sábado, 29 de marzo de 2008

COMUNICACIÓN Y DESARROLLO

COMUNICACIÓN Y DESARROLLO,
¿MARIDAJES SECRETOS?

Winston Morales Chavarro



Actualmente es insostenible hallar diferencias entre la evolución de las telecomunicaciones y el desarrollo tecnológico y social del mundo.

Desde que el hombre es hombre, halló en la comunicación un mecanismo directo de comprensión y socialización de intereses y argumentos, se empezó a gestar una revolución y evolución de pensamiento que iría desencadenando una serie de procesos culturales que llevarían al hombre a un estado final que todos conocemos como globalización o aldea global.

Se sabe a ciencia cierta que son muchas las especies que poseen la facultad de comunicarse
o hacerse entender. Los delfines, las ballenas, las abejas, los simios, entre otros, comunican interpoladamente señales de peligro, de pasividad, de alegría, de desconsuelo, pero sólo el hombre ha tenido la capacidad de crear un lenguaje no sólo articulado sino también escrito, y erigir a partir de este lenguaje una cultura de la comunicación, un imaginario universal que a pesar de sus diferencias absolutas en los significados- significantes puede ser abordado por cualquier oyente-hablante.

Desde la noche de los tiempos el hombre ha evolucionado a partir del lenguaje y del pensamiento.
La transición entre la comunicación corporal y la pictográfica-dibujos, arabescos, cenefas- ha sido quizás el paso más relevante en la consolidación de una cultura y un modo de relación. Bosquejos impresos sobre las rocas, en donde se advertía sobre los tiempos de caza, el peligro, el frío ,el hambre o la cosecha fueron los primeros actos de habla del hombre primitivo que descubría en la comunicación un medio de supervivencia y de extensión.

Luego aparecería la escritura jeroglífica, instrumento confinado en un código negociado por un grupo social y cuyo significado adquiría un microcosmos de expansión escrita, entendida por unos círculos humanos más amplios. Y por último el alfabeto universal, mecanismo de comunicación puesto en la palestra de la interacción humana, y que oficiaría, entre otras cosas, un símbolo cultural inquebrantable, consolidado a través de las culturas y el transcurso de los tiempos.

A partir de la consolidación de un lenguaje universal, la evolución del ser humano es inexpugnable a las crisis sociales, políticas e incluso ideológicas. El descubrimiento de algunos elementos para la trascripción de mensajes, la elaboración de papel coma materia prima, la invención de la imprenta, la creación y fundación de medios de comunicación escritos, el nacimiento del periodismo impreso, son procesos que conllevan a un perfeccionamiento de las condiciones de vida, a los imaginarios sociales, a los descubrimientos científicos a partir de la evolución de un lenguaje como materia real de pensamiento.


El fortalecimiento del mundo de las ideas es irrebatible. Al grabarse sobre el jaspe o el pergamino la categoría del hombre como ser cultural-hablante, se rebatió la noción del pensamiento perecedero. La inteligencia del hombre por encima de todos los procesos históricos, quedaría plasmada a través de las diferentes inscripciones y escrituras registradas en la historia.

Muchas décadas después nace el telégrafo, el teléfono y posteriormente la radio. El italiano Guillermo Marconi estableció la primera comunicación en 1899 entre Francia e Inglaterra.
La radiodifusión italiana comienza en 1924 con la primera trasmisión desde Roma. A nuestro país llega en 1929 cuando se funda la Voz de Barranquilla.
La televisión cobra vida con los experimentos y estudios de Jhon Baird, quien realiza la primera práctica desde Londres y capta y reproduce imágenes por primera vez en 1929.

Hoy, cuando transitamos por los postigos de un nuevo milenio, se habla de telefonía celular, de Internet, de televisión y radio satelital, de realidad virtual, ciberespacios, navegantes espaciales, en fin, un número portentoso de herramientas y posibilidades sólo aleatorios gracias a la evolución que han desarrollado los medios y al conjunto de procesos adelantados por grandes pioneros y visionarios de la comunicación, que a pesar de las dificultades tecnológicas y humanas confrontaban con entereza las ideas ortodoxas de sus coterráneos y los imaginarios sociales de la época.

Retomando el periodismo escrito, vale la pena recordar su papel preponderante en las revoluciones sociales del mundo moderno. Su presencia robusta en la confrontación de políticas o ideologías, fue picaporte a la evolución de pensamiento y a la sedición del cambio social y político.

En la prensa británica los temas relevantes eran la política y la economía. El primer periódico registrado fue el Dayles Courante, publicado en 1720.

