domingo, 15 de mayo de 2011

LA CIUDAD DE LAS PIEDRAS QUE CANTAN



LA CIUDAD DE LAS PIEDRAS QUE CANTAN







Hay otros mundos,
Pero están en éste.


Paul Eluard.



A Lennis Yelenha Morales Torres
Y Luis Alfredo Morales Torres,
Moradores de los otros mundos.

A los hermanos.

A la Lux.

A Narlinda Espinosa Cantillo,
Estrella de seis puntas.





I


Hunab Kú,

Tú que te engendras en ti mismo,

Que no tienes más círculos en tu mano

Que la propia nave del sol;

Tú cuyas estrellas errantes te circundan

Y llegan como un dios supremo

A posarse en tu vientre

Sin detener tus pasos;

Estás ahora tendido

Sobre la hierba del bosque.

Tú que recorres los espacios y tiempos de todos los tiempos,

De todas las áreas del tiempo

Como flecha continental de la muerte,

Estás ahora esparcido como verde manzana,

Como tallo al viento,

Raíz a la tierra del árbol.



Nave de los mundos

Fuerza infinita del no-ser

Del precipicio,

Del ingrávido cosmos

Que flota y circula

Por lo que ya fue

Por lo ya sucedido;

Estás ahora en el ahora,

En el instante:

Fresco,

Reluciente como la hoja que cae

-Mas no encuentra piso en su caída-

como la espada que parte el lienzo de las estrellas,

como la cabellera celeste que conoce el mañana

el ayer de los sueños,

estás ahora como piedra del sur

poblado de viajes y mapas

de movimientos aleatorios;

estás como un mensaje de las esferas

en mitad de la noche:

recónditamente escondido,

sumergido en el espejo de las pequeñas presencias.


II


Como una estrella de ocho puntas

Como una barca de fuego suspendida en el éter,

Hunahpú,

Ataviado con alas y figuras flotantes,

Me enseñó a respirar la escritura del mundo

-La subterránea y oceánica,

La aérea y la terrestre-.

Me enseñó a manejar el metal en sus múltiples formas,

A invertir los elementos primarios del suelo.

Esta deidad procedente de la Óneiros,

De las cimas sagradas de distantes culturas,

Me confesó los secretos recónditos de la muerte

El misterio sólido de las estatuas,

El idioma antiguo de las pirámides.

Un Gato demoníaco con cabeza de hombre

Le regala su canto

Y con él

Le transmite la herencia de diversos planetas,

Los hilos de las estrellas concéntricas de la Pampa;

Secretos que él confiesa a los cuatro caminos

Y que llegan a mi oído como un pequeño rodillo,

Como un hálito celeste al borde de las columnas.

Esta estrella roja arrojada del fuego

Hijo del Xibalbá y de la noche

Viene del árbol de la vida

Con una tea sobre su espalda

Y de él emana el resplandor hacia los otros mundos,

La estrella que pende en las afueras del cielo.


III


Hombres-pájaro, animales fabulosos, Zopilotes celestes

Pasean por los otros mundos

Tan lentamente

Que da la impresión del eterno retorno

Como algo imposible.

¿Qué figura mítica, extraída del sueño

pensaría en repetirse?

En confirmar la existencia del atrás,

De lo que fue

Como algo lineal

Sin antecedentes pre o posteriores?

Aquí está de nuevo Ixbalanqué

Como un reflejo multidimensional

En un espejo de siete caras,

Siempre él

Suspendido en esta Terra

De espectros inacabables.

Siempre él

Como poseedor de una extraña belleza;

Él el único

El infinitamente recostado en la orilla del río,

Prendido del árbol

Transportado en la hierba.

Sé que sólo una palabra, una oración de llamas secretas

Es capaz de convocarlo,

De sugerirle su asomo

Su portentosa aparición entre las sombras,

Su mensaje de Anona silvestre,

De Puma sangriento, de árbol vetusto.

Sé que sólo aquí

En la Terra de los Ovellones,

De los espíritus anticipados, del mago Yhoma,

Él es capaz de oscurecerse,

De ensombrarse para sí,

Hasta perder toda magnitud del yo,

Toda razón del ser

Y quedar de nuevo allí

Reducido a él mismo

A la corriente inexpugnable de todas las aguas.



IIII


Inscripciones extrañas

Sobre el círculo de bronce de los espejos.

Apariciones de humo

Que inicialmente cegaban mis ojos

Pero que ahora,

Luego de este trayecto

Por los candiles de aceite de los viejos campanarios,

Me he acostumbrado a ver

A través de la claridad de la noche.

Soles divinos

Que se yerguen sobre la superficie de los afluentes,

Con una brillantez estrepitosa

Propia de algún culto extraño,

Acaban por ilustrarme

Sobre lo inaccesible y lo intangible;

Lo que ahora reposa sobre la resina del cosmos,

Sobre el silencio de Labna,

El eco de los acantilados y los murallones de fuego.

La incandescencia de las orillas

Convergen en estos puntos

“Como el rugir de una gran masa de agua”

sobre lo omnisciente y todo-poderoso,

que no va más allá de su propia muerte,

que no aspira más

que su propia venganza.

Después de cerrarse este círculo con su rodillo

Se abrirán los cielos

Como un repaso difuminado de las estrellas,

Se cegarán las puertas

De ciertas inscripciones

Y ascenderá de la tierra

Una lengua de fuego

Que hendirán el pasado de muchos mortales

Empujándolos a la luz;

A la única y verdadera arca del mundo;

El tránsito a las cuatro caras del sol,

Los arabescos finales de los planetas.



V


La quinta visión,

La de la canción chamánica

Que circula por las nubes

Con sus huestes angélicas,

Me ha dado de beber

Los secretos de los tiempos;

Fragmentos de un diluvio venidero,

En el ánfora gigante de la noche.

Las estrellas lejanas

Con sus días intercalares

Vienen en esplendorosa vuelta;

En óvalos, en rectángulos,

En piedras luminosas

De firmamentos distantes y anónimos

Que entran a Dzibilchaltún

Como algo inimaginable e inconcebible.

Mis hermanos,

Los bellos extranjeros del pasado, del presente y del futuro,

Asoman sus portentosos ojos

De enredadera y bronce

Por los intersticios y las oquedades del espacio.

Es el tiempo del no-tiempo

El tiempo de la elevación

De la máquina que danza

Y tropieza en el aire como el sabbath

De los antiguos Evangelios.

Es el tiempo de las vibraciones fantasmagóricas,

El tiempo de las estrellas y meteoritos

Que hienden el cielo

En su recorrido veloz por la estructura de los astros,

De las órbitas del sol y de la luna,

De los lejanos firmamentos.

La sincronización y el día de la oscuridad

Con las esferas que pululan por el éter

Se avecina.

El Dios-Padre-Hijo de todas las especies:

El de los ciclópeos Lagartos

Y el hábil Conejo

El del pesado Tiacuache

Y la rápida Comadreja

El del audaz felino

Y el inteligente Búho

Viene con una cohorte de ánimas volantes

Condensado y elástico como una nube

Grave y supremo como una espada,

Como un trueno

Como un rayo

A instalarse en el día de la Terra

En el génesis de los otros mundos,

En el salón apocalíptico de los espejos.



VI


El camino subterráneo,

El que conduce a Ich-Caan-Sihó,

No acaba,

No tiene fin,

No posee principio.

Es tan aéreo, tan terrestre, tan oceánico,

Como el viento, como la roca, como las estepas de Uaxactún.

El camino

-El del ascenso o el descenso-

No tiene forma,

Está lleno de resquebrajaduras;

Su aire enrarecido,

Cargado de cerbatanas y de hondas,

Dificulta un poco nuestra respiración física

Porque antes de emprender la respiración del espíritu,

De la conciencia,

Un hálito de luz empieza por llegarnos,

Por encender los pulmones de nuestro misticismo.

El camino,


El que viene cargado de aromas,

De Jaguares de piedra

Nos espera,

Es apto para todos,

Está abierto en la hora en que a cada uno le corresponde;

En la hora en que el himno del Peyote

Iza su música en el oído de nuestra propia muerte.

