sábado, 15 de septiembre de 2007

Cuatro poetas, cuatro miradas











LA PALABRA ESCRITA


Octavio Paz, de manera magistral, nos habla de la palabra primigenia, de aquella nunca nombrada, la palabra que habita desde la noche de los tiempos y que igual a la rosa de los vientos esparce sus imanes por el mundo preidiomático del hombre.

Esa palabra no dicha es, al parecer, la substancia original de donde emerge el diccionario de la poesía, el lenguaje no dicho, el sonido postidiomático, el silencio poblado de ecos, de barullos, de voces: No la que está cayendo, la que sostiene el rostro, al sol, al tiempo
Sobre el abismo la palabra

Paz intuye ese pozo donde reposa la palabra primera, la no nombrada, la no escrita, la palabra que emerge de un yo profundo, de un subsuelo metafísico y se establece en un plano físico terrestre, pese a existir desde tiempos insospechados en un plano supraespacial, en un plano donde el tiempo no se escribe ni se lee, se vive: Verás tu rostro roto, verás un sol que se dispersa, verás la piedra entre las aguas rotas, verás el mismo rostro, el mismo sol.

La palabra escrita está en nuestra sangre, en el hálito del mundo, en la sangre que busca huellas que consideramos olvidadas: las huellas de nuestros propios territorios.




ALTURAS DE MACCHU PICCHU
POEMA XII


Neruda, recordándome a César Dávila Andrade en Boletín y Elegía de las Mitas, establece en este texto un diálogo entre la memoria poética y un referente histórico “memorizado” a través de los imaginarios sociales de algunos hombres marginales del continente americano.
El poeta ambiciona la recuperación de una “voz” que apele a una nueva narrativa de los sucesos, en donde la dignidad del pueblo se vea restablecida con el contacto de una nueva memoria. Esa memoria es la del poeta, quien sugiere un regreso de todos esos hombres que perecen bajo el yugo de las hegemonías y los poderes nacionales:



Señaladme la piedra en que caísteis
Y la madera en que os crucificaron,
Encendedme los viejos pedernales,
Las viejas lámparas, los látigos pegados
A través de los siglos en las llagas
Y las hachas de brillo ensangrentado. (Macchu Picchu, Pág. 140)


El poema genera una perspectiva de liberación y de lucha, pues si bien es cierto que continúa la lógica histórica de las conquistas y las colonias, también es cierto que reinventa una “realidad” distinta para el hombre americano, por lo cual se pretende la redefinición de una identidad andina o nacional.

Neruda procura memorizar no la historia convencional que nos han trazado desde la juventud, sino aquella escrita por él en donde el americano es llamado a redimir su pasado, su cultura, su dignidad y sus fuerzas para contrarrestar los poderíos de una supuesta identidad universal, de allí que le ofrezca a estos hombres sus palabras y su sangre: Acudid a mis venas y a mi boca. Hablad por mis palabras y mi sangre.




PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA


Las poéticas de César Vallejo, contrarias a las del poeta Vicente Huidobro, parecen estar destinadas a un lector más humano, sumergido en un dolor inaugural, el dolor del desprendimiento fetal, y su incorporación a un mundo de pragmatismos y dudas espirituales.
El poema Piedra negra sobre una piedra blanca pronostica no sólo un pretérito-futuro en la escritura Vallejeana, sino también la transubstanciación de un hombre en Dios, una constante en la poesía de Vallejo, quien invita al creador a ser individuo antes que hacedor; el poeta es en esencia hombre y como tal puede acercarse a una consideración de orden metafísico y obscuro. De allí que sufra los flagelazos del cristo –hombre sobre la tierra- y las imprecaciones del “otro”, quien le acuña palazos, pedradas y la reclusión propia de la escritura.

Este poema revela no sólo el grito hacia la magnificencia divina sino también las constantes luchas internas del creador en la consecución de un cuerpo espiritual que desborde las limitaciones de lo humano. Vallejo cuestiona la providencia y huye de ella incorporándose a un ser indefenso, golpeado, molido por el sino infalible de un hombre que sólo contiene para sí la soledad, la lluvia, los caminos.


LA POESÍA ES UN ATENTADO CELESTE


La poética de Vicente Huidobro, luego de pasar por una especie de exploración y experimentación de forma y contenido, subyace en la transubstanciación de un hombre que ha dejado de ser individuo para convertirse en un todo, no necesariamente colectivo, desde donde la contemplación, la espera, la escucha y los demás sentidos entran en una extraña comunión con lo supraespacial, atemporal y por esto mismo metafísico.
En estos versos posteriores a Altazor, Huidobro conjuga elementos que sin ser propiamente ajenos a sus trabajos anteriores, denotan una seria aspiración a lo absoluto, a lo ecuménico –en lo espiritual, mental- y un maridaje con la ausencia (donde se halla la presencia), la espera (sabiduría del absoluto), la presencia (objetos que constituyen una especie de “otro”), el retorno (hacia el principio o el fin, que viene a ser lo mismo), el viaje (como un dispositivo de conjunción etérica).

El poeta ya no busca: encuentra. Y el hallazgo se produce a través de la espera y el recogimiento. Huidobro sufre una especie de catarsis –lo que sugiere un salto en su escritura y en su YO- y es a través de esa catarsis que se desprende de sus ropas para transplantarse en lo vegetal: alegoría de una espera cargada de presencias, revelaciones y encuentros.

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