jueves, 12 de julio de 2012

AH PUCH


XXIX


A Francisco Javier Cubero,  La elipse y la parábola.



Desde que crucé el pórtico de la noche

Mi muerte,

La primera y la última,

Han ido de la mano de Ah Puch.

Desde que estaba chico

Recuerdo la cabeza de pájaro

Y la rama espinosa que asomaba

su portentoso follaje por entre los vitrales

de la noche lluviosa.

Ese noble viajero,

-me decían los pequeños del sueño-

es el dueño de las caras homólogas:

la vida y la muerte, la luz y la sombra,

el incienso y la mirra sobre el espejo de las barcas solares.

Ese noble Extranjero,

-Cantaban los ríos bajando precipitadamente

Por las riberas del bosque-

Es el dueño de los Pumas y los Jaguares,

el creador de todo lo que no existe:

Es decir, lo improbable y lo indeterminado.

Desde que hundía mi rostro en el sueño,

Cuando mis alas tomaban las alas del pájaro Bennu

Para doblar las esquinas de una serpiente,

Ah Puch,

-Otro de las oscuros-

me tomaba en el cuenco de sus ojos tifónicos

y me llevaba por las sombras ligeras

de los mundos perdidos.

Entre las montañas hipostilas y las columnas profanas,

entre el río Usumacinta y los desiertos guatemaltecos, 

aprendí a converger con los cristales y los tamariscos

deduje el lenguaje de los cedros y el de la Oca de Geb.

En el valle de Kaminaljuyu,

Donde ha de levantarse de nuevo la Víbora Verde,

Sucedió esto que estoy narrando; 

Lo juro y lo atestiguo frente a la magnitud del que juzga las almas,

Frente a los ojos inmunes del que abre las puertas de abajo.













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