domingo, 2 de diciembre de 2007

Agujeros blancos

AGUJEROS BLANCOS


Winston Morales Chavarro

La tierra, el agua, el aire y el fuego están llenos de agujeros blancos. El hoyo blanco, igual que el agujero negro, absorbe, como en un embudo, las ondas, la energía (eléctrica y no), las partículas, los cúmulos (orgánicos y no orgánicos), el polvo.
El viento, su aliado mayor, entra y sale de la boca (la del agujero), conectándose con dimensiones supraterrestres y humanas, físicas y no físicas, temporales y atemporales.
Esas bocas blancas, llenas de una intensidad de luz apenas intuida, se hace no visible (no invisible) al ojo humano. El hombre, en su infinita ceguera, sólo da crédito a lo que pasa por los sentidos, a lo que es percibido y codificado por los sentidos.
Los agujeros blancos cumplen un papel de equilibrio sobre la tierra. La presencia de ellos permite el indisoluble repiqueo de una danza cósmica, en donde los átomos y las partículas que circulan por la arena, el mar, el aire, las rocas, las hojas, la vegetación, se vuelven moléculas -lo que son-, regresando a su estado primigenio.
En esa comunión fundamental, donde la danza gira al compás de diez mil rayos cósmicos, el agujero blanco se abre –siempre permanece abierto- absorbiendo –del mismo modo que un sifón absorbe el agua- el viento, el aire, la expiración del mundo, el pálpito de lo no visible.
Las colisiones son infinitas. El viento besa al fuego, el fuego abraza al agua, el agua humedece la tierra. Allí la perfección, la destrucción y creación de lo perdurable. En esa danza interminable, donde la muerte sigue a la vida (y viceversa) en una pulsación rítmica de tonalidades perfectas, el pneuma fundamental trasciende, pulsa el mundo, lo hace perenne.

domingo, 21 de octubre de 2007

Metafísica



Metafísica


Winston Morales Chavarro

1 Todos los seres humanos somos energía pura. Se podría hablar de un haz de luz viviendo una experiencia humana. Somos bombillas, esa es la palabra. Somos grandes reflectores, pequeñas lucecitas de aguinaldo. La experiencia humana consiste en habitar un cuerpo –no importa si femenino o masculino, eso es un accidente- y vivir en luz propia la vida; salir de las sombras, alumbrar poquito, mucho, nada. Eso somos todos, bombillas, lámparas, enormes faros. Se puede decir que Martín Luther King fue un gran reflector. Lo mismo puedo decir-digo de Wagner, Apuleyo, Beethoven, Mozart, Milosz. También hay luces diminutas: Tony Blair, George Bush, Ariel Sharon. BOMBILLAS DIMINUTAS QUE ALTERAN LA VERDADERA LUZ, EL DESENLACE DE LO LUMINOSO, EL RESPLANDOR ETERNO HACIA LA MUERTE.-

2 La energía no tiene sexo, sólo reverberaciones calóricas. La energía, como todo lo que subyace sobre la tierra –y debajo de ella-, vibra, se mueve. La energía busca un motor, una caja toráxica. El arrojo suprafísico entra en la carne –una experiencia humana-, crece, se explaye. Si esta energía se desarrolla debidamente, si ese cajón de vida logra ciertas alturas, el género, masculino o femenino –otro accidente-, adquiere una dimensión de luz que se traduce en la vida terrestre, inmediata, en la realidad tangible del ahora. Planck, Heisenberg, Einstein, Eddington. Esa luz, esos gránulos de fosforescencia humana, iluminan el mundo, generan cambios de conciencia, rupturas en el metabolismo animal. Se entra a una nueva dimensión, la del hombre por el hombre, la de la mujer por la mujer, la del género por el género.-