El camino

-Los códices ya han hablado de él-

El que conduce a la puerta de los otros mundos,

El de la etapa postrera que nos redime

No finaliza,

No tiene ángulos,

No posee redondez

Tiene la exactitud de todos los pasos,

La similitud lejana y distante

De todos los espejos.



VII


El calendario de las grandes Eras,

El de las Civilizaciones abruptas,

Asoma su boca de monolito,

Su espesor de disco de piedra

Sobre el cielo tendido de Kaminaljuyu.

El que reina sobre la montaña

-Perdido en la noche de los tiempos-

Ha despertado de su esfera flotante,

Ha transitado por los elementos del mundo

Trazando los arabescos del cosmos

Sobre la piel de Obelisco de algunos terrestres.

¿Qué es lo que está escrito en la Luz de Ixchel?

¿Qué lo que canta la vieja Zaqui-Nimá-Tziís tatuada en el árbol?

El Señor del cielo

-El que gobierna las anchas colinas-

Ha escrito desde los tiempos innumerables

El ardor de los ojos

Que miran de frente a las sombras.

Allí,

En estas extrañas inscripciones

Está el lenguaje de la Terra,

Los orígenes ascendentes de los otros mundos,

La música secreta que reverdece

Sobre los tonos estériles del caos.

¿Cuánto lo dicho por la Guacamaya aguerrida

Que entona con su canto el génesis del fuego?

¿Cuánto lo expresado por las rocas del desierto

Antes de variarse el rumbo

De las esponjas oceánicas?

¿Cuánto en el vuelo exquisito de los colores,

En el constante mensaje de las piedras,

En la permanente cartografía de los cristales?

El que reina sobre la montaña

-Más allá de estas montañas-

ha escrito desde las edades innombrables,

desde los espejos esféricos de la noche

el Apocalipsis de las criptas funerarias,

las láminas de bronce que ensanchan el camino,

los caracteres e ideogramas

que nos hablan de la transición

entre los otros mundos,

del transporte de la Tierra a los confines de otro continente.




VIII


En la octava casa lunar,

Donde riela la luz del último eclipse,

Se levanta de su ciclo solar

Gucumatz, La Serpiente-pájaro.

Como tirado por el más pequeño de los rayos

Gucumatz, hijo del viento,

queda impreso en la roca,

Sobrevuela las inmediaciones de los cultivos

La curva vertiginosa de los espejos.

Este viajante de arabescos en el rostro,

De inscripciones y notables escrituras en sus manos,

Conoce la conmoción de los planetas,

Los holocaustos futuros de las montañas.

En la octava casa del aguador

En torno al fulgor de la sangre derramada

En medio de pequeñas esferas,

De cuarzos y terracotas flotantes

Gime y se levanta su esposa.

Río arriba de lo que yace en la muerte

-Entre el meso-aire inextricable de las sombras-

Se encuentran las oquedades del cosmos,

El símbolo fausto de los martillos,

Los brazos inertes de las espadas.

Allí las otras inscripciones;

El retorno de los paladines,

De las flechas,

De la luz desnuda;

Allí los otros arabescos:

La franja larga del inconexo génesis,

La caverna angosta de las profecías,

El vórtice ininteligible de las columnas.



IX


Es tiempo de cosecha

En el Reino de la diosa Hunahpú Vuch.

El camino a Rogitama

Está predestinado para el hombre

Y existe una horda sumergida en los espejos

Que dará de beber su rugido de bestia apocalíptica

A la generación de muertos

Que yacen debajo de la tierra.

Los huesos de estos muertos

Se levantarán sobre aquellos jeroglíficos

Estampados en el mundo de Hunahpú Utiú

Y los que estuvieron ciegos

En el trasegar luminoso de la estrella

Abrirán sus ojos a la luz:

A la puerta equidistante de la noche.

Las cerbatanas que proporcionó el último de los eclipses

Contrarrestarán esas huestes de figuras

Que discurren debajo de las sombras

Y el maligno que reposa en los caminos de la villanía

Se tornará débil, pero al mismo tiempo más vengativo,

Más furioso, más inconexo;

Frágil como el filo de un cuchillo,

Pero peligroso en las manos de la adolescencia.

La ira de los perros que aún duermen su canto de venganza

Será opacada por la fusión del fuego y de la tierra

Cuyos elementos se convertirán en una sola religión

Sin abismo y sin altura

Sin santo ni castigado.

La Serpiente cuyo torso se levanta

Desde las grafías más antiguas

Dejará su vestido de geometra,

Su piel de encomio y sus escuadras

Y hundirá su hocico en el estiércol

Para elevarse igual al loto,

Desde una percepción orgánica

Hacia una percepción del infinito;

Lejos del caos que la parió,

Distante y ajena al último de los Apocalipsis:

El árbol de la vida de los otros paraísos,

El fruto permisivo en mitad de los espejos.



X



En Tikal,

Donde me vi

Rodeado de una naturaleza de bosques

De marfil repleto de simbolismos

Y flores de tierra,

De invocaciones y rogativas;

En Tikal,

En medio de incrustaciones de fuego

Donde la estrella roja

Asemejaba a una muchacha

Ataviada con hojas y vestidos ambivalentes

Descubrí que el mundo está dentro de los otros mundos,

Divisé los astros

Que subyacen sobre estos astros:

Naves paralelas a estas naves.

En Tikal,

Donde una lluvia de colmillos

Y cuchillos de bronce

Caían inexorables sobre los cometas del éter,

Divisé la muralla del laberinto,

Los arrecifes dorados,

Los archipiélagos e islotes del último viaje.

En Tikal,

Donde aprendimos el arte del árbol,

Donde mudamos nuestra permanencia en la Terra,

Donde para poder florecer

Había que despojarse

Incluso de la perspicacia de la muerte,

Adquirimos de la arena incrustada del Nicté Katún

Su ligereza, su heráldica,

Su volatilidad,

Adquirimos de los pergaminos místicos de las sombras

Su fluctuación a la luz,

Su disección al cometa de los espejos.

En Tikal,

Rodeado de escombros, de huesos y anillos de piedra

Levantamos nuestra mirada al mundo,

El fósil que nos compone, las alas que nos circundan.

En el lugar donde aquellos enterraban a sus muertos,

La cuenca mediterránea hacia Copán, Schuaima y Petén

Aparecía magistralmente luminosa

Como un refugio de desterrados y pecadores

Prestos a volar su última posibilidad de altura,

Su necesidad irresoluta de lograr el paraíso.




XI


Los enigmáticos mapas del Almirante,

Me advirtieron sobre las fuerzas secretas del bosque,

Los sauces y ocobos del mar,

Los mapas extraños de las mareas.

Los heroicos mapas del Almirante,

Sus florecientes y rosadas semillas,

Me avisaron sobre la metamorfosis de Yaxchilán,

La conversión de las tablas esmeraldinas de Sirio.

En los antiguos pueblos mayas

Donde los mangos de las espadas

Poseían la propiedad de avizorar

Las figuras del cosmos,

Donde no había otro lenguaje

Que el de los astros,

Las estrellas vacilaban

En su aquietante carrera por el abismo,

Marcaban la brecha de lo preciso,

El enigmático vuelo de las visiones.

Los enigmáticos mapas del Almirante

Fuentes de músicas inextinguibles,

De vibrantes ondas en sus grabados,

Me señalaron el retorno de los metales,

Los polos inquebrantables de las Atlántidas.

Allí las órbitas de los otros mundos,

La aplicación de los caduceos de Hermes

-Ciencias mágicas en mitad de la tierra;

vuelos de arena bajo el fin de los barcos-.

Los enigmáticos mapas del Almirante

Desconocidos aún por los hombres de las cavernas,

Sujetos a los anillos de los planetas,

A las coordenadas de las esferas y los cuadrados

Me advirtieron sobre las fuerzas de Marte,

El altruismo de Urano,

La omnipresencia de Júpiter.

Esto que va impreso en los anaqueles,

Fragmentos y piezas de aquellos mapas,

Son las voces ocultas del almirante,

Las voces que me conducen por las presencias,

Por la muerte infinita de las orillas.



XII



Hay que leer el Chilam Balam

Para empezar a comprender la música de las orillas;

Hay que transitar por sus tablas astronómicas

Para sopesar las hendiduras en las rocas

Los racimos, las líneas y los puntos

Que penden en la línea vertical de sus espejos.

