenque,

Que oscila entre los fluidos luminosos de la nada:

la antigravitación prefijada de los astros.

Hay que vagabundear por las esferas

Por Mérida, por Bonampak, por Schuaima                    

Descifrar las tablas astronómicas de Chumayel

Para emprender el viaje a las alturas,

Despojarse de tantas mezquitas y palacios,

De iglesias y de templos

Y dormir desnudo

Entre las piedras luminosas del orfebre.















lunes, 5 de marzo de 2012

DE TRILCE EDITORES Y OTROS SUEÑOS POSIBLES




El papel más importante de un sello editorial (o por lo menos su naturaleza primigenia), consiste en el descubrimiento y en el reconocimiento de nuevas propuestas literarias. Una editorial, al mejor estilo de esas casas tipográficas que cometieron el riesgo de publicar a poetas anónimos, como en su momento lo fueron John Keats, Charles Baudelaire o el mismo Edgar Allan Poe, centra sus esfuerzos –o debe centrarlos- no sólo en el arte de reproducir los manuscritos de los escritores ya consagrados, sino en el arte de avizorar, de presentir a los nuevos y buenos creadores. 




Publicar a narradores o poetas consagrados es muy fácil. Se podría decir que el mérito es menor. El acierto consiste en apostarle a la obra, más que a los autores; lo que muchas veces se abandona por ese afán desmedido de perpetuar las atmósferas o ambientes publicitarios.

La tradición de Trilce Editores, pequeña editorial de la cual tuve noticias en 1984, ha sido la de rescatar, para los lectores de los distintos géneros literarios, la búsqueda muy personal y particular de poetas y narradores nacidos en las décadas de los 60 y 70.



No obstante, para la mayoría de jóvenes nacidos por esos años, la impresión que teníamos acerca de la literatura y de los escritores era suponer que todos ellos estaban muertos y que eran seres que se situaban a muchos años de nuestra existencia. Teníamos noticias de ellos, pero eso era pura literatura, una materia en donde uno presumía que eran seres extraordinarios, ajenos a nosotros, habitantes de otros mundos: Julio Verne, Joseph Conrad, Alejandro Dumas o Emilio Salgari.                          


Y esa fue, quizás, una de las cosas más significativas y reveladoras de encontrar una editorial a nuestro alcance. Por primera vez conocimos libros que nos hablaban de una literatura nacional, una literatura más nuestra. Por aquella época llegamos a los mitos desde la poesía; en un libro que Guillermo Martínez González, poeta y editor, nos regalara a varios jóvenes ávidos de buena literatura, tomamos conciencia acerca del acto creativo y cómo la recreación puede deconstruir un elemento de tanto arraigo y darle un matiz desde lo imaginativo y lo literario.


 

Trilce Editores no sólo nos trajo desde Bogotá –una ciudad en ocasiones remotamente presentida- la buena poesía de Guillermo Martínez González, sino que comenzó a mostrarnos una poética elaborada a miles de años de nuestro lugar enunciativo: China. A través de ese sueño de traducir a nuestra lengua la memoria de una de las culturas fundacionales del globo terráqueo, pudimos acercarnos a poetas de talla universal como Lu Xu, Wang Wei, Lu Xin o Li Po. Y gracias a esos sorbos bebidos, muchos de nosotros (Ademir Agudo, Esmir Garcés Quiacha, Jáder Rivera Monje, Gerardo Meneses Claros, Betuel Bonilla Rojas, Aníbal Plazas Barreiro, entre otros) comenzamos a suponer que la literatura no nos era ajena y que un sello editorial no era una supernova perdida en el espacio de los grandes acontecimientos.

Fue en ese instante, finales de los años 90, que aquellos jóvenes intelectuales recién egresados de una facultad de literatura (algunos de ellos de Comunicación Social o de Derecho) vislumbraron un camino en lo que antes parecía un sueño: publicar un libro. Y Trilce era la única editorial que daba esa opción. En el Huila no existía (creo que aún no existe) un sello que brindara esas posibilidades con el arte y la responsabilidad que requiere un libro de literatura. Trilce Editores, pese a estar afincada en la capital del país, era un puente entre la periferia, a veces detestable periferia, y el centro. 


