sábado, 4 de febrero de 2012

MI INFANCIA ES HOY



Desde hoy construyo mi infancia, ella es lo que rememoro porque la memoria tiene la virtud del ahora: se edifica el recuerdo desde el presente y no desde el pasado.

En este orden de ideas el hombre que escribe hoy no es el mismo de ayer y puedo decir que a cada tiempo y a cada espacio –como también a cada lugar- corresponden Winston distintos: El Winston maduro, el adolescente, el niño, “el otro”, el hombre que muere y se reinventa, se recrea, se entroniza en un recuerdo que lo hace libre y prisionero.

Como somos lo que rememoramos y nuestras identidades se establecen a partir de los recuerdos, de mis recuerdos -que no necesariamente son mis infancias- puedo capturar las siguientes cosas:

El desenfreno de mi padre -Alfredo Morales Trujillo- hacia las revistas. Mi papá era un lector desaforado de Kalimán, Arandú, El Santo, Memín, Supermán y otra cantidad de comics que yo devoraba con pasión enferma. De mi padre heredé la perversión y ese tipo de depravación literaria. Gracias a mi padre aprendí de los deseos, de su lógica “incoherente”, “disparatada”, intuitiva.

Conforme fui deformándome a través del mundo encontré en mi madre -Amparo Chavarro Chavarro- la luz, el camino, el entendimiento narrativo: de allí mi proximidad a los libros de aventuras (El Corsario Negro, La Isla del Tesoro, El Corazón de las tinieblas, Los tres mosqueteros, El Conde de Montecristo, El Jorobado de nuestra señora de Paris, etc.) pero también mi cercanía a los patriarcas hebreos (José, David, Abraham, Moisés, Jacob) y a los pasajes bíblicos del nuevo testamento. Mi madre –o mis madres- nunca lograron su cometido: continué perdido en las sombras y en las consideraciones de carácter “Obscuro”.

Mi primer enamoramiento no fue platónico sino aristotélico. Fue ella, la profesora de español del colegio, una mujer de 70 años, quien despertó mis primeras pasiones sexuales. La imaginaba desnuda junto a la pizarra, rejuveneciéndose a través de la poesía, a través de los cantos, los himnos, los vocablos.

A partir de estos sucesos experimenté un sinnúmero de revelaciones: que todas las mujeres están en UNA, que la juventud y la vejez son hermanas, que el amor trasciende consideraciones corporales, que -como diría alguien por allí- “todo lo sólido se desvanece en el aire”, que los opuestos no existen, que la izquierda y la derecha son una línea única, que las ideologías se esfuman y que las únicas que no se autodestruyen son la poética y el sueño.

Esos recuerdos son Winston -que no es lo mismo que yo- y son estas pinceladas de la “memoria –la memoria como un constructo y no como un territorio fijo (lo mismo puedo decir de la identidad)- las que demarcan mi territorio mental y corporal.







domingo, 29 de enero de 2012

TEOTIHUACÁN















Teotihuacan. (náhuatl: Teōtihuácān, 'Lugar donde fueron hechos los dioses; ciudad de los dioses' )



TEOTIHUACÁN

Las antiguas escrituras sitúan al paraíso cristiano en el valle que se forma entre los ríos Éufrates y Tigris, en la Mesopotamia remota -zona que en la actualidad ocupan los estados de Irak (principalmente), Irán y Siria-. Lo que no sabían nuestros abuelos cronistas es que el paraíso está más cerca de lo que pensamos, lo que, en palabras de Alejo Carpentier, vendría a ser El reino de este mundo o, como diría Paul Éluard: Hay otros mundos, pero están en éste.

Ese mundo es Teotihuacán, sitio de elevadas consideraciones poéticas y estéticas (además de mágicas), ubicado a 50 kilómetros del México D.F. Allí está el paraíso; esa es la lectura que hago luego de visitar este maravilloso país por cuarta vez. Primero fue Chichén Itzá (cultura maya), luego Tenochtitlán o su Templo Mayor (ciudad de los “mexicas”, presentados a occidente como aztecas) y ahora Teotihuacán (de la cultura teotihuacana).

Todo lo visto, todo lo manifestado ante mis ojos se ha quedado pequeño ante tanta luz, tanta sabiduría, tanta arquitectura. Ninguna cultura, por muy moderna o desarrollada que parezca (en la América poscolonial el desarrollo es confinado a los edificios altos y el uso de las armas de fuego), logra superar la magnificencia de estas ciudades. Pecaría de ingenuo al afirmar que fueron sociedades perfectas, que no tenían esclavos o que la jerarquía no existía -mucho menos las clases sociales-, o que el comunismo era evidente en ellos, o que las castas y los abolengos son sólo nuestros.

No obstante, debo reconocer que tal civilización, tal vestigio cultural, sólo es comparable con las pirámides de Egipto o las del Imperio incanato (Inca es, arqueológicamente, la designación de una cultura y un periodo prehispánico).

Teotihuacán es el nombre con que los mexicas designaron los vestigios de esta ciudad que, palabras más, palabras menos, significa “El lugar de los dioses” y en sentido amplio, “Donde los hombres se convertían en dioses”, todo esto a raíz de la cantidad y calidad de sus monumentos. Teotihuacán es, sin duda, la zona arqueológica más importante del altiplano mexicano. La ciudad abarcaba unos 20 kilómetros y la cantidad de sus templos y habitaciones albergaba entre ciento veinte mil y doscientas mil personas, casi la población de una Neiva de 1970. Nadie se explica, ni siquiera los mismos conquistadores, la magia, el colorido, la grandeza y perfección de Teotihuacán. La ciudad surgió, aproximadamente, al comienzo de la era cristiana y evolucionó hasta alrededor del 750, cuando empezó un proceso de deterioro que culminó con su abandono y la desaparición de su gran poder, para luego ser hallada por los mexicas.