Hay que consultar al astrónomo de Chumayel

Para sobrevolar el canto de otros firmamentos,

Saturarse del Libro de los Muertos

Para arribar a las piedras solares y a sus ríos,

A las tablillas cifradas del abismo

A las señales inquebrantables de sus sombras.

Hay que escudriñar

Las esculturas rupestres de la noche;

La osa mayor y menor, las pléyades, las nubes

Para acceder a la música del cazador,

Al señor de las lluvias y los sacerdocios

Que gravita en sus peregrinajes hacia Palenque,

Que oscila entre los fluidos luminosos de la nada:

la antigravitación prefijada de los astros.

Hay que vagabundear por las esferas

Por Mérida, por Bonampak, por Schuaima

Descifrar las tablas astronómicas de Chumayel

Para emprender el viaje a las alturas,

Despojarse de tantas mezquitas y palacios,

De iglesias y de templos

Y dormir desnudo

Entre las piedras luminosas del orfebre.



XIII


Se dice de Itzam Na

Que sus hemisferios y cuadrantes,

Triángulos y escuadras

Pertenecían a los puntos cardinales de la noche.

Se dice de él

Conocedor de la ingravidez de los abismos

Que era capaz de poseer todas las virtudes,

Capaz de levitar por encima de los pebeteros

Y que sobre su pecho de pajarero

Discurría un enorme río

De caracoles y semillas

Que conducía, sin lugar a dudas,

A la irisación brumosa de los otros mundos.

Se dice del Señor Itzam Na

-sustancia ante todo-

De sus poderes de transportación y transparencia,

De sus lucernas y bujías

Apuntando hacia las cosas más oscuras,

Hacia las lunas y montañas de Tulum y Kabah.

Se dice de Itzam Na

-Y esto está escrito en la superficie de los ríos-

Que conoció en sus múltiples andananzas por el monte

A infinidad de viajeros y extranjeros;

Seres de otra época y otras geografías

Que depositaron en su corazón y en la señal reveladora de su sino

Las flamas de las músicas del cosmos,

El laberinto antiguo y cifrado de las horas.

En Uxmal, al norte de Kabah, en Mayapán,

En los montes de Macuil Xóchitl, en el río Usumacinta, en el Rogitama

Se paseó como se pasea el murmullo de la lluvia en los canales

El Señor de los espejos.

Haces de luz emanaban de sus ojos

Mientras él

Se iba levantando de las sombras

Y perdiendo en el espacio

Como se pierde en lo profundo del universo

La estrella que anuncia y reanuncia la magnitud de los caminos,

El canto ultraterreno de la noche.




XIV



“No soy el que han conocido en la carne”

-Dijo Hun Hunahpú a los señores del Xibalbá-.

Según ciertas conjeturas

Las cenizas son hijas de las sombras

Y el fuego hijo de la luz.

¿De qué elementos consta la carne

que ya no es carne?

¿De qué partículas el espíritu

que subsiste a las masas?

Otros mundos existentes después de estos mundos

Se ciernen sobre los montes de Chiapas

Y la mujer que se vierte en los sueños

Como una estela de bosques,

De arboladuras y cánticos subterráneos

Reaparece tatuada en la memoria del bosque.

Aquel que se suspendía ligero sobre las aguas

-Brújula de prestidigitadores y agoreros,

De jaguares y Cocodrilos-

Es el pasajero del cosmos,

El hombre que irrumpió

En la oscuridad de la noche

Como un fragmento de las esferas

Como un soplo divino de las estatuas.

¿Qué es lo que conforma al viento

Y sin embargo lo hace invisible?

¿De qué partículas las llamas

que flamean en los salones?

Hun Hunahpú:

El punto donde convergen los otros mundos

Miles de flechas blanquean su arco,

Cientos de espadas sujetan su carne.

¿De qué elementos, de qué partículas

de qué sustancias?

¿De qué llovizna se compone su lluvia,

de qué líquido su líquido,

de qué bálsamo su bálsamo?

El hombre no es más que lo que busca:

No hay un dios que lo haga más grande

Ni ningún pecado que logre afligirlo

Más allá de su propia aflicción.

¿De qué elementos consta la carne que ya no es carne?

¿De qué mundos los otros mundos?



XV



En el umbral de los años apocalípticos

El flujo de Kohunlich

Destilará su embrión de búho milenario

Para redimir de la luz

Y ahondar en el ser

La daga de las nuevas memorias.

El hombre se levantará de los escombros

Como ave Fénix del sueño;

Restableciendo el lenguaje de las esferas,

Socavando como un túnel

El límite a la vida,

A la contemplación absoluta.

La parte oscura del Lago Petén

Flotará como un pez

Sobre las nuevas corrientes del río;

Y el hombre entenderá

Que el mundo consta de otras realidades,

De anchos campos de anonas,

De espigas de caña brava,

Y que será capaz de implicarse con las estrellas

Sin olvidar su esencia de cíclope celeste.

La continuidad del fin;

La unidad de la balanza,

El hilo exacto de las cosas

Serán momentos de revelación

De sosiego infinito

En donde Ah Kin Xooc se hará evidente

Y llegará con su lluvia y su viento

A cubrir de equilibrio los bosques.




XVI



Los Mayas

Venidos más allá del valle de Xpujil

En el mes de los minerales y los espejos,

Están heridos de muerte.

Los oficiantes de los templos de mármol

Descargan su espada vidriosa

Sobre el lomo quebrado del bosque

Y ellos,

Hijos del Quetzal, del Tejon y el Tiacuache

Presienten la caída inexorable del asteroide

Sobre el vientre metálico de la piedra.

Los Mayas han visto la luz desproporcionada de nuestros astros

Desmoronándose a tientas por el espejo.

¿Por qué llora la del pubis de plata?

¿Por qué ese precipitarse desnuda sobre la tierra?

El Lagarto, La Tortuga, El Jaguar y El Venado

Sólo conocen el mundo

Porque los Mayas existen.

Ellos,

Igual a todos los imperios que habitan las mazorcas amarillas

las mazorcas blancas

Bautizaron y pusieron nombre a la selva,

Clonaron las cimas del éter

Viajaron descalzos por los cultivos de fuego.

Los Mayas,

Nacidos de las montañas,

Remotos como el árbol del cosmos

Antiguos como la escafandra del visitante

Seguirán su elegía con las deidades del agua,

Su conversación de diluvio con las extremidades del viento,

Su búsqueda silenciosa por los exagramas de Iqui-Balam,

Mientras el hombre

Persiste en su caminata de ciego

Por las aguas malignas de los osarios.



XVII



El volatinero del cosmos

Conocido desde la noche de los tiempos

Como Kinich Ahau

Ha elevado sus óvalos y piedras preciosas,

Sus curvaturas y novias del cielo

Hacia el círculo flotante de Cozumel.

Desde las alturas del mundo

Contempla la concupiscencia del hombre

Sus limitaciones en el horizonte de la eucaristía.

Desde esas alturas meridianas

Se ríe de los falsos evangelios,

De aquellos que predican una sola realidad.

El pasajero de la noche

Habitante de otras realidades

Contempla ante el asombro de algunos mortales

Las bienaventuranzas de las dunas de arena

La margen eclipsada de los hijos de las abejas.

¡Kinich Ahau!

Lo llaman desde la oscuridad de los años perdidos.

Los hombres levantan sus carnes, sus velos,

Banderas y escuadras

Acusando de remediar lo ya acaecido,

Lo ya transformado,

Lo ya vulnerado.

Sólo este hombre

Que lleva en sus manos

Las extrañas bujías de lo perenne

Se pasea por los rayos elásticos de Tulán,

Por los granos reveladores de los tiempos inesperados

Rejuveneciendo en la marcha de todo gran viaje,

Tirando su bodoque cetrino en las afueras del bosque.

¡Kinich Ahau!

Se arremolinan y apoltronan las voces de cientos de hombres

En la puerta occidental de la muerte.

¿De qué sirve clamar por el río que no vuelve a su fuente?

¿Para qué los arpeos y las guitarras

cuando la muerte lleva otra música?

