sábado, 29 de marzo de 2008

¿Existe un ethos carnavalesco en América Latina?

¿Existe un ethos carnavalesco en América Latina?
(A propósito de nuestras fiestas)


Winston Morales Chavarro

En efecto existe un ethos carnavalesco, lo que habría que preguntarse es de qué manera se nos revela en la posmodernidad o en las modernidades periféricas.
El carnaval como dispositivo de habla de una cultura popular se ha constituido en un mecanismo de resistencia contra lo oficial, lo privado, lo religioso y por eso mismo lo establecido.
Si bien es cierto que ha poseído un carácter de transgresión, de discurso visceral, hoy por hoy el carnaval debe mirarse desde una lógica mediática, es decir que las plazas públicas se han ido cerrando a los domicilios individuales y si bien todavía se goza de cierta percepción del carnaval como fenómeno de masas y de calles, es factible que ese discurso ejerza una fuerte interpelación a través de los medios.
La transgresión del carnaval se moviliza ahora entre canales de información y cultura de masas: es muy familiar que la risa, el humor negro, la parodia, la caricatura nos lleguen a través de la televisión, la radio, el libro, el cine, la música (no propiamente la más popular), un ejemplo de estos es el caso del grupo mexicano Molotov que haciendo una subversión del fenómeno de migración, rechazo racial y mestizaje entre Estados Unidos y México, componen una canción que lleva como titulo Frijolero, en alusión al nombre que imponen los estadounidenses a los emigrantes del pueblo vecino. De igual modo, es muy común observar en la televisión programas de humor (Cantinflas, ¿un antecedente primario?) en dónde se imitan a presidentes, altos funcionarios, ministros y se les caricaturiza volviéndolos casi un remedo de torpeza e ineptitud. En esa misma dirección observamos a hombres y mujeres maquillados, una característica del carnaval desde el Medioevo, ejerciendo cierta labor crítica de lo que es la sociedad de consumo, los reinados de belleza, la televisión, las funciones del mandatario de turno, los temas candentes de la actualidad.
Esto puede entenderse desde muchas lógicas. Por un lado las estrategias que ha establecido la iglesia para coincidir festejos religiosos con festejos paganos (lo que ha significado una merma en la interacción de cristianos-católicos con el carnaval. De otro lado, la abolición de ciertas fiestas paganas y religiosas por los mismos gobiernos y jefes de estado por considerarlas un atentado contra la laboriosidad de la nación y sus pobladores. Por último, porque la cultura mediática ha cambiado las nociones de encuentro, espacio público, la noción de privado, el concepto de plaza y calle por la individualización del entretenimiento, la privacidad, el confort, la habitación como universo y la privatización de ciertas lógicas como el humor, la risa, el espectáculo, la familia y las fiestas.
De allí que los medios, en gran medida (lo que no desconoce del todo la presencia de un ethos carnavalesco en las calles (ahora sólo una o dos veces al año) se hayan apropiado de ciertos espacios y tecnifiquen la noción de carnaval hasta traducirlo en un discurso en donde el medio es el mensaje, el mensaje es el medio y el mensaje es el mensaje.
Finalmente, las sociedades han entrado a establecer muchas políticas represivas y policivas, lo que ha significado contrarrestarle al carnaval su filosofía de libertad, igualdad, comunión entre las gentes, equidad y el quiebre de cierto orden social. La mayoría de las manifestaciones culturales y carnavalescas son coordinadas por entidades gubernamentales, lo que le añade al problema la distancia entre el poder y el pueblo, la dirigencia y los miembros del carnaval, la contemplación de las clases hegemónicas del carnaval como cierto chiste necesario para la tranquilidad de las masas. Todo esto lleva a establecer una noción de carnaval desde los mediático, desde los canales masivos de información, mecanismo de interpelación a los sujetos privados.




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