XVII
El volatinero del cosmos
Conocido desde la noche de los tiempos
Como Kinich Ahau
Ha elevado sus óvalos y piedras
preciosas,
Sus curvaturas y novias del cielo
Hacia el círculo flotante de Cozumel.
Desde las alturas del mundo
Contempla la concupiscencia del hombre
Sus limitaciones en el horizonte de la
eucaristía.
Desde esas alturas meridianas
Se ríe de los falsos evangelios,
De aquellos que predican una sola
realidad.
El pasajero de la noche
Habitante de otras realidades
Contempla ante el asombro de algunos
mortales
Las bienaventuranzas de las dunas de
arena
La margen eclipsada de los hijos de las
abejas.
¡Kinich Ahau!
Lo llaman desde la oscuridad de los
años perdidos.
Los hombres levantan sus carnes, sus
velos,
Banderas y escuadras
Acusando de remediar lo ya acaecido,
Lo ya transformado,
Lo ya vulnerado.
Sólo este hombre
Que lleva en sus manos
Las extrañas bujías de lo perenne
Se pasea por los rayos elásticos de
Tulán,
Por los granos reveladores de los
tiempos inesperados
Rejuveneciendo en la marcha de todo
gran viaje,
Tirando su bodoque cetrino en las
afueras del bosque.
¡Kinich Ahau!
Se arremolinan y apoltronan las voces
de cientos de hombres
En la puerta occidental de la muerte.
¿De qué sirve clamar por el río que no
vuelve a su fuente?
¿Para qué los arpeos y las guitarras
cuando la muerte lleva otra música?
Aquel que cabalga las nubes y las
peonías
Ya ha silenciado su marcha
Y viaja en el tiempo y espacio de otro
tiempo
En el marco y espejo de otra ventana;
Duerme bajo el sol místico de la tarde
Y su sueño desprovisto de los horrores
Cobija las últimas aberturas del
cosmos,
Las últimas incrustaciones de lo
absoluto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario