Winston Morales Chavarro
Cuando la denominación periodista adquiere notoriedad y una mayor jerarquía, resultado habitual de la funcionalidad e importancia social de los medios, cabe preguntarse si es misión del comunicador dinamizar la práctica cotidiana y ser un interprete de ella o por el contrario ser el vocero de una erudición idiota y una cultura del mensaje llamada pesimismo.
Hoy por hoy, la postmodernidad se caracteriza inexcusablemente por desvirtuar ideologías e invertir valores sociales-la genealogía de la moral- implementando un amor desaforado por el consumo, la demanda, el raiting, dejando de lado el sentido de análisis e imparcialidad ideológica y periodística.
De un lado, se ha desatado la cultura del pesimismo. Es decir que la calidad de una noticia depende de su alto contenido de violencia y subrealidad. Es más, se puede propugnar, sin temor a caer en apreciaciones erróneas, que las noticias más leídas y mayor comentadas son las referidas a masacres, catástrofes, asesinatos o pescas milagrosas. En conclusión, “al caído caerle”. El periodista disfruta de una cultura del pesimismo, entre más oscura o aberrante sea la información, más atractiva e interesante para los lectores o televidentes, quienes sin darse cuenta adoptan ciertos comportamientos pasivos en sus estilos de vida (la aguaja hipodérmica tiene más vigencia que nunca).
Por otro lado, se practica hasta el desespero la erudición idiota, en donde husmeadores periodísticos se ocupan de la noticia “In fraganti”, auscultando el comportamiento personal y la vida privada de ciertos actores sociales, al margen de la ética profesional y del ejercicio periodístico, y legitimando, a través de una información sesgada, tendenciosa, “política”, unos imaginarios sociales centrados en la uniformidad de pensamientos y gustos, lo que determina ciertos modos de habla en nuestras lecturas cotidianas, en nuestros pensamientos (casi siempre teledirigidos), en nuestros diálogos (públicos y privados).
El mercado, la rapidez informativa, la rivalidad entre medios de información obligan al comunicador a tener una visión vedada de la realidad y afrontar todo suceso desde el punto de vista de la preponderancia o desde la mera trascripción de hechos noticiosos, vestidos con los velos de la revista y la levedad de las bagatelas. Por tanto es necesario “innovar” , reencauchar y en casos extraordinarios inventar o mentir para llegar a un receptor ávido de novedades y estupideces.
Sería mentecato el imputar solamente a los medios, a los monopolios o a lo Post (postmoderno- postidiomático- postcomunicativo), como responsables de esta realidad periodística o informativa. No hay que desconocer la fracción que llevan los mismos periodistas, algunos de ellos soberbios y estultos por poseer un estúpido titulo universitario, o trabajar en una de las principales radio estaciones del país o en unos de los periódicos más vendidos de la región.
Sin lugar a dudas, podemos hablar de un desfase en los propósitos y en los resultados de lo teórico y lo práctico. Una cosa es lo que visualizamos en nuestra experiencia y realidad universitaria y otra muy distinta la puesta en escena en la cotidianidad del ejercicio periodístico. Es más, algunos académicos insisten en divorciar una de la otra; además de su escaso contacto con el mundo de los medios- nunca han trabajado en ellos-, insisten en apropiarse de un lenguaje demasiado etéreo o distante, remotísimamente alejado de las realidades humanas.
En la práctica social se desvirtúa incluso el término ética, la responsabilidad frente al oficio, la profundidad en los quehaceres. Parece ser que la realidad del mundo, empuja al recién egresado a separarse de sus visiones y enseñanzas teóricas, y apropiarse de unos mecanismos ya establecidos dentro de la universalidad de la carrera y el ejercicio periodístico.
Hoy por hoy, la postmodernidad se caracteriza inexcusablemente por desvirtuar ideologías e invertir valores sociales-la genealogía de la moral- implementando un amor desaforado por el consumo, la demanda, el raiting, dejando de lado el sentido de análisis e imparcialidad ideológica y periodística.
De un lado, se ha desatado la cultura del pesimismo. Es decir que la calidad de una noticia depende de su alto contenido de violencia y subrealidad. Es más, se puede propugnar, sin temor a caer en apreciaciones erróneas, que las noticias más leídas y mayor comentadas son las referidas a masacres, catástrofes, asesinatos o pescas milagrosas. En conclusión, “al caído caerle”. El periodista disfruta de una cultura del pesimismo, entre más oscura o aberrante sea la información, más atractiva e interesante para los lectores o televidentes, quienes sin darse cuenta adoptan ciertos comportamientos pasivos en sus estilos de vida (la aguaja hipodérmica tiene más vigencia que nunca).
