CAMINO
A ROGITAMA: DE LO MITOLÓGICO A LO HUMANO
JUAN CARLOS URANGO
OSPINA
Docente Programa de
Lingüística y Literatura
Universidad de
Cartagena
Rogitama es un lugar de pervivencia, un inmenso
nicho de especies que, para las ciencias, plegadas a la racionalidad, están
extinguidas; o, peor, jamás existieron. El camino a Rogitama, el tránsito por
sus adentros, nos permite, por tanto, corroborar
la certeza de la imaginación.
Rogitama –sin que esto sea una paradoja- es, a
la vez, un universo antiquísimo y reciente. En él, hay evidencias de los
primeros mundos, de las criaturas que saborearon los soles fundacionales. Pero
sólo hasta ahora –y por eso es reciente- logramos comprender que esas criaturas
no fueron objeto de nuestras alucinaciones.
Todo eso descubrió Winston Morales Chavarro en
su tránsito por Rogitama. Junto a los arácnidos milenarios, a las aves iniciales,
a los árboles de todos los siglos, encontró –trasladados en su totalidad- a los
dioses, semidioses y humanos del universo olímpico.
Allí están, vivos como siempre, habitando esta
suerte de Olimpo que es Rogitama, los más humanos –es decir, los menos míticos-
de todos los seres mitológicos. Winston nos los presenta en su dimensión más
dolorosa, en la que los poderes, los ilimitados poderes que representan,
sucumben ante la más primaria de todas las fuerzas: la del amor.
Todo en el poemario, como en la vida, como en
los simulacros de vida, está cruzado por el amor. Principio creador, forma de
despojo y de renuncia, fuerza humanizante. Por él, los dioses supremos –Cronos,
Zeus, Apolo, Poseidón, Dionisos, Hércules- aparecen sin el peso que les impone
su deidad, sin la majestuosidad de sus voces tronantes. La voz poética en el
mundo de Rogitama se escucha, por el contrario, susurrante, suplicante y confesa.
Así, Zeus, el todopoderoso, la deidad de las deidades, se duele:
Me
pesa esta sentencia de ser dios y padre del Olimpo,
Acumulador
de nubes, escanciador del rayo,
Y no
poder llegar a la simpleza de tus glúteos,
A la
sencillez insoportable de tus espaldas.
El Zeus del poema –como todos los dioses del
poemario- soporta la sentencia que su condición les impone. Sufre, en
consecuencia, el dolor, la sentencia, el castigo, que parecía reservado para
los irreverentes, para los soñadores: Sísifo, Prometeo, Ícaro, Teseo.
Winston logra que, en Rogitama, dioses y
humanos aparezcan unidos por los mismos dolores y evocaciones, por las mismas
renuncias y búsquedas. Y crea un círculo perfecto que se abre y se cierra en el
mismo sitio -¿qué lugar de Rogitama?- y con los mismos personajes: Odiseo, el
héroe que retorna, y Circe, la hechicera de hermoso canto. En Rogitama,
entonces, se pretende el canto y el hechizo; o lo que es mismo, el amor del que
se reniega en principio, pero se busca (y regresa) siempre. De ese modo, se
escucha en el canto, en el hechizo de Circe, que cierra el poemario:
El
amor regresa siempre,
Recorre
los caminos
Por
donde una vez anduvo.
¿Qué
es el amor sino el tiempo recobrado?
Aquel
que nunca ha doblado los relojes
Viene
sobre esta playa cuyas olas carecen de circunferencia:
Aquí
de nuevo el amor.
En Rogitama, espacio de supervivencia, el mundo
se renueva como piel de serpiente. Y todo se vuelve natural. Los dioses se
humanizan y los humanos se descubren como tales. El mito recobra el vigor de su
palabra y las especies que parecían extinguidas –los dioses de la tierra recién
creada- reposan después de muchas penitencias.
Winston lleva a Rogitama y a sus personajes en
la sangre. En algún rincón de ese lugar está inscrito su apellido; la
genealogía de ese universo empezó con el árbol de su estirpe. Acaso, entonces,
todo lo que ha escrito, todos los personajes que pueblan Rogitama, son una sola
voz –la suya- habitada por todas las creaciones y todas las fuerzas de la
naturaleza. En especial, por las fuerzas del amor. Habrá que leer a Winston –al
poeta, al ser humano- para comprender que cada palabra, que cada título y que
cada ser que evoca es un modo de evocarse a sí mismo.
En síntesis, y esto pudo evitar las tres
páginas de esta presentación, Camino a
Rogitama, el nuevo poemario de Winston Morales Chavarro, escritor opita,
profesor de la Universidad de Cartagena y amigo de tertulias en el Café de
Freddy, resume los senderos deambulados por la literatura y por su literatura.
Al tiempo que nos revela lo cerca que hemos estado de los mundos en donde
empezó la creación.
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