La calzada de los muertos, la que, a mi sesgado entender, puede compararse con los campos Elíseos o con una caminata por la carrera Séptima de Bogotá, tiene 4 kilómetros de longitud y tan sólo en el espacio comprendido entre la Ciudadela y la Plaza de la Luna, se encuentran más de 80 basamentos y conjunto de cuartos.
Sorprende la cantidad de visitantes, incluyendo los mismos mexicanos, que ascienden a 40 mil por día, algo que debería ser emulado en nuestro San Agustín, donde según el último informe se registraron ocho mil viajeros en un año. ¡Qué hecatombe!

  


viernes, 27 de enero de 2012

ARIADNA


IV
ARIADNA


El amor es claro, Teseo,

Simple como la piedra que surca el agua

Liviano como la honda que aquieta el río.

El amor es claro, no lo dudes,

Es transparente como el filo de la espada

Cálido como la roca que yace sobre el aluvión.

Cuando el tiempo se encrespe

Cuando se turbe el hilo de la noche entre tus besos

Piénsalo Teseo,

Amante mío,

Guerrero de la excitación hecha viento

El amor es blanco,

Ligero como las hojuelas del cadalso.

El amor:

La hierba crispada de tu pubis

La oscuridad imposible de tus coyunturas

El velamen inquietante de tus articulaciones.

Piénsalo hijo de Atenas

No le cierres el abrazo a la que te busca y ama

El amor es claro

Translúcido como la almendra que cruza el cielo,

Como la Lucerna que vaga sobre las aguas de su propia oscuridad.
















sábado, 21 de enero de 2012

CÉLIBE (O DE LAS ÚLTIMAS TENTACIONES DE CRISTO)



Me gusta el Jesús de Nikos Kazantzakis, aquel célebre escritor griego que en su obra La última tentación de Cristo, nos lo ofrece más humano, tentado por la carne, la belleza, los goces de los días. Martin Scorsese, director de cine neoyorquino de origen italiano, nos entregó su versión cinematográfica en 1988, hecho que produjo gran polémica en el mundo católico por dibujarnos a Cristo de carne y hueso, enamorado de María de Magdala, y padre de unos cuantos hijos.

Ese Jesucristo de Kazantzakis, cercano al Cristo de José Saramago (El Evangelio según Jesucristo; un Cristo capaz de lavar el corazón de sus discípulos, con la capacidad liberadora de quien armoniza los opuestos, desposeído de las medias unidades y los extremos) es el Cristo que a diario niega Pedro (la iglesia), el Cristo anulado por los Papas, el Jesús omitido por los tetrarcas del Vaticano desde el comienzo de la historia judeo- cristiana.

La Iglesia reniega de ese Jesús, de la pobreza de ese Jesús, de la otra mejilla de ese Jesús. El Jesús inventado por la Iglesia es excluyente (odia a los homosexuales y a las prostitutas), elitista (está diseñado para las clases dominantes), ávido de poder (entre más cerca estén de los gobiernos, mucho mejor). El Jesús de Saramago y Kazantzakis es humilde, poético, sabio, hombre ante todo, goza con la belleza, se enamora de las cosas, los objetos, el mundo, lo femenino como máxima representación de lo divino (algo que también nos recuerdan Norman Mailer (El evangelio según el hijo) y  Giovanni Papini (Historia de Cristo).

Ese Jesús es mi preferido. Aquel hombre de huesos y nervios, pulsaciones y ritmos, capaz de congraciarse con la belleza de Magdalena (nunca la perdonó porque para perdonar primero hay que condenar y Jesús nunca la condenó: «el que esté libre de pecado que tire la primera piedra»), poseedor de un discurso coherente (fue un hombre de izquierdas y de derechas), habitado por el acto creativo, por un estro poético-político; fue un transgresor, un revolucionario sin revolución, un hombre de espíritu.

Ese mismo Jesús es percibido por Dan Brown (El Código Da Vinci), donde se plantea la hipótesis de un Jesús enlazado con María Magdalena -ella representaría el Santo Grial-, donde se dice, entre líneas, que la descendencia sanguínea recae en lo femenino, lo sagrado, el vaso multiplicador.

El Jesús de Nikos Kazantzakis, José Saramago y Dan Brown se avergonzaría de aquellos sacerdotes que condenan y anulan. La persecución a aquellos presbíteros que han confesado ser padres y han aceptado su debilidad ante la carne, carece de toda lógica y presentación. Estoy más que convencido que el 90% de los representantes de Dios ante los hombres han tenido la tentación, han sucumbido ante la belleza -llámese masculina o femenina-. Lo que pasa es que sólo el 10 o 5% lo reconocen públicamente. Eso del celibato es un acto inhumano, va en contra de la naturaleza humana -que se sepa, no hay un solo animal célibe-, cohíbe el Acto Liberador, va en contravía de la máxima virtud universal: el amor.

Un sacerdote no puede hablamos del amor si se sustrae de él; no puede hablarnos del mundo si se margina de él. ¿De qué manera creerle a una monja cuando ha pasado la mitad de su vida sumida en el encierro, la negación de las emociones, la omisión de las pasiones y el goce exterior? Sólo es verdaderamente sabio quien se enfrenta al mundo, como lo hizo el Jesús de Mailer, Papini, Kazantzakis, Saramago y Dan Brown. Lo demás es pura teoría, falsa retórica, miedo a caer.