jueves, 7 de febrero de 2008

MEMORIAS DE ALEXANDER DE BRUCCO

MEMORIAS
DE ALEXANDER DE BRUCCO











Poemas









WINSTON MORALES CHAVARRO
XV PREMIO NACIONAL DE POESÍA
UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA





No te he dado ni rostro, ni lugar alguno que sea
Propiamente tuyo, ni tampoco ningún don que
Te sea particular, ¡oh Adán!, con el fin de que tu rostro,
Tu lugar y tus dones seas tú
quien los desee, los conquiste
Y de ese modo los poseas por ti mismo.
La naturaleza encierra a otras especies dentro de unas leyes
Por mí establecidas. Pero tú, a quien nada limita, por tu propio
Arbitrio, entre cuyas manos yo te he entregado, te defines a ti mismo.
Te coloqué en medio del mundo para que pudieras contemplar mejor
Lo que el mundo contiene. No te he hecho ni celeste, ni terrestre, ni mortal,
Ni inmortal, a fin de que tú mismo, libremente, a la manera de un buen
Pintor o de un hábil escultor, remates tu propia forma.



PICO DELLA MIRANDOLA
Oratio de hominis dignitate







A Amparo Chavarro Chavarro,
Por sus oraciones y rogativas.







MEMORIAS DE ALEXANDER DE BRUCCO



La mejor poesía abunda en desencuentros; nace en medio de contradicciones y, en no pocas ocasiones, las hace más hondas, produciendo estupor y consuelo a la vez: venir a este mundo valía la pena, después de todo, si puede embellecerse tanto!. La obra de Winston Morales no huye de tal designio paradójico, pues quiere reflejar, pase lo que pase, una dulzura extrema, en medio de la implacable dureza de la vida. Sus poemas poseen un tono delicadamente sereno, pleno de luz, rarísimo en nuestros días, tan pródigos en el derroche de un escepticismo vulgar. Abordan con valentía la lucidez de entender lo vano y cándido del esfuerzo humano, pero no claudican ante la esperanzadora tozudez de un universo que sigue dándonos las mismas satisfacciones originarias, eternas, perfectas.


Este solo hecho ya es extraordinario, porque nos trae a este mismo mundo, que creíamos tan lúgubre, sorprendidos de verlo tan distinto, tan plácido, tan digno de ser gozado: un paraíso presuntamente invisible localizado aquí, en la tierra de nuestros padres, en la misma que dejaremos a los que nos sucedan. El tono festivo de Winston es suave, acompasado, colorido, como lo son los objetos que lo inspiran, incluso en medio de la desazón y de la incertidumbre. No niega la horrible mezquindad de las cosas, pero afirma su hermosura escamoteada, y se deleita en exhibirla, en destacarla, en recomponerla.


El bello relato de Alexander de Brucco irrumpe en el marco de nuestra poesía nacional con un acento tan íntimo, una dulce cantinela de buenos tiempos, y la certidumbre de que el poeta recorre confiado los laberintos de lo universal y vuelve a pisar en el terreno firme de la esperanza, aun a pesar de haber enfrentado mares de tormentas y desalientos. La incursión en el mundo sagrado de las formas elementales y los personajes arquetípicos, profetas y jefes de pueblos, patriarcas de vieja estirpe, hace que el lector oiga acompasadamente los ecos de la historia sagrada que oyó en la infancia y que los tiempos que corren no le habían permitido volver a oír.


Hay aquí muchas tenues y profundas metáforas de antaño que humanizan a Moisés y a Abraham a nuestro ojos y le dan a Ruth y a Job las condiciones
palpables que se requieren para comprenderlos y acercarlos a nuestras rutinarias vidas. La experiencias de lo sublime no es ajena a este conjunto de poemas luminosos y precisos, en los que cantan también los ecos de Schuaima y Aniquirona, sin dejar de vibrar emocionadamente también con algunos de los elementos esenciales de la poesía más clásica y cantarina del Siglo de oro.


También estos poemas se apropian de una personalidad poética avasallante que, como en los demás libros del autor, crea un mundo y defiende los rasgos de ese mundo, pasando por todos los matices del negro y del gris, hasta lograr la textura blanquísima, los giros sublimes, religiosos, místicos, que distinguen a los grandes poetas. En Colombia, un país sin duda difícil, hay poesía de gran altura, y esta es la prueba.





ENRIQUE SERRANO






I
A EVA EN EL DESTIERRO






Qué hermosa es Eva

Qué hermosa la serpiente que le rodea

El árbol que crece en su talle

El fruto carnoso que despliegan sus labios

Al posar sobre la ocarina

Su música en las orillas del bosque.

Qué hermoso su cabello

-Grajillas oscuras que caen sobre sus hombros perfumados-

su nariz que respira otros mundos

y crea para tantos laberintos

el azahar y las guirnaldas que los sustituya.

Qué hermosa es Eva

Qué hermosos sus tobillos

Las huellas que dibuja sobre la arena

Para marcar el camino hacia la luz y hacia las sombras.

Qué hermosos los hijos que le ha arrojado al mundo

El río que desciende por las colinas de su vientre

El volcán de sus ojos de fuego.

Qué hermosa esta costilla pensante

Este polvo sagrado

Esta caña aromática

Que guarda en sus pechos fragantes

Otra manzana para las épocas de lluvia.




II
CANCIÓN DE EVA A ADÁN
(Para mitigar el viaje)




Cuán hermoso es el barro que se levantó de otras orillas

Y se formó como un pájaro en el bosque

Hasta cantar la diadema de los ríos.

Cuán bello su orgullo de hoja seca

Que se doblega como un faro

Al contacto inmisericorde de la espada.

Cuán bello es el hombre que bautizó a los animales de la selva,

Puso nombre a los ríos de la muerte

Y le canta al Chatak de los lejanos pinos

Para que descienda el agua de la acequia

Sobre las viñas y los olivares de las sombras.

Cuán hermoso es Adán

Innumerables son los hijos que le ha arrojado al mundo,

Innumerables las manzanas que lleva bajo el brazo,

Innumerables los ríos que ha sobre-nadado

E innumerables las colinas y las arenas recorridas

En su último destierro.

Cuán hermoso es el pájaro del Génesis:

Su boca tiene la medida exacta de los frutos del Apocalipsis

Y sus ojos las visiones premonitorias

De todos los calvarios:

Las hojas afiladas y serradas

De sus próximos destierros.

Cuán hermoso es Adán

Cuán magna su sabiduría de la muerte

Su tortuoso caminar por los recovecos de esta Terra.

Cuán hermoso el paradigma del sepulcro,

Sus costillas, sus cabellos, sus ojos, sus pestañas,

Sus manos de extranjero

En los confines de otro continente.

Cuán hermoso es Adán

Esta noche me entregaré de nuevo a sus mieses, a sus frutas,

A su siega.

Como quien va de los precipicios de las sombras

Al vórtice inigualable de otro paraíso,

Me entregaré de nuevo a él

Como la última manzana,

Como la última mujer que puebla sobre el mundo.





III
CAÍN



Mi quinto nombre es Caín

Soy la reencarnación del polvo

El hermano mayor de los caballos marinos

El barro que echó raíces

Hasta volverse un hombre

Un río de poemas y arboladuras.

Soy agricultor

Cultivo pájaros y frutas

He vivido la mayor parte del destierro en Nod

Al oriente del Edén

En donde el árbol prohibido

Se extiende hacia los caminos olorosos que ahora circundo.

Soy Caín

Hermano de Abel

Hermano de las hojas secas,

Del viento, de los pinos de Alepo,

De Set, del exilio y de las largas caminatas por la arena.

