domingo, 29 de enero de 2012

TEOTIHUACÁN















Teotihuacan. (náhuatl: Teōtihuácān, 'Lugar donde fueron hechos los dioses; ciudad de los dioses' )



TEOTIHUACÁN

Las antiguas escrituras sitúan al paraíso cristiano en el valle que se forma entre los ríos Éufrates y Tigris, en la Mesopotamia remota -zona que en la actualidad ocupan los estados de Irak (principalmente), Irán y Siria-. Lo que no sabían nuestros abuelos cronistas es que el paraíso está más cerca de lo que pensamos, lo que, en palabras de Alejo Carpentier, vendría a ser El reino de este mundo o, como diría Paul Éluard: Hay otros mundos, pero están en éste.

Ese mundo es Teotihuacán, sitio de elevadas consideraciones poéticas y estéticas (además de mágicas), ubicado a 50 kilómetros del México D.F. Allí está el paraíso; esa es la lectura que hago luego de visitar este maravilloso país por cuarta vez. Primero fue Chichén Itzá (cultura maya), luego Tenochtitlán o su Templo Mayor (ciudad de los “mexicas”, presentados a occidente como aztecas) y ahora Teotihuacán (de la cultura teotihuacana).

Todo lo visto, todo lo manifestado ante mis ojos se ha quedado pequeño ante tanta luz, tanta sabiduría, tanta arquitectura. Ninguna cultura, por muy moderna o desarrollada que parezca (en la América poscolonial el desarrollo es confinado a los edificios altos y el uso de las armas de fuego), logra superar la magnificencia de estas ciudades. Pecaría de ingenuo al afirmar que fueron sociedades perfectas, que no tenían esclavos o que la jerarquía no existía -mucho menos las clases sociales-, o que el comunismo era evidente en ellos, o que las castas y los abolengos son sólo nuestros.

No obstante, debo reconocer que tal civilización, tal vestigio cultural, sólo es comparable con las pirámides de Egipto o las del Imperio incanato (Inca es, arqueológicamente, la designación de una cultura y un periodo prehispánico).

Teotihuacán es el nombre con que los mexicas designaron los vestigios de esta ciudad que, palabras más, palabras menos, significa “El lugar de los dioses” y en sentido amplio, “Donde los hombres se convertían en dioses”, todo esto a raíz de la cantidad y calidad de sus monumentos. Teotihuacán es, sin duda, la zona arqueológica más importante del altiplano mexicano. La ciudad abarcaba unos 20 kilómetros y la cantidad de sus templos y habitaciones albergaba entre ciento veinte mil y doscientas mil personas, casi la población de una Neiva de 1970. Nadie se explica, ni siquiera los mismos conquistadores, la magia, el colorido, la grandeza y perfección de Teotihuacán. La ciudad surgió, aproximadamente, al comienzo de la era cristiana y evolucionó hasta alrededor del 750, cuando empezó un proceso de deterioro que culminó con su abandono y la desaparición de su gran poder, para luego ser hallada por los mexicas.

La calzada de los muertos, la que, a mi sesgado entender, puede compararse con los campos Elíseos o con una caminata por la carrera Séptima de Bogotá, tiene 4 kilómetros de longitud y tan sólo en el espacio comprendido entre la Ciudadela y la Plaza de la Luna, se encuentran más de 80 basamentos y conjunto de cuartos.
Sorprende la cantidad de visitantes, incluyendo los mismos mexicanos, que ascienden a 40 mil por día, algo que debería ser emulado en nuestro San Agustín, donde según el último informe se registraron ocho mil viajeros en un año. ¡Qué hecatombe!

  


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