3 El amor no tiene rostro. No posee criterios ni razonamientos humanos. El amor es supraterrestre o extraterreno, dirán los ufólogos. El amor es energía, todo en el universo lo es, y como energía pura busca sus correspondencias. En el plano de lo físico, esta energía, la del amor, se sincroniza con otra cualquiera y se funde, se acopla, se vuelve una sola. El ser humano no sabe de esto, juzga demasiado rápido, disecciona la intersección. En la dimensión exacta de todo lo que se habla y se escribe, no existe el amor como limitación, como justificación mental. El amor es por sí y para sí, como la literatura, existe, vibra, se mueve en el espacio externo al ser humano –también en su interior-. No existe, como energía, en la reducción del hombre y la mujer, en sus aspectos meramente corporales o físicos. Alguien diría que el amor más grande es el de una madre hacia su hijo. Nada más falso que esto. El amor no sabe de esto, no diferencia entre madre, hijo, esposo, amante. El amor no tiene sexo, no se sabe heterosexual, homosexual, intersexual, no tiene problemas con ese tipo de cosas, no se sabe correcto o incorrecto, simplemente vibra. No se sabe situado en lo bueno o lo malo, en lo que está bien o en lo que está mal. El amor es.-

4 El cerebro del hombre, su corazón y sus manos son propulsiones eléctricas. Todo en él, dentro y fuera de él, descarga externa, pila sensitiva en la coraza del ser animal. Los actos criminales vienen de esa bujía. También los actos más elevados. De allí, de ese lugar, del mundo-pensante, del sujeto-universo, de lo claro y oscuro, viene la descarga, el disparo divino o maldito, ¿existe alguna diferencia?

Esotérica



Esotérica

Winston Morales Chavarro

1 El cerebro del hombre, su corazón y sus manos son propulsiones eléctricas. Todo en él, dentro y fuera de él, descarga externa, pila sensitiva en la coraza del ser animal. Los actos criminales vienen de esa bujía. También los actos más elevados. De allí, de ese lugar, del mundo-pensante, del sujeto-universo, de lo claro y oscuro, viene la descarga, el disparo divino o maldito, ¿existe alguna diferencia? Todo es descarga eléctrica, nervio, urticaria, enervación respiratoria, muerte. El hombre es un instrumento de sus impulsos, esclavo y amo. Esa corriente que no se explica, arrojo que sale de bien adentro, de lo subterráneo, del timbre y la furia, son las palpitaciones de él, el enamoramiento, la cúpula. El corazón como tal no existe. Dejó de respirar hace rato.-

2 Sólo hay una forma de asumir el tiempo; lo que creemos es el tiempo. El lapso de horas, estación de minutos humanos, lo que concebimos de esas temporalidades físicas, exactas, definidas, se perciben, a través de los sentidos, de una forma lineal, ascendente. No es posible un tiempo sin tiempo –en la mente del hombre- un tiempo lleno de curvas, desprendido del hombre. El tiempo es, siempre es, nunca será, tampoco fue. El tiempo es. Está por encima de consideraciones, limitaciones, demarcaciones. Existe, más allá de todo, vibra, se mueve, gravita.
El tiempo terrestre es un tiempo aburrido, siempre en contraste con una física cuántica, relativista. El tiempo es regresivo, siempre hacia atrás. Cosecho luego siembro, debería de haber promulgado Descartes. La siembra, sus semillas, dependen de lo recogido, de lo almacenado. El tiempo, viejo como la muerte, anciano en el tobogán de la memoria, siempre hacia atrás, en regreso. La música, aquellas canciones de Joao Gilberto, son primero en la memoria, reverberaciones acústicas de un cuerpo mental. Luego viene la mano, la guitarra, el pulso, el sonido. El tiempo fue.
3 La belleza gotea en el rostro de cada individuo. La belleza, como energía, gravita en el éter. Entonces cada mujer –y cada hombre-, reciben de ella ese goteo, el alud de una fuerza que acicala. A veces la belleza sigue goteando, no se desnuda del todo en un espíritu. De allí que muchas mujeres –y muchos hombres, aunque me cueste aceptarlo- se embellezcan, hermoseen sus facciones a través de los años, ingratos lustros de la vida que, por lo general, en lugar de dar, quitan. Hay muchachas cuya belleza, en nuestra noción y perspectiva, tiene su cuarto de hora. Es como si estuvieran maduros y de repente entraran en un proceso de putrefacción, caída inexorable. La belleza parece que no volviera a gotear sobre ellos. Por eso muchos hombres, entre quienes me cuento, se enamoran de la belleza y no de la mujer –del amor, dirán otros-. Es necesario reconocer eso, evaluarlo. El hombre busca en todas las mujeres la belleza, como si quisiera recoger en una, la fuente, el manantial principal, el centro y no la circunferencia. Hay mujeres que llegan a un estado de plenitud, el cual puede durar varios días, meses, incluso décadas. Otras, en cambio, pueden gozar de ese goteo en fracciones de tiempo, limitado en extremo. De hecho, cuando volvemos a verlas, cuando contemplamos sus ojos, no las reconocemos por menos bellas. Es como si fueran otras, como si el tiempo hubiese sido maligno con su alma. La belleza es desleal –no infiel-, abandona cierto cuerpo sin ninguna conmiseración, sin previo aviso, sin el mensaje necesario para la despedida y el viaje.