Gracias a la quijada de un burro

Conozco la voz de las orillas,

El crepitar de la lluvia sobre los mundos subterráneos
El silbido orquestal de las esferas,

Las regiones desérticas del cosmos,

El palpitar angustiado del Mar Muerto.

Soy hijo de una multiplicación de huesos,

De Adamá, de la luz,

del manantial prístino que manó de las manos de mi padre.

Cosecho peces, madreselvas, aves mitológicas,

La belleza de la divina providencia

En donde yo,

Labrador de las palabras,

Soy la parte onírica de las cosas.

Mi quinto nombre es Caín

Soy un barco de polvo

Uno de los primeros nómadas verdes;

De mí descienden Enoc, Irad, Metusael, Lamec

Y todos los hombres que tocan el arpa y la flauta.

No creo en los señalamientos, en las culpas,

Tampoco en el azar

Las cosas están escritas, prefijadas,

Soy agricultor

Y aunque a mi padre azul no le gusten mis cosechas

Hoy,

Después de tanto tiempo,

Vengo a ofrendarle mis poemas.




IV
ABEL



Caín

Hermano de vientos, nubes, diluvios y ríos

Un mar de luces opalinas gravita en los guáimaros de la ciénaga

Y se aglutina en mi espejo

Como un prisma que nos dice:

La muerte es una puerta

Y el tiempo una ventana

Por donde nuestros pasos presurosos

Perciben otras cosas, otros mundos.

Bello Caín

La quijada de burro con la cual me mataste

Tenía el olor de las encinas y los pinos,

De tus labios venían hasta mi norte

Unos chopos amarillos

Que enhilaban mis pétalos melancólicos

En el hilo de la muerte.

Hermano profanado por los cielos

El dolor de tu hacha cavernoso

Penetraba mi topografía más remota

Mi geografía y mi valle más sagrado.

Ante el golpe subceleste

Que yo he encontrado sutil y generoso

Y que tú asestaste con una sabiduría infinita

Yazgo en la orilla de tu río, pensativo.

Oh, amado Caín

Tus huellas de madreselva

Van decorando mis entrañas,

Van vistiendo de semillas, de hiedras y resinas olorosas

Mi cuerpo fatigado por los viajes.

Mi sudor se impregnaba de tus frutas;

Tus piñas, toronjas y zapotes

Decoraban mi cabeza

Con coronas tejidas por cientos de cuchillos.

Nada soy sin tu golpe

Herrero milenario;

Tus manos son el yunque

Que moldean, a la sombra de estas islas misteriosas,

La herradura, los cristales y los cuarzos

De otras Islas en el hado de la muerte.

Caín

Hermano de mis antepasados

Hay en ti un pretexto para silenciar la historia

Como si la memoria de las dagas

No aceptaran la muerte de Goliat


Como una templanza de David,

Mi muerte es una templanza tuya.

Amado Caín

Por tu golpe y tu palabra

He conocido el paraíso.





V
NOE




Me llamo Noé

Soy hijo de Lamec

Y descendiente de la lluvia

Soy hijo de esta ascensión de los seres al fuego

Creo en el origen de las cosas

En la evolución

En la muerte como amanecer

Y en la vida como pretexto de la muerte.

Me llamo Noé

No tengo arca

Ni siquiera un bote con remos

No he sufrido ningún tipo de diluvio

No he soportado el peso de la elección divina

Pero igual que el poeta de mi vida antepasada

He navegado todos los ríos

Todas las aguas

En busca del puente inteligible

Que me conduzca a Schuaima

Y al manantial sereno de todas las esencias.

Soy Noé

Y formo parte de las tribus del camino

Toda especie de animal me pertenece

Declaro como mías

Esa constelación de plumas que cruzan el Atlántico

Ese cielo de fósforos volátiles

Que besan a las estrellas en la hora nona.

Soy nieto de Matusalén

Y me apropio a voluntad

De los cisnes

De los peces y los pájaros

De las piedras y los riscos,

De los árboles.

Aunque no conozco en su totalidad el cosmos

Llevo en mis manos

El mapa de los pueblos

Por donde camino, navego, vuelo

Canto y elevo mi sueño

A otro minuto de ser

A otra corriente de río

A esperar a la niñez

-húmeda niñez, lluvia original-

Que viene de la arena

A restituirme

A fortificarme

A transformarme

En otro diluvio

Y en otro tiempo de sequía.






VI
ABRAHAM



Ahora que he saltado del barro a la vida

Ahora que soy polvo, hojas secas, velámenes y flores

Me llaman Abraham.

Una voz y brisa de Kithara

Me condujo por los caminos olorosos de Siquem.

Soy Abraham

Dejé mi tierra, mis parientes y la casa de mis padres

Soy dueño de todo lo que alcanza a visualizar mi pluma:

Los campos, las pirámides, las altas torres de trigo,

El agua de los cántaros

La mujer que entreabre sus contornos

A las gotas gentiles de la lluvia.

Soy Abraham

No conozco de grandes plagas;

Apenas sé de los estorninos,

De los tábanos y abetos,

Del albatros que se endurece como un barco

Y ondea sus plumajes y sus remos

Por las aguas cenicientas del Mar Muerto.

Me llaman Abraham

Formo parte de una gran nación;

Una nación que llueve y canta,

Salta hacia las arenas tórridas de Schuaima

Cuando el sol como agua

Humedece la piel reseca de los castaños

Y los labios virginales de todas las doncellas del Eufrates.

Soy Abraham

Mi nación es infinita y libre

No colinda con nada

No está demarcada por idiomas o banderas

Ni siquiera por el lenguaje de las hojas.

Desde el lugar donde esté

Toda la Tierra me pertenece.

Que griten de alegría los árboles del bosque

Que los ríos con sus aguas proclamen estas tierras.

Yo me levanto como el viento a las alturas

Y arropo con mis manos revestidas por la lluvia

Las arenas desérticas de Canaán, de Ur, de Harán, de Betel,

De Hay, de Zoar y de Egipto.

En esta cumbre de flores y resinas frescas

Abriremos la encina sagrada de las premoniciones,

La limpiaremos,

La acondicionaremos para infinidad de cosas,

Esta será nuestra casa, nuestra Terra

La nación que carecerá de norte

El país que nos llamará a gritos

Para que lo habitemos.





VII
LOT





Sodoma

Por tus tierras descienden cenizas

Tristes las liras de tus valles

Que no saben otra cosa que el silencio.

¿ A dónde se fueron tus redes oceánicas,

el olor a brea de tus barcos

y tus toneles rebosantes de vino?

¿Acaso no había en tus vísceras

diez hombres que te salvaran?

Por amor a los diez

La lluvia de azufre y fuego

Sería maná sagrado

O una manifestación de peces y de pájaros.

Gomorra

¿Qué era ese humo que subía a las estrellas

como el vaho de un horno?

¿Qué era esa columna de nube y polvo

de la cual manaban piedras y fuego?

¿Qué vieron los ojos

que antes de ser sal fueron luz?

Levántate de tus cenizas

Como el ave que remonta vuelo a las alturas,

Levántate que las estatuas de sal

Ya han despertado del sueño,

Levántate Fénix de los escombros

Y busca tu nuevo nido

Donde incubar a los hombres;

Que entre tus patas

El fuego arroje a las playas de Saidam

Polluelos montados al viento

Que hablen de las cosas inanimadas y vistas.

Sodoma y Gomorra

¿Qué había más allá de la sal, de Zoar y los valles?

Que la brisa Maarabit traiga tus palabras.