Aquel que cabalga las nubes y las peonías

Ya ha silenciado su marcha

Y viaja en el tiempo y espacio de otro tiempo

En el marco y espejo de otra ventana;

Duerme bajo el sol místico de la tarde

Y su sueño desprovisto de los horrores

Cobija las últimas aberturas del cosmos,

Las últimas incrustaciones de lo absoluto.





XVIII

A la Lux
Bienhechora en la
Obscuridad.

Ixchel

Grado infinitesimal de la muerte,

Mujer que está más allá de lo físico,

Más allá de lo temporal y lo exacto;

Tiene la facultad de dibujarse a sí misma

Sobre la superficie de los cristales,

Las cuevas de Uleu,

Las cúpulas de las piedras;

Posee la virtud de la luz y las sombras

De oscurecerse sobre las herraduras de los molinos,

De transitar con sus runas y ecos sagrados

Por las voces secretas de los espejos.

Desde la aparición de los primeros idiomas

En la lengua de fuego del cosmos

Ixchel

Se transforma en el eterno principio,

el Templo y la roca donde se talla la muerte,

La puerta y el tiempo por donde transita la espada.

La ley del péndulo

Gravita sobre las cosas de ella;

Todo lo que va

Necesariamente regresa:

La vida, la muerte, los caminos,

El eco de los acantilados

Sobre las rocas atiborradas de los desiertos.

Ixchel

La deidad de los estambres y las campánulas al viento,

Mujer extraída de los elementales del agua,

Del corazón de la Terra

Del infinito relámpago de los sueños

Viene y se posa ahora sobre la muerte

Y su voz reluce como los fuelles

En la frente reseca de los mortales:

Los elegidos que emprenden su viaje

Por las flamas inconmensurables

De las otras presencias.




XIX



Hay una escalera diagramada en los espejos

De donde emergen los cuerpos del equilibrista.

Dieciocho peldaños se tejen de sus sombras

Y los hijos de las abejas ascienden

Por la espiral bifurcada de su abismo,

Se posan desnudos sobre las fronteras de la muerte

Y en el cuerpo interpolado de las dagas

Yacen los cráteres de la Terra,

El reflejo difuminado de los otros mundos.

Hay una escalera diagramada en los espejos;

Cien rostros confluyen en el sueño,

Cien puñales, cien espadas,

El mismo hombre pavoneándose su suerte.

Dieciocho máscaras

Son atribuidas al Libro de los Otros,

Un escriba, un saduceo,

Los oficios,

Una aureola para las prostitutas de los templos,

Un poseso repasando las inscripciones de Uxmal.

Hay una escalera, un espejo,

El ágora, los ángulos,

Un Jaguar irrumpiendo el equilibrio,

Un hombre que emerge de la muerte

Con los dados del Almirante

Jugando otras partidas.

Hay una escalera diagramada en el Libro de las profecías

Y de ella emergen los cuerpos del equilibrista:

El cayado vertiginoso de su propia altura.




XX


Todos los hombres que Kukulcán ha sido

-Siete que se sepa-

guardan entre sí cierta simetría

que los hace

uno en el espacio

y muchos en el tiempo:

equidistantes y cercanos como un bosque.

-Siete que se sepa-

son los que han atravesado los pórticos del sueño

siendo el sueño él mismo

en una doble balaustrada del espejo.

Todos los hombres que Kukulcán ha sido

Manufactureros del elixir de la muerte

Han emprendido en la ruta numérica del viaje

La jerarquía cósmica que todo lo conoce, todo lo diluye,

Todo lo separa.

“Lo que el hombre pueda desear, pedir y esperar”

-Según Kukulcán-

Claves que se conmemoran en las hojas serradas y afiladas del destierro

Vienen del allá


De Yaxchilán o de Quirigua

-Según se quiera-

Donde está el periodo iniciático del mago

La flecha incólume de los argonautas.

Todos los hombres que Kukulcán ha sido

Han viajado a través de nueve esferas, nueve capas;

Cada vez que un vehículo se detiene en el camino

Se hace necesario emprender en otro el viaje,

-Dice Kukulcán, el emplumado-;

han soltado su vuelo en las estribaciones de la noche,

resucitado en la carta final de los otros jugadores.

Todos los hombres que ahora cruzan el abismo

-Nueve en total-

llevan su cúpula de sándalo en la muerte.

La lámpara, el barandal,

La ablución, el ajarafe

Guardado en lo que Kukulcán denomina

“Lo sin nombre”

brotan y emergen como el henequén en la primavera

como los esmaltes traslúcidos del viento y de las sombras.

Todos los hombres y ninguno

Poseedores del silencio y lo inanimado,

De lo inexacto y lo gaseoso,

Habitan ahora la Ciudad de las Piedras parlantes,

En la orilla argente de las estaciones.



XXI



¿Por qué temer a la muerte?

¿Por qué temer al nido gigante

que enhilaron Tepeu y Gucumatz en las horas de sueño?

¿Por qué huir a sus trajes?

A sus domingos sagrados,

A su viaje infinito por sombras delgadas?

Tepeu es el bautizo de otras orillas,

La comunión de lejanas preexistencias,

El maridaje cercano

Entre lo innombrable y lo incierto.

Amo a Tepeu que me libera de tantas batallas

La puerta de su estancia

Que conduce a otros caminos,

El carricero del cosmos

Que picotea las penumbras.

Amo a Gucumatz,

Su colmena,

Su cuchilla,

Su espejo,

Su faro.

Amo al bello adolescente

De trenzas perfumadas

El niño lejano y frágil

Que al proferirle amor

Me revela la dimensión exacta de sus ojos

Cuando sueño y noche

Se confunden

Como bálsamos de flores

Ungidos en las sombras.




XXII



Soy Itzam Cab

El hombre que nunca muere.

He aprendido en la edad de los centauros

La representación esquemática de los números.

Soy Itzam Cab

hijo de la tierra negra,

De Kabah, de Tulum, de la ceniza;

La quinta esencia de las cosas.

Estoy más allá de cualquier abismo,

Soy el uno,

La parábola

La falsedad o la llave.

La puerta estará para ti siempre abierta

Y con ella,

Que es la resurrección de tus muertes ulteriores,

Los planetas, la música del cosmos, los caminos,

Los demonios del alambique y el cinabrio.

He iniciado mi viaje por la gran obra

Soy sacerdote y exorcista

El eje de la rueda

En la cual tú serás carruaje.

El centro de todo éxtasis que es el tuyo.

Venid

Constreñid la llave

Atibórrate de ser

Avistad la eternidad

Acicalada en los instantes;

Metáfora de desastres que se repiten,

Parábola del eterno retorno

En los círculos de tus manos.

Soy Itzam Cab

Ardo en tu corazón

Y en las esferas de otros corazones

Soy el árbol prohibido de tu propio paraíso

La Serpiente Verde que te busca y salva.

Es tu hora,

La hora del equinoccio,

La hora de tu fiesta para el agua y para el fuego.





XXIII



Es el Poseso

Itzam Cab Ain,

Brujo-del-agua-tierra-cocodrilo.

Ha levantado sus ojos hacia Petén-Itzá

Y ha visto el crisol de la cultura en ella.

Su rostro,

Sin redondez ni geografías

-Indecible e incluso ascético-

ocupaba su postura en el espacio;

postura equivalente a la dimensión traslúcida del sueño.

Es el poseso del agua y los lagartos

La cantera de la iniciación

Le ha sido designada

Para ser esencia de Los Espíritus Señores de los Pájaros.

Los chamanes de la orden Chachac Ek

Le han dado la facultad del fuego

La virtud de lo cifrado, los anillos,

La luz zigzagueante de las doce llaves.

La alegoría de la fuente

Rejuvenece en él

La palabra perdida de los planetas,

El lenguaje de la lluvia verde,

El culto de las Pirámides,

Y esto a su vez,

Le visualiza la aparición del anticristo,

La competencia de la tierra,

El monstruo del Mar Rojo,

Las ordalías de los sacerdotes.

Una Serpiente Verde

-Vista casi siempre en días de intuición-

surca los báculos del sacerdote

destruyendo en el futuro los anagramas de Copán,

los siglos del brujo del agua-tierra

-Redimidos por la esencia universal de la Sabiduría Cósmica-.

