domingo, 15 de mayo de 2011
CAMINO A ROGITAMA, TRILCE EDITORES, 2010
Camino a Rogitama
Winston Morales Chavarro
Trilce Editores
A la Lux
¿Soy yo Eros o Febo? ¿Lusignan o Byron?
Mi frente está roja todavía por el beso de la reina;
Y yo he soñado en la gruta en que nada la
sirena....
Nerval
Odiseo del amor
1
Desde la mitología del Egipto de los faraones hasta los
palacios de oro del imperio Asante (Ghana), desde las
enseñanzas de los sacerdotes de las pirámides hasta las
parábolas de la cofradía secreta del Komo(Malí), un pájaro
recorre los continentes y el vacío repitiendo: ‘Sankofa,
Sankofa, Sankofa…’ Este pájaro vuela, va adelante mientras
sus ojos están excavando los siglos apagados.
2
‘Sankofa’, ‘Sankofa’, ‘Sankofa’… Es evidente que esta palabra
polvorosa resuena también, como un eco o como un
resurgimiento, entre las líneas de estas hojas verdes que
Winston Morales Chavarro, nos da a oler y a comer, hojas
que se llaman sencillamente, acaso humildemente : Camino
a Rogitama.
3
Este pajáro que construye su camino, convoca su futuro,
mora en su presente con las sabidurías que yacen en la
oscuridad de lo antiguo, se llama Sankofa. Sankofa, Rogitama,
poeta; las tres palabras riman como la pluma y el
poema, como la voz del poeta y su palabra, como las alas
inmensas de Sankofa(es decir el poeta), caminando por los
senderos que desembocan a Rogitama, la patria mítica y
viva de la poesía, de la verticalidad y de la belleza.
4
28 cantos forman este poemario que se abre con Circe y
se cierra con Circe. Circe, la diosa, la maga, la hechicera
que tiene una sola arma: una jabalina que se llama Amor,
es decir, ‘la única razón suspendida en el aire de las cosas’,
nos dice, como si fuera jugando al escondite con las
imagenes y las palabras, nuestro Sankofa Winston Morales
Chavarro.
5
Conocimos a Aniquirona, Schuaima, Alexander de Brucco
y otras creaciones oníricas de Winston. Aquí en este
Odiseo, lo onírico y la realidad se mezclan, se funden para
dibujar por completo las dos caras del amor: real e imanigaria,
carnal e ideal, limitada y cósmica, física y espiritual.
6
El Camino hacia Rogitama es un camino hacia y dentro
del amor a través de las hazañas de todos estos héroes
que han recibido el ‘beso de la muerte’ pero que son vivos
porque desde la antigüedad hasta el Odiseo de Homero,
desde Homero hasta hoy, han reaparecido en la voz del
poeta Winston Morales Chavarro, vestidos de la luz del
amor que hasta hoy estaban escondidos en sus actos y sus
luchas. Hoy el amor brilla en cada palabra del Sankofa y
cada palabra de este poemario es como una madreperla
que el lector debe reblandecer con el fuego del entusiasmo
y romper con los martillazos del éxtasis tan querido por
los platónicos.
7
El autor de ‘Camino a Rogitama’ ha oido los murmullos
de los siglos que soñaban en los anales de la memoria y
les ha dado una nueva belleza. ¡La belleza! Por el poeta,
la belleza es esta puerta de la perfección cuya llave es el
amor. El amor, todavía el amor, siempre el amor. Esta palabra
y sus variaciones aparecen al menos y a manera de
invocación mágica 55 veces a lo largo de este poemario,
paseando al lado de nuestros héroes. Winston Morales les
nombra poema tras poema: Circe, Orfeo, Hercules, Ulises,
Midas, Eros, Prometeo... Todos siendo combatientes
y buscadores del amor. Se puede añadir Circe-amor, Orfeoamor,
Hercules-amor...
8
Se ve que la memoria es un pretexto para atravesar los siglos
y la palabra con el amor, este hilo de Ariadna que enlaza
el pasado y el futuro, que reúne todas las épocas en una
sola. Solo cambian los colores. Aquí el autor nos recuerda
que ‘todo es viejo en el amor’, allí nos dice que ‘es mentira
que el amor se nutra de lo nuevo’. Y allá, podemos también
leer en algun ángulo, como si fuéramos viajeros recogiendo
flores, ‘el amor es blanco’. Blanco como los pergaminos
del poeta esperando los besos de la inspiración; blanco
como la eternidad que no puede mancharse, cumplirse.
9
La sed de vivir canta en cada verso. El más triste… como
el más poderoso; el más liviano como el más perfumado. A
pesar de la relatividad de las cosas que nos impone Cronos.
A pesar de todas las trampas del viaje terreno o iniciático.
A pesar de las imposturas del camino, uno se siente ‘el
pecador feliz de su destierro’, que nunca no se detenga y
uno camina tras Apolo que repite sin descansarse, ‘Vamos,
[…] Vamos por la vida’, como el pájaro Sankofa.
10
Y como el amor regresa siempre −Es Winston Morales
Chavarro que lo subraya, el amor empieza y acaba todo,
fertiliza la boca, teje los sexos y culmina en el orgasmo
que se sirve del cuerpo como instrumento para regocijarse,
para vencer, para alcanzar a lo metafísico, para beber la
embriaguez de lo místico. De todos modos hace falta que
superemos las retóricas porque ‘De ahora en adelante estaremos
condenados a ser uno solo’ nos lanza Winston en
una escritura pura, franca, y sin sobras.
11
Una vez en el Camino de Winston Morales Chavarro no es
posible detenerse. La muerte misma aparece como un paso
iluminado por el amor. A veces ambos se confunden. El poeta
habla de manera magistral: ‘el amor y la muerte son como
un río que no termina de fluir’. En el último poema, Circe,
que sigue cantando desde el primer verso comprueba con
nosotros,‘ de nuevo el amor’. Nunca el odiseo del amor se
acabará. Por supuesto el pájaro Sankofa sigue recorriendo el
vacío y el amor no es una línea recta: es un círculo.
Marcel Kemadjou Njanke
Poeta
Dúala, Camerún
I
ODISEO
Cántame bella Circe
Ahora que Penélope ha muerto;
Cántame las rutas secretas de tu amparo
La incerteza de saberme guerrero entre tus muslos.
Canta en mi oído la canción con que solías hechizarme
Y en la cual
Era ciego el verdor de muchos cielos
La caminata serrada de mi propio laberinto.
Canta,
Hechicera de la muerte,
De los bosques,
Bella nínfula del río
La clave cifrada de tus pechos
Tu pétalo marchito
Sobre el vaso saliente de mi cuerpo bifurcado.
Despierta del sueño pesado de los viajes
Penélope ha marchado también hacia la noche
Y estoy solo como un carricero en mitad del árbol,
Triste como un gusano en el rondel del fruto.
II
MIDAS
Todo lo que toco se convierte en oro;
Tus manos,
Árbol del aljibe,
Fragua donde llamean los metales de la muerte.
Padezco el mal o el bien,
Me llamo Midas,
Todo toma el matiz extraño del sol y de las sombras:
Tu boca cuando recae sobre la mía;
Limbo en donde se pierde el brillo de la noche.
Todo lo que toco
Resplandece en medio de las llamas,
Tu cuerpo,
Brújula de los que ya han marchado,
Tus caderas que retumban
Como el metal bajo el peso de los yunques.
Todo aquello que pasa entre mis dedos
Y que a veces, también, se detiene como un río
Me provoca un brillo insoportable a la mirada
Un resquemor de fuegos en lo fluidico.
Todo lo que toco
Tiene la medida de tus ojos,
De tus gigantescas hebras de cabello,
De tu boca pequeña y dulce como el metal del agua.
Todo lo que toco se convierte en oro
Tus pechos, tus muslos,
Tus pasos por el hilo delgado de la tarde,
Todo,
Incluso esta manía de quererte
Sólida,
Lejana,
Bruñida como el acero luego del amor.
III
HÉRCULES
Onfale
Reina de Lidia
Ninguna boca pesa más que la tuya
Ningún beso me doblega más que el beso tuyo
Ningún abrazo, Onfale,
-Ni siquiera el León de Nemea-
Me asfixia como un abrazo
De tu lecho titánico,
Tu lecho bárbaro,
Dionisiaco hasta la muerte.
Ningún cuerpo me envuelve,
Me sujeta,
Me despoja,
Me lleva al borde del suicidio
Como tu cuerpo Onfale,
Hidra de Lerna,
Jabalí de Erimanto.
No vale prender fuego
A los cañaverales de la noche,
No vale correr desnudo
Por el Monte de Ménalo;
Todo se turba,
Todo se contrae ante tu tacto,
Tus muslos
Saliva mía,
Paladar de corza de Cerinea.
Onfale
Muchacha de la rueca
Ningún río posee la fuerza,
Ningún afluente el curso:
El mismo Alfeo se desborda ante tus manos,
A tus pies que recorren las orillas del abismo.
Onfale
Ningún corazón retumba como el tuyo
Ningún címbalo de bronce se retuerce en el Tártaro
Ningún pájaro monstruoso me fracasa.
Ni el Toro de Creta, las Yeguas de Diomedes,
El Cinturón de Hipólita, los Bueyes de Gerión
Me desenfrenan, me nublan,
Me dilatan
En este acoso mío de buscarte
De hallarte indómita en la arena
Desnuda como el río:
El eterno devenir de lo que fluye.
IV
ARIADNA
El amor es claro, Teseo,
Simple como la piedra que surca el agua
Liviano como la honda que aquieta el río.
El amor es claro, no lo dudes,
Es transparente como el filo de la espada
Cálido como la roca que yace sobre el aluvión.
Cuando el tiempo se encrespe
Cuando se turbe el hilo de la noche entre tus besos
Piénsalo Teseo,
Amante mío,
Guerrero de la excitación hecha viento
El amor es blanco,
Ligero como las hojuelas del cadalso.
El amor:
La hierba crispada de tu pubis
La oscuridad imposible de tus coyunturas
El velamen inquietante de tus articulaciones.
Piénsalo hijo de Atenas
No le cierres el abrazo a quien te busca y ama
El amor es claro
Translúcido como la almendra que cruza el cielo,
Como la Lucerna que vaga sobre las aguas de su propia
oscuridad.
V
ORFEO
El amor, Eurídice,
La única razón suspendida en el aire de las cosas.
De ahora en adelante es necesario repetirlo:
¿Qué más le queda al hombre
Después de transitar por el averno?
¿Qué más si no el Amor?
El ribete, el viento, los molinos?
Viene y va el ala herida del viajero,
Caen infinitamente las hojas del crepúsculo,
Brillan momentáneamente las monedas.
¿Y el Amor?
Quedan sus ángulos,
Su espada penetrando el Aquerón,
Sus fuegos y calores en las puertas de la hechicería.
Es mentira que el amor se nutra de lo nuevo,
Es igual de inexistente el ímpetu de la muerte en ciertos
corredores:
El amor es uno solo;
Tiene el peso y la frescura de una Muchedumbre,
La fuerza de un ejército en las postrimerías de la
capitulación.
El amor, Eurídice,
No hay una cosa más noble y más pesada,
No hay un héroe que logre más de sus relojes,
No existe el gladiador que recupere más de sus cábalas.
Todo pasa,
Todo envejece en las aguas de la Estigia;
Las cosas perecen en los cuartos del anonimato.
Sólo el amor,
Ataviado con su espada y su broquel,
Penetra las conjeturas de Plutón,
Se pasea por las curvas meridianas de todos sus palacios.
VI
JASÓN
Todo es viejo en el amor, Medea:
El sexo, la tristeza, los caminos.
Nada es nuevo y nada está inventado.