Por otro lado, se practica hasta el desespero la erudición idiota, en donde husmeadores periodísticos se ocupan de la noticia “In fraganti”, auscultando el comportamiento personal y la vida privada de ciertos actores sociales, al margen de la ética profesional y del ejercicio periodístico, y legitimando, a través de una información sesgada, tendenciosa, “política”, unos imaginarios sociales centrados en la uniformidad de pensamientos y gustos, lo que determina ciertos modos de habla en nuestras lecturas cotidianas, en nuestros pensamientos (casi siempre teledirigidos), en nuestros diálogos (públicos y privados).
El mercado, la rapidez informativa, la rivalidad entre medios de información obligan al comunicador a tener una visión vedada de la realidad y afrontar todo suceso desde el punto de vista de la preponderancia o desde la mera trascripción de hechos noticiosos, vestidos con los velos de la revista y la levedad de las bagatelas. Por tanto es necesario “innovar” , reencauchar y en casos extraordinarios inventar o mentir para llegar a un receptor ávido de novedades y estupideces.
Sería mentecato el imputar solamente a los medios, a los monopolios o a lo Post (postmoderno- postidiomático- postcomunicativo), como responsables de esta realidad periodística o informativa. No hay que desconocer la fracción que llevan los mismos periodistas, algunos de ellos soberbios y estultos por poseer un estúpido titulo universitario, o trabajar en una de las principales radio estaciones del país o en unos de los periódicos más vendidos de la región.
Sin lugar a dudas, podemos hablar de un desfase en los propósitos y en los resultados de lo teórico y lo práctico. Una cosa es lo que visualizamos en nuestra experiencia y realidad universitaria y otra muy distinta la puesta en escena en la cotidianidad del ejercicio periodístico. Es más, algunos académicos insisten en divorciar una de la otra; además de su escaso contacto con el mundo de los medios- nunca han trabajado en ellos-, insisten en apropiarse de un lenguaje demasiado etéreo o distante, remotísimamente alejado de las realidades humanas.
En la práctica social se desvirtúa incluso el término ética, la responsabilidad frente al oficio, la profundidad en los quehaceres. Parece ser que la realidad del mundo, empuja al recién egresado a separarse de sus visiones y enseñanzas teóricas, y apropiarse de unos mecanismos ya establecidos dentro de la universalidad de la carrera y el ejercicio periodístico.
Es harto complicado que un comunicador piense en los términos humanos que rodean la crónica, el reportaje e incluso la entrevista. La mayoría, por no decir la totalidad, se ocupan de lo menos engorroso. La trascripción de boletines de prensa, el reencauche de la información de las agencias internacionales, la mera reproducción de los hechos. No se presencia la interpretación, el punto de vista, la opinión, el análisis, todo esto escondido en la mentira estúpida de la objetividad y la no penetración personal a la información, lo que permite la superficialidad y la ausencia total del criticismo tan necesitado en nuestra prensa nacional.
Afortunadamente, aún existen los periodistas radicales, aquellos que entablan su posición sobre la crisis nacional -no importa que icen sus banderas políticas-, critican duramente el problema de la economía, dan sus visiones sobre la asociación y promulgación de valores que podrían trasformar y rejuvenecer nuestra patria boba. Son ellos, sin embargo, los más perseguidos, cuestionados o, en casos extremos, carne de cañón para los enemigos de la libertad de expresión.
Afortunadamente, aún existen los periodistas radicales, aquellos que entablan su posición sobre la crisis nacional -no importa que icen sus banderas políticas-, critican duramente el problema de la economía, dan sus visiones sobre la asociación y promulgación de valores que podrían trasformar y rejuvenecer nuestra patria boba. Son ellos, sin embargo, los más perseguidos, cuestionados o, en casos extremos, carne de cañón para los enemigos de la libertad de expresión.
De tal manera que convienen ejercitar algunos puntos sobre el ejercicio periodístico:
1 Contextualizar la teoría en el mundo real. Es decir, reconocer en la cotidianidad nuestra herramienta más noble de trabajo. No confinarnos a modelos de comunicación foráneos y en los tecnicismos propios de los teóricos y académicos, validos en la consolidación de una cultura intelectual y en la apropiación de un lenguaje técnico, pero ajenos, casi en su totalidad, a las prácticas sociales del mundo periodístico
2 Reconocer en la experimentación y en la práctica un argumento grumoso para solidificar nuestra estructura arquitectónica. Sólo con el contacto directo en los medios, podemos ejercitarnos en ellos, intimarlos, maniobrarlos, avasallarlos y obtener de esa práctica el maridaje que necesariamente debe existir entre hombre y medios de información, llámense prensa escrita, radio, televisión, Internet, alternativos (murales, carteleras, afiches, pasacalles, etc.) Se requiere de una comunicación holística, pero también relacional-contextual.
