viernes, 11 de marzo de 2011



Piedra de Canto

Publicado por Claudio Obregón Clairin
http://literaturaymundomaya.blogspot.com/


Los reyes mayas se nombraban a si mismos ahauob que significa quienes determinan, hablan o dirigen y es que el discernimiento vuelto palabra transfigura nuestro mundo y hace tangibles realidades alternas. La voz que determina ofrece un sentido a la vida y descifra los secretos del caos a través del ritual, los ahauob heredaron de su pasado siberiano algunas prácticas chamánicas, las sublimaron en un corpus de escenificaciones teatrales y sustentaron su poder con la voluntad de las entidades divinas.


En el universo no hay moral sino eventos que en nuestros soles adjetivamos y discernimos racionalmente, quizá por ello la felicidad nos dura apenas dos pensamientos, al tercero, nos asalta la duda; en aquellos tiempos de memoria pétrea, los ahauob ritualizaron los eventos humanos y los del cosmos, incorporaron a sus pensamientos la presencia de consciencias inorgánicas, desvanecieron los misterios y las dubitaciones con la palabra, la danza y el sacrificio, fijaron su atención en el filtro que unifica al más allá con la realidad consciente.


La palabra maya fue un vínculo con lo sagrado, cómplice del tiempo circular, mensaje divino, instrumento sonoro y lítico con el que los ahauob interpretaron las mundanas circunstancias, tornaron presente los tiempos sin memoria, avistaron los secretos del instante y comulgaron con la otredad en el plano consciente.


Las piedras calcáreas de la Península de Yucatán originalmente tuvieron forma de microorganismos, crustáceos y moluscos que sorprendidos por la impermanencia y el derrotero de la vida, inexorablemente sedimentaron sus cuerpos matéricos en un instante acuoso, miles de años después, emergieron violentamente a la atmósfera terrestre y configuraron el sostén de plantas, animales, humanos y consciencias inorgánicas.


Piedras que una vez contuvieron vida fueron agujeradas para sembrar en ellas, más tarde, la fascinación condujo a los seres de maíz a desprenderlas de su aparente quietud y edificar Montañas Sagradas o labrar jeroglíficas hierofanías, la piedra fue manipulada, sacralizada y transfigurada en un destello de la condición humana.


Occidente determina que la comunión divina es el resultado del delirio de persecución pero en el Mundo Maya, es el fruto de la evocación de certezas. Para la Cosmogonía Mesoamericana, en el origen fue el movimiento, la palabra y la piedra de canto, trilogía que vinculó a los seres humanos con lo divino y ubicó a su mortal imagen como un reflejo del cosmos. Delante a la racionalidad cartesiana, los dioses precolombinos juegan a multiplicarse entre la luz y la sombra, sus caprichosas actividades unen al cerca y al junto, zurcen los deseos con el dolor y recrean al silencio como la substancia que otorga las respuestas.


En nuestros soles, los poetas reconocen los rituales que regresan a la vida aquellas piedras sagradas, Winston Morales ha sido tocado por el halo de las palabras suspendidas en la memoria de la selva, en su interior, se ha gestado una realidad que transgrede a las geografías y al tiempo, su voz recrea los ancestrales paradigmas que nos devuelven las líticas mitogonías de los ahuob.


Explorador de grafías invisibles, Winston evoca esculpiendo las palabras de la ciudad donde las piedras cantan, en su obra poética observamos cómo desgarra su identidad para con lux convertirse en un escribano de la otredad, reconocemos en sus cuestionamientos los fenómenos que convierten en polvo o cristal a una misma esencia, los números sagrados mayas danzan junto al hombre pájaro-jaguar y la sangre fuera del cuerpo trasciende a la muerte para convertirse en ch´ulel, aquel mágico vocablo que fue nutrimento divino, aire sagrado en el umbral de la noche, envolvente oscuridad que hoy se entiende como final pero en el recuerdo de las lunas mayas era considerado como el inicio de la existencia de todo lo que es y de aquello que no se ve pero se siente, en ese acuerdo, la serpiente voladora rememoraba su origen chamánico-boreal, descendía al ámbito terrestre para incrustarse --cual bastón de siembra-- en la oquedad subterránea y comulgaba con la húmeda esencia generadora de la carne que ya no es carne sino presencia en otros mundos dentro del mundo.


