domingo, 5 de febrero de 2017

EL TIEMPO Y EL SENTIMIENTO DEL TIEMPO




EL TIEMPO Y EL SENTIMIENTO DEL TIEMPO

UNA APROXIMACIÓN AL LIBRO   ¿A DONDE VAN LOS DÍAS TRANSCURRIDOS?
DE WINSTON MORALES CHÁVARRO




Debo darle las gracias al poeta Winston por elegirme para presentar su libro de poemas “A dónde van los días transcurridos?” que mereció el Premio Internacional de Literatura David Mejía Velilla, otorgado por la Universidad de la Sabana en el 2015.  Darles las gracias también a ustedes por asistir a este acto de reconocimiento y respaldo a nuestro paisano y amigo que durante tantas décadas se ha dedicado al oficio de escribir.

He titulado mi intervención “El tiempo y el sentimiento del tiempo” para referirme al libro ¿A dónde va los días transcurridos? porque me parece que desde el título y los primeros versos se nos está planteando la existencia del hombre a partir de un concepto lineal y finito del tiempo; y por qué ese mismo concepto da origen a un sentimiento de angustia que aflora en la mayoría de los poemas.

Pero antes de entrar en el análisis de la obra, quisiera contarles una anécdota y a partir de ella plantear otros asuntos sobre el tema del “Tiempo” que pretendo desarrollar. Creo que fue en la adolescencia en donde tuve el primer estremecimiento frente al tiempo. Acostumbraba a deambular solo por los postreros en busca de paz interior. Yo era en ese entonces un adolescente muy atormentado.  Una vez vi la hierba mecida por el viento como nunca antes la había visto. Es decir, tuve por primera vez noticia de su existencia como ser vivo frente a mí.  Hubo cierto sentimiento de hermandad y de consideración mutua.  Recuerdo haberle preguntado: “Dime, hermana, ¿estabas ahí cuando yo nací? ¿Estarás mañana? ¿Y dónde está el bosque que cubrió estas tierras? ¿Ha donde se ha ido?”

Con los años, recordar esta anécdota me produce risa sobre todo después de leer a Wislawa Szymborska, la poeta polaca, premio nobel de literatura 1996.  Ella tiene un poema llamado “Las nubes”. En él afirma que las nubes pasan sobre nuestras cabezas sin importarle mucho nosotros; inclusive que nos podemos morir y ellas siguen como si nada hubiera pasado. Wislawa escribe con brillante ironía,

Que exista la gente si quiere,
y después que se muera uno tras otro,
poco les importa a las nubes
esas cosas
tan extrañas.

Sobre todo tu vida
y también la mía, aún incompleta,
desfilan pomposas igual que desfilaban.

(Las nubes)
No tienen la obligación de morir con nosotros.
No necesitan ser vistas para poder pasar.


Lo gracioso de la anécdota que les refería sobre la hierba era que estaba interrogando a un ser al que yo le importaba tanto como un pepino. Aún más, no necesitaba de mí para existir, no era necesario que yo la llamara “hierba” y mucho menos estar presente el día de mi nacimiento. La hierba que vi en la adolescencia, al igual que la nube de Wislawa poco les importa que ustedes o yo existamos. Simplemente existen. Eso es todo.

Podemos considerar que estos razonamientos son sólo un recurso ingenioso de la Wislawa Szymborska para crear el poema. Pero no es tan inocente ni tan gracioso como parece. En el fondo de sus palabras palpitan las ideas del matemático Pascal y su teoría del hombre como “caña pensante”.
Pascal afirma que frente al universo, el hombre es tan frágil como una caña. Cualquier cosa podría destruirlo. El cielo raso, por ejemplo, que está suspendido sobre sus cabezas podría caer en este instante y aplastarlos a todos ustedes.  Pero, afirma el pensador, aunque el cielo raso sea más poderoso que ustedes, ustedes son más noble que él porque piensan, tiene consciencia de sí y del universo. Por supuesto, al universo le importa un pito que tengamos consciencia y que seamos las criaturas más nobles de la creación.