Hoy en día, además de los avances inusitados de las editoras de periódicos-diagramación por computador, agencias internacionales de noticias, corresponsalías en todo el mundo, la inclusión del color en las páginas- se tienen en cuenta otros aspectos del periodismo que no ostentan precisamente del ejercicio ideológico o político.

Es allí cuando el periodismo cobra otros valores bien interesantes en estas aldeas globales. A pesar de la mundialización de la información y de los aspectos políticos y sociales del ser universal, el hombre moderno siente la necesidad de regresar a su origen, a lo prístino, al agua original de las pequeñas cosas.

Es vital narrar, como decía el gran escritor Ruso León Tolstói (1828-1910), a la aldea para ser universal. De tal manera que se fortalece lo comunitario, lo cívico, lo alternativo. Nacen medios de comunicación que cuentan los pormenores del barrio, de la comuna, como una necesidad de encuentro y reconocimiento.

Las emisoras comunitarias, los periódicos murales, se convierten en órganos no de lo rudimentario sino en herramientas significativas de desarrollo. Se sabe lo trascendental que es la comunicación o la comprensión total de ella para el crecimiento maduro de una comunidad.
Los procesos urbanísticos o tecnológicos, humanos y sociales se materializan a partir de la puesta en escena de estos elementos inherentes al hombre.

El habla, la lengua, el lenguaje y la comunicación están tan próximos a la evolución del ser humano, que cada vez es más complejo hallar diferencias. Es un maridaje que se ha sostenido a través de los cambios antropológicos del hombre como animal cultural.















COMUNICACIÓN Y CULTURA

COMUNICACIÓN Y CULTURA

Winston Morales Chavarro



E. B. Taylor consideraba que la cultura daba comienzo allí donde alguien se percataba de un todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho,

las costumbres y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el hombre en cuanto miembro de la sociedad.



Me atrevo a señalar, a manera de reflexión, que la cultura empieza a ser un hecho antropológico, fenómeno científico, cuando el hombre y la mujer primitivos hallan sus herramientas de comunicación y convierten tales herramientas en un aporte social que crea, en primera instancia, una cultura primaria, pero que con el correr de los procesos ideológicos y tal vez lingüísticos, un estilo de vida social, amparados en la necesidad de agrupación, de colectividad, de comunión.

Aunque con alguna certeza podemos hablar de una cultura instintiva y no dialógica, es bueno afirmar que sólo a partir de la comunicación, jeroglífica, pictográfica, presencial, gestual, simbólica, silábica , etc, el hombre se convierte en un animal cultural.



Los términos comunicación y cultura, están más relacionados entre sí de lo que uno puede Sospechar. La comunicación es lo común, lo recíproco, lo expuesto con elementos particulares propios de unas prácticas culturales. Familia, población, grupos; lo cultural es el cultivo de ciertos tipos de lenguaje y actos de habla, ciertos fenómenos colectivos de identificación.


El escritor francés Alejandro Dumas, en su novela La Dama de las Camelias expresa: “Estoy persuadido de que nadie puede crear personajes sino cuando ha estudiado mucho a los hombres, como nadie puede hablar un idioma antes de haberlo aprendido perfectamente”. Acogiéndome a estos conceptos del gran narrador, me atrevo a agregar que ningún ser humano puede ser cultural sino ha interactuado con unos cimientos recíprocos y comunes, así como ningún hombre puede asimilar modelos de tipo cultural sino los ha recibido de su lengua materna que en primera instancia es la que transmite los imaginarios, modelos y tejidos comunicacionales, propios de cierta población cultural.

Debemos admitir que todos los cambios históricos e ideológicos obedecen a la evolución que han sufrido los códigos de comunicación y, con ellos, los medios masivos. Prueba de ello la globalización, en donde nuestra noción de mundo ha cambiado considerablemente; nuestra realidad no sólo está condicionada por mis sucesos familiares sino también por los acontecimientos que se suceden en Kosovo, Irak o Palestina.

La evolución de la prensa, la televisión, el Internet, la telefonía celular han producido nuevos tipos de comunicación y de socialización, flamantes métodos de transmisión de mensaje y asimilación de él, recientes equilibrios en las telecomunicaciones, convenios, maridajes entre grandes multinacionales y emporios, que permiten cambios radicales en las concepciones políticas, económicas y sociales a partir de estas estructuras conversacionales o de texto.

Lo que habría de preguntarse a esta altura del escrito es si la evolución técnica y científica de nuestros medios y la supresión de algunos elementos como las cartas, los diálogos familiares, los cuentos y las narraciones orales han beneficiado o afectado nuestra cultura.

Cronológicamente ha existido una evolución técnica. Podemos decir que paralela a la evolución tecnológica ha corrido una industrial e incluso urbanística. Pero, ¿ha evolucionado el ser humano en su manera de relacionarse e interactuar? ¿Ha dejado por esto de ser violento? ¿Ha mejorado sus niveles de vida?