3 Comprender nuestro ecosistema, compenetrarnos en él. Una de las deficiencias de las universidades públicas y privadas es su divorcio con la realidad social de la región y del país. Se forja un establecimiento garaje en donde priman los intereses comerciales y burocráticos de la casa de estudios.
Vale agregar que los doctos o facultados no aspiran a formar imaginarios ni universos capaces sino que luchan con su misma supervivencia, con el cumplimiento de sus horas cátedra.
Se debe reconocer la ciudad, saber y comprender sus limitaciones, sus problemas urbanísticos, su desarrollo social. Se entabla un romance entre el comunicador y el resto del mundo. Urge ser un comunicador integral e integro.
Quizás sea preponderante, además de los conocimientos en el periodismo, formarnos en otros frentes de la cultura y la investigación. El periodista debe ser todas las artes y todos los oficios. No limitarnos a lo jurídico, a lo político, a lo cultural. Se debe poseer una extraña hibridación de conceptos y conocimientos, para poder entablar una conversación espiritual-escrita con cualquiera de estos universos.
Es posible que a partir de estas consideraciones podamos alejarnos de los elementos sui generis del periodismo moderno: la chiva, lo sensacional y espectacular, la información parcializada, la cultura del pesimismo, lo tendencioso, lo light.
Se deben reflexionar este tipo de modelos que se han impuesto en nuestras prácticas del ejercicio periodístico, producto de las sociedades funcionales y de las exigencias del mercado, exacciones descaminadas que han desvirtuado el indiscutible sentido de comunicación e información.
1 Contextualizar la teoría en el mundo real. Es decir, reconocer en la cotidianidad nuestra herramienta más noble de trabajo. No confinarnos a modelos de comunicación foráneos y en los tecnicismos propios de los teóricos y académicos, validos en la consolidación de una cultura intelectual y en la apropiación de un lenguaje técnico, pero ajenos, casi en su totalidad, a las prácticas sociales del mundo periodístico
2 Reconocer en la experimentación y en la práctica un argumento grumoso para solidificar nuestra estructura arquitectónica. Sólo con el contacto directo en los medios, podemos ejercitarnos en ellos, intimarlos, maniobrarlos, avasallarlos y obtener de esa práctica el maridaje que necesariamente debe existir entre hombre y medios de información, llámense prensa escrita, radio, televisión, Internet, alternativos (murales, carteleras, afiches, pasacalles, etc.) Se requiere de una comunicación holística, pero también relacional-contextual.
3 Comprender nuestro ecosistema, compenetrarnos en él. Una de las deficiencias de las universidades públicas y privadas es su divorcio con la realidad social de la región y del país. Se forja un establecimiento garaje en donde priman los intereses comerciales y burocráticos de la casa de estudios.
Vale agregar que los doctos o facultados no aspiran a formar imaginarios ni universos capaces sino que luchan con su misma supervivencia, con el cumplimiento de sus horas cátedra.
Se debe reconocer la ciudad, saber y comprender sus limitaciones, sus problemas urbanísticos, su desarrollo social. Se entabla un romance entre el comunicador y el resto del mundo. Urge ser un comunicador integral e integro.
Quizás sea preponderante, además de los conocimientos en el periodismo, formarnos en otros frentes de la cultura y la investigación. El periodista debe ser todas las artes y todos los oficios. No limitarnos a lo jurídico, a lo político, a lo cultural. Se debe poseer una extraña hibridación de conceptos y conocimientos, para poder entablar una conversación espiritual-escrita con cualquiera de estos universos.
Es posible que a partir de estas consideraciones podamos alejarnos de los elementos sui generis del periodismo moderno: la chiva, lo sensacional y espectacular, la información parcializada, la cultura del pesimismo, lo tendencioso, lo light.
Se deben reflexionar este tipo de modelos que se han impuesto en nuestras prácticas del ejercicio periodístico, producto de las sociedades funcionales y de las exigencias del mercado, exacciones descaminadas que han desvirtuado el indiscutible sentido de comunicación e información.
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