Winston Morales nombra a los animales sagrados y evoca los Lugares de Poder para que al ser pronunciados por nuestras identidades, caminemos junto a él en la ciudad de las piedras que cantan y percibamos el perfume de la unicidad y del asombro, es entonces cuando reconocemos que la poesía bruñe bálsamos y flores en la parábola que los sacerdotes transitan cuando veneran a los árboles sagrados.


Habitando el sacro silencio, nuestras manos reconocen que todo posee un nombre, lo supremo se nos revela con aproximaciones, con lúdicas imágenes que dibujan la vastedad de lo etéreo, Winston reconoce esa suprema circunstancia y por ello pregunta para develar al ser que habita en la curva, despoja a la piedra del musgo interpretando al pensamiento eterno, en ocasiones hiere su osadía y las entidades divinas nos recuerdan que la muerte también es polvo estelar, entonces nuestra vida experimenta una luminosa carrera por el abismo, encontramos una abertura en el cosmos, un sueño en el absoluto y una escalera diagramada en los espejos.


En la obra poética de Winston Morales, las palabras vueltas piedras de canto danzan con el fuego y nos aproximan a los rumores de ciudades invadidas por el verde tiempo, se funde nuestra respiración con el aire, la libertad se entiende como serena risa redentora situada en los recovecos de Schuaima y, con los ojos abiertos, recordamos los atávicos momentos en los que los valles se unen a las estrellas.


Canto I


Hunab Kú,


Tú que te engendras en ti mismo,


Que no tienes más círculos en tu mano


Que la propia nave del sol;


Tú cuyas estrellas errantes te circundan


Y llegan como un dios supremo


A posarse en tu vientre


Sin detener tus pasos;


Estás ahora tendido


Sobre la hierba del bosque.


Tú que recorres los espacios y tiempos de todos los tiempos,


De todas las áreas del tiempo


-flecha continental de la muerte-,


Estás ahora esparcido como verde manzana,


Tallo al viento,


Raíz a la tierra del árbol.





Nave de los mundos


Fuerza infinita del no-ser


Del precipicio,


Del ingrávido cosmos


Que flota y circula


Por lo que ya fue


Por lo ya sucedido;


Estás ahora en el ahora,


En el instante:


Fresco,


Reluciente como la hoja que cae


-Mas no encuentra piso en su caída-


Espada que parte el lienzo de las estrellas,


Cabellera celeste que conoce el mañana


El ayer de los sueños,


Estás ahora como piedra del sur


Poblado de viajes y mapas


de movimientos aleatorios;


Estás como un mensaje de las esferas


En mitad de la noche:


Recónditamente escondido,


Sumergido en el espejo de las pequeñas presencias.




Canto VI


El camino subterráneo,


El que conduce a Ich-Caan-Sihó,


No acaba, No tiene fin,


No posee principio.


Es tan aéreo, tan terrestre, tan oceánico,


Como el viento, como la roca, como las estepas de Uaxactún.


El camino


-El del ascenso o el descenso-


No tiene forma,


Está lleno de resquebrajaduras;


Su aire enrarecido,


Cargado de cerbatanas y de hondas,


Dificulta un poco nuestra respiración física


Porque antes de emprender la respiración del espíritu,


De la conciencia,


Un hálito de luz empieza por llegarnos,


Por encender los pulmones de nuestro misticismo.


El camino,


El que viene cargado de aromas,


De Jaguares de piedra


Nos espera,


Es apto para todos,


Está abierto en la hora en que a cada uno le corresponde;


En la hora en que el himno del Peyote


Iza su música en el oído de nuestra propia muerte.


El camino


-Los códices ya han hablado de él-


El que conduce a la puerta de los otros mundos,


El de la etapa postrera que nos redime


No finaliza,


No tiene ángulos,


No posee redondez


Tiene la exactitud de todos los pasos,


La similitud lejana y distante


De todos los espejos.

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