lunes, 28 de noviembre de 2011

EL EFECTO MARIPOSA

El efecto mariposa



Dicen los más entendidos en asuntos de misticismo que el aleteo de una mariposa en Sacramento, Estados Unidos, puede provocar un tsunami en el Japón. Este principio, llamado comúnmente Ley de Causa y Efecto, tratado generosamente por la filosofía hermética a comienzos de la historia egipcia, pierde un poco de solidez ante la teoría de incertidumbre o principio de indeterminación, planteada en 1927 por el físico alemán y premio Nobel a los 31 años de edad, Werner Heisenberg.

El principio de incertidumbre, entre otras cosas, sostiene: «...es imposible medir simultáneamente de forma precisa la posición y el momento lineal de una partícula, por ejemplo, un electrón. El principio, también conocido como principio de indeterminación, afirma igualmente que si se determina con mayor precisión una de las cantidades se perderá precisión en la medida de la otra, y que el producto de ambas incertidumbres nunca puede ser menor que la constante de Planck, llamada así en honor del físico alemán Max Planck...»

Pese al principio de incertidumbre -y dando fe a la Ley de Causa y Efecto, trazada por Hermes Trismegisto-, podemos afirmar que todo lo que está aconteciendo en el globo terráqueo: los tsunami, los Wilma, los Katrina, el fenómeno del niño, los terremotos en Pakistán, en México, el que tarde o temprano (si el tiempo circular de los mayas es inexorable: los sucesos tienden a repetirse) ocurrirá en Neiva; las sequías, las inundaciones, el fenómeno de invernadero, etc., etc., etc., son el efecto de causas bien conocidas: La contaminación ambiental, las pruebas nucleares, el exterminio de algunas especies, el holocausto judío, la guerra en Irak, el jugar a los dados con el universo -para la física cuántica todo está vivamente interconectado- .

El hombre juega a ser Dios y en ese juego, donde trata a la naturaleza como objeto y no como sujeto, negándole su función de madre pensante, reflexiva, extirpa de ella (como si fuera un aborto) las bondades del petróleo, explota los recursos desmedidamente, le quita la tierra, la de ellos, a los indígenas del Cauca, destruye la capa de ozono, hace prácticas submarinas, causantes, tal vez, de los 22 huracanes que van registrados en la temporada última.

La Tierra, el planeta Tierra, como organismo vivo y pensante, en medio de sus intentos de equilibrio y ordenamiento, tal como lo hace el cuerpo humano cuando padece insuficiencias cardiacas o sufre desequilibrios en el sistema nervioso, trata de acomodarse, de autorregularse, de allí los temblores, los terremotos, los maremotos, el calentamiento global; ya ni siquiera en Cartagena es posible determinar el clima por simple observación.





Lo más apremiante, hablando de nuestra Colombia, es preguntarnos si las ciudades del país están preparadas para un terremoto, para inundaciones futuras, para incendios, para escasez -como en la Península de Yucatán- de agua, de suministro eléctrico.

Nuestra ventaja -y también desventaja- es estar cerca y lejos del mar. Sin embargo, cuando se rompe el cielo, cuando llueve con la furia de Poseidón y Eolo juntos, como ha ocurrido en los últimos días, Colombia se inunda, parece un río, se vuelve navegable. ¿Está Colombia preparada para El Efecto Mariposa, para el aleteo de un cucarrón?

domingo, 20 de noviembre de 2011

PASEOS DE OLLA






Extraño los paseos de olla, aquellos periplos al río, en donde lo común era la comitiva, el almuerzo de barrio, la compra colectiva de gallina, yuca y arroz. Eran los años de nuestra puericia, el encuentro fortuito con nuestra vecina de cuadra, aquella muchacha que, como diría Marcel Proust, estaba a flor de piel, se encontraba en sus años mejores, cuando su cabello parecía una enredadera de perfumes y sus curvas fragorosas provocaban tantos accidentes en nuestro humano vehículo.