Yo soy Lot

El hombre que corrió a las montañas

El padre de los moabitas y amonitas,

El hombre que se sentaba a las puertas de Sodoma

A mirar pasar el viento,

Las caravanas, los nómadas verdes, los ríos,

El Milano que insistía en navegar a las alturas;

El varón que hoy,

Después de este silencio milenario,

Cambia todas las tierras:

Zoar, Moab, Néguev, Gerar, Shur,

Cades y Séforis

Por mirar hacia atrás,

Por quedarse en el valle como gigante de piedra

Con el espejo y la imagen

Que solo conocen la sal y la muerte

Y los que tuvieron la osadía de mirarte a la cara.




VIII
JACOB




He descubierto a la sombra de la escala,

Que el número del hombre

Continúa siendo, inclusive hasta la muerte,

El número desigual de la escalera.

Que mi lucha banal con las alturas

Me arroja hacia el fuego, hacia el agua, hacia el aire;

Hacia el rojo, hacia el azul, al amarillo

Y que a través de mi visión por la escalada,

No existe el arriba, la izquierda, el abajo, la derecha,

El horizonte.

Escuchen!

Cambio mi primogenitura, mi herencia, mi camino

Por un peldaño hacia las sombras;

Cambio mi batalla con el ángel

Por un pequeño surco,

Por la siega,

Por el viejo campanario que se dobla como muchacha triste

Cambio toda disposición de altura

-Ahora ni siquiera mi espíritu es del aire-

Por aferrarme a un centímetro de tierra.

El trueno, la lluvia, el viento, la roca

Regatean a costillas de mi enfado

Una hectárea de velámenes y olores.

No sé si fue Auriel, Rafael o un fantasma

No sé si fueron Ondinas, Sílfides o Gnomos;

Tal vez me enfrenté al reflejo vibratorio de mi imagen,

Al movimiento mezclado de mis formas:

Al águila, al león, al toro,

Al pisón, al gihón, al hiddikel, al nilo;

Tal vez al sepulcro, a las sombras,

Al espectro imposible que me habita,

A la blasfemia de saberme casi humano.




IX
EL LIBRO DE JOSÉ



Soy el prestidigitador

El hombre que traduce la voz de los espejos.

El sol, la luna y las estrellas,

Tal como me lo reveló la nave tortuosa de los sueños,

Me iluminarán hasta el final de las jornadas.

Luego de sesgada la parvada de los astros

-Que bajan cantando sus templanzas por los recovecos de la tierra-

Se posará ante mí

Un séquito de sombras

Que me traducirán el advenimiento de otros mundos.

Soy el prestidigitador,

El patriarca hebreo al que le encomendaron la cifra de los ríos,

Soy nieto de Isaac e hijo de Jacob;

Me ha sido dado develar

El velo de la noche,

El agua de la altura y sus antorchas,

El vuelo sombrío de la muerte.

Soy José

Interpretador de sueños:

Los collares del tiempo

Se extienden a mi espacio

Y arremolinan mis diagramas

Como un fantasma que le huye

A las alas impalpables del sepulcro.

En la luna de las hojas cayentes

-La luna del pasto rojo-,

Vendrán a mí

Los juegos de las nubes,

Y las imágenes del cielo

Como un gigantesco himno

Abrirán los pórticos del mundo

Para afinar los caballos del Apocalipsis.

Soy el prestidigitador

Me ha sido dado develar

Los sueños del copero y sus alforjas

Del amasador de harina y sus viandas

Del mago y sus últimos calvarios por la tierra:

Tendré delante mío

La vid con sus sarmientos,

Los canastillos de pan

Que pronosticarán la muerte,

Las siete vacas del Faraón

Pasando por las riberas del Nilo solitario.

El centeno ondulado por las alegres ruecas

Me contará la angustia en la que se encuentra

Una muchacha loca como el aire

En las impresiones del vuelo, el agua, los sueños, las orillas.

Soy el prestidigitador

Si me muestran sus manos,

Habrán conocido las aflicciones en las que se encuentran sumidos

Los fantasmas de otras tierras.




X
MOISÉS



Porque no hay nada que perezca

Ante la luz de las palabras

Ni hay sabio mar

O fuerte río

Que se exalte a mi cayado

Hoy con el espíritu del verbo

Divido el mar en dos

Separo los ríos

Abro el lago o cualquier fuente rizada

De viento o música

Y los convierto en tierra seca

Para labranza o puente.

Ábrete Mar Muerto

Que conmigo vienen

Todas las tribus de Sucot, de Etam, de Migdol,

De Moab y de Edom.

Ábrete gigante de sal y piedra

Que por tus vísceras

Circundan los niños,

Las mujeres con sus bocas pobladas de gladiolos y mirtos

Para hermosear la nueva tierra que nos llama.

Ábrete Mar Muerto

Que entre tus murallas de agua

Viene corriendo la vida

El Edén, el destierro, el arca,

Sodoma y Gomorra,

La brisa del este

Apoltronada de voces

De cuerpos apócrifos.

Ábrete piélago muerto

Porque de tus entrañas

Manarán egipcios, israelitas, amorreos, hititas,

Heveos y cananeos

Condenados al canto de la lluvia y el viento

Y sobre tus aguas amargas

Echaremos el arbusto que te vuelva dulce;

Dulce como el kithara y el tricordom

Para la boca sedienta y sabia.

Yo soy Moisés

El hijo del agua

El amo de los arrecifes y los peñascos

Ábrete Mar Muerto

Que así como a tu hermano,

El Mar Rojo,

Cruzaré tus aguas con mis arcas, mis diluvios

Caballos y jinetes

Hacia la nueva tierra,

Y la leche y la miel

Correrán por tu sangre tórrida

Y lloverá sobre ti

El maná que te vuelva a la vida eterna.





XI
LA ELEGIA DE SANSÓN



Como una nube de fuego

En busca de la masa de sus propias luces

Así vino Dalila a mí;

Como un canto, como un grito,

Como un eco inmortal y tembloroso,

Izado en el infinito de mis cabellos hercúleos.

Como una flecha, como un dardo, como una espada;

Besó el viento, cruzó la muerte, sesgó los trigos

Y llegó a mí con la fragancia de las viñas y los olivares

A doblegar con sus encantos de abigarrados colores:

Los enigmas de las noches,

Los misterios de las mieses,

El fuego inclemente de las reposas

En las puertas y cerrojos de los filisteos.

Llegó a mí del valle de Sorec

Con un enjambre de abejas en la boca de los leones

¿Qué podía ser más devorador que ella

y al mismo tiempo más dulce que ella?

Como una nube de fuego

Surcando la nave poderosa de los sueños

Así vino Dalila a mí

A entretejer mis siete trenzas de cabellos

A revolver mis pujanzas en un clavo

A hincar mis cóleras en la tierra.

Llegó Dalila a mí

A desnudar la enramada de mis contemplaciones

El eco de mis sobresaltos.

Su puñal de salvajina penetró las cimas de la inmovilidad,

Del enigma, del secreto

Extrayendo de las propias órbitas de mis labios

La forma de conducirme hacia la muerte

De volverme pasajero de su propia muerte

¿Qué podía ser más devorador que ella

y al mismo tiempo más dulce que ella?





XII
CANCIÓN A RUTH
(La moabita)



Como una roca sobre la roca

Como una espada sobre la espada,

Hay una fragua en toda Moab

Que centellea con el filo frío de la muerte.

Un fuelle que ondea

Entre las hojas crispadas del acero

Y cuyo fuego

Retumba en medio del mar de Galilea.

Una joven inflamada

Como las altas horas de la noche

Cuyo paso por las escalinatas del gran templo

Detiene la visión de príncipes y verdugos

De herreros y sacerdotes.