Todo es necesario renovarlo,
Definirlo:
La manera en como se abarca el tiempo,
El repliegue de tus labios en mis comisuras,
El peso anodino de mis ojos en tus ojos.
Todo es viejo en el amor, Medea:
Las caricias han sido izadas en el tiempo
Los besos regodeados por la misma boca.
Sin embargo,
Cuando tus dedos caen como dos estrellas
Sobre mi geografía de velero muerto en el Cáucaso,
Mi expiración se torna pasajera
Mi resurrección se recompensa en el madero de tu cuerpo,
Mi vida se satisface en tus cabellos aromáticos.
Todo es viejo en la muerte de este hombre:
La cruz es la misma, el cuchillo idéntico,
El revólver puesto en la sien del que sueña y ama.
No obstante, hija de Eetes,
Cuando tus manos se hacen dueñas de mi fuego,
Cuando tus hierbas mágicas y tus brebajes alquímicos
Me surten de la juventud perdida en el ostracismo
Me sé por antonomasia el Argonauta de tus besos,
El marinero en busca del Vellocino perdido entre tus
muslos.
Todo es viejo en este libro:
Teseo, Pólux, Fénix o Cástor
Han trasegado por estas fábulas desde antes de mi origen.
Sin embargo,
A la muerte es necesario recordarla,
Armarla en el confín de lo postergado y excluido;
Cuando tus noches se plegaban de mi sexo
Y en las riberas sibilinas de la Cólquide
Tus labios y tus bordes fueron míos
Ante la traición juramentada de mis prevaricaciones.
VII
ALFEO
Entre dos aguas,
En ríos de piedra y viejos idiomas
Busco tu cuerpo Aretusa,
Tu carta natal -esquina última-
Los tibios maderos de tu obstinación,
La lluvia de enzimas de tu cabellera de polen.
Entre bosques de perturbaciones,
En medio de flores selváticas
Busco –como un león Marino en el azul de la tarde-
Tu cintura de dulces presagios,
Tus hombros desnudos,
La huella ligera de tu pie de ciruelo.
Entre dos efusiones,
En medio de cañaverales y mirlos lascivos
Busco el abanico de tus senos orlados,
La sonrisa vertical de tus piernas de diosa.
Entre dos fuegos,
En ríos de caracoles y besos balsámicos
Busco tu boca Aretusa
La tibia palabra que me condena y sujeta,
Las bóvedas implacables de tus paraísos perdidos.
VIII
APOLO
Ven, amada Dafne,
Vamos por la vida y por el bosque
Como dos soles heridos por el entusiasmo.
Vamos,
Festejémonos en la cárcel de lo demoníaco,
En la inopia deliberada del Amor.
El tiempo es corto,
La noche presurosa como un trueno
Filigrana su Condena,
Cobra sus puñales en las declinaciones de la simetría,
En los arquetipos y retruécanos de las correspondencias.
Ven, amada Dafne,
Vamos por la vida
Antes que crezca en nuestros labios el beso de la muerte,
Antes que la ira de los dioses
Se retuerza en las hojas del Laurel y de los vinos.
Vamos,
Juguemos a aqueos y troyanos
Despojándose de sus maderámenes
Aireémonos de sabernos altos,
Bellos y locos como el agua,
Como el viento y la noche que pasa entre los sexos
De los que se aman tiernamente.
Ven, hija de Peneo,
Vamos por los laberintos de las sombras;
Amémonos hasta que nuestros brazos
Caigan rendidos ante el sol,
Ante el madero y el fragor interminable del crepúsculo.
IX
FAETÓN
Igual a Helios,
El de los rayos ligeros,
Igual a Aquiles,
El de los pies veloces
Penetraré en ti,
Me hundiré en ti,
Naufragaré en ti,
Como un piloto obnubilado por el calor del sol.
Y transitaré,
En el carro alado del crepúsculo
La carretera ardorosa de tu fisonomía,
Las curvas peligrosas de tus disensiones,
El beso apasionado de tus coyunturas.
Y sucumbiré,
En el fervor que emana
De los miembros que cantan
Hasta despuntar el alba de los que mueren pletóricos de
tanto orgasmo.
Igual a Cástor,
El domador de caballos,
Igual a Héctor
El del casco tremolante,
Me rebelaré en la orilla prefijada de tu sexo
Y transitaré por su calor de sol
Hasta quemar mi boca con su candor y su Vellocino virgen.
Y urdiré,
Con el poderío de Ayax Telamonio,
La fortaleza de tus brazos,
La candidez de tus tobillos,
El tálamo de tus pechos y tus muslos.
Y caeré pesadamente sobre tu vientre,
Como el hombre moribundo que logra el paraíso,
Como el adolescente que duerme tiernamente
Sobre el regazo caliente de sus concupiscencias.
X
ARES
Plegue por ti, Venus Afrodita,
Por los interminables peplos
Que caen sobre tus hombros circunspectos.
Plegue por ti,
Por tus besos odorantes,
Por tus dedos perfumados,
Por el sexo inquebrantable de tu columna virgen.
Pluguiera por ti
-La del pubis sonrosado-
Quien ceñirá sobre mi cuerpo
El antídoto que libre
Mis manos de tus manos,
Mis ojos de tus ojos,
Mi tacto de tu tacto.
Plegue por ti, Diosa del amor,
Porque mi razón no pierda su razón
Porque mi boca no quiebre tu boca,
Porque mi fuego no avasalle tu fuego.
Pluguiera por ti,
Pues siento, Venus Afrodita,
Que eres la derrota cantada por Apolo y la Sibila de Cumas.
Plegue el casco, la espada y el escudo
Para la ignominia del que se dice dios de las ciudades.
Pluguiera por ti, diosa de la espuma,
Mi boca, mis dedos, mis rodillas de guerrero
Ante la capitulación de un dios
Obnubilado por la fogosidad de tu cintura;
La perdición de los que sueñan la tranquilidad del paraíso.
XI
PERSEO
¿Qué amor has conocido como el mío?
Alto, semejante al sol,
Amor que esclavice a la negra Ker
Y a la magnánima Perséfone?
¿Qué amor, Andrómeda,
Que haya doblegado al espléndido Pegaso,
Que haya vencido a Calibos,
Y al monstruo Kraken, hijo del océano?
¿Qué amor, Andrómeda,
Qué vasto amor, doncella de Etiopía,
Atrevido como el mío
Desnudo como el río de la muerte?
¿Qué amor, hija de Casiopea,
Qué amor que venza a la Gorgona,
Que logre los favores de Mercurio
Para tallar en el tálamo nupcial
El holocausto en donde se fundan nuestros sexos?
¿Qué Amor, Andrómeda,
Limpio, tremolante,
Bello como Atenea, la de los ojos claros?
¿Qué amor tan extenso como éste
Tan claro y preclaro como el mío
Tan afianzado a las raíces de la tierra?
¿Qué amor, Andrómeda,
Ningún hombre es capaz de sublevarlo,
Emularlo,
Ninguno capaz de amar como el heredero de este reino;
Ninguno mi bella Andrómeda
Dispuesto a perder su poderío por un beso
Resignado a la derrota por una sola de tus noches.
XII
NÁUSIKAA
Yo busco en sus ojos la noche,
Lo transparente, lo oscuro.
Busco en sus manos
La noción entrañable de mi boca,
En su carcaj y en sus flechas implacables
Las lanzas que penetrarán mis valles,
Mi vejez,
Mi juventud,
Mi adolescencia.
Yo busco en sus ojos
El río presuroso que bordee la muerte,
El averno, el Almodóvar,
Las correspondencias infranqueables de Diomedes.
Busco en sus cabellos
Las argucias de Sinón,
El viaje contingente hacia la nada,
La viga, los maderos, la brea de mis muslos.
Yo busco en Ulises,
En el negro inverosímil de su cabellera alada,
El destino de mis manos,
La finalidad de mis cabellos,
El fragor inexplorado de mis noches.
Yo busco en sus ojos mi cuerpo,
El altar donde dar mi vientre virgen,
La cavidad donde derrotar el fallecimiento:
Yo busco en sus manos lo oscuro,
Lo incorpóreo;
La forma de vencer a Penélope,
Argumento para privarlo al fin,
De su repatriación en los confines de la tierra.
XIII
ACTEÓN
Como Ulises me harás errar
Como Aquiles, como Teucro.
Como Aurora,
La de los dedos sonrosados,
Expiraré en la penalidad de tus amores,
En el precipicio aventurado de tus muslos.
Como Jasón,
Coadjutor de los argonautas,
Vagaré por la lid de tus rodillas
Por el armazón desnudo de tus pies.
Como Eneas, fundador de Roma,
Me enfrentaré a la hierba rizada de tu pubis,
Hundiré los belfos de mi boca
En las hojas crispadas de tu boca.
Como Helena,
La de los blancos brazos,
Vagaré en los miembros de tu río,
Beberé con mis labios de ciervo seducido
El riachuelo ambivalente de tus labios.
Como Pan,
Perseguidor de Sírinx,
Como Patroclo, como Fénix,
Sucumbiré por siempre en el exilio
Me levantaré de las cenizas
Y correré como un potro desbocado
Por la llanura fértil de tus ojos.
Como Ulises me harás errar,
Como Minos, como Cauno.
XIV
PROMETEO
Sírveme el fuego de tu fuego,
Tu átomo
Tu ser y tu costilla muscínea.
Súrteme lo elemental de tus sombras,
El canto de tus diademas,
El quiebre de lo que confluye y termina.
Es simple el amor, hermosa su carta
Muéveme el brebaje de tus alcázares,
el calor de tu cuerpo,
la vibración de tus murallas.
Trátame la noche,
el río que pasa ligero por la llanura de estrellas,
el espejo de agua donde se miran Pólux y Cástor.
Procúrame la eternidad del relámpago,
el sonido desnudo del trueno,
la luz desenfrenada del rayo.
Provéeme del fragor que yace en tu sexo,
la alquimia y el cetro de tus extremidades caldeadas:
Sírveme tu efusión,
el calor de tu calor,
el fuego de tu fuego
que sólo yo puedo proveerme de tus ardores,
de la mata caliente de tu boca de incendios.
XV
PARIS
Cuando una mujer florece en la tenebrosidad del mar
su rictus es como el aire que rompe las ristras de los
barcos
y provoca cierta fractura en el maderamen de los mismos.
Cuando una mujer
Alta,
imperiosa como la proa de los bastimentos,
se abre,
cae desde arriba,
se resume en las olas y en los golpes de la lluvia,
se pueden decir tres cosas sobre ella:
Uno,
que es hija de Poseidón, dios de los océanos,
Y su arte final se congrega en la seducción de nautas y
pilotos.
Dos:
Que su presencia obedece a la ira de algún Olímpico
Presto a derrotar nuestra flotilla
Con el argumento sólido de la belleza.
Tres:
y el menos fehaciente de los anteriores,
que el Numen de la Pitia ha decidido congregarla a mis
afectos
de modo que resuelva mis batallas
en el tálamo nupcial de sus incendios.
Niego que sea el enamoramiento
Del que ahora me acusan mis súbditos,
lo que me doblega al filo de la espada y de los días,
Pues a pesar de haberme abandonado en la gloria de su
guerra
Sé, y soy consciente de ello,
Que sólo puede derrotarme el enemigo:
Menelao, Agamenón, Orestes: el pasado o el futuro griego;
Nunca una mujer
Aunque ahora me prive de la libertad y la victoria
Propias del ostracismo
Y me sumerja en el acantilado hirviente de sus muslos
Viendo como pasa el mar entre mis ojos
Y como la llena luna se tiñe de la sangre
De aquellos que naufragan en el desvarío de la muerte.
XVI
SÍSIFO
En el entusiasmo de la noche
Sobresale una autopista que es la que recorro ahora
Y se configura diariamente en la palma abierta de mi
cuerpo.