No estoy afirmando con esto –ni pretendo afirmar-, que la comunicación mediática y moderna modifiquen sólo de manera negativa nuestras actuaciones Sociales. Estoy tratando de reflexionar en lo imprescindible que debe ser, como lo fue la comunicación en los umbrales de la cultura y la inteligencia, una comunicación coherente con el bien colectivo (Intuitiva), interpretativa y no sólo coyuntural, contextualizada, reflexionada (relacional), pensada y desvestida (contextual), en el marco de lo que significan los nuevos discursos, los novísimos imaginarios individuales y colectivos en las postrimerías de una comunicación posmoderna e insospechada, cambiante hasta el tuétano, maleable, en permanente flujo y reflujo.

Es menester del ser humano volcarse sobre los principios de la reciprocidad, de lo común, de lo comunitario y de lo cultural (llámese una comunicación alternativa, que trasgreda el status quo de lo comunicativo). La comunicación es inherente a la cultura y viceversa.
No podemos concebir un modelo cultural, cualquiera que sea, sin sus propios mecanismos de diálogo o socialización de mensaje, así como no podemos concebir un tipo de comunicación-primitiva o moderna, técnica o humana, revolucionaria o reaccionaria- sin que esta sea aplicada o sea producida por cualquier estructura cultural.

Desde la noche de los tiempos, el hombre, por razones de lucha o supervivencia, sintió la necesidad de agruparse y con esta necesidad se resolvió el asunto de la individualidad al detectar en ella un hecho de insularidad, riesgo y peligrosidad, para constituirse en un ser social, colectivo y fuerte.


Ante este proceso se sucedieron otros tantos como los mecanismos de comunicación a los que nos hemos referido con suma particularidad. Hoy por hoy, y pese a los pasos agigantados que ha dado la humanidad, el hombre continúa siendo un ser social-comunicativo, un animal cultural que pese a su desarrollo político y económico, ve en la comunicación una herramienta eficaz de progreso, de socialización, de confraternidad y desarrollo.





jueves, 27 de marzo de 2008

Hermético

Hermético

Winston Morales Chavarro

Mi padre espiritual, Hermes Trismegisto, desmitificó, desde la noche de los tiempos, el asunto de las verdades absolutas. “Como es arriba es abajo –decía-, nada se contradice sino que interactúa”. A raíz de tal afirmación, de tal exégesis, he cultivado desde niño el deleite por los saberes esotéricos. Nunca he creído en las verdades absolutas, en las autopistas cerradas, en las apariencias que nos dan y entregan los sentidos, la política –que sólo cree en la izquierda o la derecha-, la cultura -que nos enseñó desde siempre que el hombre debe ser polígamo y la mujer monógama (por no decir monótona)-.
A estas alturas de mi vida, cuando ya toco las puertas de la muerte, sé que todo es factible de ser cuestionado, refutado, reinterpretado. Para el hombre prerenacentista la tierra era plana y el sol giraba alrededor de ella –una muestra de nuestro egocentrismo-. Para las culturas mesoamericanas la tierra estaba suspendida sobre cocodrilos, ceibas y el caparazón de tortugas. Para los racionalistas no hay mundo más allá de sus narices, para los cristianos sólo hay un dios justo y verdadero, es decir que los islámicos, los budistas, los sufíes o los politeístas, como yo, estamos perdiendo el tiempo y tenemos el infierno ganado, lo que arroja la terrible noticia de que en el día del juicio final no podrán tocar las campanas del nirvana los pecadores, las prostitutas, los homosexuales, los agiotistas, los catadores - como yo - de peyote o de yagé.
No hay peor ciego que aquel que no quiere ver y nosotros, sobre todo los occidentales, tenemos una venda del tamaño de una nube. Todo esto para aterrizar en nuestro departamento y hablar de la inmolación de la que fue víctima una mujer, a manos de su marido, cuando éste, un pobre campesino del sur, creyó librarla del pecado original prendiéndole candela. García Márquez lo dijo: “la realidad supera a la ficción”. Por eso, lo que acaba de suceder parece un pasaje de Las mil y una noches o un fragmento del hermoso libro Calila y Dimna. No obstante, ¿a quién culpar?, ¿a quién enjuiciar?, ¿al pobre campesino o al sistema?, ¿al hombre que creyó en el pecado o a la iglesia que lo condujo, con sus moralismos y taras religiosas, a inmolar a su esposa como único camino de liberación? Las verdades absolutas, los discursos moralistas, son tan peligrosos como un cuchillo en manos de la adolescencia. En antaño, para nombrar sólo un caso, la gula, como el ocio, eran pecados capitales. Es decir que quien esto escribe es y será pecador de aquí a Cafarnaúm; en lugar del discurso de mi amado presidente Álvaro Uribe (trabajar, trabajar y trabajar, discurso por demás calamitoso), prefiero vagar, meditar y contemplar. Los radicalismos, sean cristianos o islámicos, son tan cuestionables como el término terrorista. ¿A cuántos creyentes mataron los romanos?, ¿a cuántos moros los católicos?, ¿a cuántos judíos y gitanos los alemanes? Toda verdad absoluta es espantosa, toda afirmación de a puño excluyente, toda posición una eliminación del “Otro”.
Cuenta la historia espacial que cuando Neil Armstrong, Michael Collins y Edwin Aldrin regresaban a la tierra luego de su periplo por la luna, uno de ellos habló a Houston diciendo: “Vamos bajando”. Y para sorpresa de todos, en tierra respondieron: “¿bajando o subiendo?”. ¿Dónde queda abajo? Ya lo dijo Hermes Trismegisto: “como es arriba es abajo (…) No hay verdades absolutas sino verdades a medias”.