Como una piedra sobre la roca

Como un puñal sobre la espada

La hija de Abinoh

Demarca con sus senos

Las fértiles planicies del río Rogitama

Y una vez venida de la muerte

Ha traído al mundo

La perennidad del fuego

La música perpetua de las fraguas

La tonalidad imperecedera de los yunques.

Bajo el golpe de los martillos

No hay otro más violento

Que el producido por la muerte,

Bajo el sonido del acero

No hay otro más secreto

Que el entonado por las sombras

Y esta mujer, llamada Ruth,

-Inquebrantable como los cuchillos de la noche-

Conoce las estrellas del gran Ébano

El vapor del ininteligible caos,

Los cerrojos y la cólera del sepulcro.

Como una roca sobre el océano del Hades

Como una espada sobre el territorio de Proserpina,

La hija de Abinoh

Ha circulado por los últimos caminos

Como una paloma sobre su primer diluvio,

Como la imagen del ancho espejo de la muerte

Sobre el brazo desnudo de una espada;

Y sus manos llevan piedras para el hambre


Y sus ojos continúan con el fulgor de las estrellas

y sus cabellos llamean como el mito del Apocalipsis;

instaurando y restaurando

la próxima venida de Majalón

sobre las lindes de otro paraíso.





XIII
LA PASIÓN SEGÚN DAVID



Oh, Betsabé

-canto de corales y náyades de musgo-

Quiero alabar tu desnudez

Como un crisol alaba de la luz

La porción de los aceites

Y las gomorresinas del espejo.

Quiero alabar tus cabellos de estrella milenaria

Y poner ante tu talle y tu pliegue de paloma

Todos los territorios de Sión, de Judá, de Israel,

De Betfagé y de Séforis.

Quiero homenajear tus labios,

Tus rodillas de sinagoga

Tus pechos balsámicos

En donde convergen

Los vivos y los muertos

Para levantar en medio de tantas religiones

Las teorías sobre los orígenes de la tierra.

Betsabé

Quiero homenajear en nombre tuyo

A Saúl y a Jonathan ,

A Schuaima y Aniquirona,

Quiero festejar en nombre tuyo

Todos los silencios de la luna,

Celebrar en nombre tuyo

Todos los rumores de la acequia,

Cantar en nombre tuyo

Todos los himnos de la noche.

Los salmos que no he escrito todavía

El hermetismo de los evangelistas románticos

Y todos los lenguajes de estos precipicios

Destilarán tu nombre, tu aroma y tus palabras

Bella estatua del santuario

Para enaltecer la memoria del hijo fallecido

Y regocijar a Salomón

Victorioso en medio de la sombra y sus espejos.

Betsabé

-Beso del hitita-

mi amor no acarreará otro destino

que la muerte de Urías en el campo de batalla,

mi beso no provocará otro sonido

que la deshonra de Tamar por los desiertos,

mi abrazo no contendrá otro principio


que la rasgadura violenta de mis ropas,

y mi tacto,

sobre tus rodillas desarmadas,

la rebelión de Absalón contra su propia alfanje.

Ven amada Betsabé

Sin embargo en esta noche,

-Luego del amor-

ningún castigo cobrará el valor

que tú y yo nos merecemos

en la candidez del abrazo de otra muerte.




XIV
EL CARRO DE ELÍAS

“Me arrepiento de haberme
tomado tanto trabajo en
destruir la ignorancia”.

Roger Bacon.


Inmolo mis poemas para que sobrevivan a la muerte

Y las piezas fugitivas de la hoguera

Llamean en el borde de la espada como el carro iluminado del profeta.

Elías es su nombre:

Viaja en puño de acero, humo y fuego

Bruñido el carruaje en su singular espejo

A través del mar y sus orillas.

Elías es su nombre

En dirección ascendente hacia el abismo

-De donde proviene-

El hombre desaparece como una ola,

Se doblega como una rama sobre su última esquina,

Como un cuchillo sobre su piedra de afilar.

Donde mora un nebuloso ser llamado Dios

Elías irrumpe con su música secreta,

Y el universo de expande ante la tonalidad

-Constante y simultánea-

De un carro de fuego
Montado por un hombre.

Elías es su nombre

Nadie sabe su lugar de origen

El sitio exacto por donde dejó la tierra

Llegado al punto de lo absoluto y verdadero

Todos dicen que fue agarrado también de los cabellos

Y obligado a abandonar el mundo de los muertos.

Elías sigue siendo su nombre

Así se aparezca en la cima de una extrañísima montaña

Transfigurado por la luz

Y las emanaciones de otra muerte.

Elías es su nombre

Posee el poder de llegar a los lejanos velos

Y sacar del flujo magnético del cosmos

El oro, el cinabrio, la sangre, las palabras.

Del mismo modo del que se sirvió

Del cáliz y del vino

Para llevar su espíritu al mar de las ilimitadas olas

Así Elías emprenderá su viaje

Por lo manifiesto, por el mundo

Hacia un paradigma eterno

-Sin duración o calidad-

para despertar a través de la sustancia

en los recovecos de otra blanquísima colina.



XV
CARTA DE JOB
(A los desposeídos)



Despertar y empezar a ser el sueño,

Empezar a ser

Esas águilas nocturnas

Que montan sobre el viento

De cachingos perfumados

Sobre las tibias cavilaciones de Betfagè.

Empezar y despertar

A transformaciones extrañas.

Despertar y comprender la muerte,

La elasticidad de sus tinieblas,

Su luz de icono

Sobre el tapiz mediterráneo de los sueños.

Despertar a la lepra,

Al hambre, a los cansancios

Abrir los ojos a la vida.

Caminar por las arenas desérticas de Egipto

Comprender el salitre de los astros,

El viaje hacia la tierra prometida,

Los anchos olores de la muerte.

No pensar, no dudar,

Creer en la cruz y en sus palabras

No reflexionar la cercanía del olvido

No cuestionar el equipaje de los muertos.

Empezar a ser resurrección,

Pervivencia;

Ser de nuevo Job:

El hijo más querido de la carne

El bienamado hijo de la noche.

Despertar y empezar a ser el sueño

-Sin evitarlo me persiguen las fuerzas del sepulcro

inevitable

me encandilan sus hedores,

inevitable me pueblan sus fantasmas

sus voces, sus ecos, sus hambres,

inevitable soy un hombre, pudiendo ser un santo,

y las negaciones del Apóstol

reivindican mis trayectos-.

Despertar y empezar a ser el sueño,

La muerte:

Empezar a ser.






XVI
LOS VIAJES DE EZEQUIEL



Entre trompetas feéricas

-Altas trombas que viajan por el éter-

tuvo sus visiones Ezequiel.

Arabescos timbrados en el aire

Le advirtieron de las cosas

Que buenamente ocurrirían

A través de las ranuras de la noche.

Y vio Ezequiel todo lo que acontecería en un futuro:

Cómo estaría de cambiante todo,

Cómo el caballo del Apocalipsis

Transitaría por las hordas del desierto

Hasta arrasar con los campanarios de la iglesia.

El remolino de bronce y fuego

En el cual se movilizaba

Lo transportó por la antigua tierra de Judá ,

También por los tiempos

Posteriores a su carne;

Tiempo de la guillotina

Que se descuelga de los territorios de Proserpina

Masacrando el cráneo del revólver,

Del cuchillo, de la honda.

Y vio Ezequiel a través de las órbitas del cielo

Las huestes de los pueblos levantándose,

Desmoronándose como castillos de naipes,

Como una soldadesca de plomo

En las orillas de las llamas.