Mi mundo comienza en esta calle,
En estos corredores que marco con las manos
Y cuya boca se sorprende con el vértice de un labio y una
arteria virgen.
Siempre el mismo recorrido,
La analogía (montañosa) de un cuerpo accidentado:
los mismos senos, el mismo dorso,
el mismo pubis;
Es un ir y venir determinado por los signos
Y que, no obstante,
complace hasta el tuétano las proporciones de sus oráculos.
¿Qué Daimon es el garante de tal gozo?
Mi mundo comienza y termina en esta carretera;
Marco con las falanges de mis dedos
-centímetro a centímetrola
autopista de una espalda intolerante a la aridez.
Voy y vuelvo como la muerte,
Como las obscuras puertas de Tebas o de Argos,
Sobre ciertos caracteres que sólo pertenecen a mi boca.
Las grafías de esa misma boca
Ella las conoce como Proserpina el reino de Plutón.
Voy y vuelvo como la noche,
Me sumerjo en el mismo recorrido,
En la misma vía,
en ciertos atajos que sólo mis manos anticipan.
Bajo algunas calzadas esbozadas por el laberinto
recuerdo el mito que me corresponde
–el mismo sexo, la misma piel, los mismos músculos–
y me siento a esperar a que pase el mundo
pues según mis arcanos y relojes
mi Odisea comienza en el ángulo de su vientre abierto
y termina en los recodos trifurcados de su amor.
XVII
TESEO
Ariadna,
Tú que a través del sueño
Has hilvanado laberintos en las sombras,
Que has zurcido sobre mi cuerpo de extranjero
Cientos de hilos, de cometas y de trenes,
Un centenar de casas para vivir esta muerte
Que sueña con una vida menos dura.
Ariadna
Kilómetros de músicas y esferas
De larvas, de resinas y de estrofas,
Ariadna de metal
Receptiva a la lluvia, a la brisa,
Al latido de los astros.
Tú que a través del sueño
Has bajado cabalgando
Luciérnagas y piedras,
Que has pintado con tu lengua y el cáñamo de tus furias
Poemas legibles en esta vida
Y en la otra que no has tenido todavía
Y en esta muerte
Y en esa otra menos dura
Que aun insiste en demorarse.
Ariadna
Hija de Minos, Rey de Creta,
Tejedora de silencios y de ecos
Ariadna y su búsqueda incesante
¿Por qué persistes en escribirle a mi memoria?
XVIII
POSEIDÓN
Tus pechos bajan como un hilillo de esperma
Por las llanuras de Naxos.
Tu sexo,
Húmedo río que se vierte de Ovellones de plata,
Desciende como un cuchillo de nácar
Por las riberas de Delos.
Nadie ama el mismo cuerpo dos veces,
Nadie se baña en el río del Éter
Más de lo que quisiera.
No obstante,
El flujo-reflujo de tus senos de diosa
Me pesan como una piedra y como una daga
En el Carcaj de Quirón.
Nadie ama el mismo cabello;
Son otros besos, otras manos,
Otros labios
Los que nos recorren,
Los que nos transitan.
Nadie abraza en la misma geometría;
Los ríos descienden de prisa,
Los cuerpos también desembocan.
Habrá un tiempo en que el hombre sepa todo esto:
Nadie ama con las mismas palabras,
Con los mismos miembros,
Con idénticas músicas.
Tú me lo has contado desde la noche de los tiempos:
Nadie se baña en los mismos muslos más de dos veces,
Nadie se sumerge en la misma fuente,
En el mismo cauce.
El cuerpo que sujeto ahora,
La flecha y el arco que tensiono para la caza
Saben que nadie naufraga en el alto de Érix
Y que el amor y la muerte son como el río que no termina
de fluir.
XIX
CRONOS
¿Ves el tiempo que fluye entre mis manos?
Es el mismo del que está hecho el paraíso,
El Olimpo, La manzana,
La raíz que se trifurca,
El minuto que demoran mis dedos en el ejercicio de
delinearte.
Mi lengua va determinando el óleo
–duro ejercicio de lograr la simetría-
Y el beso
La isla oscura y tenebrosa de tu amor.
El color se pendula entre mis dedos;
El cuadrante de unos labios en la probidad de tu organismo:
Suben y descienden los relojes:
Como el cosmos, la serpiente, la cuchilla
Los yelmos se afilan
Las yacijas se dilatan,
La noche corre presurosa en las hélices de un pájaro.
Lee los segundos en mis manos,
Respira el ánimo de una noche y un día que nunca acaban
Es el tiempo por el tiempo
El minuto elástico de tu boca,
La jornada que llevas en los perdigones de tu fruta virgen.
Ojea mis palabras
Son las mismas arrancadas de un color que no logra
definirse
El tiempo donde todo se liquida:
Se disgrega el amarillo,
Se duerme el rojo,
Se traza un fragmento de tu pecho o de tu talle.
Tu cuerpo yace entre mi cuerpo,
¿Es el tiempo el que fluye entre mis manos?
XX
DIONISOS
¿Y si la vida fuera más que el Néctar que viene de tus
labios?
Si fuera cierto que más allá de la ambrosía de tus muslos
Corre un soplo ligero por el firmamento;
Un aliento de nube negra, de estrella Obscura
Que todo lo redime,
todo lo apoltrona?
No imagino nada
más allá de la transición de tus afluentes:
Todo lo que vierte la fruta de tu sexo
Posee ese licor, la bebida, aquel elixir
Que sólo derivan de tu odre,
De tu alforja;
La vasija aderezada y exquisita de tus piernas.
Me pierdo en tus brebajes
Y no creo que el mundo sea distinto
Más allá de estos extractos.
Ni Zeus en su mutación vacuna,
Ni Hefesto en el desleírse de sus carnes,
Ni Faón de Lesbos en el rejuvenecimiento de sus ropas
Han corroborado la delicia de embriagarse en las aguas
de tu piel.
Como un ciudadano de la Élide
He conocido el cosmos concedido por tu Vino;
Los arcanos desprendidos de tu Rosa dionisiaca.
Los sátiros,
Los coribantes,
Las valquirias
Saben que esto es una verdad de a puño:
Todo lo que emana tiene el dulce paradigma de lo
licencioso,
La ignominia de escanciar los vasos,
La desventura de curar la boca que ansía
precipitadamente el beso.
¿Y si la vida comenzará en otro margen?
¿Si la Vid que pende de los hilos del madero
Tuviera otro final distinto al de la muerte?
XXI
ZEUS
Por el yerro de un niño excéntrico en el arco
He sido Cisne para Leda,
Toro para Europa,
Lluvia de oro en el cuerpo de Dánae,
Y he sido también
El águila de cobre que cruza los espejos
Trajinando entre sus garras
El cuerpo vigoroso de Ganímedes.
Me he metamorfoseado en sátiro,
para elevar mi procedencia
A la desnudez espontánea de Antíope,
Y conquistar con la égida
la castidad de sus rodillas.
Sin embargo,
A la hora de blandir mi rayo contigo
¿En qué bestia debo transformarme?
¿Cuál el animal que logre tu fisonomía?
Me pesa esta sentencia de ser dios y padre del Olimpo,
Acumulador de nubes, escanciador del rayo
Y no poder llegar a la simpleza de tus glúteos,
A la sencillez insoportable de tu espalda.
¿En que bestia, pues, debo transmutarme?
¿Qué cernícalo para acceder tus entusiasmos,
Tus volcanes y tus ruinas?
He escapado de la boca de Cronos milagrosamente,
He derrotado a los titanes,
He esgrimido con mi trueno el Tártaro
Más,
¿Qué hazaña me asegura tu caída?
¿Tu ciega pasión, tus estrellas rojas?
En qué animal amor,
Oh!,
En qué animal?
XXII
PAN
Sírinx, Sírinx!
Me llega tu nombre a través del Valle y las quebradas.
Hay en ti un rumor de bosque,
De íbice y flauta carriza
Que yo,
Dios de los pastores y de las cabras,
No logro descifrar.
¿Qué es esa música secreta que viene de tus entrañas,
De la mata de polen de tus labios de estrella?
Jamás mis sentidos percibieron tal concordancia
Tanta correspondencia en un solo organismo.
¿Dónde ese equilibrio de fémina flotante,
Esa hilera de musgos en tus pechos de árbol?
La fertilidad tiene su propio paraíso
Y la mía
Comienza en tus muslos caldeados;
En los abrazos proveídos detrás del fuego y el río.
Sírinx!
¿No escuchas mi canto?
¿No te enternece el hilo de agua que baja de mis rodillas?:
Es el canto del que me ha provisto Natura
La música dada por Apolo para resumirme en tu boca.
No ves cómo me crispa tu aliento,
Tu cabello imposible,
Tus pantorrillas de loba?
Sírinx, Sírinx!
Abajo los frenos, las poleas, las rosas
Que caiga tu pelo en mis dedos
Tu espalda en mis manos,
Tu pecho en mi boca
Que a los dos nos aguarda
Una serenata de velas y oleajes marinos,
Un rumor de piedra y acantilado.
XXIII
EROS
Porque se mata lo que se ama
Has suprimido mi rostro,
Mi efigie,
Mi portentosa figura,
Y has disgregado mi aspecto
En lo que tú quieres que yo sea.
Porque se mata lo que se ama
Has quebrantado mi ofrenda,
Desdibujado mis plantas;
Marcado el camino
Que debo procurar en favor de tu beso,
Y has extirpado mi muerte, mi carcaj y mis flechas
Con tal de desleírme en tus bordes,
Volverme corriente de tu corriente,
Rumor de tu sexo,
Fragor de tus ríos.
Porque se mata lo que se ama
-dices-
Porque se niega todo lo que el amante desea
Se le prohíbe una belleza más allá de la nuestra
Se le procura un cuerpo que signifique su estadio.
Yo,
Daimon intermedio entre lo blanco y lo oscuro
La luz y sus sombras;
El más sublime y hermoso de todos,
El más cantado de El Banquete y otras apologías;
Debo sustraerme ante la belleza sinuosa de tus caderas,
Sobrevivirte a pesar de mi muerte,
Reconciliarte a pesar de la vida.
Porque se mata lo que se ama
-dices-
Porque se niega al amado lo que busca y precisa,
Es que yo ando con esta nostalgia de cielo y de estrella
Perdido en tu beso,
Clavado en tu piedra,
Afilado en tu anillo.
Porque se ama lo que se mata
-digo-.
XXIV
EOLO
¿Cuál viento el que zarandea tu Orilla?
¿Qué aire el que se pasea por tus sextantes,
Mueve tu oleaje, crispa tus jarcias?
¿Qué viento el que sale de mis dominios
Para poseerte en los días de alféizar y de olas?
¿Quién en la rosa de los vientos,
Quién el amante fortuito
Que sopla tu ondulación,
Entra ligero en tus diques,
Va por los bastimentos de tu organismo?
¿Quién el maldito aire,
Cuál ese renegado soplo
Que corre muy quedo por tu malecón,
Por tu playa desnuda de estrellas?
¿Quién aquel que te ha mostrado los genios del viento
Ha desvestido tu espalda
Ha navegado tus ríos?
¿Quién el hombre que se disfraza de aire
Se viste de aire, se provee de aire
Para poseerte a través de sus islas?
¿Quién el hombre que violenta tu muelle,
Constriñe tus barcos,
Marca tus bitácoras?
¿Quién el maldito hijo del viento?
XXV
HERMAFRODITA
De ahora en adelante estaremos condenados a ser uno
solo
A cargar con el mismo cuerpo
-el yerro de nuestras culpas-
A ser el mismo sueño,
El firmamento delineado por idénticas manos.
Y tu cabello será mi cabello
Tu boca mi boca,
La oscuridad de tus ojos mis ojos.
Y tus piernas el camino,
El maravilloso vía-crucis al calvario de mi alimento.
