La cuestión central de esta historia es la siguiente: ¿Cómo escribir la
introducción de una entrevista al poeta colombiano nacido en la ciudad
de Neiva? ¿Escribirle - según sus palabras - a esas dos fuerzas
superiores que lo definen como sustancia y como creación, escribirle al
hermano amigo poeta de la vida o hacerlo para un tal Winston Morales
Chavarro? Sólo dejaré que sea mi corazón el que trace la tinta sobre
estas líneas invisibles del alma, si es que el alma representa algo de
verdad. Cada letra será impresa con el pulso universal que rige esta
cuestión. ¿Hablar de la obra? ¿Qué puedo agregarle a su trabajo de gran
poeta? Winston Morales Chavarro tiene que ser absorbido por cada uno de
nosotros. Leyéndolo nos encontraremos con la esencia de su realidad.
Lean su maravillosa herejía poética. No pierdan la oportunidad de
encontrarse con un ser humano de una extrema sensibilidad que viaja en
terrenos inmateriales manejando una claridad de criterios con mucha
inteligencia.
Desde ese presente perpetuo que nos marca el poeta, les escribo con
palabras eternas para reflejar mi admiración por el hermano, para
rendirle un humilde y merecido homenaje por el valor de su obra
literaria y la pureza de su amistad. Tuve la dicha de conocerlo allá en
la belleza de Villavicencio, Colombia, y compartir unos días de intensa
locura de vivir inmersos en la plenitud de la poesía. Y ahora me siento
pleno de poder mostrarles su pensamiento, su forma de ver las cosas,
para que descubran el centro de este bello personaje enorme de talento.
En su voz se encuentra la voz de otros tantos que han trascendido la
eternidad atravesando las barreras del no tiempo para introducirnos en
el mundo de lo fantástico. Agradezco la presencia de la no presencia de
este sujeto que: “en el fondo sabe perfectamente que es sólo una
herramienta, un filtro por donde vienen las cosas que quieren y
necesitan narrarse en la atmósfera humana.”
Winston nos sumerge en el mundo onírico de Schuaima, donde abunda la
riqueza de una poesía tramada con maestría, trabajada desde un estado
mental de perpetuidad mágica. Nos hace transitar por la filosofía
trascendental de Aniquirona, movido desde el conocimiento surgido de
todas las fuentes primigenias, ofreciéndonos un conocimiento antiguo
donde resalta el poder de la poesía, la muerte, la naturaleza de lo
femenino. El poeta nos transporta de nuestra realidad hacia la
fascinante aventura de conocer el universo creado por esa sustancia que
habita en su cuerpo. Ingresemos en la poderosa esencia de Winston
Morales Chavarro y dejemos que su tinta nos transporte por la
majestuosidad de esos mundos.
Juan Pomponio, Ranelagh, Buenos Aires, 8 febrero de 2009
ENTREVISTA
¿Quién es esa entidad o ser o cómo quieras llamarlo que habita en el cuerpo de un hombre llamado Winston Morales Chavarro?
Winston Morales Chavarro es un sujeto compuesto de varias esencias.
Sobresale, eso sí, dos fuerzas superiores que lo definen como sustancia y
como creación. Aniquirona, su parte femenina, y Alexander de Brucco, su
parte masculina. Como el género está en todo; Todo tiene sus principios
masculinos y femeninos, Aniquirona y Alexander de Brucco establecen un
equilibrio, una absoluta correspondencia. En el reconocimiento de esas
fuerzas que vienen con Winston desde siempre, desde la infancia del
hombre-presente, ha elaborado una escritura que de alguna manera
describe el mundo suprafísico en el que lo sitúan esas presencias.
Schuaima es el reino onírico (si puede llamársele así) de Aniquirona, y
Alexander de Brucco es el explorador, el viajante, el caminante, el
eremita.
Ha vivido a través de ellos, a través de sus ojos y sus manos, los
elementos de Schuaima, las ideas y las palabras de Aniquirona, la
escritura de Alexander de Brucco.
Puede decir que es una especia de receptor, un embudo por donde entran
las cosas de ellos. Un simple instrumento en una pugna interminable por
vencer el ego de creerse autónomo, creador de un mundo que existe en
unos planos distintos al terrestre. En su humilde visión, a veces se
siente un escritor, en ocasiones cree ser el hombre que traza unas
líneas, cuando en el fondo sabe perfectamente que es sólo una
herramienta, un filtro por donde vienen las cosas que quieren y
necesitan narrarse en la atmósfera humana.
¿Cuál es el recuerdo más fuerte de tu infancia? Cuéntame un poco sobre ella. Lo que tú quieras.
