XXVIII
LA CANCIÓN DE LUCIFER
Mi ídolo de bronce es el abismo
El fuego, las cavernas.
La vida del maldito
-desterrado de la luz y las alturas-
Se pendula entre el mal, el bien, lo
dionisiaco.
No maldigo de las sombras
No aspiro a las venganzas,
Continúo con mi vestidura satánica
Instruyéndome en el bien
Y solazándome en el mal.
Los más doctos dicen que fui expulsado del
espejo,
Que mi imagen vagabundea por los laberintos y
paradigmas de la muerte.
Pocos saben que conservo mi posición de ángel
Que aparezco majestuoso cuando miro mi belleza
ante las nubes
Que mi sabiduría multiplica la ignominia de
los justos
Y la nobleza de los desterrados
Contagia de belleza a los malditos.
Voy del ascenso al descenso
Como el viento que hila los caminos:
No creo en la maldad, en el bien,
En el pasado, en el futuro
Pues los cuatro están confinados en las sombras
Y las sombras
En el hades de un espejo orbicular.
No maldigo a las alturas
No me duele la caída
Hay un punto en que todo deja de ser
contradictorio
Y nada en este punto se excluye sino que
interacciona.
¿Quién ha dicho que el abismo no es la altura?
Qué la maldad,- producto de la belleza-,
No es el bien?
Que las sombras no son la luz?
Que el caído no es el levantado?
Pocos saben que sobrevuelo el infinito,
El paraíso, la manzana,
Que mi vestidura de Vampiro
Me da el elixir de la noche,
Que sustraigo del día los frutos del iluminado
Y que espero sabiamente el último camino
Para empezar mis andananzas
Por la otredad, por la vaguedad,
Por lo inmensurable,
Por lo indefinible.
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