Y escuchó Ezequiel los quejidos de la tierra

Los timbales de los cuarzos en lo profundo del espejo.

E interpretó Ezequiel,

cómo avanzaba todo,

Cómo se movilizaban las grandes guarniciones de la guerra,

Los ejércitos del hambre

Los números del desalmado en las inscripciones de las altas cordilleras.

Y sintió Ezequiel,

otra mañana,

Otro sueño rodando por la casa del durmiente,

Otro sol, otra sombra

Otro Ezequiel observándose a sí mismo.




XVII
CARTA DE LOS FARISEOS
A JESÚS DE NAZARET




Niño de Belén

Tú que vienes de las pesebreras,

De ese silencio absoluto

Donde la sabiduría se puebla

De viento, de río, de calambrinas olorosas

E invade de lluvia

Al aliso, al cajeto, al siete cueros de la montaña

Enséñanos a conjugar la belleza.

Tú que eres viajero de otras épocas

-Distantes a las nuestras-

Enséñanos a bautizar las encinas del bosque,

A respirar el silencio

A orillas de la Quebrada del Muerto.

Niño de las grutas subterráneas

De Zoar y los caminos,

Tú que conoces el vaivén de las hojas

Que atraes la revolución de los peces,

Que vas hasta lo arduo del valle

A dejar tus pisadas de lluvia

Sobre las tierras infértiles del Monte Nebo,

Danos esa sabia forma de mirar el mundo

El silencio sagrado que atiza nuestro pecho

Para reconocer en las piedras

La amalgama de los mármoles y los diamantes

Y el gozo de las inescrutables semillas

Que caen como navíos de viento

Al piélago desnudo del Rogitama.

Somos los fariseos del templo

Y nada nos consuela tanto

Como el sonido del metal en nuestras prendas,

Danos la posibilidad de levantar en tres días la casa,

De restituir nuestros cuerpos apócrifos.

Con tus azotes de salvajina y madreselva

Haremos un nudillo de escamas

Para nuestras almas saduceas

Y remontaremos el vuelo como frailecillos copetudos

Hacia la inmortalidad que tú meditas.

Allá lejos

No habrá más ofrenda que la contemplación de los cuatro metales

Y un candelabro de cobre

Dará luz a nuestros ojos;

Un cielo bramante de estrellas

Esparcirá sus imanes

Y no habrá cenit, ni crepúsculo, ni nadir,

Sólo una nada absoluta

Que sólo conocen los hombres de las estrellas

Y que tú,

Niño de las premoniciones más remotas,

De las verdades inverosímiles más lejanas

Has escrito con tu sangre de ciprés,

Has dictado con tu canto de azor

Y tu mirar diluido en la hoguera de las sienes

Cansadas por las piedras.

Haznos libres huidizo niño de Belén

Que las borrascas del templo sagrado

Han hecho de estos fariseos

Un cúmulo de huesos erráticos.





XVIII
PAPIRO ESCRITO A ORILLAS
DEL MAR DE GALILEA



Yo no escribo para complacer a los hombres de la tierra

Mi propósito en la vida

Consiste en escanciar

La ruta de los otros

Y hacer menos difícil el camino

En el vasto principado de las sombras.

Yo no vine a este planeta

A complacer a los hombres de los cielos

Mi reino no es de este mundo

Ni del otro tampoco:

La tierra a la Terra

La ceniza a la ceniza

Y el espíritu a la luz,

Esa es la trilogía más perfecta.

Como una lámpara rapsódica de conocimientos

Sé cosas tan pequeñas

Como la resurrección de los muertos,

El libre albedrío

de multiplicar panes y peces;

cosas tan complejas

como lavar los pies a mis amigos,

quitar la lepra, sanar enfermos;

y lo que es peor para escribas y saduceos

contemplar por horas,

la belleza sugerente de los astros.

Yo no vine a estas estrellas

A complacer a los hombres del infierno.

Nada me conmueve tanto

Como el hombre por el hombre,

La quietud de los mercaderes de Sajonia,

El tenue batir de pescadores,

Sus redes oceánicas

Sobre las vastas cavilaciones del mar de Galilea.

Nada me consuela tanto

Como la absoluta belleza:

El ronroneo de la noche,

El canto de los ríos,

La polifonía de la lluvia

Bajo el rumor soterrado de las piedras.

Yo no escribo para complacer a los hombres de la tierra,

-Y no creo que todo esté perdido-:

Aún escucho la oración de las cebollas

Y sé que el universo es joven todavía;

Escucho el pájaro del aire

Que golpea con su música delgada

Los techos de Getsemaní y Jericó,

Y sé que su voz traerá buenas nuevas para el alma.

Haré de este lugar

Un paraíso para todos,

Construiré para mis hijos

Un mundo que esté vigente

En los planos absolutos de la nada,

Un reino que exista para todos

Y que ofrezca a sus viandantes

Un tibio leño donde reposar

La perennidad de las hogueras,

La música infinita de la muerte,

Los sortilegios fantásticos de la vida.




XIX
LÁZARO
A Jader Rivera Monje.



Ahora que soy tantas cosas al tiempo

Ahora que asumo mis vidas pretéritas

Y las lanzo a la carne o al barro

para que se vuelvan poemas

o pequeñas hojas que se enfrenten

al aire rizado del Zaire

me llaman Lázaro.

Soy Lázaro

El hijo de Betania

El hermano de Martha y de María

He conocido la muerte

Su río de rosas, gladiolos, violetas, mirtos y lirios

Que he transitado, navegado y respirado

En los cuatro días que duró

Esa odisea por el mundo fascinante de las sombras.

Soy Lázaro

Tengo setenta nombres

Música, viento, pájaro, buey, lluvia

Son algunos de ellos

Creo en la resurrección

En la pervivencia

En el soplo cálido que trasciende

Más allá de estas tribus.

Me he levantado del barro nueve veces

Y ahora

Soy el polvo que no vuelve al polvo.

Mis manos y pies

Todavía están atados con envolturas de entierro

Pero también es cierto

Que bajo mi cuerpo crece la hierba

Circundan el gusano, el ciempiés, las calambrinas olorosas,

La gaviota que remonta su vuelo

En busca de otras corrientes de aire.

Soy Lázaro

Habitante de Betania

Amigo de las sinagogas

De Canaám, de Cafarnaum, de Nazaret, de Galilea

Y de otras tierras lejanas

Cuyos nombres no entenderían

Tengo el rostro cubierto con un paño

Pero cada vez que me levanto a la vida

Cada vez que una mariposa

Me recuerda que he nacido de nuevo

El paño va cediendo paso

A otras estrellas, a otras luces, a nuevas especies de animales,

A otros caminos.

Soy Lázaro

Y en este viaje al final de la vida

Me sentaré sobre otra roca

A hilar el cordón sagrado

El pedazo de río

Que me devuelva a otra corriente

En donde todas las voces clamen,

Todos los músicos canten,

Todas las lluvias digan:

“Lázaro, levántate!”





XX
CARTA DE UN ESCRIBA
A MAGDALENA



Yo no sé de dobleces de campanas

De sanear o purificar sepulcros

Pero un torbellino de hojas secas me conduce hacia tu vientre

Y alguna parte de esa música secreta

Que tú reinventas y traduces.

Yo no sé de multiplicación de pájaros y peces

Ni siquiera escanciar las ánforas de vino

Pero busco tu cuerpo Magdalena

Como si fuera ese santuario

Donde redimir mis carnes y mis velas

Agobiadas por los golpes de las sombras.