Es el chamán de las 942 frases;

Nació en el mes del hijo coronado,

En el año de las rutas descifradas.

El mercurio, la tierra negra, la torre y el azufre

Le han hablado de las cosas que por convicción sucederán

Cuando ya no tenga remota su existencia en el espíritu

Y su estadía en el rostro solar de la guacamaya de fuego

Sea una parábola entre lo absolutamente verdadero y falso.





XXIV



Vinieron a buscarme

Y yo estaba dormido;

Pesado como una roca;

Enclavado en el equinoccio de Bonampak.

Tocaron a mi puerta

Y yo no estaba.

¿Qué te habías hecho

Leviatán de ocho cabezas?

¿Dónde dormías gran Dragón Escarlata de la muerte?

Los tres gemelos nacidos de las aguas de Chac

Sabían la talla exacta de mi nombre.

¡Xibalbá!

Replicaba el espejo de los trece cuernos

En mitad de un eco inefable,

Un tumulto de voces entre lo indeterminado y lo lleno,

El todo y la última cifra.

Vinieron por mí

Y yo estaba perdido,

Ausente de mi propia cara.

¿Qué te habías hecho, hijo de la Terra?

¿A dónde se elevaban tus plegarias, amante de la lluvia?

Tu Obsidiana, los treinta pájaros Pich, tu magia roja?

Vinieron por mí

Y yo ya estaba lejos,

Libertado de sus jaulas,

Distante a sus grilletes.

Vinieron,

Y estaba muerto,

Recónditamente lejos,

Abrazado al halo insospechado de las tinieblas.





XXV



Kinich Kakmoo:

Los espíritus señores de las piedras preciosas,

Los espíritus señores de los tigres

te pertenecen.

La Ciudad de las Piedras que Cantan

está confinada a tu nombre

Como también,

el ostracismo de tu tormento

y la negación de lo demoníaco.

Eres alto y salvaje como el agave;

Tu salto,

Sobre la inmundicia del mundo,

No niegan el obstáculo,

Sin embargo lo redimen,

En el pensamiento unificado de la forma.

Las caras análogas

De tu linterna de espejos

Se muestran en una infinidad abismada del uno:

El mundo difuminado de la pirámide,

Las alucinaciones extra-temporales

De un universo inconcreto,

Gaseoso como la idea,

Incoloro como el Alkaest que disuelve

Los cuerpos visibles del tiempo y de las sombras.

En ti habitan

El Cielo y el Infierno

Pero estos te hacen menos equivalente

Y ponen la tabla esmeraldina

En tus cinco relojes;

Los movimientos de las esferas

Trastadas en las líneas de lo supremo y oscuro.

Kinich Kakmoo

El tormento del saber

Pesa más que la verdad de la ignorancia.

¿Qué hombre te tendió la trampa de la inteligencia?

¿Qué ángel o demonio te condujo por el cielo refulgente

de la chamanería?

Lo subterfugio escamotea

En el extremo liviano que antecede al salto:

Tu salto ya está dado

Príncipe panteísta

Y sólo nos aguarda el precipicio,

La caída inexorable del segundo reino.





XXVI



El Príncipe Balám-Quitzé

Ha venido a verme.

Dice llamarse tenebroso, inconsolable.

Trae consigo el laurel de los espejos,

Mientras el hexagrama de sus ritos

Pende en la escalada de la muerte.

El Chamán de la torre derruida

El brujo,

El Poseso último y primero,

Busca en mí no sé qué palacios, qué doncellas,

Qué muchacha de la Décima Octava Dinastía.

El Príncipe de la casa nueve

Llamado por Tepeu, “El Gran Ausente”,

Ha venido de nuevo a mi estrella y a mi árbol,

Ha traído hasta mi casa los macizos de Tulum,

El oro diluido, su última exégesis.

La muchacha que lo ama, Cahá-Paluná

Viene con el viento.

Su figura alta, farragosa,

Le contempla desde lejos.

“El es el otro”, dice,

Él es el que ama a la que habita más allá de estos palacios.

El Príncipe de la tarde,

Balám-Quitzé,

Se pasea por los picos de Chichén Itzá.

En la noche de su tumba

Se pregunta sobre la putrefacción de la materia

Sobre la Serpiente Verde que nos aguijonea

Sobre la rosa que ha encontrado la cruz en el desierto.

El Príncipe de la tarde

Ha venido a verme

Estoy preparado para recibirlo,

Estoy desnudo como la tierra negra, como el sol negro,

Como el cinabrio y la música que aquieta los perfumes.





XXVII


...Para los ojos del hombre de imaginación,
La naturaleza es la imaginación misma.
Tal como es el hombre, Así Ve.

William Blake




Como música apócrifa

Que florece desde adentro,

Quetzalcóatl es la sombra

De lo que somos y seremos en el viaje.

tempestuoso mar

Que trae en sus acordes

Fúnebres o festivas odas

De mágicos orientes

O mundos surreales

Para completar el hilo en la costura.

Como alfabeto

En el baúl de algún tiempo recobrado,

-Perdido ahora en la cábala del arte-,

Quetzalcóatl es un cedro que desgaja

Las raíces de otros haces;

Serpiente de bronce que mitiga con su trote

Los timbres antiquísimos del árbol.

Espejo que cobra su esplendor

En la dimensión de las noches Uxmaleñas;

Quetzalcóatl es la continuidad de lo que somos,

La prolongación infinita de lo que seremos,

Aquel luminoso día del pasado

Recobrado en el aceite

De un pebetero milenario.

Eso es Quetzalcóatl!

Dulce recodo de olas

De aves mitológicas

De lluvia lenta;

Río pequeño

Que crece sobre la zanja de la noche

Como cúmulo de luces

Llamadas a la sombra.

Eso es Quetzalcóatl,

Quien no lo ve, duerme todavía!




XXVIII



Él es el innombrable,

El nefando.

Le llaman Hunab Kú (Dios uno).

Él es el hombre de los sesenta rostros,

El varón que habita el fin o la curva.

Le frecuento desde la noche de mi quinqué,

Desde su origen como padre de las abejas.

“Aquí nació Hunab Kú”

-revela en la inscripción la hoja de los orillos-.

“nació pero no yace”

objetan las voces de un coro de ciegos.

¿No era éste el hereje?

¿No era éste el indeterminado, el de las artes adivinatorias,

Amante de la estrella roja?

Aquí yace Hunab Kú;

Han quedado sus adjetivos en los objetos,

Su voz de perdigón herido

En los quebrantos de los creadores y formadores

El polvo de proyección en el área de Rogitama.

Los Hermanos de Paxil y Cayalá celebran su viaje,

Saben de su retorno por Tenochtitlan,

De su regreso a la esencia de las cosas,

Del matrimonio del hombre con la tierra negra

Con la Estrella en las Piedras de Schuaima.

Él es el hombre del fin o la curva

El adepto del gran magisterio,

padre de Macuil Xochitl

hijo de la nueva eucaristía.

Su voz se fortalece a través de los cristales,

Resuena en el fuego sobrenatural de la chispa divina.

Aquí yace el poseso,

-dicen en coro los viandantes del éter-

Yace pero sin embargo se levanta.

Lo vemos trasegar por la superciencia del HOMBRE

Por la alegoría insoportable de la caverna.




XXIX




Desde que crucé el pórtico de la noche

Mi muerte,

La primera y la última,

Han ido de la mano de Ah Puch.

Desde que estaba chico

Recuerdo la cabeza de pájaro

Y la rama espinosa que asomaba

su portentoso follaje por entre los vitrales

de la noche lluviosa.

Ese noble viajero,

-me decían los pequeños del sueño-

es el dueño de las caras homólogas:

la vida y la muerte, la luz y la sombra,

el incienso y la mirra sobre el espejo de las barcas solares.

Ese noble Extranjero,

-Cantaban los ríos bajando precipitadamente

Por las riberas del bosque-

Es el dueño de los Pumas y los Jaguares,

el creador de todo lo que no existe:

Es decir, lo improbable y lo indeterminado.