Dicotomía



Dicotomía

Winston Morales Chavarro

Hamlet, príncipe de Dinamarca y personaje monumental de William Shakesperare, afirmaba: ser o no ser, esa es la cuestión. El aforismo del joven danés no es aplicable en la sociedad contemporánea, por lo menos la nuestra, donde vivimos ataviados de consumo, capitalismo, egocentrismo, opulencia y profusión. No es factible ocuparnos de la duda, de la pregunta existencial del personaje de Shakespeare sobre el Ser, la esencia o la materia del alma y del cuerpo. En nuestras sociedades modernas el aforismo se transforma en Ser o Tener. Esa parece ser no la cuestión sino el requerimiento inmediato, la carrera loca del acumular, del tener, del poseer sin importar los medios, las terribles, casi demoníacas, consecuencias. Occidente, sobre todo Estados Unidos, se ha afanado por levantar edificios, dejando abajo los espíritus. El progreso, el desarrollo económico, el potencial bélico, no garantizan que un país sea maduro espiritualmente, algo que sí se percibe en la India, China, Japón e Irán, considerados, algunos de ellos, países tercermundistas o pobres por las naciones más poderosas. El sistema nos empuja, nos acorrala en la dicotomía del Ser o del Tener. La mayoría de nuestros jóvenes perecen, abandonan la lucha, se entregan en las aguas escatológicas del sistema: acumular, comprar, consumir, aparentar, acumular. No hay nada más gracioso que ver a un tipo de izquierda en el Éxito (como si quisiera abarcar en un segundo todas las cosas de las que estuvo privado por mucho tiempo). Atrás el Ser, algo que creen compensar con una misa los domingos, atrás la esencia, el crecimiento espiritual, el progreso intelectual y académico –aunque eso de los cartones, de los doctorados, no nos salvan de purgatorios-. “Te veo mal”, me dijo un amigo de apellido Herrera, del Pital para más señas, cuando me vio andar en bicicleta por las calles polvorientas de nuestra Villa. Lo lógico es que el jefe de oficina de la Usco se movilice en un automóvil, al menos en uno de esos carros chinos que llegaron a 18 millones de pesos. Un hombre de éxito, un hombre de la clase emergente no puede rebajarse a esas situaciones: andar a pie, montar bicicleta, ir a mercados populares. Un hombre triunfador ostenta cierta aura, así sea artificial, cierta aureola dada por las tarjetas de crédito, los bancos. Entonces andan por las vías con paso seguro, llenos de vacío, de oquedad, de frivolidad. Su afán es tener más que el vecino, poseer más que el vecino, tener más de lo que tuvo su padre. Y no hay nada peor que mi hermano tenga un carro más fino que el mío, una mujer más bonita que la mía, una casa con mayores lujos que la mía. Ser o tener, esa es la cuestión. Esa red, esa telaraña que se teje desde afuera, atrapa sin piedad, sin misericordia. Ese es el camino, la vía, la lógica existencial del hombre contemporáneo. Cuando los medios nos repiten a diario que seremos mejores si usamos tal o cual producto, que seremos hombres y mujeres de éxito si asumimos tal lenguaje, tal idea, tal producto, es muy complejo sustraerse de dicha circunstancia, de tal mandato o decreto. Los medios determinan lo que somos y lo que seremos. El consumo nos atrapa, nos envuelve. A la final no somos nosotros quienes consumimos, es el mercado quien termina por consumirnos, devorarnos, eliminarnos. Tener para Ser o Ser para Tener.