Yo no sé de resurrecciones

-Acaso mi carne no soporte tantas instancias-

No se perdonar las querellas con el polvo

Pronosticar las épocas de lluvia

Pero estoy seguro Magdalena

Que mi amor te reivindica de las culpas

Y talla en tu ofertorio

Una parvada de pájaros azules

Donde sopesar tus deudas y tus vinos.

Yo no sé de estrellas y ovellones

De esferas cuyo fin esté más allá del cosmos,

Pero mi conocimiento en tu cabello

Quiebra los mapas

Y mis manos no poseen otro lenguaje

Que el mismo que tú diagramas

En el río de la muerte.

Desde las selvas sirias

Hasta el mar occidental,

Desde el monte Nebo

Hasta el río Rogitama

Irá mi ancho y dulce amor, bella Magdalena,

Revestido de luz para tus hombros

Y un collar de caracolas

Hará tejido con peces de distintas geografías

Para adornar tu pubis

Y tus cabellos crispados por los astros.

Yo no sé de oratorias y viejas enseñanzas

Mi lenguaje no supera los silencios de la tierra

Pero acaso me domina la palabra

Y un Te Amo

No sea otra respuesta

Que el peso enamorado de esta cruz.





XXI
CORO DE GENTILES
EN LAS AFUERAS
DE BELÉN




¿Quién es éste que viene en un pollino

como si el asna con su crío

fuera el mejor de los santuarios?

¿Quién es éste que solía gravitar sobre las aguas

desafiaba la luz y sus orillas

y ahora camina sosegado

sobre las anchas hojas del yarumo?

¿Quién es éste que entra en Rogitama como el mejor de los monarcas

conoce los territorios de las sombras,

los precipicios de la muerte

como las palmas de la mano y sus líneas?

Este es el danzante de las músicas del cosmos

La luz que multiplica los peces de los ríos,

El fuego que llamea en los postigos del sueño.

Cuando sus manos danzan es la lluvia la que danza

Cuando sus ropas brillan es la luz de otras orillas

Cuando su neuma emana es el sol y las estrellas las que emanan.

¿Quién es éste que despacha con su voz de agua pura

A todos los vendedores del templo

Y redime a la ramera

Como al más noble de los frutos?

¿Quién es éste que una vez crucificado

se levanta del sepulcro

llena sus manos de semillas y corales

y parte con sus trajes

por los recovecos de las sombras?

¿Quién es éste que multiplicará de nuevo el viaje

remontará sus pasos por el mundo

y vendrá a redimirnos?

Este es el profeta de las sinagogas

El amo de los árboles del bosque

El padre de todas las esferas

El conocedor de todas las orillas.

Cuando su voz canta es la voz del trueno,

Cuando sus labios hablan es la lengua de la lluvia,

Cuando sus ojos miran son las luminarias las que miran.

¿Quién es éste que conoce los lenguajes de la Tierra

habla el idioma de los grillos

y traduce la voz de las quebradas?

¿Quién es éste que ama a todas las mujeres

resucita a los hijos de las sombras

y da la música al sordo

y el camino al paralítico?

¿Quién es éste que una vez izado en el madero

divide al humano del humano

al hombre de los hombres

y marca el mapa del sepulcro

para que las luces que se enciendan

conozcan el camino?

Este es el hijo de las selvas;

Cualquier sonido que emane de su boca

Se multiplicará setenta veces siete

En la boca de otros pobladores

Cualquier milagro que fluya de su vida

Nos nutrirá en la espera de otras muertes,

Cualquier intento de escalada

Será la brújula a la luz

La veleta que anuncie otros caminos.

¿Quién es éste

que una vez desnudo

resplandecía como el trigo,

como el ágora, como el espejo?

¿Quién es éste que herido y flagelado

era capaz de sonreír

mostrar su gracia a los planetas

y resucitar en medio de las malas premoniciones?

Este es el hijo de la noche;

Una sola palabra suya

Bastará para minimizar la especie

Una sola palabra suya

Multiplicará el poema

Una sola palabra suya

Será nuestro retorno.




XXII
PAPIRO A LAS HERMANAS
DE LÁZARO



Paseaban en las mañanas por los monasterios de Betfagé.

Las veía con los párpados apagados

Por el insomnio que me causaba

La oscuridad de sus cuerpos.

Sabía la hora de su tránsito

Sabía que desfilaban desnudas por las escalinatas del bosque

Antes del amanecer

Y el rumor descollante de los planetas.

Eran Marta y María

Hermanas de Lázaro,

Eran como dos gotas de lluvia

Sobre las arenas desérticas de Caparnaum,

Como el pétalo del crepúsculo

Sobre las noches brumosas de Tiberíades.

A pesar de la segunda resurrección de la carne

Seguían pensando en levantar en tres días la casa,

En resucitar al Betanio

Para contagiar de belleza a los escribas del templo.

Aun tras la muerte del Nazareno, permanecían bellas

Bellas hasta la saciedad de los últimos caminos.

Lo único que las diferenciaba

Era el aroma inescrutable de sus ropas

El color de sus labios

Retocados por la espesura del bosque.

Paseaban en las mañanas por los monasterios de Betfagé.

En su vorágine vegetal por las riberas del río

Desfilaban desnudas igual que gladiolos, cajetos o sauces llorones

En su travesía hacia las lámparas encendidas de las tinieblas.

Ni el azulejo, ni las chicoras, ni los cafhíes

Provocaban en mí, tantas cosas hermosas

Como el sonido de sus voces

En el traspatio de aquellas casas lejanas.

Eran insoportablemente hermosas

Lozanas, pensativas

Altas como los abetos de las sinagogas

En donde remontaban sus canciones

Y sus oraciones de vírgenes distantes.

Mientras un pecador como yo

Padecía sus encierros, soportaba sus angustias

Y enfrentaba su calvario

Ellas ingenuas

Doblemente ingenuas

Triplemente hermosas

Cantaban el desprecio hacia los hombres de la tierra.




XXIII
EPÍSTOLA A LA TRAICIÓN



Vesánicos del Neguev

Malditos suicidas de estas tierras

Ustedes me han ligado a otro concepto de la muerte.

Yo había huido con el viento Maarabit a otras latitudes

Pero un futuro incierto nublaba la herradura.

Había pensado en restituir la casa

En comprar flores amarillas para la última cena

Pero ya todo estaba dispuesto.

Desde antes de nacer toda está dispuesto:

Nombres, padres, pecados y hasta los más crueles amores

Escritos en el pergamino de los días.

Todo estaba hecho;

La mesa, la última conversación, los deberes,

Las negaciones de la piedra

Antes del canto despavorido de los gallos.

Padre de los desdichados

Lejos estoy de ser mala hierba en el campo de trigo,

Lejos estoy de ser la traición,

El pecado, la cadena maléfica de los evangelios.

¿Quién hubiese hecho lo que yo llevé a cabo?

¿Quién para esculpir el beso amoroso sobre las mejillas marmóreas?

¿Quién para rechazar los treinta denarios y los húmeros?

Soy la semilla de mostaza de la que habló el evangelista,

Los precipicios me producen vértigo

Y no hay más placer sobre mis carnes

Que sentir el peso de la roldana sobre las ropas.

El apóstol no bebe cicuta ,

Se ahorca;

Era menester mío el ahorcarme

-Así estaba escrito-

Era menester buscar el eucalipto de las epístolas

El eucalipto al que le colgaban cuatro hojas

Para colgar mi cuerpo solitario,

Mi cuerpo señalado por la hoguera,

Por la mezquindad de la piedra,

Por el celo de los otros,

Por la bifurcación de los espejos.

Anómalos del verbo

Anarquistas de las escrituras

Es una bella manía esta de aventurar a la muerte,

Una manía constante la del suicidio.