Y tu cuerpo será mi santuario,
El mío tu sinagoga,
Tu abadía,
El lugar donde nos abriguemos de los de afuera,
Donde nos cuidemos de la fruición
De la Guerra de Troya.
Tus muslos serán mis muslos,
Tus labios los dictadores de lo que bese,
Tus pies,
Tus minúsculos pies de mandrágora y uva,
Los cancerberos donde resida el Vellocino y la flauta.
Y tu muerte será mi muerte
Tu moneda mi calderilla,
Tus pechos el lugar donde elabore mi canje.
De ahora en adelante estaremos condenados a ser uno
solo,
A fundirnos como el acero, a terciarnos como la espada;
Clavados, disueltos, resumidos
En lo que parece el espejo y su sombra
El laberinto de lo que confluye y rescinda.
XXVI
HERMES
Como es arriba es abajo:
Tu Rosa negra, mi estrella roja,
El venablo y el yelmo de tu sublime figura.
Todo fluye y refluye:
Tus cabellos se allegan, mis bucles se prorrogan,
Tu ondulación es antagónica e idéntica a la mía.
Tu ascenso y mi descenso
Están demarcados por el principio de tu propia naturaleza:
Hécate, Diana, Selene
Tres movimientos en la misma circunferencia:
El péndulo de mis miembros que nunca reposan.
Nada descansa; todo vibra:
Tus flancos troyanos, las caderas de mi oratoria
Tus huellas que cortan el hilo de los días.
Todo en ti es absoluto,
Todo en mí una verdad relativa:
Mis besos, mis caricias
El reloj que circunda por la flor oscura de tus muslos.
Como es arriba es abajo:
Tu cuerpo, mi cuerpo,
Camino,
Trilogía,
Ebullición en el alambique de estrellas.
XXVII
ÍCARO
Tus ojos son mis alas.
A través de ellos me descubro
Y veo la vida sin dobleces,
Sin sombras.
Cuando tus ojos me confrontan
Cuando vienen sobre los míos
Sé que son mi vuelo
El motor de lo estacionado
La cera perdida que cose mis plumas.
Y cuando desnudo me remonto a las alturas
Tus ojos me dan la claridad para salir de ciertos laberintos
Me dan las alas,
La simetría de un ángel ortodoxo,
La tranquilidad de caer
Sin lograr el purgatorio o las brasas del que peca.
Tus ojos me hacen libre,
me redimen de cadenas ganadas con el tiempo,
Fraguadas por mi condición de hombre;
Mi circunstancia de cordero fuera del astil.
Cuando me vislumbras,
Cuando elevas tus ojos a mis latitudes
Me siento un ángel patriado en tu universo
El hombre recuperado
El pecador feliz de su destierro.
Tus ojos son mis alas
El motor que nunca tuve
La hoguera que calcina y quema.
Tus ojos:
Perdición,
Pecado,
Alimento.
XXVIII
CIRCE
Y el amor regresa siempre,
Recorre los caminos
Por donde una vez anduvo.
¿Qué es el amor sino el tiempo recobrado?
Aquel que nunca ha doblado sus relojes
Viene sobre esta playa cuyas olas carecen de circunferencia:
Aquí de nuevo el amor,
el pasado que es otra forma de pasado,
El presente que no existe sino en la luz del abandono.
De nuevo el amor,
Las esferas, los navíos, las batallas.
De nuevo el descenso al Aqueron
El ascenso a una visión que ya no existe:
Nunca se parte hacia lo oscuro
Quedan las cosas gravitando por el éter,
Los huesos, la carne,
El éxtasis metafísico levitando entre la sal.
¿A qué has venido hijo de Laertes?
¿Para qué emerger de la espuma y de la nada
Cuando tu vientre ya dibuja otras raíces
Y esas fisuras dejadas por el tiempo
Surcan los imperios de lo ruinoso?
Ahora que las luces de la muerte
Asoman su portento por tu puerta
¿Para qué dejar de nuevo Ítaca?
¿Qué puedes amar en esta mujer
Cuya mejor edad es la de la hechicería
Y mejor principio la debilidad de lo que nunca amaste?
Aquí de nuevo el amor,
Telémaco, Filoctetes, la saga
De nuevo Ulises, el preclaro,
Las piedras
La figura de un reloj cuyo péndulo es la muerte
Y su mejor círculo
El estado intermedio entre el tiempo
Y un vacío que no termina de llenarse.
Contenido
I ODISEO.................................................................. 15
II MIDAS..................................................................... 17
III HÉRCULES............................................................ 19
IV ARIADNA................................................................ 21
V ORFEO.................................................................... 23
VI JASÓN..................................................................... 25
VII ALFEO.................................................................... 27
VIII APOLO.................................................................... 29
IX FAETÓN................................................................. 31
X ARES....................................................................... 33
XI PERSEO.................................................................. 35
XII NÁUSIKAA............................................................. 37
XIII ACTEÓN................................................................. 39
XIV PROMETEO........................................................... 41
XV PARIS...................................................................... 43
XVI SÍSIFO..................................................................... 45
XVII TESEO.................................................................... 47
XVIII POSEIDÓN............................................................. 49
XIX CRONOS................................................................. 51
72
XX DIONISOS............................................................... 53
XXI ZEUS....................................................................... 55
XXII PAN.......................................................................... 57
XXIII EROS....................................................................... 59
XXIV EOLO...................................................................... 61
XXV HERMAFRODITA.................................................. 63
XXVI HERMES................................................................. 65
XXVII ÍCARO..................................................................... 67
XXVIII CIRCE..................................................................... 69
Aproximaciones de Marcel Kemadjou Njanke a Rogitama.
Odiseo del amor
Marcel Kemadjou Njanke
Poeta
Dúala, Camerún
1
Desde la mitología del Egipto de los faraones hasta los
palacios de oro del imperio Asante (Ghana), desde las
enseñanzas de los sacerdotes de las pirámides hasta las
parábolas de la cofradía secreta del Komo(Malí), un pájaro
recorre los continentes y el vacío repitiendo: ‘Sankofa,
Sankofa, Sankofa…’ Este pájaro vuela, va adelante mientras
sus ojos están excavando los siglos apagados.
2
‘Sankofa’, ‘Sankofa’, ‘Sankofa’… Es evidente que esta palabra
polvorosa resuena también, como un eco o como un
resurgimiento, entre las líneas de estas hojas verdes que
Winston Morales Chavarro, nos da a oler y a comer, hojas
que se llaman sencillamente, acaso humildemente : Camino
a Rogitama.
3
Este pajáro que construye su camino, convoca su futuro,
mora en su presente con las sabidurías que yacen en la
oscuridad de lo antiguo, se llama Sankofa. Sankofa, Rogitama,
poeta; las tres palabras riman como la pluma y el
poema, como la voz del poeta y su palabra, como las alas
inmensas de Sankofa(es decir el poeta), caminando por los
senderos que desembocan a Rogitama, la patria mítica y
viva de la poesía, de la verticalidad y de la belleza.
4
28 cantos forman este poemario que se abre con Circe y
se cierra con Circe. Circe, la diosa, la maga, la hechicera
que tiene una sola arma: una jabalina que se llama Amor,
es decir, ‘la única razón suspendida en el aire de las cosas’,
nos dice, como si fuera jugando al escondite con las
imagenes y las palabras, nuestro Sankofa Winston Morales
Chavarro.
5
Conocimos a Aniquirona, Schuaima, Alexander de Brucco
y otras creaciones oníricas de Winston. Aquí en este
Odiseo, lo onírico y la realidad se mezclan, se funden para
dibujar por completo las dos caras del amor: real e imanigaria,
carnal e ideal, limitada y cósmica, física y espiritual.
6
El Camino hacia Rogitama es un camino hacia y dentro
del amor a través de las hazañas de todos estos héroes
que han recibido el ‘beso de la muerte’ pero que son vivos
porque desde la antigüedad hasta el Odiseo de Homero,
desde Homero hasta hoy, han reaparecido en la voz del
poeta Winston Morales Chavarro, vestidos de la luz del
amor que hasta hoy estaban escondidos en sus actos y sus
luchas. Hoy el amor brilla en cada palabra del Sankofa y
cada palabra de este poemario es como una madreperla
que el lector debe reblandecer con el fuego del entusiasmo
y romper con los martillazos del éxtasis tan querido por
los platónicos.
7
El autor de ‘Camino a Rogitama’ ha oido los murmullos
de los siglos que soñaban en los anales de la memoria y
les ha dado una nueva belleza. ¡La belleza! Por el poeta,
la belleza es esta puerta de la perfección cuya llave es el
amor. El amor, todavía el amor, siempre el amor. Esta palabra
y sus variaciones aparecen al menos y a manera de
invocación mágica 55 veces a lo largo de este poemario,
paseando al lado de nuestros héroes. Winston Morales les
nombra poema tras poema: Circe, Orfeo, Hercules, Ulises,
Midas, Eros, Prometeo... Todos siendo combatientes
y buscadores del amor. Se puede añadir Circe-amor, Orfeoamor,
Hercules-amor...
8
Se ve que la memoria es un pretexto para atravesar los siglos
y la palabra con el amor, este hilo de Ariadna que enlaza
el pasado y el futuro, que reúne todas las épocas en una
sola. Solo cambian los colores. Aquí el autor nos recuerda
que ‘todo es viejo en el amor’, allí nos dice que ‘es mentira
que el amor se nutra de lo nuevo’. Y allá, podemos también
leer en algun ángulo, como si fuéramos viajeros recogiendo
flores, ‘el amor es blanco’. Blanco como los pergaminos
del poeta esperando los besos de la inspiración; blanco
como la eternidad que no puede mancharse, cumplirse.
9
La sed de vivir canta en cada verso. El más triste… como
el más poderoso; el más liviano como el más perfumado. A
pesar de la relatividad de las cosas que nos impone Cronos.
A pesar de todas las trampas del viaje terreno o iniciático.
A pesar de las imposturas del camino, uno se siente ‘el
pecador feliz de su destierro’, que nunca no se detenga y
uno camina tras Apolo que repite sin descansarse, ‘Vamos,
[…] Vamos por la vida’, como el pájaro Sankofa.
10
Y como el amor regresa siempre −Es Winston Morales
Chavarro que lo subraya, el amor empieza y acaba todo,
fertiliza la boca, teje los sexos y culmina en el orgasmo
que se sirve del cuerpo como instrumento para regocijarse,
para vencer, para alcanzar a lo metafísico, para beber la
embriaguez de lo místico. De todos modos hace falta que
superemos las retóricas porque ‘De ahora en adelante estaremos
condenados a ser uno solo’ nos lanza Winston en
una escritura pura, franca, y sin sobras.
11
Una vez en el Camino de Winston Morales Chavarro no es
posible detenerse. La muerte misma aparece como un paso
iluminado por el amor. A veces ambos se confunden. El poeta
habla de manera magistral: ‘el amor y la muerte son como
un río que no termina de fluir’. En el último poema, Circe,
que sigue cantando desde el primer verso comprueba con
nosotros,‘ de nuevo el amor’. Nunca el odiseo del amor se
acabará. Por supuesto el pájaro Sankofa sigue recorriendo el
vacío y el amor no es una línea recta: es un círculo.
CAMINO A ROGITAMA-APROXIMACIÓN DE JUAN CARLOS URANGO.
CAMINO A ROGITAMA: DE LO MITOLÓGICO A LO HUMANO
JUAN CARLOS URANGO OSPINA
Docente Programa de Lingüística y Literatura
Universidad de Cartagena
Rogitama es un lugar de pervivencia, un inmenso nicho de especies que, para las ciencias, plegadas a la racionalidad, están extinguidas; o, peor, jamás existieron. El camino a Rogitama, el tránsito por sus adentros, nos permite, por tanto, corroborar la certeza de la imaginación.
