jueves, 27 de marzo de 2008

Dicotomía



Dicotomía

Winston Morales Chavarro

Hamlet, príncipe de Dinamarca y personaje monumental de William Shakesperare, afirmaba: ser o no ser, esa es la cuestión. El aforismo del joven danés no es aplicable en la sociedad contemporánea, por lo menos la nuestra, donde vivimos ataviados de consumo, capitalismo, egocentrismo, opulencia y profusión. No es factible ocuparnos de la duda, de la pregunta existencial del personaje de Shakespeare sobre el Ser, la esencia o la materia del alma y del cuerpo. En nuestras sociedades modernas el aforismo se transforma en Ser o Tener. Esa parece ser no la cuestión sino el requerimiento inmediato, la carrera loca del acumular, del tener, del poseer sin importar los medios, las terribles, casi demoníacas, consecuencias. Occidente, sobre todo Estados Unidos, se ha afanado por levantar edificios, dejando abajo los espíritus. El progreso, el desarrollo económico, el potencial bélico, no garantizan que un país sea maduro espiritualmente, algo que sí se percibe en la India, China, Japón e Irán, considerados, algunos de ellos, países tercermundistas o pobres por las naciones más poderosas. El sistema nos empuja, nos acorrala en la dicotomía del Ser o del Tener. La mayoría de nuestros jóvenes perecen, abandonan la lucha, se entregan en las aguas escatológicas del sistema: acumular, comprar, consumir, aparentar, acumular. No hay nada más gracioso que ver a un tipo de izquierda en el Éxito (como si quisiera abarcar en un segundo todas las cosas de las que estuvo privado por mucho tiempo). Atrás el Ser, algo que creen compensar con una misa los domingos, atrás la esencia, el crecimiento espiritual, el progreso intelectual y académico –aunque eso de los cartones, de los doctorados, no nos salvan de purgatorios-. “Te veo mal”, me dijo un amigo de apellido Herrera, del Pital para más señas, cuando me vio andar en bicicleta por las calles polvorientas de nuestra Villa. Lo lógico es que el jefe de oficina de la Usco se movilice en un automóvil, al menos en uno de esos carros chinos que llegaron a 18 millones de pesos. Un hombre de éxito, un hombre de la clase emergente no puede rebajarse a esas situaciones: andar a pie, montar bicicleta, ir a mercados populares. Un hombre triunfador ostenta cierta aura, así sea artificial, cierta aureola dada por las tarjetas de crédito, los bancos. Entonces andan por las vías con paso seguro, llenos de vacío, de oquedad, de frivolidad. Su afán es tener más que el vecino, poseer más que el vecino, tener más de lo que tuvo su padre. Y no hay nada peor que mi hermano tenga un carro más fino que el mío, una mujer más bonita que la mía, una casa con mayores lujos que la mía. Ser o tener, esa es la cuestión. Esa red, esa telaraña que se teje desde afuera, atrapa sin piedad, sin misericordia. Ese es el camino, la vía, la lógica existencial del hombre contemporáneo. Cuando los medios nos repiten a diario que seremos mejores si usamos tal o cual producto, que seremos hombres y mujeres de éxito si asumimos tal lenguaje, tal idea, tal producto, es muy complejo sustraerse de dicha circunstancia, de tal mandato o decreto. Los medios determinan lo que somos y lo que seremos. El consumo nos atrapa, nos envuelve. A la final no somos nosotros quienes consumimos, es el mercado quien termina por consumirnos, devorarnos, eliminarnos. Tener para Ser o Ser para Tener.

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