Mi infancia aún no ha terminado. Los adultos odian ese estadio de la
vida, se quejan de él, de la inmadurez y la estupidez que enarbolan los
niños. No entiendo eso de las edades, las siete edades del hombre. Para
mí existe un presente perpetuo, perenne; soy todas las edades y todos
los tiempos, también todos los espacios. El mundo de los adultos es
aburrido, demasiado cuadriculado, formal. No hay una cosa más terrible
que un hombre abnegado, formal, laborioso, correcto. Yo prefiero las
cosas simples, ir por la vida con la máscara que tengo desde la noche de
los tiempos. Me gusta hacer cabriolas, gozo la belleza, amo plenamente,
disfruto de la luz. Ahora, a mis 39 años, he conocido la luz. Y esa luz
me ha cambiado, ha variado mucho de mis juicios, de mis inclinaciones,
de mis emociones. Ahora manejo un poco mejor al Winston emocional, trato
de moverme sobre la línea delgada de la vida.
Tengo una imagen que es recurrente. Hace quizás 34 soles terrestres,
vivía con mis padres en una casa de dos pisos. Nosotros habitábamos el
segundo. Papá y mamá estaban recién casados. Mi hermano aún no nacía,
por lo que deduzco que yo no pasaba de los seis. Yo dormitaba en medio
de los dos (todo hijo a esa edad destruye los lances eróticos de sus
padres). Al lado de la cama, reposaba una bacinilla. Al levantarme hacia
ella, sorprendí a un enorme gato negro que bebía de los orines. Por
supuesto no me asuste; un niño a esa edad no maneja criterios sobre el
bien y el mal. Al espantar el animal, éste se levantó, saltó sobre el
lavaplatos y se introdujo por la rendija, escapando ante mi mirada
atónita. Esa imagen, esa presencia, ese fenómeno marcó para siempre mi
existencia. Nunca pude responder el interrogante, sobre todo porque la
rendija tenía una malla que servía para retener los sólidos y
desperdicios que caían sobre el lavaplatos.
A partir de ese momento, he estado atravesado por el esoterismo, la
magia, el ocultismo. Desde que uso la lectura de lo escrito (el código
humano que intenta representar al mundo) he devorado toda clase de
textos, libros, antologías que me hablen de esos grandes posesos,
iniciados e iluminados. No me creo uno de ellos, soy apenas un aprendiz
de las palabras, un hombre que conoce sus limitaciones porque aún no ha
renunciado al barullo del mundo.
¿Cuándo llega por primera vez la poesía en tu vida y te diste cuenta que tu camino eran las letras?
Fui un niño de padres separados. No obstante, mi padre era un lector
desaforado de historietas y de comics. Todos los días llegaba a casa con
siete u ocho cuadernillos, entre los que destacaban Kalimán, Arandú, El
Santo, Memín, Lágrimas y risas, Condorito. Las revistas aparecían en
nuestro domicilio los lunes, y yo las estaba releyendo los miércoles.
Esta ha sido quizás la única herencia material que recibí de mi padre.
Cuando él se fue, las revistas se quedaron en casa con nosotros. Como ya
no había quien las comprara yo las releía y releía hasta aprenderme de
memoria muchos de sus capítulos. Más grandecito, insté a mi madre a que
me comprara una colección de libros de grandes aventuras. Pese a las
limitaciones económicas de mamá, ella accedió. Entonces comenzaron a
desfilar por mi cuarto los rostros de Ian Fleming, Alejandro Dumas,
Julio Verne, Conan Doyle, Robert Louis Stevenson, Emilio Salgari, Edgar
Rice Burroughs.
Luego de esto, estando en la escuela, en tercer grado de primaria, me
encontré por primera vez con un texto poético. Era un texto que hablaba
del tráfico. Ese día sentí un estremecimiento inexplicable al comprobar
que las palabras tenían música, llevaban ritmo en sus entrañas. Allí fue
mi encuentro con la poesía. Allí mi encuentro con la escritura. La
poesía me hablo a partir de sus sonidos, de sus concomitancias secretas.
Desde aquella mañana, ha sido imposible apartarla de mi vida.
¿La mente de un verdadero poeta funciona en otro nivel de conciencia?
¿Cómo percibes la realidad que te rodea? ¿La palabra es un impedimento
para conectarse con lo real que tu crees que es la verdad? ¿Hay una
verdad?
Esta pregunta es bastante compleja. La realidad no es sino una
representación de mi interior. Tal y como soy por dentro, tal y como
percibo las cosas, así es mi realidad. A veces, en ocasiones, un poco
convulsionada. Pero sólo unas pocas veces. He procurado ser feliz, vivir
en correspondencia y en equilibrio. Esa es mi búsqueda más preciada. La
libertad, la tranquilidad, la autonomía de espíritu. Mi realidad, por
ejemplo, pretende ser una realidad objetiva, ecuménica, conectada con
una realidad trascendental, la realidad de la naturaleza y no la
realidad del hombre.
Hace poco, una periodista colombiana me respondía un interrogante de
esta manera: “La realidad nacional es monotemática, por eso los
noticieros se ocupan de las mismas cosas”. Quedé perplejo. Mi pregunta
se centraba en lo aburridos que me parecían los noticieros nacionales,
porque todos los días se encargaban de presentar una “realidad”
idéntica, monotemática: deportes, política y espectáculo. Y en últimas,
los deportes a veces se presentan como política y la política como
espectáculo.