Desde que hundía mi rostro en el sueño,

Cuando mis alas tomaban las alas del pájaro Bennu

Para doblar las esquinas de una serpiente,

Ah Puch,

-Otro de las oscuros-

me tomaba en el cuenco de sus ojos tifónicos

y me llevaba por las sombras ligeras

de los mundos perdidos.

Entre las montañas hipostilas y las columnas profanas,

entre el río Usumacinta y los desiertos guatemaltecos,

aprendí a converger con los cristales y los tamariscos

deduje el lenguaje de los cedros y el de la Oca de Geb.

En el valle de Kaminaljuyu,

Donde ha de levantarse de nuevo la Víbora Verde,

Sucedió esto que estoy narrando;

Lo juro y lo atestiguo frente a la magnitud del que juzga las almas,

Frente a los ojos inmunes del que abre las puertas de abajo.












Glosario


Hunahpú Vuch: Cazador Tlacuache, diosa del amanecer.

Hunahpú: Utiú: Cazador Coyote, dios de la noche.

Zaqui-Nimá-Tziís: Gran pizote blanco, diosa madre vieja.

Gucumatz: Serpiente emplumada.

Itzam Na: Señor del rocío o sustancia del cielo.

Kinich Ahau: Rostro del sol o señor del ojo solar.

Kinich Kakmoo: Rostro solar guacamaya de fuego.

Ixchel: Diosa de la Luna.

Hunahpú: Hermano de Ixbalanqué, hijos de Hun Hunahpú y de la doncella Ixquic.

Ixbalanqué: Hermano de Hunahpú, hijos de Hun Hunahpú y de la doncella Ixquic.

Ah Puch: Dios de la muerte.

Xibalbá: Región de los que se desvanecen.

Itzam Cab: Brujo del agua-tierra.

Itzam Cab Ain: Brujo-del-agua-tierra-cocodrilo.

Ah Yamás: Señor de la orilla del mar.

Chac: Dios de la lluvia.

Macuil Xóchitl: Cinco flor, deidad de la música y la danza.Ah Kin Xooc: Dios del canto, la música y la poesía.

Chak Ek: Estrella roja.

Chachac Ek: Estrellas rojas.

Yaxal Chac: Lluvia verde.

Kavil: Dios de las cosechas.

Nicté Katún: Katún de la flor de mayo.

Kukulkán: Dios del viento.

Hunab Kú: Dios uno.

Balam-Quitzé: Primer hombre.

Tepeu y Gucumatz: Los creadores y los formadores.

domingo, 13 de marzo de 2011

En busca de las voces del camino

En busca de las voces del camino
Lidia Corcione Crescini


Para llegar y penetrar tantas verdades
para viajar y conocer tantas orillas
basta entregarme a la pasividad de los espejos
a la quietud aparente de sus aguas.

Winston Morales Chavarro

De una sencillez insondable, distinguido por ese don de gente, Winston Morales Chavarro nos atrapa, nos sorprende y nos embelesa. Sus encuentros y desencuentros, la representación de las voces del camino, los vuelcos gloriosos, místicos, lo convierten en un ser etéreo, un indiscutible poeta, que expande luminosidad a través de su sentir. En su percepción de lo cotidiano, nos transporta a través de sus emociones, a un estado superior, en esa intuición permanente del ser,que juega un papel preponderante en la búsqueda de lux.

Su personalidad poética penetra el cosmos de manera jubilosa, hilvanando cada palabra en forma apacible, llegando a convertir su inspiración en cánticos celestiales.

Su yo interior está en constante movimiento, sin premeditación, impulsado simplemente por esa fuerza que lo incita a ser él mismo.



LC: Bien nos manifestaba Jean Paul Sartre en una de sus paradojas: “el hombre es un caos con el ajeno”, ya que el otro siempre nos está condicionando infatigablemente, al señalarnos con el dedo inquisidor, poniendo límites, juzgando. Si este mundo es de todos y para todos, ¿qué es lo que ocurre en este sentido?

WM: El principio de incertidumbre no puede ser más claro: cada uno introduce una variable de indeterminación en lo que observa. Pero tal y como lo afirmaba Kant (no saber nada de la cosa en sí) me atrevería a decir que ni siquiera somos sujetos que modificamos el objeto, sino que en las relaciones humanas todos somos objetos observados por otros objetos. El otro no sólo nos delimita, sino que también —lo cual me parece aun mucho más grave— nos construye. El ser humano ama las etiquetas, las categorías. He allí la gran lucha del hombre: desvestirse de esos razonamientos extremos y fluir como el río (sin maleza, sin ruido, sin nombres). Eso que nos compone, eso que nos hace, que nos construye desde afuera (la cultura, la religión, la identidad) condiciona y determina lo que observamos, pero no sólo lo determina sino que lo elimina, lo suprime, lo anula. Todo aquello que sea diferente nos produce miedo, nos origina un odio, de allí la necesidad de poner límites. Sólo el hombre que es libre puede observar, mirar las cosas del mundo sin emitir juicios, sólo mirar.

LC: Usted es un ser de luz o lux, en sus poemas irradia un brillo en busca de la verdad, la libertad, el reencuentro entre la vida y la muerte. Al descubrirse en el espejo, ¿cuáles caminos empieza a recorrer?

WM: El camino de la observación. Creo que la verdadera poesía es la de la experiencia. Puedes escribir los mejores versos, los más profundos, pero la poesía no es letra muerta, no debe serlo. El verdadero camino es el del ascenso, el del crecimiento, el de la revelación interior. Ese el camino que debe transitarse, y ese es el camino que procuro. Aniquirona ha sido mi guía, y su alumbramiento es hacia la desnudez (no de ropas sino de mente). Ante esa realidad me sumerjo, me desvisto de aparatajes, de roles, de títulos. Soy y procuro ser un ser humano. Un ser humano libre de categorías, de exceso de mente, de juicios.

LC: En su voz se percibe una búsqueda del camino, hay un yo que lo detiene y otro que busca el regreso. ¿Siente acaso que detenerse es retroceder?

WM: Detenerse es escuchar. La dirección es un acto occidental. No pienso en el ascenso o el descenso —si no es de espíritu. Para mí el movimiento es un proceso del yo interior, pero no es un movimiento que contenga direcciones. Lo mío es expansión, pero de lux. Busco la expansión, hacia arriba, pero esta expansión no tiene dirección; incluso en la quietud, en la estática, en la no velocidad hay movimiento hacia adentro, hacia los adentros. De vez en cuando debo sacar la cabeza y situarme en un plano físico, terrestre. Debo permanecer en la realidad de una de mis partes; si rompo esa frontera, estoy fracturado como persona.

LC: A pesar de las vicisitudes por las que todos los seres humanos nos toca asumir en este trayecto terrenal, en sus versos hay una dulzura extrema, en medio de la implacable dureza de la vida. ¿Cómo se explica esta paradoja?

WM: La poesía es un espejo; la poesía es el habla del yo interior, del espíritu. La poesía, al igual que la música, es una de las pocas artes que no son artificio, por lo menos no desde el punto de vista del fondo. La forma puede ocultar muchas cosas, el fondo no. Si tú revisas mis libros de poesía, te das cuenta de que todos son estados del Winston. El encuentro con Aniquirona, la descripción de su mundo, la incorporación de unos personajes nuevos, recreados en la oposición de una lógica del orden. Luego viene el matrimonio con un ser nuevo, renovado. Lámpara cifrada, por ejemplo, narra esa metempsicosis del Winston humano, un libro que nace de adentro, no de lo que se observa afuera.

LC: Busca las voces del camino para traducirlas... Pero, ¿cuál es la manera de interpretarlas? ¿Acaso, en un idioma que va más allá de lo tangible e inteligible?

WM: Leo la naturaleza a diario, miro el sol a los ojos. Una de mis tareas, sin que sea esto un método, es mirar al sol, y escudriñar las voces del camino. Creo que todo objeto, natural o no, tiene información. Las cosas pequeñas me revelan las cosas grandes: puedo encontrar la información del mundo, del multiverso todo, en un grano de mostaza. Ese lenguaje se interpreta a través de una mente ecuménica, conectada con el todo supremo. El inconsciente es un excelente lector de las cosas mudas, de las cosas invisibles y perdurables. Entonces entro en conexión con lo que no tiene forma, con aquello que permanece pero que se esconde. La poesía es un embudo que absorbe ese tipo de presencias.

