TEMPS ERA
TEMPS
WINSTON
MORALES CHAVARRO
PRÓLOGO
El poeta
nos confronta en su fuerte exposición con los dilemas más prominentes de
nuestra efímera existencia. Se rebela contra la intransigencia del tiempo que
se nos escapa y la muerte que se avecina, la injusticia, la mentira, la hipocresía,
la ignorancia que incrementan a diario, y trata desesperadamente de imponer la
luz creativa sobre estos flagelos de la Humanidad para advertirnos y
exaltarnos.
Fascinado por el capricho del reloj que
nunca para, como un niño en busca de una fábula que lo salve del nefasto
destino de ser devorado por el tiempo hambriento, encuen- tra su sustento¾ y quizás
su salvación¾en
la poesía, en el amor, en la justicia, en la verdad…y siempre en la música.
El poeta pronto llega a la conclusión
de que algo fatalmente injusto descarriló la trágica historia de la Humanidad
después de habernos transformado en seres conscientes que podemos ser, en
contraste con las fieras incoherentes que fuimos, para luego hacer la pregunta
incontestable, “ ¿Quién de ellos el
culpable?” De una manera casi, podríamos
decir, bíblica, da su respuesta, “Usted sabe que ellos no saben lo que hacen”.
Como otro poderoso Walt Whitman que nos
asalta esta vez desde nuestro propio trópico, nos agarra por el cuello de la
camisa y, sacudiendo, nos recuerda,
diciendo que a pesar de todos nuestros deseos, lo inevitable es que seremos
arrastrados hacia la obscuridad final: “Ni la estrella, ni el sol, ni la aurora
nos salvarán”. Pero para darle rienda
suelta a la libertad sexual de hombres y mujeres “donde la belleza sola habla”,
enaltece a la Humanidad con su vigor sensual que nos otorgaría al menos el
consuelo que tanto necesitamos y destruiría las barreras que nos impiden
disfrutar de nuestra inmensamente generosa y conmovedora naturaleza. ¿Y a quién podríamos culpar por tantas injusticias?,
nos pregunta desesperadamente, “¿Quién urdió el mapa de esta geografía?” Sin embargo,
su consistente y desaforada actitud whitmanesca
nos reitera que la maldad no tiene el poder de mancillar nuestro sensible y
verdadero íntimo ser porque todos somos completamente susceptibles al deseo de
amar; amar en cualquiera de sus magníficas ramificaciones constructivas,
incluyendo especialmente la aspiración y fortaleza sexual de hombres y mujeres
por igual.
Aunque el poemario enfoca muy
abiertamente conceptos muy universales, el amor patriótico del poeta lo fuerza
a exhibir la llaga atormentadora que lo aflige cuando medita acerca de su
propio amarillo, azul y rojo, atribuyendo sus inmensas tribulaciones a “la mano
que escribe desde mis dedos”, sobre todo cuando trata de entender y quizás
excusar lo que siente tan amargamente acerca de su amado “país herido donde no
hay mejor lenguaje que el silencio”. Ni
como un mago frustrado que sin embargo podría quizás salvarnos, se torna
indiferente y sordo donde “todo huele a moho”, en un mundo obstinado en
destruirse. Pero añora por lo que podría transformarnos en el alma universal, en
el principio activo del mundo, aunque a pesar de un pesimismo agobiante ante el
horror apocalíptico que vislumbra, “ve belleza donde nadie la ve”.
El poeta se universaliza cuando suspira
penosamente, como cualquier otro ser humano, cuando se enfrenta con el eterno
combate entre la vida y la muerte, hacia esa luz “que está siempre destinada a
apagarse.” Constante en su búsqueda del tiempo profano, añora por el regreso de
su inocencia, su desnudez, su verdadera identidad sin ningún disfraz, y
finalmente (hasta el infinito), el amor que todavía podría redimirnos porque
“todo proviene de su abrazo, de su beso, de su piel que se funde y se quema” en
aquel lugar prodigioso y mágico donde la sexualidad se mezcla con la absurda
belleza e inmortalidad de la naturaleza, del mar. Es aquella naturaleza lo
único que verdaderamente le queda a la humanidad, lo que podría nutrir nuestro
espíritu y nos rodea constantemente, lo que no tiene límites en su abundancia.
Esta conclusión lo anima y le da vida, más aún cuando se la ofrece a nosotros,
sus lectores.
Siempre en busca de la luz que alumbra
desenmascarando el engaño, la mentira, la traición, la hipocresía; siempre
alerta a lo que todavía podría salvarnos del precipicio donde la injusticia de
la muerte nos quiere llevar, el poeta se sumerge en la apoteosis de la gloria,
confrontando aquella muerte como uno de los aspectos de la vida misma al sentir que su propio ser está fuertemente “conectado
con el impulso de las estrellas”.
Como un hechicero, un mago poético,
Winston Morales Chavarro, enfoca a la Humanidad con sus ojos xeroftálmicos que penetran a través de
toda la sequedad y opacidad que se imponen desde afuera de nuestra piel y nos
impiden percibir con claridad. A veces se rebela impacientemente contra la ceguedad
que no nos deja superar las llagas inevitables que nos están llevando hacia una
conflagración universal donde la muerte reinaría sobre todos los dioses. A
veces suena como si le estuviera hablando a una caterva de humanos sin sentido que
han sido engañados por los místicos, tratando al mismo tiempo de desechar el
horror y el pesimismo que le produce ver con claridad lo que el resto del mundo
no ve . La belleza y el horror están siempre ligados y nos dice que hay que batallar
para separarlos. Pero, afortunadamente, el amor y la música rescatadora y omnipresente,
su buen deseo por la Humanidad que tanto dominan su pensamiento, lo salvan del
suicidio, sobre todo cuando surge de su pluma fantasmagórica la desesperación
del ser incomprendido.
Andrés Berger Kiss, Ph. D.
Lake
Oswego, Oregon, EEUU
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