Rogitama –sin que esto sea una paradoja- es, a la vez, un universo antiquísimo y reciente. En él, hay evidencias de los primeros mundos, de las criaturas que saborearon los soles fundacionales. Pero sólo hasta ahora –y por eso es reciente- logramos comprender que esas criaturas no fueron objeto de nuestras alucinaciones.
Todo eso descubrió Winston Morales Chavarro en su tránsito por Rogitama. Junto a los arácnidos milenarios, a las aves iniciales, a los árboles de todos los siglos, encontró –trasladados en su totalidad- a los dioses, semidioses y humanos del universo olímpico.
Allí están, vivos como siempre, habitando esta suerte de Olimpo que es Rogitama, los más humanos –es decir, los menos míticos- de todos los seres mitológicos. Winston nos los presenta en su dimensión más dolorosa, en la que los poderes, los ilimitados poderes que representan, sucumben ante la más primaria de todas las fuerzas: la del amor.
Todo en el poemario, como en la vida, como en los simulacros de vida, está cruzado por el amor. Principio creador, forma de despojo y de renuncia, fuerza humanizante. Por él, los dioses supremos –Cronos, Zeus, Apolo, Poseidón, Dionisos, Hércules- aparecen sin el peso que les impone su deidad, sin la majestuosidad de sus voces tronantes. La voz poética en el mundo de Rogitama se escucha, por el contrario, susurrante, suplicante y confesa. Así, Zeus, el todopoderoso, la deidad de las deidades, se duele:
Me pesa esta sentencia de ser dios y padre del Olimpo,
Acumulador de nubes, escanciador del rayo,
Y no poder llegar a la simpleza de tus glúteos,
A la sencillez insoportable de tus espaldas.
El Zeus del poema –como todos los dioses del poemario- soporta la sentencia que su condición les impone. Sufre, en consecuencia, el dolor, la sentencia, el castigo, que parecía reservado para los irreverentes, para los soñadores: Sísifo, Prometeo, Ícaro, Teseo.
Winston logra que, en Rogitama, dioses y humanos aparezcan unidos por los mismos dolores y evocaciones, por las mismas renuncias y búsquedas. Y crea un círculo perfecto que se abre y se cierra en el mismo sitio -¿qué lugar de Rogitama?- y con los mismos personajes: Odiseo, el héroe que retorna, y Circe, la hechicera de hermoso canto. En Rogitama, entonces, se pretende el canto y el hechizo; o lo que es mismo, el amor del que se reniega en principio, pero se busca (y regresa) siempre. De ese modo, se escucha en el canto, en el hechizo de Circe, que cierra el poemario:
El amor regresa siempre,
Recorre los caminos
Por donde una vez anduvo.
¿Qué es el amor sino el tiempo recobrado?
Aquel que nunca ha doblado los relojes
Viene sobre esta playa cuyas olas carecen de circunferencia:
Aquí de nuevo el amor.
En Rogitama, espacio de supervivencia, el mundo se renueva como piel de serpiente. Y todo se vuelve natural. Los dioses se humanizan y los humanos se descubren como tales. El mito recobra el vigor de su palabra y las especies que parecían extinguidas –los dioses de la tierra recién creada- reposan después de muchas penitencias.
Winston lleva a Rogitama y a sus personajes en la sangre. En algún rincón de ese lugar está inscrito su apellido; la genealogía de ese universo empezó con el árbol de su estirpe. Acaso, entonces, todo lo que ha escrito, todos los personajes que pueblan Rogitama, son una sola voz –la suya- habitada por todas las creaciones y todas las fuerzas de la naturaleza. En especial, por las fuerzas del amor. Habrá que leer a Winston –al poeta, al ser humano- para comprender que cada palabra, que cada título y que cada ser que evoca es un modo de evocarse a sí mismo.
En síntesis, y esto pudo evitar las tres páginas de esta presentación, Camino a Rogitama, el nuevo poemario de Winston Morales Chavarro, escritor opita, profesor de la Universidad de Cartagena y amigo de tertulias en el Café de Freddy, resume los senderos deambulados por la literatura y por su literatura. Al tiempo que nos revela lo cerca que hemos estado de los mundos en donde empezó la creación.
LA CIUDAD DE LAS PIEDRAS QUE CANTAN
LA CIUDAD DE LAS PIEDRAS QUE CANTAN
Hay otros mundos,
Pero están en éste.
Paul Eluard.
A Lennis Yelenha Morales Torres
Y Luis Alfredo Morales Torres,
Moradores de los otros mundos.
A los hermanos.
A la Lux.
A Narlinda Espinosa Cantillo,
Estrella de seis puntas.
I
Hunab Kú,
Tú que te engendras en ti mismo,
Que no tienes más círculos en tu mano
Que la propia nave del sol;
Tú cuyas estrellas errantes te circundan
Y llegan como un dios supremo
A posarse en tu vientre
Sin detener tus pasos;
Estás ahora tendido
Sobre la hierba del bosque.
Tú que recorres los espacios y tiempos de todos los tiempos,
De todas las áreas del tiempo
Como flecha continental de la muerte,
Estás ahora esparcido como verde manzana,
Como tallo al viento,
Raíz a la tierra del árbol.
Tú
Nave de los mundos
Fuerza infinita del no-ser
Del precipicio,
Del ingrávido cosmos
Que flota y circula
Por lo que ya fue
Por lo ya sucedido;
Estás ahora en el ahora,
En el instante:
Fresco,
Reluciente como la hoja que cae
-Mas no encuentra piso en su caída-
como la espada que parte el lienzo de las estrellas,
como la cabellera celeste que conoce el mañana
el ayer de los sueños,
estás ahora como piedra del sur
poblado de viajes y mapas
de movimientos aleatorios;
estás como un mensaje de las esferas
en mitad de la noche:
recónditamente escondido,
sumergido en el espejo de las pequeñas presencias.
II
Como una estrella de ocho puntas
Como una barca de fuego suspendida en el éter,
Hunahpú,
Ataviado con alas y figuras flotantes,
Me enseñó a respirar la escritura del mundo
-La subterránea y oceánica,
La aérea y la terrestre-.
Me enseñó a manejar el metal en sus múltiples formas,
A invertir los elementos primarios del suelo.
Esta deidad procedente de la Óneiros,
De las cimas sagradas de distantes culturas,
Me confesó los secretos recónditos de la muerte
El misterio sólido de las estatuas,
El idioma antiguo de las pirámides.
Un Gato demoníaco con cabeza de hombre
Le regala su canto
Y con él
Le transmite la herencia de diversos planetas,
Los hilos de las estrellas concéntricas de la Pampa;
Secretos que él confiesa a los cuatro caminos
Y que llegan a mi oído como un pequeño rodillo,
Como un hálito celeste al borde de las columnas.
Esta estrella roja arrojada del fuego
Hijo del Xibalbá y de la noche
Viene del árbol de la vida
Con una tea sobre su espalda
Y de él emana el resplandor hacia los otros mundos,
La estrella que pende en las afueras del cielo.
III
Hombres-pájaro, animales fabulosos, Zopilotes celestes
Pasean por los otros mundos
Tan lentamente
Que da la impresión del eterno retorno
Como algo imposible.
¿Qué figura mítica, extraída del sueño
pensaría en repetirse?
En confirmar la existencia del atrás,
De lo que fue
Como algo lineal
Sin antecedentes pre o posteriores?
Aquí está de nuevo Ixbalanqué
Como un reflejo multidimensional
En un espejo de siete caras,
Siempre él
Suspendido en esta Terra
De espectros inacabables.
Siempre él
Como poseedor de una extraña belleza;
Él el único
El infinitamente recostado en la orilla del río,
Prendido del árbol
Transportado en la hierba.
Sé que sólo una palabra, una oración de llamas secretas
Es capaz de convocarlo,
De sugerirle su asomo
Su portentosa aparición entre las sombras,
Su mensaje de Anona silvestre,
De Puma sangriento, de árbol vetusto.
Sé que sólo aquí
En la Terra de los Ovellones,
De los espíritus anticipados, del mago Yhoma,
Él es capaz de oscurecerse,
De ensombrarse para sí,
Hasta perder toda magnitud del yo,
Toda razón del ser
Y quedar de nuevo allí
Reducido a él mismo
A la corriente inexpugnable de todas las aguas.
IIII
Inscripciones extrañas
Sobre el círculo de bronce de los espejos.
Apariciones de humo
Que inicialmente cegaban mis ojos
Pero que ahora,
Luego de este trayecto
Por los candiles de aceite de los viejos campanarios,
Me he acostumbrado a ver
A través de la claridad de la noche.
Soles divinos
Que se yerguen sobre la superficie de los afluentes,
Con una brillantez estrepitosa
Propia de algún culto extraño,
Acaban por ilustrarme
Sobre lo inaccesible y lo intangible;
Lo que ahora reposa sobre la resina del cosmos,
Sobre el silencio de Labna,
El eco de los acantilados y los murallones de fuego.
La incandescencia de las orillas
Convergen en estos puntos
“Como el rugir de una gran masa de agua”
sobre lo omnisciente y todo-poderoso,
que no va más allá de su propia muerte,
que no aspira más
que su propia venganza.
Después de cerrarse este círculo con su rodillo
Se abrirán los cielos
Como un repaso difuminado de las estrellas,
Se cegarán las puertas
De ciertas inscripciones
Y ascenderá de la tierra
Una lengua de fuego
Que hendirán el pasado de muchos mortales
Empujándolos a la luz;
A la única y verdadera arca del mundo;
El tránsito a las cuatro caras del sol,
Los arabescos finales de los planetas.
V
La quinta visión,
La de la canción chamánica
Que circula por las nubes
Con sus huestes angélicas,
Me ha dado de beber
Los secretos de los tiempos;
Fragmentos de un diluvio venidero,
En el ánfora gigante de la noche.
Las estrellas lejanas
Con sus días intercalares
Vienen en esplendorosa vuelta;
En óvalos, en rectángulos,
En piedras luminosas
De firmamentos distantes y anónimos
Que entran a Dzibilchaltún
Como algo inimaginable e inconcebible.
Mis hermanos,
Los bellos extranjeros del pasado, del presente y del futuro,
Asoman sus portentosos ojos
De enredadera y bronce
Por los intersticios y las oquedades del espacio.
Es el tiempo del no-tiempo
El tiempo de la elevación
De la máquina que danza
Y tropieza en el aire como el sabbath
De los antiguos Evangelios.
Es el tiempo de las vibraciones fantasmagóricas,
El tiempo de las estrellas y meteoritos
Que hienden el cielo
En su recorrido veloz por la estructura de los astros,
De las órbitas del sol y de la luna,
De los lejanos firmamentos.
La sincronización y el día de la oscuridad
Con las esferas que pululan por el éter
Se avecina.
El Dios-Padre-Hijo de todas las especies:
El de los ciclópeos Lagartos
Y el hábil Conejo
El del pesado Tiacuache
Y la rápida Comadreja
El del audaz felino
Y el inteligente Búho
Viene con una cohorte de ánimas volantes
Condensado y elástico como una nube
Grave y supremo como una espada,
Como un trueno
Como un rayo
A instalarse en el día de la Terra
En el génesis de los otros mundos,
En el salón apocalíptico de los espejos.
VI
El camino subterráneo,
El que conduce a Ich-Caan-Sihó,
No acaba,
No tiene fin,
No posee principio.
Es tan aéreo, tan terrestre, tan oceánico,
Como el viento, como la roca, como las estepas de Uaxactún.
El camino
-El del ascenso o el descenso-
No tiene forma,
Está lleno de resquebrajaduras;
Su aire enrarecido,
Cargado de cerbatanas y de hondas,
Dificulta un poco nuestra respiración física
Porque antes de emprender la respiración del espíritu,
De la conciencia,
Un hálito de luz empieza por llegarnos,
Por encender los pulmones de nuestro misticismo.