 

Pero ese no fue el único aporte de Martínez González. Además de editar bellamente Hechizo del Verano, de Ademir Agudo (1994), y de materializar, una vez más, la bella propuesta literaria de Matilde Espinosa (Los Héroes perdidos, 1994), Guillermo abrió espacios en revistas, librerías, programas radiales, ferias del libro, lo que nos llevó a considerar que el cuarto de hora no era exclusivo de Andy Warhol, y que los creadores nacidos en el Huila y en otras periferias del país, tenían la oportunidad de degustar las mieses que proporcionaban las páginas de un libro. Las mieses y los olores de sus hojas. Y puede sonar así, pero eso éramos nosotros: provincianos, desconocidos, escépticos, pero demasiado confiados en un futuro literario que aún no termina.



Han sido muchos los libros editados: Los Hijos del Bosque (Jáder Rivera Monje, 1998); Aniquirona (Winston Morales Chavarro, 1998); La Lluvia y el Ángel (Rivera, Garcés y Morales, 1999); Diez Moscas en un Platico con Veneno (Jáder Rivera Monje, 2000); Danilo Danilero Cabeza de Velero (Gerardo Meneses Claros, 2000); Presagio (Yezid Morales Ramírez, 2000), Emilio Alfaro, corazón de pájaro (Aníbal Plazas Barreiro, 2000); El arte del cuento: reflexiones, ejercicios, entrevistas, nuevas poéticas (Betuel Bonilla Rojas, 2009).

Y así como el Huila se vio reflejado en los intereses de un sello naciente, otros países escondidos en el territorio nacional empezaron a figurar en las listas de los publicados: La plenitud de la nada (1995), de Jorge Guebelly Ortega; Señales en la sombra (1996), de Matilde Espinosa; Atlas de callejerías (1997), de Carlos Fajardo; La orilla del medio (1997), de Hugo Niño; Las claves secretas (1998), de Eduardo Gómez; Diario del entomólogo (1998), de Jorge Cadavid; La luna en el espejo (1999), de Omar Ortiz, entre muchos otros.



Como puede verse, todos estos libros motivaron un registro en la nueva poética nacional, una poética que ya no estaba reservada a las limitaciones de las editoriales del centro, sino que contemplaba las voces que emergían de unas  periferias desconocidas. Libros que no sólo nos hablaban (y nos hablan) desde las distintas regiones de Colombia, sino que trascienden lo nacional para confrontarnos como poetas y narradores del mundo. Esa es la virtud de un sello editorial. Esa ha sido la virtud de Trilce Editores.








miércoles, 29 de febrero de 2012

YAXCHILÁN


XI                          


  




Los enigmáticos mapas del Almirante,

Me advirtieron sobre las fuerzas secretas del bosque,

Los sauces y ocobos del mar,

Los mapas extraños de las mareas.

Los heroicos mapas del Almirante,

Sus florecientes y rosadas semillas,

Me avisaron sobre la metamorfosis de Yaxchilán,

La conversión de las tablas esmeraldinas de Sirio.

En los antiguos pueblos mayas

Donde los mangos de las espadas

Poseían la propiedad de avizorar

Las figuras del cosmos,

Donde no había otro lenguaje

Que el de los astros,

Las estrellas vacilaban

En su aquietante carrera por el abismo,

Marcaban la brecha de lo preciso,

El enigmático vuelo de las visiones.

Los enigmáticos mapas del Almirante

Fuentes de músicas inextinguibles,

De vibrantes ondas en sus grabados,

Me señalaron el retorno de los metales,

Los polos inquebrantables de las Atlántidas.

Allí las órbitas de los otros mundos,

La aplicación de los caduceos de Hermes

-Ciencias mágicas en mitad de la tierra;

Vuelos de arena bajo el fin de los barcos-.

Los enigmáticos mapas del Almirante

Desconocidos aún por los hombres de las cavernas,

Sujetos a los anillos de los planetas,

A las coordenadas de las esferas y los cuadrados

Me advirtieron sobre las fuerzas de Marte,

El altruismo de Urano,

La omnipresencia de Júpiter.

Esto que va impreso en los anaqueles,

Fragmentos y piezas de aquellos mapas,

Son las voces ocultas del almirante,

Las voces que me conducen por las presencias,

Por la muerte infinita de las orillas.




 Detalle de un dintel mostrando a Kukulcan.