No creo que la realidad, esa “realidad” que muestran los medios sea la
única. Cada ser humano vive su realidad, su propia realidad. Sea la
violencia, el hambre, la tiranía, el arribismo. Cada una es el resultado
del mundo interior de quien la vive. Hay una realidad trascendental,
una realidad que está más allá de consideraciones humanas, una realidad
que se nos escapa, que se hace menos visible a los ojos de la razón.
Mi realidad se vincula con el amor, con la libertad, con un mundo sin
prejuicios, menos racional, más intuitivo, más armónico. “La realidad”
social está suspendida sobre unos paradigmas, estrechos edificios a
partir del lenguaje, la ideología, la política, la religión. Trato de
escapar de esas verdades “absolutas” y homogeneizantes. Me esfuerzo por
escuchar voces secretas, la música del silencio, el arpegio de la noche.
El lenguaje es una aproximación a la realidad, una interpretación del
mundo. Pero el lenguaje se ha enfriado, se ha tornado mecánico, ha
perdido su misterio, su esencia, sus quintaesencias. Ahora, no sé por
qué extraña razón, creo más en el silencio, o, por lo menos, trato de
armonizarme en el silencio, de comprender sus cartografías, sus caminos.
Esa es la verdad, aquella incomprensible, inabarcable, desde los ojos
del hombre.
¿Quieres contarme tu primera vez en el amor? ¿Recuerdas el rostro de esa muchacha?
El rostro del amor es imperceptible a los ojos del poeta. El poeta
apenas lo intuye, se acerca a él. Mi primera vez en el amor, el amor que
asoma, fue a través de una experiencia onírica. Fue la aparición de
Aniquirona, una mujer que me dictaba versos y a la cual veía sin ver.
Jamás pude ver su rostro. Y digo pude porque hace años no la veo, ni
siquiera la sospecho. Esa mujer onírica –si acaso no es más real que
quien esto escribe-, tenía una fisonomía, pero jamás pude ver su rostro,
su cara. Alguna vez la vi con un amuleto y ella se fundía con la
madera, con una mesa de madera. Eran una sola. Casi puedo verla en su
totalidad, tenía una apariencia indígena. Creo que ese es el amor, el
amor que se levanta sobre raciocinios culturales, al modo de Platón. Lo
demás es capricho, pasión, deseo. Y conste que los he sentido muchas
veces. Los he sentido y los he gozado, vivido, bebido. He bebido de sus
mieses. Y he visto la luz muchas veces. La he tocado. Creo que todas las
mujeres están en una. Cuando uno besa, acaricia, ama y posee a una sola
–no importa que sea la menos bella, según el concepto occidental de lo
bello- las está amando, como género, a todas.
Cuando uno ultraja, la ofensa, la ignominia, será para todas.
No es necesario –eso ya lo he comprobado-, que las bocas se afanen por transmutar.
La mujer es dinámica, mutable.
Hoy no es la de ayer; la de hoy no será mañana.
Lo femenino está en todas y como fuerza, como energía, como descarga,
vive en permanente rotación, traslación por un eje que nunca será el
mismo.
Esta mujer que amo –y acaso conozco, acaso retengo- es todas las noches otra.
Esa ilusión de Don Juan –que realmente buscaba a la mujer y no a lo femenino- está ataviada de dolor e impotencia.
Siempre estará esa energía en nuestras manos cuando una sola esté a nuestra merced.
El hombre tiene la edad de la mujer que acaricia, diría alguien.
Me atrevo a algo distinto: el hombre tiene la edad de todas las mujeres.
Si tuvieras a un líder político o religioso frente a ti ¿Qué le dirías?
Nada, ellos no escuchan, y, lo peor, no entienden. El ego de un político
los hace “sabios”. Y darle consejos a un político es una bobería. Un
líder religioso, que es casi lo mismo, no recibe consejos, los imparte.
Deja un mensaje, si tú quieres, para todos aquellos seres humanos que leerán tus palabras en El Perfil Latinoamericano.
Hermano, los consejos los dan los psiquiatras, y estoy muy lejos de parecérmeles.
¿Para qué sirve una entrevista?
Una entrevista sirve para muchas cosas. Para mentir, para especular,
para mostrarme, para proyectarme. Una entrevista es un espejo: refleja
cosas reales y monstruosas. Refleja mi vanidad, mi “superioridad”, pero
también refleja mi desnudez, mi fibra interior. Y es muy probable que
esa desnudez no le guste a muchos, como puede que les guste mi vanidad y
la acepten como un exordio, como verdad absoluta. Una entrevista es
peligrosa como un cuchillo. Pero también los espejos suelen ser útiles.
Dime la verdad poeta. ¿Este fue un cuestionario rígido, absurdo y sin vuelo?
De mucho vuelo. Las entrevistas nunca serán rígidas, rígidas son las respuestas, el alma de quien responde.