IX
Es tiempo de cosecha
En el Reino de la diosa Hunahpú Vuch.
El camino a Rogitama
Está predestinado para el hombre
Y existe una horda sumergida en los
espejos
Que dará de beber su rugido de bestia
apocalíptica
A la generación de muertos
Que yacen debajo de la tierra.
Los huesos de estos muertos
Se levantarán sobre aquellos
jeroglíficos
Estampados en el mundo de Hunahpú Utiú
Y los que estuvieron ciegos
En el trasegar luminoso de la estrella
Abrirán sus ojos a la luz:
A la puerta equidistante de la noche.
Las cerbatanas que proporcionó el
último de los eclipses
Contrarrestarán esas huestes de figuras
Que discurren debajo de las sombras
Y el maligno que reposa en los caminos
de la villanía
Se tornará débil, pero al mismo tiempo
más vengativo,
Más furioso, más inconexo;
Frágil como el filo de un cuchillo,
Pero peligroso en las manos de la
adolescencia.
La ira de los perros que aún duermen su
canto de venganza
Será opacada por la fusión del fuego y
de la tierra
Cuyos elementos se convertirán en una sola religión
Sin abismo y sin altura
Sin santo ni castigado.
La
Serpiente cuyo torso se levanta
Desde las grafías más antiguas
Dejará su vestido de geometra,
Su piel de encomio y sus escuadras
Y hundirá su hocico en el estiércol
Para elevarse igual al loto,
Desde una percepción orgánica
Hacia una percepción del infinito;
Lejos del caos que la parió,
Distante y ajena al último de los
Apocalipsis:
El árbol de la vida de los otros
paraísos,
El fruto permisivo en mitad de los espejos.
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