Ahora soy llamado el padre de los suicidas,

De algo serviría tanto esfuerzo?

¿Acaso me recuerdan más que a los otros?

Los ecos de las antigüedades

Saben una verdad que las piedras desconocen;

Yo también fui un elegido:

El obelisco, la pirámide, la torre del faro

Saben esta historia sollozante,

Historia que ahora comparto con los desdichados,

Con los desposeídos, con los señalados.

Viva el más digno de los doce!

Si había una misión que cumplir

La mía se cumplió con entereza,

Como ninguno de los doce la cumpliría.




XXIV
EPISTOLA DE PEDRO
EN EL MONTE DE JERICÓ



Silencio gallo de los tamtamistas

Que las negaciones de la piedra ya no existen

Y los discípulos cantan entre todos

Un himno a la alegría.

Cesa tu canto gallo de los tamborileros

Que la muerte ya cruzó el portal del Nazareno

Y mi voz no cantará

El No, que tú evocabas a mi suerte.

Detén tu canto pájaro del monte

Y enmudece tu serenata oscura;

Debo decirle Sí a los escribas

Y afirmar las templanzas de la espada

Para que mi lengua no repita con el tararear de tantos nones

El paso de la muerte por estas sinagogas.

Calla tu voz músico ciego;

La muerte ha huido a otras geografías,

Y llegaste tarde con tu grito espeso

A contradecir lo que está escrito en las estrellas:

Le he dicho Sí a la soldadesca de la antigua Roma

Y he aseverado frente a todas las mujeres

El sonido de las cosas, el cantar de las chicoras y las piedras.

Sí: yo conozco al Nazareno,

Soy discípulo de sus vientos y sus arcas;

Sí: yo frecuento al carpintero,

Soy alumno de sus bosques y sus ríos,

Soy la diminuta piedra

Sobre la cual él

Edificara su templo y sus estadios.

Ya no acaecerán más crucifixiones

Ni despedidas en las orillas del sepulcro,

Adiós gallo de los tamtamistas ,

Guarda tu repicar en los anaqueles del olvido

Y cántale ahora a la resurrección de la palabra,

Al presente perpetuo

Porque el eterno retorno palidece ahora

Sobre la bifurcación de los espejos.

Nombrar lo innombrable

Y descifrar lo indescifrable

No son cosas del pasado,

Guarda tu voz estrofa de los condenados

Que yo he gritado Sí con los pulmones de la tierra

Y no debo esconderme ante la vergüenza de tu canto.

Cierra tu palmoteo de alas gallo de la noche

Yo conozco al poeta de Belén

Y he atravesado con él el río de las sombras,

He participado con él

En la revolución de los caminos,

He visto sus milagros, sus esencias

Sus misterios y transmutaciones en las orillas de la muerte.

Enmudece tu canto Ave de mal agüero

Que este año se han cerrado para siempre los sepulcros

Y no hay más crucifixión

Que la misma que tú te mereces.





XXV
CARTA DE JOSÉ DE ARIMATEA
A LOS APÓSTOLES

“La muerte es la máscara
suprema de la Vida.”

A. Modigliani


Yo vi la muerte

Antes de la crucifixión de mi maestro.

La vi rondando con sus pasos

La quietud de los caminos

Y envolver con sus cabellos crispados por el viento

Las fisuras de su rostro.

Yo vi a esa hermosa adolescente

Transitar los naranjales y ovellones,

Desfilar los anchos territorios de la acequia y de las sombras.

Yo sé que mi Señor

Se percató de su presencia

¿Cómo no diferenciar el calor de sus leños y sus ropas?

¿Cómo no distinguir su belleza por encima de todas las mujeres?

Yo vi la muerte

Desfilando por el valle de Cedrón,

una música distinta,

la vi mecida por la danza de las flores

en las afueras de la luna

y las cabelleras ondulantes de la tierra.

El maestro la miraba,

Yo creo que inclusive le sostuvo la sonrisa

¿Qué podía ser peor que la traición del apóstol,

las negaciones de la piedra

o el asesinato de tantos cananeos?

Aun en las horas más adversas

Mi Señor era capaz de sonreír.

Así su alma estuviese contristada,

Aquella noche levantó sus brazos en señal de regocijo

Y disfrutó la lluvia de tijeretes

Que seguían descendiendo

Por los valles y los ríos de la noche.

Yo vi la muerte

Negociando con el Iscariote unos denarios,

Vi su rostro infame y bellamente maquillado

En el rostro de Anás, Caifás y los saduceos,

Vi sus trampas en el Sanedrín

Su resistencia en el madero

Y en la hendidura de otras superficies.

Yo vi la muerte

En el lugar que todos conocen como Gólgota o calavera;

El espíritu del agua me habló de aquellas intenciones.

Vi la muerte

Y creo que era insoportablemente ciega:

-Ciega e inclusive testaruda-

Yo llegué a llamarla como novia muerta,

Como si sus antorchas fueran mías,

Como si se tratara de mi madre

O de la dulce volatinera

Que yo soñara desde joven.

Pero, ¡No!

Ella insistía en abrigar al Nazareno;

Necia se trepaba en sus húmeros,

Tonta gozaba la corona y sus espinos.

Yo hubiese querido escuchar las campanadas de la muerte,

El trasegar de las trompetas por los caballos de la muerte,

Pero tarde he comprendido

Que así la bella adolescente sea ciega

Nosotros somos lazarillos

Que conducimos sus espejos

Por los caminos bifurcados de la vida.





XXVI
JUDAS




¿Cuántas crucifixiones habrá de soportar este espejo?

¿Cuántas la imagen de la roldana al borde del árbol?

¿Cuántas veces el juicio,

los treinta denarios de plata

Bajo el corcel de los sinos?

Este espirálico sueño

Viene y va sobre mis días

Como el mar a la piedra

Como la ola a la playa

Como la gaviota al gigante presidio de la desesperanza.

¿Cuántas veces habré de llorar sal y hojas secas?

¿Cuánto durará este beso en la llaga del carpintero,

la parábola del eterno retorno?

¡Jesús el profeta ha muerto!

“Al madero con él”

gritaron los fariseos, los saduceos

y los escribas al pie de la horca.

¿Cuántos minutos durará esta balanza,

El llanto de Magdalena y la negación de las rocas?

Yo soy Judas,

Tesorero de los doce,

Soy Judas y peso mis carnes,

Mis treinta denarios, mis números, mi cábala hebrea,

Cargo mi cruz porque soy de la noche

Y me levanto de tantos calvarios

Hacia la tierra prometida.

¿Quién dijo que mi cruz era liviana?

¿Quién dijo que yo no tenía

Mi río Jordán, mi Gólgota,

Mi lugar de la calavera,

Mi cerro de crucifixión,

mi sepulcro donde resucitar

y mi propio ascenso a la luz

después de la muerte?

¡Judas Iscariote ha muerto!

“Al madero con él”

gritó en aquella ocasión

la divina providencia.





XXVII
EL APOCALIPSIS DE DAVID



Ahí viene el hombre distante de la horda

Dando gritos despavoridos por la muerte.

Ahí viene el pequeño saltamontes de la tierra

Con su piedra, con su honda, con su diminuta espada.

Ahí viene el enano del desierto

Destruyendo todo lo que se aventure en su camino.

Ni Hércules, ni Sansón, ni Atila

Se asemejan a este pequeño devorador de hombres,

A este ciego de la tarde

Que ha destruido con su piedra

Al gigante Goliat

En las orillas del crepúsculo y las colinas que rodean a la muerte.

Ahí viene David,

Cabalgando sobre un centauro de hojas secas.