El camino,
El que viene cargado de aromas,
De Jaguares de piedra
Nos espera,
Es apto para todos,
Está abierto en la hora en que a cada uno le corresponde;
En la hora en que el himno del Peyote
Iza su música en el oído de nuestra propia muerte.
El camino
-Los códices ya han hablado de él-
El que conduce a la puerta de los otros mundos,
El de la etapa postrera que nos redime
No finaliza,
No tiene ángulos,
No posee redondez
Tiene la exactitud de todos los pasos,
La similitud lejana y distante
De todos los espejos.
VII
El calendario de las grandes Eras,
El de las Civilizaciones abruptas,
Asoma su boca de monolito,
Su espesor de disco de piedra
Sobre el cielo tendido de Kaminaljuyu.
El que reina sobre la montaña
-Perdido en la noche de los tiempos-
Ha despertado de su esfera flotante,
Ha transitado por los elementos del mundo
Trazando los arabescos del cosmos
Sobre la piel de Obelisco de algunos terrestres.
¿Qué es lo que está escrito en la Luz de Ixchel?
¿Qué lo que canta la vieja Zaqui-Nimá-Tziís tatuada en el árbol?
El Señor del cielo
-El que gobierna las anchas colinas-
Ha escrito desde los tiempos innumerables
El ardor de los ojos
Que miran de frente a las sombras.
Allí,
En estas extrañas inscripciones
Está el lenguaje de la Terra,
Los orígenes ascendentes de los otros mundos,
La música secreta que reverdece
Sobre los tonos estériles del caos.
¿Cuánto lo dicho por la Guacamaya aguerrida
Que entona con su canto el génesis del fuego?
¿Cuánto lo expresado por las rocas del desierto
Antes de variarse el rumbo
De las esponjas oceánicas?
¿Cuánto en el vuelo exquisito de los colores,
En el constante mensaje de las piedras,
En la permanente cartografía de los cristales?
El que reina sobre la montaña
-Más allá de estas montañas-
ha escrito desde las edades innombrables,
desde los espejos esféricos de la noche
el Apocalipsis de las criptas funerarias,
las láminas de bronce que ensanchan el camino,
los caracteres e ideogramas
que nos hablan de la transición
entre los otros mundos,
del transporte de la Tierra a los confines de otro continente.
VIII
En la octava casa lunar,
Donde riela la luz del último eclipse,
Se levanta de su ciclo solar
Gucumatz, La Serpiente-pájaro.
Como tirado por el más pequeño de los rayos
Gucumatz, hijo del viento,
queda impreso en la roca,
Sobrevuela las inmediaciones de los cultivos
La curva vertiginosa de los espejos.
Este viajante de arabescos en el rostro,
De inscripciones y notables escrituras en sus manos,
Conoce la conmoción de los planetas,
Los holocaustos futuros de las montañas.
En la octava casa del aguador
En torno al fulgor de la sangre derramada
En medio de pequeñas esferas,
De cuarzos y terracotas flotantes
Gime y se levanta su esposa.
Río arriba de lo que yace en la muerte
-Entre el meso-aire inextricable de las sombras-
Se encuentran las oquedades del cosmos,
El símbolo fausto de los martillos,
Los brazos inertes de las espadas.
Allí las otras inscripciones;
El retorno de los paladines,
De las flechas,
De la luz desnuda;
Allí los otros arabescos:
La franja larga del inconexo génesis,
La caverna angosta de las profecías,
El vórtice ininteligible de las columnas.
IX
Es tiempo de cosecha
En el Reino de la diosa Hunahpú Vuch.
El camino a Rogitama
Está predestinado para el hombre
Y existe una horda sumergida en los espejos
Que dará de beber su rugido de bestia apocalíptica
A la generación de muertos
Que yacen debajo de la tierra.
Los huesos de estos muertos
Se levantarán sobre aquellos jeroglíficos
Estampados en el mundo de Hunahpú Utiú
Y los que estuvieron ciegos
En el trasegar luminoso de la estrella
Abrirán sus ojos a la luz:
A la puerta equidistante de la noche.
Las cerbatanas que proporcionó el último de los eclipses
Contrarrestarán esas huestes de figuras
Que discurren debajo de las sombras
Y el maligno que reposa en los caminos de la villanía
Se tornará débil, pero al mismo tiempo más vengativo,
Más furioso, más inconexo;
Frágil como el filo de un cuchillo,
Pero peligroso en las manos de la adolescencia.
La ira de los perros que aún duermen su canto de venganza
Será opacada por la fusión del fuego y de la tierra
Cuyos elementos se convertirán en una sola religión
Sin abismo y sin altura
Sin santo ni castigado.
La Serpiente cuyo torso se levanta
Desde las grafías más antiguas
Dejará su vestido de geometra,
Su piel de encomio y sus escuadras
Y hundirá su hocico en el estiércol
Para elevarse igual al loto,
Desde una percepción orgánica
Hacia una percepción del infinito;
Lejos del caos que la parió,
Distante y ajena al último de los Apocalipsis:
El árbol de la vida de los otros paraísos,
El fruto permisivo en mitad de los espejos.
X
En Tikal,
Donde me vi
Rodeado de una naturaleza de bosques
De marfil repleto de simbolismos
Y flores de tierra,
De invocaciones y rogativas;
En Tikal,
En medio de incrustaciones de fuego
Donde la estrella roja
Asemejaba a una muchacha
Ataviada con hojas y vestidos ambivalentes
Descubrí que el mundo está dentro de los otros mundos,
Divisé los astros
Que subyacen sobre estos astros:
Naves paralelas a estas naves.
En Tikal,
Donde una lluvia de colmillos
Y cuchillos de bronce
Caían inexorables sobre los cometas del éter,
Divisé la muralla del laberinto,
Los arrecifes dorados,
Los archipiélagos e islotes del último viaje.
En Tikal,
Donde aprendimos el arte del árbol,
Donde mudamos nuestra permanencia en la Terra,
Donde para poder florecer
Había que despojarse
Incluso de la perspicacia de la muerte,
Adquirimos de la arena incrustada del Nicté Katún
Su ligereza, su heráldica,
Su volatilidad,
Adquirimos de los pergaminos místicos de las sombras
Su fluctuación a la luz,
Su disección al cometa de los espejos.
En Tikal,
Rodeado de escombros, de huesos y anillos de piedra
Levantamos nuestra mirada al mundo,
El fósil que nos compone, las alas que nos circundan.
En el lugar donde aquellos enterraban a sus muertos,
La cuenca mediterránea hacia Copán, Schuaima y Petén
Aparecía magistralmente luminosa
Como un refugio de desterrados y pecadores
Prestos a volar su última posibilidad de altura,
Su necesidad irresoluta de lograr el paraíso.
XI
Los enigmáticos mapas del Almirante,
Me advirtieron sobre las fuerzas secretas del bosque,
Los sauces y ocobos del mar,
Los mapas extraños de las mareas.
Los heroicos mapas del Almirante,
Sus florecientes y rosadas semillas,
Me avisaron sobre la metamorfosis de Yaxchilán,
La conversión de las tablas esmeraldinas de Sirio.
En los antiguos pueblos mayas
Donde los mangos de las espadas
Poseían la propiedad de avizorar
Las figuras del cosmos,
Donde no había otro lenguaje
Que el de los astros,
Las estrellas vacilaban
En su aquietante carrera por el abismo,
Marcaban la brecha de lo preciso,
El enigmático vuelo de las visiones.
Los enigmáticos mapas del Almirante
Fuentes de músicas inextinguibles,
De vibrantes ondas en sus grabados,
Me señalaron el retorno de los metales,
Los polos inquebrantables de las Atlántidas.
Allí las órbitas de los otros mundos,
La aplicación de los caduceos de Hermes
-Ciencias mágicas en mitad de la tierra;
vuelos de arena bajo el fin de los barcos-.
Los enigmáticos mapas del Almirante
Desconocidos aún por los hombres de las cavernas,
Sujetos a los anillos de los planetas,
A las coordenadas de las esferas y los cuadrados
Me advirtieron sobre las fuerzas de Marte,
El altruismo de Urano,
La omnipresencia de Júpiter.
Esto que va impreso en los anaqueles,
Fragmentos y piezas de aquellos mapas,
Son las voces ocultas del almirante,
Las voces que me conducen por las presencias,
Por la muerte infinita de las orillas.
XII
Hay que leer el Chilam Balam
Para empezar a comprender la música de las orillas;
Hay que transitar por sus tablas astronómicas
Para sopesar las hendiduras en las rocas
Los racimos, las líneas y los puntos
Que penden en la línea vertical de sus espejos.
Hay que consultar al astrónomo de Chumayel
Para sobrevolar el canto de otros firmamentos,
Saturarse del Libro de los Muertos
Para arribar a las piedras solares y a sus ríos,
A las tablillas cifradas del abismo
A las señales inquebrantables de sus sombras.
Hay que escudriñar
Las esculturas rupestres de la noche;
La osa mayor y menor, las pléyades, las nubes
Para acceder a la música del cazador,
Al señor de las lluvias y los sacerdocios
Que gravita en sus peregrinajes hacia Palenque,
Que oscila entre los fluidos luminosos de la nada:
la antigravitación prefijada de los astros.
Hay que vagabundear por las esferas
Por Mérida, por Bonampak, por Schuaima
Descifrar las tablas astronómicas de Chumayel
Para emprender el viaje a las alturas,
Despojarse de tantas mezquitas y palacios,
De iglesias y de templos
Y dormir desnudo
Entre las piedras luminosas del orfebre.
XIII
Se dice de Itzam Na
Que sus hemisferios y cuadrantes,
Triángulos y escuadras
Pertenecían a los puntos cardinales de la noche.
Se dice de él
Conocedor de la ingravidez de los abismos
Que era capaz de poseer todas las virtudes,
Capaz de levitar por encima de los pebeteros
Y que sobre su pecho de pajarero
Discurría un enorme río
De caracoles y semillas
Que conducía, sin lugar a dudas,
A la irisación brumosa de los otros mundos.
Se dice del Señor Itzam Na
-sustancia ante todo-
De sus poderes de transportación y transparencia,
De sus lucernas y bujías
Apuntando hacia las cosas más oscuras,
Hacia las lunas y montañas de Tulum y Kabah.
Se dice de Itzam Na
-Y esto está escrito en la superficie de los ríos-
Que conoció en sus múltiples andananzas por el monte
A infinidad de viajeros y extranjeros;
Seres de otra época y otras geografías
Que depositaron en su corazón y en la señal reveladora de su sino
Las flamas de las músicas del cosmos,
El laberinto antiguo y cifrado de las horas.
En Uxmal, al norte de Kabah, en Mayapán,
En los montes de Macuil Xóchitl, en el río Usumacinta, en el Rogitama
Se paseó como se pasea el murmullo de la lluvia en los canales
El Señor de los espejos.
Haces de luz emanaban de sus ojos
Mientras él
Se iba levantando de las sombras
Y perdiendo en el espacio
Como se pierde en lo profundo del universo
La estrella que anuncia y reanuncia la magnitud de los caminos,
El canto ultraterreno de la noche.
XIV
“No soy el que han conocido en la carne”
-Dijo Hun Hunahpú a los señores del Xibalbá-.
Según ciertas conjeturas
Las cenizas son hijas de las sombras
Y el fuego hijo de la luz.
¿De qué elementos consta la carne
que ya no es carne?
¿De qué partículas el espíritu
que subsiste a las masas?
Otros mundos existentes después de estos mundos
Se ciernen sobre los montes de Chiapas
Y la mujer que se vierte en los sueños
Como una estela de bosques,
De arboladuras y cánticos subterráneos
Reaparece tatuada en la memoria del bosque.