Como lo dije anteriormente, Wislawa retoma a Pascal y se burla de todos, incluyendo de las nubes y la hierba de mi adolescencia. Pero al margen de la risa que provoque, Wislawa y Pascal también hacen evidente una de las razones por las cuales el hombre sufre: la consciencia. La conciencia de sí, de los otros y de lo otro. Es esa misma conciencia la que le permite al hombre percibir un mundo cambiante, el fluir de la vida que siempre termina en la muerte. La consciencia crea el concepto de tiempo con su bien conocido pasado, presente, futuro; y al crearlo abre las puertas para que entre la angustia.

Winston retoma tanto el concepto del tiempo lineal como su angustia que de él emana. Se emparenta con Heráclito cuando éste afirma “que no es posible descender dos veces al mismo río… (y) a quien desciende a los mismos ríos le alcanzan continuamente nuevas aguas”. Y también con Jorge Manrique cuando, en Coplas a la muerte de mi padre, afirma que,
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir.

Tanto Manrique como Winston Morales recurren a un tópico muy antiguo en la literatura denominado “Fugit irreparabile tempus”, el tiempo pasa irremediablemente. El poema III del libro ¿A dónde van los días transcurridos? ilustra perfectamente esta afirmación:

Y pensar que nada permanece
Que todo lo dicho es como una flecha arrojada al viento.
Que incluso las palabras son evanescentes,
Frágiles ante los labios que las pronuncian
Pero que pudieron (debieron) callarlas.
Todo es fugaz:
La mano levantada
El puño aferrado
La boca hambrienta del deseo. Nada queda:
Lo lógico es la impermanencia,
El ancla que se aferra a la muerte
Y a su vacío más puro.

Esta angustia por la fugacidad es visible en otros poemas como el número VIII en el que la casa es ahora metáfora del hombre: 

Y la casa se fue resquebrajando.
Fue como una fruta fresca,
Expuesta al maderamen de los días.
Entonces se fue hinchando para sí;
Se fue desmoronando sobre la arenisca de la noche.
Los dedos dolían tratando de frenar el precipicio,
Tratando de interrumpir lo inexorable:
Cuando algo está al borde del abismo
-como la muerte misma-
No hay ángel o demonio que detengan lo que Dios pone a rodar.

Lo inexorable es lo que no se puede detener: la vejez, la muerte.  En el poema V, “lo que Dios ha echado a rodar” es la vejez de la joven al que el poeta ama.  Ella está en el esplendor de la vida y no sabe que el tiempo ya está haciendo estragos. El poema termina con estos versos:

Mi joven amada me abraza:
No sabe que envejece
Mientras una hoja cae sobre el césped del solar.

Pasemos a considerar otro elemento importante que aflora como resultado de este concepto sombrío del tiempo. Me refiero al concepto del Otro y de la humanidad.  El hombre es definido como una víctima inocente del tiempo. En otras ocasiones es visto como una réplica del poeta. En el poema XV se afirma que,

En todas partes
Hay réplicas de uno mismo.
Es como si se repitiera la imagen
Sobre el espejo del río.

Y más adelante,

En todas partes hay sueños,
Vahos de un antiguo velero
Que desciende sin prisa
Por el recodo que conduce a la muerte.

No hay aquí la “otredad” que definiera Octavio Paz cuando dice que no somos nadie si no somos por los otros; yo soy porque tú existes y tu existencia le da sentido a mi vida. Lo que hallamos en las “réplicas” del poema es el infierno. Somos iguales en la medida que todos vamos a la muerte. 

Esta visión del hombre como víctima se ve amplificada en el poema X y XIV  cuando compara a la humanidad con un ejército hambriento y su lucha – el  militia est vita hominis super terra (La vida de los hombres sobre la tierra es lucha)- como una batalla contra el tiempo que conduce a la derrota.

El hombre
Es un pequeño saltamontes,
Bebe las ánforas humeantes:
Tiene la sed de un ejército,
El hambre de un ejército en los fracasos de la guerra.
(Poema X)

Y más adelante (poema XIV),

Las víctimas del tiempo
Son como las víctimas de la guerra;
El tiempo es una batalla que conduce a la derrota,
A la tormentosa entrega de quien expira.