En el ánfora de su cabalgadura

Viene la cabeza de Goliat, la quijada de Caín,

El cayado de Moisés, los cabellos de Sansón.

Ahí viene el hombre distante de la horda

Dando tumbos por los recovecos del desierto.

A una señal suya las ciudades caen como naipes,

A una señal suya se viene exterminando la música del río,

A una palabra suya se aciegan los cantos del árbol

y la exclusión de las quebradas.

Ahí viene el hijo de la piedra

Lanzando chispas por los viejos campanarios

Viene el hijo de la honda

Descifrando en el reflejo del espejo

Las impresiones de la lluvia

Y el expresionismo de los murciélagos del cosmos.

Ahí viene el hombre distante de la horda

Buscando a Betsabé para cerrar con ella

El pacto del último Apocalipsis ,

Buscando cerrar con ella

La última oportunidad del Hommo Sapiens

Sobre los confines de la tierra.




XXVIII
LA CANCIÓN DE LUCIFER



Mi ídolo de bronce es el abismo

El fuego, las cavernas.

La vida del maldito

-desterrado de la luz y las alturas-

Se pendula entre el mal, el bien, lo dionisiaco.

No maldigo de las sombras

No aspiro a las venganzas,

Continúo con mi vestidura satánica

Instruyéndome en el bien

Y solazándome en el mal.

Los más doctos dicen que fui expulsado del espejo,

Que mi imagen vagabundea por los laberintos y paradigmas de la muerte.

Pocos saben que conservo mi posición de ángel

Que aparezco majestuoso cuando miro mi belleza ante las nubes

Que mi sabiduría multiplica la ignominia de los justos

Y la nobleza de los desterrados

Contagia de belleza a los malditos.

Voy del ascenso al descenso

Como el viento que hila los caminos:

No creo en la maldad, en el bien,

En el pasado, en el futuro

Pues los cuatro están confinados en las sombras

Y las sombras

En el hades de un espejo orbicular.

No maldigo a las alturas

No me duele la caída

Hay un punto en que todo deja de ser contradictorio

Y nada en este punto se excluye sino que interacciona.

¿Quién ha dicho que el abismo no es la altura?

Qué la maldad,- producto de la belleza-,

No es el bien?

Que las sombras no son la luz?

Que el caído no es el levantado?

Pocos saben que sobrevuelo el infinito,

El paraíso, la manzana,

Que mi vestidura de Vampiro

Me da el elixir de la noche,

Que sustraigo del día los frutos del iluminado

Y que espero sabiamente el último camino

Para empezar mis andananzas

Por la otredad, por la vaguedad,

Por lo inmensurable,

Por lo indefinible.




XXIX
BEELZEBUB DE PALESTINA



Sí, tú eres aquél

Príncipe de los infiernos

Noble ángel de los desterrados

Descifrador de paradigmas escritos en las noches

Y multiplicador de diluvios sobre las hogueras de la muerte.

Sí, tú eres aquél

Pero cuánto distas de ser

El de aureola destellante,

Cuánto distas de la luz

A pesar de sobrecogerte en otra luz

Y cuánto de la oscuridad

A pesar de instruirte en otra oscuridad.

Sí, tú eres aquél

Ángel o demonio

El que ahora se pasea por los intrincados laberintos

Miles de servidores ahora te coronan

Se deslizan por la orilla del vasto funeral

Sobre una muerte serena que te sobrecoge;

Una muerte que se ensancha

Como la curva, como los ángulos.

Sí, tú eres aquél

El del paraíso perdido y nunca recobrado

-sobran fuerzas paro no recobrarlo-

Tu delicia recae sobre el silencio que viene

Sobre la sabiduría humilde que centellea en la noche:

Pensamiento que se dibuja como una barca

En el océano de los afligidos.

Sí, tú eres aquél

-Gozas con este distintivo-

una estrella de hojas

reposa en tu frente de hiedra quemada

y vagas por el mundo

igual que otro iluminado

restituyendo el camino para los menos doctos

y provocando, a partir de tu imagen alucinante,

la animadversión a las olas ardientes de tu precipicio ,

a la tierra despreciable de los infiernos.





XXX
LA VISIÓN DE MOLOCH



¡Desgracia a los habitantes de la Tierra!

Arremetió el maligno del infierno

Mientras veíamos discurrir

Las hondas guerras del desierto

Por los pasajes de la arena

Y sus cóleras inflamadas.

¡Desgracia! ¡Desgracia!

Los pájaros de fuego

-Encorvados por la cabellera elástica del cosmos-

surcaban los laberintos electromagnéticos del éter

y soltaban por doquier

su huevo de ira y uva venenosa

desvertebrando como un soplo

el país de los cedros y los pinos.

Por entre los montes de Armenia y el Golfo Pérsico

-En donde alguna vez se situó el paraíso-

vaga ahora, desde la época de las lunas crecientes,

el hijo de la noche.

Bañado por el Tigris, el Eufrates, el Nilo y el Pisón

-Revestido como lo que fue, antes de la rebelión y la caída-

el maligno del infierno

se pasea con sus tentáculos de muerte,

con sus hiedras vengativas y siniestras

destruyendo todo lo que aventure por el mundo.

¡Desgracia a los habitantes de esta Terra!

Vocifera con la fuerza de los acantilados

Y las voces enhiestas de las rocas.

Una cohorte de fantasmas

Le secundan en el canto,

Un séquito de hombres

Le tributan con aceites.

Desde Aurán hasta California ,

Desde las torres reales de la gran Seleucia

hasta las bocas cerradas del Mississippi

se pasea el maligno del infierno

por las llanuras volátiles de Proserpina.

Sus principados y potestades

Se doblegan como ramas

Al paso majestuoso de los falsos evangelios.

Sus columnas de humo y fuego

Continúan tatuándose en la tierra

Como una señal de insólitos presagios

Mientras la noche se retuerce

Al florecer del hongo radioactivo

Y el hombre

Evocando la memoria de la Sodoma de los moabitas

Queda prendido al viento

Como la estatua del Apocalipsis,

La torre de sal de los últimos sepulcros.




XXXI
EL HOMBRE



Mashiaj es mi Pastor

Nada me falta.

Me sobrarán las frutas, las hojas, las veletas,

Las esferas que transitan por el éter,

El poema que crece silencioso

En el árbol prohibido y permisivo de la noche.

Mashiaj es mi Pastor

Nada me falta.

Me supliré de las cosas que circundan por el mundo:

Los cantos, las quebradas, las orillas

Y recostaré mi espalda

Sobre las piedras del desierto,

Contemplaré el vuelo estrepitoso de los ríos

Sobre el lienzo claro-oscuro de los valles.

En la época en que escasee la vida

Y Satanás se levante como un himno en la baraja

Mashiaj me surtirá de la frescura:

Caminaré desnudo por el cosmos

Como una estrella más del infinito

Como un cometa sobre el lienzo luminoso de la muerte.

Y vendrán la fama y la derrota

Como dos hermanas, hijas de Calíope,

Y no les temeré

ni huiré de ellas

porque suyo es mi pecho

que discurre como el agua

y suyo es mi paladar

que saborea la caída.

Mashiaj es mi Pastor

Nada me falta;

Los tres días de oscuridad

Me harán reflexionar sobre las sombras;

Las hormigas diminutas del desierto

No roerán un céntimo de aire,

La destrucción de las ciudades

No oscurecerán el diario florecer

De las lluvias y los astros;

Y vendrá la luz con sus velos y sus danzas

-Acaso mi ceguera se nutrirá de estas canciones-

y mi espada se surtirá de sus cabellos

rompiendo el abismo hacia la tierra prometida.

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