Rememoro también, esas comitivas a las alturas del barrio Calixto, en donde hermosos chaparros nos resguardaban con su sombra y hacían más apacibles nuestras conversaciones, casi todas acompañadas de escenas concupiscentes, donde lo normal era el temblor, el mucho temblor, el sudor, la humedad. Les van a brotar pelos de las manos, recuerdo que sentenciaba, con cierta ironía, la abuela Isabel.

La creatividad se nos salía de la ropa. Eran los días del “importaculismo”, en donde cobrábamos sueldos de hijos y después de desayunar quedábamos desocupados. Ninguna preocupación nublaba nuestro cielo: no existía el X-box, el Internet, la tele por cable. Entonces leíamos a Kaliman, Arandú, El Santo, Superman, El hombre araña. Jugábamos al soldadito libertador, al teléfono roto –allí supe, lastimosamente, que una vecina había perdido su virginidad-, al ponchado, la 21, el escondite americano (donde el premio consistía en un ansiado beso a la niña más agraciada del sector).

Hoy por hoy, los paseos de olla –por lo menos en las modernidades periféricas- han sido remplazados por una canasta virtual (el teléfono celular, el computador, el Internet, las agendas digitales, la música en formato Mp3) y los centros comerciales. Entonces la gente se apiña en El Éxito; el Éxito parece un mar, un océano de automóviles y motos. ¿Dónde cabrá tanto individuo? -me pregunto-, mientras una estela de llantas y espejos se difumina en la distancia. Ese paseo de domingo se ha traslado al Caribe Plaza (Cartagena), al Perisur (Ciudad de México), al San Pedro Plaza (Neiva); la gente tiene la ventaja de resumir todas sus aspiraciones y expectativas en quinientos metros cuadrados. Allí se encuentra desde una llanta hasta un granizado de café, desde una bicicleta para bajar de peso, hasta una memoria usb. Cosa seria, La Caverna de José Saramago se ha quedado pequeña. Ese No Lugar en donde todo el mundo se encuentra (incluso el viejo elefante de izquierda hace sus compras allí, mientras ostenta una camiseta que dice: ¡abajo el TLC!, y se ufana de odiar el imperialismo), nos hace más fácil las cosas, nos resume la felicidad, nos garantiza el bienestar y el confort.

Qué curioso, los centros comerciales, como el río, no son excluyentes. Allí convergen hombres de izquierda y de derecha, se cruzan el ateo, el agnóstico, el cristiano. El río nos ofrecía sus aguas, el centro comercial su océano de mercancías. En los dos, lo que importa es la entrega, la disposición a desnudarnos.

En el río quedábamos a merced de la corriente, en el centro comercial en manos del consumo y la compra. En el río deseábamos SER, en este último deseamos Tener –y entre más, mejor-. Parece que esa sentencia del viejo Heráclito de Éfeso está más vigente que nunca. Si antes decíamos Nadie se baña dos veces en el mismo río, hoy debemos decir: Nadie compra la misma mercancía dos veces: el valor nunca será el mismo, el comprador tampoco. Todo es movimiento y cambio, cambio y movimiento en las aguas de la historia.

domingo, 13 de noviembre de 2011

RÍO DEL ORO (RÍOLORO)

Río del Oro


WINSTON MORALES CHAVARRO

A falta de uno, tuvimos cinco. A falta de agua, como en los desiertos o ciertas regiones tórridas del país, tuvimos litros de agua, «toneladas» de agua, cristales de agua, pléyades de agua, bocas de agua, pechos de agua, cabelleras de agua.
Neiva es una de las pocas poblaciones -acaso la única del mundo- que nació y creció rodeada de cinco ríos. El río del Oro (Rioloro, Ríooloroso, Río loro, como quiera llamarse); El Magdalena (Yuma: Río amigo); Las Ceibas; la quebrada Curíbano -no sé si sea la misma Toma-; el Arenoso, a las afueras de la ciudad, en la vía que de Neiva conduce a Campoalegre.