Extrañamente, en el libro encontramos poemas que están fuera de la tiranía del tiempo. Quien conoce la obra poética de Winston, recuerda que sus dos primeros libros se denominaron Aniquirona y De regreso a Schuima.  ¿Qué hay en esos libros? Un lugar donde el tiempo y la lógica pierden su eficacia. En algunos poemas, por ejemplo, las piedras están perfumadas, son sabias y contienen hasta el canto de los jilgueros. El mundo de Shuaima se puebla de ríos y plantas vivas que dialogan con el poeta; y habita en esas tierras una mujer, Aniquirona, que parece estar hecha a la medida de sus sueños. Son libros de revelaciones en donde el tiempo lineal desaparece.

En ¿A dónde van los días transcurridos? aparecen poemas similares. Tienen tintes de revelaciones cósmicas; colocan al “Yo” angustiado fuera del tiempo finito y de la muerte. En el poema XVI, por ejemplo, el poeta se sumerge en “el río como en el tiempo”; pero este río ya no es el de Heráclito, es un río cósmico, pertenece al origen del universo. Al sumergirse atraviesa todas las edades, todos los hombres están en él, pasan a través de él; hasta el río Ganges deja de ser un río para ser el mismo poeta. He aquí unos apartes del poema XVI:

Me sumerjo en el río como en el tiempo.
A veces braceo en su contra,
Remonto al principio.
(…)
Todos los océanos
Vienen a mí
De las arterias de lo que soy.
Muchas veces me quedo quieto,
Suspendido en el delta de lo que simula la muerte,
Entonces veo la desembocadura:
Crisálidas y copas de vidrio que corren
Por los torrentes sonoros de los volcanes de sal.
A veces soy yo
El Ganges,
El agua que crece y se arremolina sobre la tarde.
(…)

¿Qué ha pasado? ¿Por qué de pronto el poeta ya no es ese hombre de madurez sombría que mira en el pasado ruinas y en el futuro el abismo de la muerte? Simplemente ha cambiado su percepción del tiempo y del mundo. Está en una dimensión diferente a la nuestra. ¿Pero es real esa dimensión o es sólo un delirio? Es posible que sea más real que esta vida cotidiana que llevamos. Desde oriente nos dicen que todos estamos dormidos y que debemos despertar. La película Mátrix nos empuja en ese despeñadero de la incertidumbre cuando descubrimos que todo lo que somos no es más que el software elaborado por una máquina para que vivamos conformes en este mundo.

Miremos otro ejemplo del “Yo” fuera de la tiranía del tiempo. El poema XXVI plantea la plena liberación de ese “Yo”. No existe en él una sola palabra sombría.  Escuchen lo que dice el poeta:

Yo soy
En la medida que existo
No importa que otros duden de eso;
Yo me sé
Y ocupo un lugar en el espacio,
Fuera del tiempo,
De cualquier curvatura que ponga en duda
Lo que fulgura en mi Zona de equilibrio.
Yo soy en la medida en que brillo;
Destilo una luz sempiterna
Que me hace,
Me refleja en un espejo sin sombra,
Cuando la luz se evapora por las orillas del alba
Y yo quedo,
Allí tendido,
Recostado sobre los alambiques de piedra.
En la medida de esa luz que se escapa
Y me hace uno con las estrellas
Yo soy.
La fugacidad nada tiene que ver con esto que huye.

No existe un poema más contrario a la tesis planteada desde el título del libro. Con este poema el poeta parece decir, ¿y a quién le importa los días transcurridos si yo estoy fuera del tiempo?. En este momento estoy vivo. Soy luz.  ¿Quién me pueda hacer daño?  

¿Cómo explicar este asunto tan raro, tan traído de los cabellos?. Yo quisiera retomar ese tema que discutimos al comienzo sobre la conciencia. La conciencia crea el concepto del tiempo. Pero, ¿ese concepto es real? ¿No será acaso una elaboración abstracta, un engaño de nuestra mente?[1] ¿En verdad los relojes marcan el tiempo o somos nosotros los que decimos que marcan el tiempo? ¿No será el reloj otro objeto indolente del universo de Pascal como el cielo raso que les puede caer en encima?