Acústica



Acústica
Winston Morales Chavarro

El mundo no es realmente lo que vemos sino lo que oímos. Nada existe más allá del sonido. El pájaro –un mirlo cualquiera, en definitiva siempre será uno- es por el sonido, por su propio gorjeo.
Al emitir esa vibración, el pájaro existe. Es una vibración en apariencia delgada. Mas esa delgadez, puede prolongarse por un tiempo indeterminado. Y cuando hablo de tiempo, me refiero a un tiempo humano.
La visión, lo que creemos son los objetos, es la prolongación de un eco que por fin –en apariencia- toma forma.
Todo es sonido, canto, oscilación, correspondencia. Nada es más allá del sonido, nada en absoluto tiene forma, peso, materia, sustancia, si carece de voz, sonido, resonancia.
El eco de las cosas viene desde un espacio remoto. Primero fue el verbo, primero del verbo el sonido, su hilo de voces, su acústica.
La música es madre de todas las cosas, madre del día y la noche, lo oscuro y lo luminoso, lo alto y lo bajo, lo positivo y lo negativo, lo activo y lo pasivo, lo malo y lo bueno. En la música esas polaridades no existen, son parte de una misma línea, una contradicción sin contradicción, antípoda sin antípoda, gradación de lo mismo.
El mundo es eco, barullo; Las piedras, los ríos, las estrellas, los cristales, el sexo de los cristales, la inteligencia de las plantas no son sino música, música y tono, brillo.
Cuando las cosas suenan, cuando emiten su propio timbre, su muy particular forma de expresar su existencia, se configuran en el imaginario del hombre, comienzan a existir, a otear el horizonte, a configurar su estructura, su esencia, su sustancia.
Todo lo que ES, es digno de PERECER, dijo hace mucho tiempo Hegel. Lo que no suena no existe, no ES. Incluso la nada, el vacío, están llenos de voces, ecos, resonancias. El Todo es todo por su Música, la Nada es nada por su Música.
El mundo no es realmente lo que vemos sino lo que oímos. Los ojos escuchan. Las manos escuchan. Los sentidos, los físicos o juicios externos (tacto, gusto, olfato, vista y oído) y los otros –juicios internos- (la memoria, la apreciación, la imaginación, la fantasía y el sentido o juicio común) se alimentan de lo que oímos, no de lo que vemos, tocamos, degustamos u olemos. La música alimenta nuestro instinto (apreciación), nuestra fantasía (creación pura), nuestra imaginación (don de extender las alas de la muerte).
El sonido lo comprende y abarca todo; la música es existencia, vida, entendimiento. Y eso nos hace seres mixtos, emparentados con las cosas “inanimadas” (los cristales y las piedras), las cosas sanguíneas (el mar, el viento, el fuego, la tierra) y los objetos-sujetos racionales (los animales, el hombre, los vegetales, los minerales mayores).
Nada está por encima del sonido, nada por debajo. El mundo, la noche, la muerte, el infinito, lo eterno, lo perpetuo, lo que perece son vibraciones, resonancias, reverberaciones de sustancias sonoras. Todo lo que vive, suena. Incluso lo que no. Todo es por esa reverberación, por esa percusión cósmica, por la música de las esferas, por el canto y el tamborileo de las esferas. En la reverberación confluyen los tiempos (lo que creemos es el tiempo), el espacio (lo que creemos es el espacio), la muerte y la vida (sucesión de lo mismo).
El mundo no es realmente lo que vemos sino lo que oímos.