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En Tikal,
Donde me vi
Rodeado de una naturaleza de bosques
De marfil repleto de simbolismos
Y flores de tierra,
De invocaciones y rogativas;
En Tikal,
En medio de incrustaciones de fuego
Donde la estrella roja
Asemejaba a una muchacha
Ataviada con hojas y vestidos
ambivalentes
Descubrí que el mundo está dentro de
los otros mundos,
Divisé los astros
Que subyacen sobre estos astros:
Naves paralelas a estas naves.
En Tikal,
Donde una lluvia de colmillos
Y cuchillos de bronce
Caían inexorables sobre los cometas del
éter,
Divisé la muralla del laberinto,
Los arrecifes dorados,
Los archipiélagos e islotes del último
viaje.
En Tikal,
Donde aprendimos el arte del árbol,
Donde mudamos nuestra permanencia en la Terra,
Donde para poder florecer
Había que despojarse
Incluso de la perspicacia de la muerte,
Adquirimos de la arena incrustada del
Nicté Katún
Su ligereza, su heráldica,
Su volatilidad,
Adquirimos de los pergaminos místicos
de las sombras
Su fluctuación a la luz,
Su disección al cometa de los espejos.
En Tikal,
Rodeado de escombros, de huesos y
anillos de piedra
Levantamos nuestra mirada al mundo,
El fósil que nos compone, las alas que
nos circundan.
En el lugar donde aquellos enterraban a
sus muertos,
La cuenca mediterránea hacia Copán,
Schuaima y Petén
Aparecía magistralmente luminosa
Como un refugio de desterrados y
pecadores
Prestos a volar su última posibilidad
de altura,
Su necesidad irresoluta de lograr el
paraíso.
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