Aquel que se suspendía ligero sobre las aguas
-Brújula de prestidigitadores y agoreros,
De jaguares y Cocodrilos-
Es el pasajero del cosmos,
El hombre que irrumpió
En la oscuridad de la noche
Como un fragmento de las esferas
Como un soplo divino de las estatuas.
¿Qué es lo que conforma al viento
Y sin embargo lo hace invisible?
¿De qué partículas las llamas
que flamean en los salones?
Hun Hunahpú:
El punto donde convergen los otros mundos
Miles de flechas blanquean su arco,
Cientos de espadas sujetan su carne.
¿De qué elementos, de qué partículas
de qué sustancias?
¿De qué llovizna se compone su lluvia,
de qué líquido su líquido,
de qué bálsamo su bálsamo?
El hombre no es más que lo que busca:
No hay un dios que lo haga más grande
Ni ningún pecado que logre afligirlo
Más allá de su propia aflicción.
¿De qué elementos consta la carne que ya no es carne?
¿De qué mundos los otros mundos?
XV
En el umbral de los años apocalípticos
El flujo de Kohunlich
Destilará su embrión de búho milenario
Para redimir de la luz
Y ahondar en el ser
La daga de las nuevas memorias.
El hombre se levantará de los escombros
Como ave Fénix del sueño;
Restableciendo el lenguaje de las esferas,
Socavando como un túnel
El límite a la vida,
A la contemplación absoluta.
La parte oscura del Lago Petén
Flotará como un pez
Sobre las nuevas corrientes del río;
Y el hombre entenderá
Que el mundo consta de otras realidades,
De anchos campos de anonas,
De espigas de caña brava,
Y que será capaz de implicarse con las estrellas
Sin olvidar su esencia de cíclope celeste.
La continuidad del fin;
La unidad de la balanza,
El hilo exacto de las cosas
Serán momentos de revelación
De sosiego infinito
En donde Ah Kin Xooc se hará evidente
Y llegará con su lluvia y su viento
A cubrir de equilibrio los bosques.
XVI
Los Mayas
Venidos más allá del valle de Xpujil
En el mes de los minerales y los espejos,
Están heridos de muerte.
Los oficiantes de los templos de mármol
Descargan su espada vidriosa
Sobre el lomo quebrado del bosque
Y ellos,
Hijos del Quetzal, del Tejon y el Tiacuache
Presienten la caída inexorable del asteroide
Sobre el vientre metálico de la piedra.
Los Mayas han visto la luz desproporcionada de nuestros astros
Desmoronándose a tientas por el espejo.
¿Por qué llora la del pubis de plata?
¿Por qué ese precipitarse desnuda sobre la tierra?
El Lagarto, La Tortuga, El Jaguar y El Venado
Sólo conocen el mundo
Porque los Mayas existen.
Ellos,
Igual a todos los imperios que habitan las mazorcas amarillas
las mazorcas blancas
Bautizaron y pusieron nombre a la selva,
Clonaron las cimas del éter
Viajaron descalzos por los cultivos de fuego.
Los Mayas,
Nacidos de las montañas,
Remotos como el árbol del cosmos
Antiguos como la escafandra del visitante
Seguirán su elegía con las deidades del agua,
Su conversación de diluvio con las extremidades del viento,
Su búsqueda silenciosa por los exagramas de Iqui-Balam,
Mientras el hombre
Persiste en su caminata de ciego
Por las aguas malignas de los osarios.
XVII
El volatinero del cosmos
Conocido desde la noche de los tiempos
Como Kinich Ahau
Ha elevado sus óvalos y piedras preciosas,
Sus curvaturas y novias del cielo
Hacia el círculo flotante de Cozumel.
Desde las alturas del mundo
Contempla la concupiscencia del hombre
Sus limitaciones en el horizonte de la eucaristía.
Desde esas alturas meridianas
Se ríe de los falsos evangelios,
De aquellos que predican una sola realidad.
El pasajero de la noche
Habitante de otras realidades
Contempla ante el asombro de algunos mortales
Las bienaventuranzas de las dunas de arena
La margen eclipsada de los hijos de las abejas.
¡Kinich Ahau!
Lo llaman desde la oscuridad de los años perdidos.
Los hombres levantan sus carnes, sus velos,
Banderas y escuadras
Acusando de remediar lo ya acaecido,
Lo ya transformado,
Lo ya vulnerado.
Sólo este hombre
Que lleva en sus manos
Las extrañas bujías de lo perenne
Se pasea por los rayos elásticos de Tulán,
Por los granos reveladores de los tiempos inesperados
Rejuveneciendo en la marcha de todo gran viaje,
Tirando su bodoque cetrino en las afueras del bosque.
¡Kinich Ahau!
Se arremolinan y apoltronan las voces de cientos de hombres
En la puerta occidental de la muerte.
¿De qué sirve clamar por el río que no vuelve a su fuente?
¿Para qué los arpeos y las guitarras
cuando la muerte lleva otra música?
Aquel que cabalga las nubes y las peonías
Ya ha silenciado su marcha
Y viaja en el tiempo y espacio de otro tiempo
En el marco y espejo de otra ventana;
Duerme bajo el sol místico de la tarde
Y su sueño desprovisto de los horrores
Cobija las últimas aberturas del cosmos,
Las últimas incrustaciones de lo absoluto.
XVIII
A la Lux
Bienhechora en la
Obscuridad.
Ixchel
Grado infinitesimal de la muerte,
Mujer que está más allá de lo físico,
Más allá de lo temporal y lo exacto;
Tiene la facultad de dibujarse a sí misma
Sobre la superficie de los cristales,
Las cuevas de Uleu,
Las cúpulas de las piedras;
Posee la virtud de la luz y las sombras
De oscurecerse sobre las herraduras de los molinos,
De transitar con sus runas y ecos sagrados
Por las voces secretas de los espejos.
Desde la aparición de los primeros idiomas
En la lengua de fuego del cosmos
Ixchel
Se transforma en el eterno principio,
el Templo y la roca donde se talla la muerte,
La puerta y el tiempo por donde transita la espada.
La ley del péndulo
Gravita sobre las cosas de ella;
Todo lo que va
Necesariamente regresa:
La vida, la muerte, los caminos,
El eco de los acantilados
Sobre las rocas atiborradas de los desiertos.
Ixchel
La deidad de los estambres y las campánulas al viento,
Mujer extraída de los elementales del agua,
Del corazón de la Terra
Del infinito relámpago de los sueños
Viene y se posa ahora sobre la muerte
Y su voz reluce como los fuelles
En la frente reseca de los mortales:
Los elegidos que emprenden su viaje
Por las flamas inconmensurables
De las otras presencias.
XIX
Hay una escalera diagramada en los espejos
De donde emergen los cuerpos del equilibrista.
Dieciocho peldaños se tejen de sus sombras
Y los hijos de las abejas ascienden
Por la espiral bifurcada de su abismo,
Se posan desnudos sobre las fronteras de la muerte
Y en el cuerpo interpolado de las dagas
Yacen los cráteres de la Terra,
El reflejo difuminado de los otros mundos.
Hay una escalera diagramada en los espejos;
Cien rostros confluyen en el sueño,
Cien puñales, cien espadas,
El mismo hombre pavoneándose su suerte.
Dieciocho máscaras
Son atribuidas al Libro de los Otros,
Un escriba, un saduceo,
Los oficios,
Una aureola para las prostitutas de los templos,
Un poseso repasando las inscripciones de Uxmal.
Hay una escalera, un espejo,
El ágora, los ángulos,
Un Jaguar irrumpiendo el equilibrio,
Un hombre que emerge de la muerte
Con los dados del Almirante
Jugando otras partidas.
Hay una escalera diagramada en el Libro de las profecías
Y de ella emergen los cuerpos del equilibrista:
El cayado vertiginoso de su propia altura.
XX
Todos los hombres que Kukulcán ha sido
-Siete que se sepa-
guardan entre sí cierta simetría
que los hace
uno en el espacio
y muchos en el tiempo:
equidistantes y cercanos como un bosque.
-Siete que se sepa-
son los que han atravesado los pórticos del sueño
siendo el sueño él mismo
en una doble balaustrada del espejo.
Todos los hombres que Kukulcán ha sido
Manufactureros del elixir de la muerte
Han emprendido en la ruta numérica del viaje
La jerarquía cósmica que todo lo conoce, todo lo diluye,
Todo lo separa.
“Lo que el hombre pueda desear, pedir y esperar”
-Según Kukulcán-
Claves que se conmemoran en las hojas serradas y afiladas del destierro
Vienen del allá
De Yaxchilán o de Quirigua
-Según se quiera-
Donde está el periodo iniciático del mago
La flecha incólume de los argonautas.
Todos los hombres que Kukulcán ha sido
Han viajado a través de nueve esferas, nueve capas;
Cada vez que un vehículo se detiene en el camino
Se hace necesario emprender en otro el viaje,
-Dice Kukulcán, el emplumado-;
han soltado su vuelo en las estribaciones de la noche,
resucitado en la carta final de los otros jugadores.
Todos los hombres que ahora cruzan el abismo
-Nueve en total-
llevan su cúpula de sándalo en la muerte.
La lámpara, el barandal,
La ablución, el ajarafe
Guardado en lo que Kukulcán denomina
“Lo sin nombre”
brotan y emergen como el henequén en la primavera
como los esmaltes traslúcidos del viento y de las sombras.
Todos los hombres y ninguno
Poseedores del silencio y lo inanimado,
De lo inexacto y lo gaseoso,
Habitan ahora la Ciudad de las Piedras parlantes,
En la orilla argente de las estaciones.
XXI
¿Por qué temer a la muerte?
¿Por qué temer al nido gigante
que enhilaron Tepeu y Gucumatz en las horas de sueño?
¿Por qué huir a sus trajes?
A sus domingos sagrados,
A su viaje infinito por sombras delgadas?
Tepeu es el bautizo de otras orillas,
La comunión de lejanas preexistencias,
El maridaje cercano
Entre lo innombrable y lo incierto.
Amo a Tepeu que me libera de tantas batallas
La puerta de su estancia
Que conduce a otros caminos,
El carricero del cosmos
Que picotea las penumbras.
Amo a Gucumatz,
Su colmena,
Su cuchilla,
Su espejo,
Su faro.
Amo al bello adolescente
De trenzas perfumadas
El niño lejano y frágil
Que al proferirle amor
Me revela la dimensión exacta de sus ojos
Cuando sueño y noche
Se confunden
Como bálsamos de flores
Ungidos en las sombras.
XXII
Soy Itzam Cab
El hombre que nunca muere.
He aprendido en la edad de los centauros
La representación esquemática de los números.
Soy Itzam Cab
hijo de la tierra negra,
De Kabah, de Tulum, de la ceniza;
La quinta esencia de las cosas.
Estoy más allá de cualquier abismo,
Soy el uno,
La parábola
La falsedad o la llave.
La puerta estará para ti siempre abierta
Y con ella,
Que es la resurrección de tus muertes ulteriores,
Los planetas, la música del cosmos, los caminos,
Los demonios del alambique y el cinabrio.
He iniciado mi viaje por la gran obra
Soy sacerdote y exorcista
El eje de la rueda
En la cual tú serás carruaje.
El centro de todo éxtasis que es el tuyo.
Venid
Constreñid la llave
Atibórrate de ser
Avistad la eternidad
Acicalada en los instantes;
Metáfora de desastres que se repiten,
Parábola del eterno retorno
En los círculos de tus manos.
Soy Itzam Cab
Ardo en tu corazón
Y en las esferas de otros corazones
Soy el árbol prohibido de tu propio paraíso
La Serpiente Verde que te busca y salva.
Es tu hora,
La hora del equinoccio,
La hora de tu fiesta para el agua y para el fuego.
XXIII
Es el Poseso
Itzam Cab Ain,
Brujo-del-agua-tierra-cocodrilo.
Ha levantado sus ojos hacia Petén-Itzá
Y ha visto el crisol de la cultura en ella.
Su rostro,
Sin redondez ni geografías
-Indecible e incluso ascético-
ocupaba su postura en el espacio;
postura equivalente a la dimensión traslúcida del sueño.
Es el poseso del agua y los lagartos
La cantera de la iniciación
Le ha sido designada
Para ser esencia de Los Espíritus Señores de los Pájaros.
Los chamanes de la orden Chachac Ek
Le han dado la facultad del fuego
La virtud de lo cifrado, los anillos,
La luz zigzagueante de las doce llaves.
La alegoría de la fuente
Rejuvenece en él
La palabra perdida de los planetas,
El lenguaje de la lluvia verde,
El culto de las Pirámides,
Y esto a su vez,
Le visualiza la aparición del anticristo,
La competencia de la tierra,
El monstruo del Mar Rojo,
Las ordalías de los sacerdotes.
Una Serpiente Verde
-Vista casi siempre en días de intuición-
surca los báculos del sacerdote
destruyendo en el futuro los anagramas de Copán,
los siglos del brujo del agua-tierra
-Redimidos por la esencia universal de la Sabiduría Cósmica-.
Es el chamán de las 942 frases;
Nació en el mes del hijo coronado,
En el año de las rutas descifradas.
El mercurio, la tierra negra, la torre y el azufre
Le han hablado de las cosas que por convicción sucederán
Cuando ya no tenga remota su existencia en el espíritu
Y su estadía en el rostro solar de la guacamaya de fuego
Sea una parábola entre lo absolutamente verdadero y falso.
XXIV
Vinieron a buscarme
Y yo estaba dormido;
Pesado como una roca;
Enclavado en el equinoccio de Bonampak.
Tocaron a mi puerta
Y yo no estaba.
¿Qué te habías hecho
Leviatán de ocho cabezas?
¿Dónde dormías gran Dragón Escarlata de la muerte?
Los tres gemelos nacidos de las aguas de Chac
Sabían la talla exacta de mi nombre.
¡Xibalbá!
Replicaba el espejo de los trece cuernos
En mitad de un eco inefable,
Un tumulto de voces entre lo indeterminado y lo lleno,
El todo y la última cifra.
Vinieron por mí
Y yo estaba perdido,
Ausente de mi propia cara.
¿Qué te habías hecho, hijo de la Terra?
¿A dónde se elevaban tus plegarias, amante de la lluvia?
Tu Obsidiana, los treinta pájaros Pich, tu magia roja?
Vinieron por mí
Y yo ya estaba lejos,
Libertado de sus jaulas,
Distante a sus grilletes.
Vinieron,
Y estaba muerto,
Recónditamente lejos,
Abrazado al halo insospechado de las tinieblas.
XXV
Kinich Kakmoo:
Los espíritus señores de las piedras preciosas,
Los espíritus señores de los tigres
te pertenecen.
La Ciudad de las Piedras que Cantan
está confinada a tu nombre
Como también,
el ostracismo de tu tormento
y la negación de lo demoníaco.
Eres alto y salvaje como el agave;
Tu salto,
Sobre la inmundicia del mundo,
No niegan el obstáculo,
Sin embargo lo redimen,
En el pensamiento unificado de la forma.
Las caras análogas
De tu linterna de espejos
Se muestran en una infinidad abismada del uno:
El mundo difuminado de la pirámide,
Las alucinaciones extra-temporales
De un universo inconcreto,
Gaseoso como la idea,
Incoloro como el Alkaest que disuelve
Los cuerpos visibles del tiempo y de las sombras.
En ti habitan
El Cielo y el Infierno
Pero estos te hacen menos equivalente
Y ponen la tabla esmeraldina
En tus cinco relojes;
Los movimientos de las esferas
Trastadas en las líneas de lo supremo y oscuro.
Kinich Kakmoo
El tormento del saber
Pesa más que la verdad de la ignorancia.
¿Qué hombre te tendió la trampa de la inteligencia?
¿Qué ángel o demonio te condujo por el cielo refulgente
de la chamanería?
Lo subterfugio escamotea
En el extremo liviano que antecede al salto:
Tu salto ya está dado
Príncipe panteísta
Y sólo nos aguarda el precipicio,
La caída inexorable del segundo reino.
XXVI
El Príncipe Balám-Quitzé
Ha venido a verme.
Dice llamarse tenebroso, inconsolable.
Trae consigo el laurel de los espejos,
Mientras el hexagrama de sus ritos
Pende en la escalada de la muerte.
El Chamán de la torre derruida
El brujo,
El Poseso último y primero,
Busca en mí no sé qué palacios, qué doncellas,
Qué muchacha de la Décima Octava Dinastía.
El Príncipe de la casa nueve
Llamado por Tepeu, “El Gran Ausente”,
Ha venido de nuevo a mi estrella y a mi árbol,
Ha traído hasta mi casa los macizos de Tulum,
El oro diluido, su última exégesis.
La muchacha que lo ama, Cahá-Paluná
Viene con el viento.
Su figura alta, farragosa,
Le contempla desde lejos.
“El es el otro”, dice,
Él es el que ama a la que habita más allá de estos palacios.
El Príncipe de la tarde,
Balám-Quitzé,
Se pasea por los picos de Chichén Itzá.
En la noche de su tumba
Se pregunta sobre la putrefacción de la materia
Sobre la Serpiente Verde que nos aguijonea
Sobre la rosa que ha encontrado la cruz en el desierto.
El Príncipe de la tarde
Ha venido a verme
Estoy preparado para recibirlo,
Estoy desnudo como la tierra negra, como el sol negro,
Como el cinabrio y la música que aquieta los perfumes.
XXVII
...Para los ojos del hombre de imaginación,
La naturaleza es la imaginación misma.
Tal como es el hombre, Así Ve.
William Blake
Como música apócrifa
Que florece desde adentro,
Quetzalcóatl es la sombra
De lo que somos y seremos en el viaje.
tempestuoso mar
Que trae en sus acordes
Fúnebres o festivas odas
De mágicos orientes
O mundos surreales
Para completar el hilo en la costura.
Como alfabeto
En el baúl de algún tiempo recobrado,
-Perdido ahora en la cábala del arte-,
Quetzalcóatl es un cedro que desgaja
Las raíces de otros haces;
Serpiente de bronce que mitiga con su trote
Los timbres antiquísimos del árbol.
Espejo que cobra su esplendor
En la dimensión de las noches Uxmaleñas;
Quetzalcóatl es la continuidad de lo que somos,
La prolongación infinita de lo que seremos,
Aquel luminoso día del pasado
Recobrado en el aceite
De un pebetero milenario.
Eso es Quetzalcóatl!
Dulce recodo de olas
De aves mitológicas
De lluvia lenta;
Río pequeño
Que crece sobre la zanja de la noche
Como cúmulo de luces
Llamadas a la sombra.
Eso es Quetzalcóatl,
Quien no lo ve, duerme todavía!
XXVIII
Él es el innombrable,
El nefando.
Le llaman Hunab Kú (Dios uno).
Él es el hombre de los sesenta rostros,
El varón que habita el fin o la curva.
Le frecuento desde la noche de mi quinqué,
Desde su origen como padre de las abejas.
“Aquí nació Hunab Kú”
-revela en la inscripción la hoja de los orillos-.
“nació pero no yace”
objetan las voces de un coro de ciegos.
¿No era éste el hereje?
¿No era éste el indeterminado, el de las artes adivinatorias,
Amante de la estrella roja?
Aquí yace Hunab Kú;
Han quedado sus adjetivos en los objetos,
Su voz de perdigón herido
En los quebrantos de los creadores y formadores
El polvo de proyección en el área de Rogitama.
Los Hermanos de Paxil y Cayalá celebran su viaje,
Saben de su retorno por Tenochtitlan,
De su regreso a la esencia de las cosas,
Del matrimonio del hombre con la tierra negra
Con la Estrella en las Piedras de Schuaima.
Él es el hombre del fin o la curva
El adepto del gran magisterio,
padre de Macuil Xochitl
hijo de la nueva eucaristía.
Su voz se fortalece a través de los cristales,
Resuena en el fuego sobrenatural de la chispa divina.
Aquí yace el poseso,
-dicen en coro los viandantes del éter-
Yace pero sin embargo se levanta.
Lo vemos trasegar por la superciencia del HOMBRE
Por la alegoría insoportable de la caverna.
XXIX
Desde que crucé el pórtico de la noche
Mi muerte,
La primera y la última,
Han ido de la mano de Ah Puch.
Desde que estaba chico
Recuerdo la cabeza de pájaro
Y la rama espinosa que asomaba
su portentoso follaje por entre los vitrales
de la noche lluviosa.
Ese noble viajero,
-me decían los pequeños del sueño-
es el dueño de las caras homólogas:
la vida y la muerte, la luz y la sombra,
el incienso y la mirra sobre el espejo de las barcas solares.
Ese noble Extranjero,
-Cantaban los ríos bajando precipitadamente
Por las riberas del bosque-
Es el dueño de los Pumas y los Jaguares,
el creador de todo lo que no existe:
Es decir, lo improbable y lo indeterminado.
Desde que hundía mi rostro en el sueño,
Cuando mis alas tomaban las alas del pájaro Bennu
Para doblar las esquinas de una serpiente,
Ah Puch,
-Otro de las oscuros-
me tomaba en el cuenco de sus ojos tifónicos
y me llevaba por las sombras ligeras
de los mundos perdidos.
Entre las montañas hipostilas y las columnas profanas,
entre el río Usumacinta y los desiertos guatemaltecos,
aprendí a converger con los cristales y los tamariscos
deduje el lenguaje de los cedros y el de la Oca de Geb.
En el valle de Kaminaljuyu,
Donde ha de levantarse de nuevo la Víbora Verde,
Sucedió esto que estoy narrando;
Lo juro y lo atestiguo frente a la magnitud del que juzga las almas,
Frente a los ojos inmunes del que abre las puertas de abajo.
Glosario
Hunahpú Vuch: Cazador Tlacuache, diosa del amanecer.
Hunahpú: Utiú: Cazador Coyote, dios de la noche.
Zaqui-Nimá-Tziís: Gran pizote blanco, diosa madre vieja.
Gucumatz: Serpiente emplumada.
Itzam Na: Señor del rocío o sustancia del cielo.
Kinich Ahau: Rostro del sol o señor del ojo solar.
Kinich Kakmoo: Rostro solar guacamaya de fuego.
Ixchel: Diosa de la Luna.
Hunahpú: Hermano de Ixbalanqué, hijos de Hun Hunahpú y de la doncella Ixquic.
Ixbalanqué: Hermano de Hunahpú, hijos de Hun Hunahpú y de la doncella Ixquic.
Ah Puch: Dios de la muerte.
Xibalbá: Región de los que se desvanecen.
Itzam Cab: Brujo del agua-tierra.
Itzam Cab Ain: Brujo-del-agua-tierra-cocodrilo.
Ah Yamás: Señor de la orilla del mar.
Chac: Dios de la lluvia.
Macuil Xóchitl: Cinco flor, deidad de la música y la danza.Ah Kin Xooc: Dios del canto, la música y la poesía.
Chak Ek: Estrella roja.
Chachac Ek: Estrellas rojas.
Yaxal Chac: Lluvia verde.
Kavil: Dios de las cosechas.
Nicté Katún: Katún de la flor de mayo.
Kukulkán: Dios del viento.
Hunab Kú: Dios uno.
Balam-Quitzé: Primer hombre.
Tepeu y Gucumatz: Los creadores y los formadores.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)