Consideren esto: ¿En verdad existe eso que llamamos pasado? ¿Existe ese tiempo que aún no termina de llegar llamado futuro? No será sólo fantasmas en nuestra cabeza. ¿El pasado y el futuro son tan reales como un perro al que se le toca la cabeza para que bata la cola? ¿Y si les propongo que pierdan todos sus recuerdos y sus expectativas de vida en este instante, qué les queda? Sólo quedan ustedes sentados en esas sillas y yo frente a ustedes diciéndoles que el tiempo lineal con su pasado, presente y futuro, no existe. Es sólo un método práctico para ordenar nuestro desempeño en el mundo. El presente es lo que realmente existe, es ahí en donde se está realmente vivo. Si permaneces con los ojos vueltos hacia atrás o hacia adelante dejarás de existir y empezarás a sufrir. Cuando estás en la línea del tiempo sufres. Cuando estás afuera, en este eterno presente te sentirás pleno. Podrás decir con el poeta:


Yo soy
En la medida que existo
(…)
Yo me sé
Y ocupo un lugar en el espacio,
Fuera del tiempo,
(…)
Yo soy en la medida en que brillo;
Destilo una luz sempiterna
(…)
Yo soy.
La fugacidad nada tiene que ver con esto que huye.

Yo les pregunto si hay dolor en estas afirmaciones. No lo hay porque la percepción del tiempo ha cambiado. El poeta elige vivir el presente que se levanta como una revelación mística. Hay en esto algo en común con lo que decía el filósofo Parménides de Elea sobre la eternidad. La eternidad, afirmaba, no es una duración infinita sino una negación del tiempo.
“El ser nunca ha sido ni será, porque es ahora todo él, uno y continuo”

Pero en ¿A dónde van los días transcurridos? presenta una variación al tema del “Yo” fuera del tiempo. ¿Hay otra forma de liberarse del tiempo lineal y finito? Sí. A través de la escritura, la poesía. En la contemplación de un cerezo o de una hoja, el poeta es el cerezo y también la hoja y al no ser él más que hoja o cerezo, el dolor mengua y el corazón se apacigua. En el poema XXVIII

Toda mi vida está en la hoja de un árbol
Por ella circula mi savia
Los ápices sanguíneos de lo que soy.

Este sosiego temporal frente al fluir de la vida es más evidente cuando habla de la cualidad terapéutica del poema que se escribe.  Escuchen el poema XX:

En la noche soy aquello que avizoro:
El poema,
La hoja en blanco,
La vela encendida que rumora con su voz incandescente;
Con su pequeña mecha de palabras mudas para mí.
Ante la hoja en blanco
Vuelvo a ser lo que he perdido,
Recupero esa vergüenza que me quito
Cuando camino como farola sin luz
Entre multitudes.


Creo que en el libro ¿A dónde van los días transcurridos? se refleja a cabalidad el tiempo lineal y el sentimiento del tiempo como lo había planteado en al inicio de mi intervención.   Sólo me resta hacer unas últimas afirmaciones. El libro es valioso y merece una lectura cuidadosa en la medida en que aborda el tema en mención sin traumatismo ni desgarramientos extremos. El poeta toma distancia y ve el fenómeno del tiempo como un médico examina un paciente; y sin embargo, como el de un hombre sensible que se contiene, espera que se aclare la palabra, brille por sí sola y emerja cargada de sentido. La palabra tiene su aliento. Su respiración. La palabra es honesta. Veo además un tono bien logrado y un libro redondo, como una fruta que se cierra sobre sí misma y madura.

A Winston, que ha sido amigo durante tantos años, le reitero mis agradecimientos por permitirme pensar en el fluir de la vida y le extiendo mis felicitaciones por el libro. Van mis buenos deseos para que coseche más éxitos.

Muchas gracias a todos ustedes por escucharme.




Jader Rivera Monje
Auditorio Banco de la República
Neiva, Huila.



[1] J.M.E. McTaggart. La realidad y el tiempo. 1908.

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