XXIX
A Francisco Javier Cubero, La elipse y la parábola.
Desde que crucé el pórtico de la noche
Mi muerte,
La primera y la última,
Han ido de la mano de Ah Puch.
Desde que estaba chico
Recuerdo la cabeza de pájaro
Y la rama espinosa que asomaba
su portentoso follaje por entre los
vitrales
de la noche lluviosa.
Ese noble viajero,
-me decían los pequeños del sueño-
es el dueño de las caras homólogas:
la vida y la muerte, la luz y la
sombra,
el incienso y la mirra sobre el espejo
de las barcas solares.
Ese noble Extranjero,
-Cantaban los ríos bajando
precipitadamente
Por las riberas del bosque-
Es el dueño de los Pumas y los
Jaguares,
el creador de todo lo que no existe:
Es decir, lo improbable y lo
indeterminado.
Desde que hundía mi rostro en el sueño,
Cuando mis alas tomaban las alas del
pájaro Bennu
Para doblar las esquinas de una
serpiente,
Ah Puch,
-Otro de las oscuros-
me tomaba en el cuenco de sus ojos
tifónicos
y me llevaba por las sombras ligeras
de los mundos perdidos.
Entre las montañas hipostilas y las
columnas profanas,
entre el río Usumacinta y los desiertos
guatemaltecos,
aprendí a converger con los cristales y
los tamariscos
deduje el lenguaje de los cedros y el
de la Oca de Geb.
En el valle de Kaminaljuyu,
Donde ha de levantarse de nuevo la Víbora Verde,
Sucedió esto que estoy narrando;
Lo juro y lo atestiguo frente a la
magnitud del que juzga las almas,
Frente a los ojos inmunes del que abre
las puertas de abajo.
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