En menos de 50 años, los pobladores del Valle de las Tristuras -los españoles debieron llamarnos Villa Agua- han acabado con cuatro ríos y se empecinan en destruir el último -el Magolo, como jocosamente lo llama el poeta Esmir Garcés-.
Hace medio siglo, el Río del Oro -para hablar solamente de uno- llegó a ser una importante ruta para la pesca, la caza, la diversión, como lo fue en su momento el Magdalena, que ahora es solamente navegable en el tramo próximo a su desembocadura.

Mi abuelo, Misael Morales, fue muchas veces -aunque ustedes no lo crean- uno de los tantos damnificados del Río del Oro (ya ni siquiera Las Ceibas poseen tales crecientes). Cuando el Río del Oro, llamado así porque muchas eran las personas que buscaban oro en sus cuencas, se crecía, desbordaba su cauce, buscaba muchachas hermosas -en sus adentros estaba el Mohán- todos los pobladores de sus riberas, ahora habitantes de Quebraditas, Pozo Azul, Santa Isabel, Barrio Bogotá, entre otros, tenían que abandonar sus pequeñas habitaciones, sus casas y buscar terrenos secos y sólidos para comenzar una nueva vida.

Mi abuelo habitaba en lo que ahora es la carrera 13 con calle 1. Poseía una flota de burros -cinco en total- a la que los vecinos del lugar llamaron Flota Cagajón -tremendos celos debieron sentir los propietarios de Coomotor-. En esa pequeña escuadra de pollinos, el abuelo, en compañía de Alfredo (mi padre) y Rodolfo Morales Trujillo, mi tío, cargaban arena, piedras, cemento, los cuales eran vendidos a los maestros de la construcción, los mismos que levantaban, por aquella época, las puertas y ventanas de una ciudad que florecía.

El Río del Oro, mirado ahora con desprecio y sin ningún tipo de contrición, era motivo alegre para la realización de paseos, comitivas, almuerzos de río, enamoramientos. En sus charcos (Charco de la virgen, Charco azul, de las pelotas, de los carabineros, de la piedra, Charco de los cajones) fueron muchos los que se ahogaron, pero también muchos los que nacieron -allí debió hacerse el primer censo de la ciudad-, se divirtieron, nadaron, comieron, procrearon, crecieron y fenecieron.

Ahora Neiva no tiene agua, muere de sed, se retuerce de calor. La temperatura de la ciudad, a veces equiparable a los 45 °C de cualquier desierto (y esto a la sombra) nos agobia, nos flagela, nos bautiza con el apelativo de Celios (¿qué poeta puede escribir bajo el sol de las dos de la tarde? Ahora imagínenlo haciendo el amor).
De cinco ríos nos queda uno: el Magolo. De cinco, uno se muere paulatinamente. Los demás dan tristeza. Ceibas sin ceibos, Arenoso sin arena, Río del oro sin oro, La Toma cargada de excremento y concupiscencias humanas.

Cabelleras de viento, bocas de viento, pechos de viento. Ni una sola gota de agua, ningún río, escasa corriente para navegar desnudos montados en la belleza del paisaje, en las doncellas del agua que alguna vez nos sedujeron.

sábado, 13 de agosto de 2011

SOBRE LA CIUDAD DE LAS PIEDRAS QUE CANTAN



LA CIUDAD DE LAS PIEDRAS QUE CANTAN
PEDRO ARTURO ESTRADA.

La poesía de Winston Morales Chavarro recobra el aliento de nuestros orígenes en cantos, más que poemas a la manera tradicional, plenos de armoniosa solidez, enigma y memoria ancestral. Poesía inscrita en la milenaria visión mítica sagrada de los grandes pueblos que precedieron nuestra historia.
En esta escritura se exalta y se revela sin embargo, la permanencia del espíritu humano, la naturaleza y “sobrenaturaleza” de su ser cósmico siempre vigente más acá de los avatares del tiempo y su devenir histórico. Poesía que rebasa el canon intimista y acoge de nuevo la voz profunda de una humanidad que aún no ha olvidado su ascendiente celeste y desentraña en las piedras, los muros, la selva, el polvo de los siglos, la olvidada melopea solar de sus dioses.