LC: ¿Cuáles han sido sus obras literarias? ¿Hay alguna en especial que lo ha marcado satisfactoriamente?

WM: Mis obras literarias, más que ejercicios escriturales son experiencias oníricas, pero ante todo son la vida misma. Mi vida no va al margen de la poesía, de hecho, mi vida está determinada, marcada, encauzada por la poesía. De tal modo que cada libro es la escritura de mi propia existencia; mis libros son las líneas de mis manos, de mis pies. Si quieres leer mi vida tendrás que leer mi poesía. Y todos me han marcado, pero digamos que Aniquirona es la inaugural, la fundacional. Como decía Flaubert cuando le preguntaban por Emma: soy yo. En este caso, Aniquirona soy yo.

LC: La mitología es un tema apasionante para muchas personas, esos seres inventados por el mismo hombre para darle una explicación a sus dudas y miedos. En gran parte de sus poemas, estos personajes aparecen como fuente de inspiración. ¿Quiere hablarnos al respecto?

WM: Ante todo, debo aclarar que no creo en la mitología como ficción, como construcción objetiva desde afuera. En mi caso personal, Aniquirona no es una construcción consciente, premeditada. Ella se fue dando, se fue edificando a través de mis dedos, siendo ella misma la fuente inaugural de un mundo. Lo mío es un riesgo, pero no un riesgo por elección. El mundo, Schuaima, fue fluyendo y se fue configurando, y en esa configuración me fue dictando paisajes, atmósferas, personajes, tensiones, tonos. Muchos dirán que esos elementos se repiten en mis libros, incluso en mi novela, pero ¿qué puedo hacer ante esto? Schuaima es mi lugar de enunciación, es mi mundo, es mi locus de residencia. Y contrario a lo que muchos pueden creer, no es un mundo que compita con otros mundos literarios, no se ha creado con ese propósito. Insisto: es un mundo que se fue dando solo, que fue marcando sus cartografías, sus territorios, sus explanadas. Ella misma fue dictando sus personajes, sus elementos de acción.

LC: Por estos días hará el lanzamiento de su último libro, Camino a Rogitama, precisamente en Neiva. ¿Se siente orgulloso de regalarle a su tierra natal, este nuevo logro?

WM: Mi tierra natal, vuelvo y repito, es Schuaima. Lo demás son accidentes geográficos. Nací, en el plano físico, en un espacio llamado Neiva (una ciudad a la que respeto por ser el sostén de los seres que amo) pero soy de ningún lugar y de todos los lugares. Cuando duermo, viajo en el no tiempo y en el no espacio, de tal modo que todos los tiempos y todos los espacios (Schuaima) me pertenecen, son míos, me muevo libremente por todas las geografías de lo supraespacial. Los seres humanos somos ciudadanos del mundo; nunca he creído en eso de las territorialidades, así mi territorio primario sea el mundo poético; tampoco asumo la categoría de identidad, pues creo, como decía Bolívar Echeverría, que las identidades son evanescentes. Mi identidad única es el arte, y, con el arte, la música y la escritura. Lo demás, las cosas que creen que soy, se diluyen a cada instante, con cada paso que doy.

LC: Usted es una persona seria, responsable y dedicada en sus estudios, trabajo, amistades. Conozco del aprecio y respeto que sus estudiantes en la Universidad de Cartagena le profesan. ¿Cuál considera el aspecto clave para que esto suceda?

WM: Ser uno mismo, no asumir roles en la medida que estos roles me separen y distancien de los otros. Un ser humano, otro, es mi espejo, me veo en él, me interpreto a través de él. Entonces un ser humano será mi hermano, mi amigo. Mi función es ayudar a recordar cosas que los muchachos ya saben, ayudarles a encender la lámpara, su lámpara cifrada. El mundo de los adultos me aburre, me parece muy convencional, rígido. De tal modo que me quedo en un no lugar donde las cosas carecen de rótulos, abolengos, clases. Soy, y eso es suficiente.

LC: ¿Qué se siente al recibir un premio como lo fue la IX Bienal Nacional de Novela José Eustasio Rivera, con su obra Dios puso una sonrisa sobre su rostro?

WM: Los premios son necesarios en la medida que legitiman una obra, un trabajo, una propuesta literaria. En este caso, soy el primer huilense en ganar la bienal y eso tiene otra connotación. Los premios me han dado cosas, un reconocimiento mediano, que en el plano de los hombres me ha servido para conseguir trabajo, para tener una hoja de vida, para ser leído. Los premios no hacen mi obra, no la fortalecen ni la debilitan, pero son necesarios para validar lo que mucha gente necesita se valide.

LC: Es usted melómano. ¿La música rompe el silencio del cosmos? “He llegado con la brisa / Sólo su silencio musical me satisface / Aniquirona: / ¡Hablemos de poesía!”.

WM: La música es el lenguaje de Dios. La música y un medio: la radio. Podría vivir sin muchas cosas, incluso sin muchos libros, pero no sin música. Desde que me levanto me revisto de música. Mi mejor desayuno es la música. Curiosamente, hay cosas que vienen contigo desde antes de nacer. La música es una de ellas. La radio es otra. A veces uno quisiera dar un salto, brincar hacia otras cosas, pero la radio, por ejemplo, es un oficio que se incrusta en el alma; por más que intento alejarme de ella la llevo clavada adentro, atravesada como un puñal. Entonces me sumerjo en la bossa nova, en el jazz, en el rock en español (tengo un programa en la radio). Escucho rock en español todo el tiempo y mi escritura está atravesada por la música.

LC: ¿Cree que la poesía está en su mejor momento? ¿Su auge se debe a que las personas quieren entender y ver las cosas y las causas de manera sublime?

WM: La poesía no está en peores ni en mejores momentos, eso es un criterio humano. La poesía no pertenece a ese tipo de concesiones. La poesía es, no fue ni será, simplemente es, tiempo presente, eterno. Poetas, buenos y malos, han existido siempre, pero al fin y al cabo, poetas. Si tú tomas un par de aves (un toche y un cucarachero, por ejemplo) sabes que son aves. Que quién canta mejor de las dos, eso ya es una consideración de tipo humano. Muchos se quedarán con el toche, muchos otros con el cucarachero, eso ya forma parte de la selección, del libre albedrío.

LC: ¿A qué autores nos recomienda en el campo de la poesía?

WM: A César Vallejo, a Maurice Sceve, a William Blake, a William Butler Yeats, a Novalis, a Hölderlin, a Gautier, en fin. Creo que la lista es interminable, podría, con sobradas razones, decir que lo profundo está en los prerrománticos alemanes e ingleses, y en muchos poetas que se dan después de esta cartografía poética.

LC: Escribir: ¿es una necesidad, un placer, un don?

WM: Las tres cosas. Y también una dulce condena.


viernes, 11 de marzo de 2011



Piedra de Canto

Publicado por Claudio Obregón Clairin
http://literaturaymundomaya.blogspot.com/


Los reyes mayas se nombraban a si mismos ahauob que significa quienes determinan, hablan o dirigen y es que el discernimiento vuelto palabra transfigura nuestro mundo y hace tangibles realidades alternas. La voz que determina ofrece un sentido a la vida y descifra los secretos del caos a través del ritual, los ahauob heredaron de su pasado siberiano algunas prácticas chamánicas, las sublimaron en un corpus de escenificaciones teatrales y sustentaron su poder con la voluntad de las entidades divinas.


En el universo no hay moral sino eventos que en nuestros soles adjetivamos y discernimos racionalmente, quizá por ello la felicidad nos dura apenas dos pensamientos, al tercero, nos asalta la duda; en aquellos tiempos de memoria pétrea, los ahauob ritualizaron los eventos humanos y los del cosmos, incorporaron a sus pensamientos la presencia de consciencias inorgánicas, desvanecieron los misterios y las dubitaciones con la palabra, la danza y el sacrificio, fijaron su atención en el filtro que unifica al más allá con la realidad consciente.


La palabra maya fue un vínculo con lo sagrado, cómplice del tiempo circular, mensaje divino, instrumento sonoro y lítico con el que los ahauob interpretaron las mundanas circunstancias, tornaron presente los tiempos sin memoria, avistaron los secretos del instante y comulgaron con la otredad en el plano consciente.


Las piedras calcáreas de la Península de Yucatán originalmente tuvieron forma de microorganismos, crustáceos y moluscos que sorprendidos por la impermanencia y el derrotero de la vida, inexorablemente sedimentaron sus cuerpos matéricos en un instante acuoso, miles de años después, emergieron violentamente a la atmósfera terrestre y configuraron el sostén de plantas, animales, humanos y consciencias inorgánicas.


Piedras que una vez contuvieron vida fueron agujeradas para sembrar en ellas, más tarde, la fascinación condujo a los seres de maíz a desprenderlas de su aparente quietud y edificar Montañas Sagradas o labrar jeroglíficas hierofanías, la piedra fue manipulada, sacralizada y transfigurada en un destello de la condición humana.


Occidente determina que la comunión divina es el resultado del delirio de persecución pero en el Mundo Maya, es el fruto de la evocación de certezas. Para la Cosmogonía Mesoamericana, en el origen fue el movimiento, la palabra y la piedra de canto, trilogía que vinculó a los seres humanos con lo divino y ubicó a su mortal imagen como un reflejo del cosmos. Delante a la racionalidad cartesiana, los dioses precolombinos juegan a multiplicarse entre la luz y la sombra, sus caprichosas actividades unen al cerca y al junto, zurcen los deseos con el dolor y recrean al silencio como la substancia que otorga las respuestas.


En nuestros soles, los poetas reconocen los rituales que regresan a la vida aquellas piedras sagradas, Winston Morales ha sido tocado por el halo de las palabras suspendidas en la memoria de la selva, en su interior, se ha gestado una realidad que transgrede a las geografías y al tiempo, su voz recrea los ancestrales paradigmas que nos devuelven las líticas mitogonías de los ahuob.


Explorador de grafías invisibles, Winston evoca esculpiendo las palabras de la ciudad donde las piedras cantan, en su obra poética observamos cómo desgarra su identidad para con lux convertirse en un escribano de la otredad, reconocemos en sus cuestionamientos los fenómenos que convierten en polvo o cristal a una misma esencia, los números sagrados mayas danzan junto al hombre pájaro-jaguar y la sangre fuera del cuerpo trasciende a la muerte para convertirse en ch´ulel, aquel mágico vocablo que fue nutrimento divino, aire sagrado en el umbral de la noche, envolvente oscuridad que hoy se entiende como final pero en el recuerdo de las lunas mayas era considerado como el inicio de la existencia de todo lo que es y de aquello que no se ve pero se siente, en ese acuerdo, la serpiente voladora rememoraba su origen chamánico-boreal, descendía al ámbito terrestre para incrustarse --cual bastón de siembra-- en la oquedad subterránea y comulgaba con la húmeda esencia generadora de la carne que ya no es carne sino presencia en otros mundos dentro del mundo.


Winston Morales nombra a los animales sagrados y evoca los Lugares de Poder para que al ser pronunciados por nuestras identidades, caminemos junto a él en la ciudad de las piedras que cantan y percibamos el perfume de la unicidad y del asombro, es entonces cuando reconocemos que la poesía bruñe bálsamos y flores en la parábola que los sacerdotes transitan cuando veneran a los árboles sagrados.


Habitando el sacro silencio, nuestras manos reconocen que todo posee un nombre, lo supremo se nos revela con aproximaciones, con lúdicas imágenes que dibujan la vastedad de lo etéreo, Winston reconoce esa suprema circunstancia y por ello pregunta para develar al ser que habita en la curva, despoja a la piedra del musgo interpretando al pensamiento eterno, en ocasiones hiere su osadía y las entidades divinas nos recuerdan que la muerte también es polvo estelar, entonces nuestra vida experimenta una luminosa carrera por el abismo, encontramos una abertura en el cosmos, un sueño en el absoluto y una escalera diagramada en los espejos.


En la obra poética de Winston Morales, las palabras vueltas piedras de canto danzan con el fuego y nos aproximan a los rumores de ciudades invadidas por el verde tiempo, se funde nuestra respiración con el aire, la libertad se entiende como serena risa redentora situada en los recovecos de Schuaima y, con los ojos abiertos, recordamos los atávicos momentos en los que los valles se unen a las estrellas.


Canto I


Hunab Kú,


Tú que te engendras en ti mismo,


Que no tienes más círculos en tu mano


Que la propia nave del sol;


Tú cuyas estrellas errantes te circundan


Y llegan como un dios supremo


A posarse en tu vientre


Sin detener tus pasos;


Estás ahora tendido


Sobre la hierba del bosque.


Tú que recorres los espacios y tiempos de todos los tiempos,


De todas las áreas del tiempo


-flecha continental de la muerte-,


Estás ahora esparcido como verde manzana,


Tallo al viento,


Raíz a la tierra del árbol.





Nave de los mundos


Fuerza infinita del no-ser


Del precipicio,


Del ingrávido cosmos


Que flota y circula


Por lo que ya fue


Por lo ya sucedido;


Estás ahora en el ahora,


En el instante:


Fresco,


Reluciente como la hoja que cae


-Mas no encuentra piso en su caída-


Espada que parte el lienzo de las estrellas,


Cabellera celeste que conoce el mañana


El ayer de los sueños,


Estás ahora como piedra del sur


Poblado de viajes y mapas


de movimientos aleatorios;


Estás como un mensaje de las esferas


En mitad de la noche:


Recónditamente escondido,


Sumergido en el espejo de las pequeñas presencias.




Canto VI


El camino subterráneo,


El que conduce a Ich-Caan-Sihó,


No acaba, No tiene fin,


No posee principio.


Es tan aéreo, tan terrestre, tan oceánico,


Como el viento, como la roca, como las estepas de Uaxactún.


El camino


-El del ascenso o el descenso-


No tiene forma,


Está lleno de resquebrajaduras;


Su aire enrarecido,


Cargado de cerbatanas y de hondas,


Dificulta un poco nuestra respiración física


Porque antes de emprender la respiración del espíritu,


De la conciencia,


Un hálito de luz empieza por llegarnos,


Por encender los pulmones de nuestro misticismo.


El camino,


El que viene cargado de aromas,


De Jaguares de piedra


Nos espera,


Es apto para todos,


Está abierto en la hora en que a cada uno le corresponde;


En la hora en que el himno del Peyote


Iza su música en el oído de nuestra propia muerte.


El camino


-Los códices ya han hablado de él-


El que conduce a la puerta de los otros mundos,


El de la etapa postrera que nos redime


No finaliza,


No tiene ángulos,


No posee redondez


Tiene la exactitud de todos los pasos,


La similitud lejana y distante


De todos los espejos.

lunes, 19 de octubre de 2009

ANIQUIRONA, POEMA 26


Há uma mulher em minha casa
Eu não sei quem olha para o canto, para o mundo
Cuja mulher de volta
é o vientol
árvore noite
como uma oração para os casos difíceis.

Há uma mulher
Eu não sei
e ainda assim eu sei que é um pretexto.

Como se o sonho não foi suficiente
para entender completamente,
minha mente se volta para as alturas
como candidato a não sei o morro
Eu não sei de que precipício.

Há uma mulher que se casou comigo
quando eu descobri apenas
que nasci para ser um homem ou dormir.

Uma mulher de cera e maçãs gigantes Guáimaros
uma suave feminino e suado
o que acontece a um rio
resmungando ventos moderados de nostalgia
me plausível ou fantástico mundo
uma mulher em meus sonhos
uma mulher em quem eu não sei o que locais
para fazer curvas.

A mulher a quem as árvores, os pássaros
e até mesmo campos
quotidiano falado
com uma vocação maravilhosa
COMUNICAM-lhe segredos inescrutáveis
pedras e rios

Há uma mulher que olha nos meus mundos subterrâneos
E os seios decantado balsâmico
todas as sombras eu vivo
uma morte e sabe todos os segredos das minhas noites
espezinhado a lua macia
da minha angústia.

Winston Morales Chavarro
Traducción de Diva Franco.